viernes, 22 de mayo de 2015

"EL ACEITE QUE ILUMINÓ UN IMPERIO"



Dentro del festival Tarraco Viva el pasado fin de semana pudimos disfrutar de un muy buen taller-degustación dedicado a uno de los productos emblema de la tríada mediterránea: el aceite de oliva.


Benito Báguena, el experto en la materia, aunque es más conocido por sus talleres y difusión del vino romano, nos explica a lo largo de hora y media toda la historia e importancia del aceite de la Bética para el mundo romano en general. Nos explica que en la península el olivo se introduce por fenicios y griegos, pero que resplandece con los romanos. 


De la mano de los agrónomos de la época, especialmente Columela, que vivió en el siglo I y nació en la misma Bética, nos hace un repaso de la producción, recogida, prensa, transporte y distribución del aceite desde los olivares de la Bética hispana hasta el mismo corazón de Roma. Nos parece interesante el respeto por el sabor, por lo que no podían impermeabilizar las ánforas con pez, que aportaba al aceite sabores no deseados, por lo que lo hacían con cera virgen. Y que, una vez transportado al puerto de Ostia y distribuido, se desechasen los envases, esto es, las ánforas, y que con ellas se crease el monte Testaccio. Creado con ánforas de aceite de la Bética en un ochenta por ciento, ánforas que aún conservan el titulus picti y su envase exclusivo catalogado como Dressel 20, el monte Testaccio proporciona un dato estadístico importante: cada persona consumía doce litros de aceite al año.
Dressel 20 del Museu Arqueològic de Tarragona

reproducción de Dressel 20
Basándose de nuevo en las fuentes documentales, nos explica los principales tipos de aceite: el aestivum y el viride, los de mejor calidad; el maturum o caducum, que es el de las aceitunas caídas a tierra, más peleón, apto para los esclavos; y el cibarium, solo apto para dar lumbre a las lámparas.

Y, lo más interesante, nos explica los diferentes usos del aceite de oliva, que abarcan la alimentación, la cosmética, la higiene, la iluminación, la religión…

El uso culinario quizá sea el más evidente. Todos los pueblos de la cuenca mediterránea se caracterizan por el uso del aceite de oliva como grasa principal para cocinar. Así, sirve para aliñar usándolo en crudo, para freír, para conservar en aceite… Más o menos igual que hoy. Por cierto, para aliñar el aceite verde era el mejor y, de entre todos los aceites, parece que el más apreciado era el del Venafro, en la Campania, seguido de cerca del de la Bética y el de Istria. Aunque todo depende del autor que uno consulte, pues esta opinión la defiende el italiano Plinio el Viejo, mientras que el hispano Marcial reivindica el aceite de la Bética por encima de los otros dos.



En la cosmética el aceite tiene un papel muy destacado, pues es la base de ungüentos y perfumes, para lo cual se utilizada el aceite verde, el de mejor calidad. También era vital en los masajes y fricciones después del baño o antes de un banquete. Por cierto que en los baños se recurría a la limpieza de piel con un método que consistía en frotar ésta con aceite mezclado con arena y luego recoger el producto con una strigil. Lo curioso es que lo recogido se reaprovechaba para hacer cosméticos.

En la iluminación, el aceite tenía un papel fundamental. Para ello se usaba uno de menor calidad, tipo caducum o cibarium, o también uno bueno que con el tiempo se hubiera echado a perder. Con ello podían prender las lucernas o candiles, las lámparas de Roma, hechas de cerámica o de bronce, provistas de una mecha de hilos trenzados de lana empapada por el aceite. Proporcionaba una llama sin humos y de combustión muy lenta.


lucernas del Museu Arqueològic de Tarragona
Pero además, el aceite tenía muchos otros usos: se usaba como vermífugo y purgante, se empleaba para amortajar cadáveres, se ofrecía como libaciones a los dioses en los altares, servía para fabricar jabón, impermeabilizaba tejidos, suavizaba los cueros….. y coronaba a los vencedores.

Tras la charla, nos ofrecen una degustación de tres aceites de primerísima calidad. El primero, de olivas verdes, suave y afrutado. Para ello han escogido un arbequino de la Almunia de Doña Godina. En Roma, sería el aceite para aliñar o para cosmética. El segundo es un aceite de la Sierra de Prades, también de la variedad arbequina. Son olivas algo más maduras que proporcionan un aceite algo más fuerte que se correspondería con el utilizado para las salsas y las frituras. El tercero es de aceitunas maduras del Alto Aragón, de variedad empeltre. Sería el que mejor aguanta las frituras. De más cuerpo, pero igualmente muy agradable en boca.


Con la degustación se pone punto final a la charla, interesante y amena, que nos deja a todos con muy buen sabor de boca y con ganas de más.


Imágenes: @Abemvs_incena

martes, 19 de mayo de 2015

TARRACO A TAULA: CERVECERÍA L’ALHAMBRA, CAUPONA ROMANA



Dentro de las jornadas gastronómicas de Tàrraco a Taula, iniciativa muy interesante de Tarraco Viva, se encuentran diferentes restaurantes y bares de la ciudad que ofrecen unos menús basados en los recetarios romanos. Nosotros en esta ocasión hemos escogido una cervecería, L’Alhambra (carrer Estanislau Figueres 51), que presenta una oferta muy prometedora de tapas romanas, regadas con vino o cerveza.

Al entrar nos damos cuenta de que la cervecería ha escogido el estatus de caupona romana, es decir, de taberna. Las tabernas eran locales muy habituales, como ahora, donde la gente acudía a comer caliente. Pensemos que en las ciudades romanas la gente apenas podía cocinar en casa, y lo más fácil es que tuvieran una despensa con pan, fruta o embutidos, pero no cocina propiamente dicha. Por ello era normal acudir a la caupona, donde se podía consumir un plato bien trabajado, grasiento y caliente, y una bebida en condiciones.



Al entrar en la cervecería L’Alhambra, transformada en caupona para la ocasión, la tabernera nos saluda con un apasionado “Alea iacta est”, al que le siguen un elenco de los platos y menús que se ofrecen, y un brindis a la voz de “avete” con mulsum cortesía de la casa. El mulsum, vino con especias y miel, lo sirven caliente, como debe ser.




Nos decidimos por un surtido de tapas y unas cervezas, todas muy interesantes. Se nos informa de que no vamos a comer con cubiertos normales, sino con cuchara, y que vamos a usar el mismo plato y el mismo vaso toda la comida. Nos parece mejor que bien, puesto que el local está respondiendo a lo que debe ser una auténtica caupona.

Vamos allá con la comida.

Para beber nos decidimos a probar tres cervezas, o cervesium, una de miel, otra de calabaza y otra de trigo. Las tres estupendas.




Las tapas fueron las siguientes:

Hipodrimma, queso muy especiado con piñones, apio, pasas, menta, dátiles, garum, aceite y vino, muy refrescante y sabroso; Harenga, arenques desmenuzados con miel y pimienta: espectaculares; Marinatos sardos, sardinas escabechadas, buenísimas.




Farcimen lucanis mulsum, una salchicha de Lucania al mulsum, espectacular con la salsa al vino; Pullus farcilis, pollo escabechado con verduras, suave y muy sabroso.




Indicum pisum, sepia con guisantes y especias.




Apua ova elixa, anchoas con huevo duro.



La experiencia es gratificante. El lugar exento de pretensiones consigue con creces ser una caupona romana. Felicidades. Volveremos.

Imágenes: @Abemvs_incena

domingo, 17 de mayo de 2015

LOS FOGONES DE ATENEO. KUANUM! EN TARRACO VIVA

Como cada año, el grupo Kuanum!, dedicado a la arqueogastronomía y a la difusión del patrimonio a través de los cinco sentidos, presenta un nuevo taller dentro del festival Tarraco Viva. En esta ocasión se trata de Los fogones de Ateneo. El banquete de los eruditos.



En pleno Campo de Marte, explican al público que Ateneo de Náucratis, un escritor griego que vivió en el siglo III dC, escribió una colección de diálogos recopilada bajo el nombre de Deipnosofistas o El banquete de los eruditos, donde se nos presenta un banquete, o mejor dicho, un simposio, en el que los eruditos hablan sobre filosofía, literatura o medicina, pero también comen y beben en abundancia. Por lo que respecta a la parte gastronómica, la obra es interesante por presentar un banquete en todos sus pasos, además de mencionar muchos platos de los que, sin embargo, no nos dice la receta.

El taller consistía en elaborar tres recetas. La primera de ellas consistía en un pan ácimo. Para ello hace falta harina, sal, manteca de cerdo, algo de vino blanco y algo de aceite. Se amasa, se da forma, se espolvorean sobre la masa semillas de amapola o sésamo y se hornea.




La segunda receta era el Catillus ornatus, es decir, un plato de pasta verde con lechuga. Sí, pasta, porque… ¿quién dice que los romanos no conocían la pasta? Para elaborarla se necesita lechuga verde, harina, vino blanco, manteca de cerdo, sal y pimienta. La elaboración es bastante fácil. Se debe mezclar la manteca de cerdo, el jugo de las hojas verdes de lechuga (que previamente habremos machacado con el mortero), la harina, el vino blanco y la sal, y amasar hasta que quede una pasta con cierto color verde. Después se estira la masa (lo ideal es dejarla reposar primero una  hora) y se cortan unas tiras a las que se dan forma, de lazo, en este caso. Finalmente, se fríen en aceite de oliva bien caliente.




La tercera receta era la Hypotrimma, una crema de queso tipo requesón muy condimentada con apio, menta, piñones, pasas, dátiles, miel, vinagre, garum y vino dulce, todo machacado y mezclado con un instrumento imprescindible en las cocinas romanas, el mortero.




Para estar a la altura de un banquete griego, y mientras los platos terminan de hacerse en los fogones, se propone a los comensales jugar al juego del cótabo. Para ello se hace imprescindible usar la kílix, la copa en la que bebían durante los banquetes. El juego consiste en lanzar una pequeña cantidad de líquido –en realidad debería ser vino, pero en el taller fue agua- en un punto fijo, que en este caso fue la crátera, el recipiente que servía para mezclar el vino con el agua.

Aquí dejamos un vídeo resumen del taller, juego del cótabo incluido:



Finalmente, se nos sirve el banquete. El brindis lo hacemos con unas palabras en griego: Οσον ζής φαίνου, mientras vivas, resplandece!







Prosit!

Imágenes: @Abemvs_incena

miércoles, 15 de abril de 2015

QUÉ ERA EL GARUM Y CÓMO SE FABRICABA

Contenedor para garum,
 procedente de Pompeya.
El garum es uno de los ingredientes principales de la cocina romana. Se trataba de una salsa de pescado que se utilizaba en todos los platos para potenciar su sabor. Usado en el puesto de la sal, era un producto muy caro y costoso de fabricar.

El garum es uno de esos alimentos que despiertan nuestro interés. Producto desconocido en nuestras mesas de hoy en día, suele provocar curiosidad y rechazo a la vez. Esto es debido básicamente a su composición –pescado puesto a macerar al sol- y a la tradición heredada de Plinio y Séneca, los moralistas que usaron el garum como símbolo de lujo y corrupción de su época. Sin embargo, el garum era tan solo una refinada salsa de pescado que representaba un triunfo del ingenium sobre la fragilidad de la materia prima empleada. Pero vayamos por partes.

En esta entrada hablaré de lo que era el garum, su proceso de elaboración y la consideración que tenia entre los moralistas del momento. En la siguiente, en cambio, hablaré de los tipos, los nombres y las utilidades de esta preciada salsa.

Origen y composición
Mosaico de peces. Museo Arqueológico de Nápoles

La salsa de pescado que nos ocupa procede, como otros alimentos refinados, de los países orientales y se transmite a los romanos a través de Grecia. El naturalista Plinio el Viejo (NH XXXI, 93) nos dice que antiguamente los griegos lo obtenían usando un pez llamado garos o garus, que no podemos identificar, pero que quizá puede ser un pez pequeño, tipo anchoa. En la misma cita Plinio nos dice que en su tiempo, en cambio, “el más famoso se hace del pez escombro o caballa”, y añade que éste procede de los viveros de Cartago Nova y que recibe el nombre de garum sociorum (“garum de los aliados”). En efecto, el origen oriental de este producto se hace patente en todas las factorías de  la Hispania cartaginesa: Gades, Carthago Nova, Baelo Claudia, Carteia, Malaka, Sexi… Y si Plinio atribuye a la caballa el protagonismo en la composición del garum, Isidoro nos da la pista para saber que en pleno siglo VII aún se consumía, aunque esta vez se confeccionaba con multitud de peces, entre los cuales el múgil, la morena, el atún, la sardina, las anguilas, las ostras…

Monedas de Gades con dos atunes. Fuente: http://www.euskonews.com/


Proceso de elaboración

El proceso de elaboración del garum lo conocemos por las fuentes tardías, especialmente Gargilio Marcial, en el siglo III, y los Geopónica, una colección bizantina de libros sobre agricultura. Gracias a estas fuentes sabemos que hubo un procedimiento lento y artesanal y otro más rápido. El método más lento aparece narrado en los Geopónica:

Se disponen en un contenedor vísceras de pescado a las que se añaden pescados pequeños, especialmente pejerreyes, salmonetes, chuclas y anchoas y prestando atención a que sean todos pequeños y se salan al sol, removiendo continuamente. Cuando el calor haya madurado la salmuera se recoge el garum resultante de la siguiente manera: se coloca una cesta grande y de mimbre dentro del recipiente, lleno de los peces ya especificados, y el garum se filtrará en el interior del cesto.” (Geop., 20, 46, 1)

Sabemos por la misma fuente que la proporción pescado-sal era la siguiente: “por cada modio (ocho litros) de pescado se añaden dos sextantes itálicos de sal (un litro)” (Geop., 20, 46, 3). Y que el mejor garum era el garum flos floris (“flor de garum”), que se componía de “atunes con sus branquias, el suero y la sangre” que, junto con la sal, debían permanecer en un recipiente durante dos meses o más. El autor insiste, “el mejor garum de todos”  (Geop., 20, 46, 6).

Factoría de salazón y garum, Baelo Claudia (Cádiz)


El método rápido lo encontramos en Gargilio Marcial: “Se toman pescados grasos: salmones, anguilas, alosas, sardinas… y con estos pescados, hierbas aromáticas secas y sal se hace la siguiente preparación: se toma un contenedor grande con capacidad para 26-35 litros y en la parte de abajo se pone una capa de hierbas secas, muy aromáticas, cultivadas o silvestres, como eneldo, cilantro, hinojo, apio, ajedrea, salvia, ruda, menta, calaminta, ligústico, menta poleo, hierbaluna, orégano, betónica o amapola. Después se pone una capa de pescado, entero si es pequeño o cortado a dados si no lo es. Encima se extiende un estrato de sal con un grosor de dos dedos. Se llena todo el recipiente alternando estos tres ingredientes: hierbas, pescado y sal. Se cierra con una tapa y se deja reposar durante siete días. A continuación, se dejará reposar la mezla durante veinte días más, removiendo cada día.” (Gargilio Marcial, De Medicina et de virtute herbarum, 62). Transcurrido este tiempo, se colaba el líquido resultante, el preciado garum.

Restos de garum. Santa Pola, S. IV


La herencia de los moralistas

Bien diferente es la idea que nos transmiten los moralistas. Plinio el Viejo nos dice que “existe otro tipo de líquido exquisito, llamado garum, obtenido haciendo macerar los intestinos de los pescados y las otras partes que serían para desechar; el garum por eso es el resultado de la materia sangrienta en descomposición (putrescentium sanies)” (NH, XXXI, 93). El filósofo Séneca también se deja llevar la misma idea y define el garum como pretiosam malorum piscium saniem (algo así como “preciosa podredumbre de peces descompuestos”) (Epist. XCV, 25). Y si el  garum recibe numerosas connotacions morales, el sedimento sólido o pasta de pescado que quedaba, que se llamaba  hallec, allec, hallex o allex, tampoco se libraba, puesto que esta pasta es un residuo y, por tanto, se identifica a menudo con la escoria. “Hallex viri” (“escoria de hombre”) aparece como interpelación en la comedia de Plauto El cartaginés, por poner un ejemplo. (Plaut. Poen. 1310).

ánfora para el garum
Los moralistas identificaron el garum con el refinamiento y el lujo, enemigos de la mítica frugalidad romana, por lo que identificaron sin problema la podredumbre del pescado con la podredumbre moral. Y esa idea la hemos heredado, sin lugar a dudas. Sin embargo, el garum no se componía de pescado podrido, puesto que la sal detenía el proceso de putrefacción. El garum era el resultado de la fermentación del pescado y sus vísceras y no era más asqueroso de lo que lo es un queso, por ejemplo. De hecho, el garum en sí es un emblema de la civilización, que ha logrado transformar la naturaleza, es un logro del ingenium sobre la natura, y su identificación con la civilización frente a la barbarie se hace patente en la prohibición de vender aceite, vino y garum a los bárbaros que vivían fuera del Imperio (Cod. Iust. IV, 41, 1). 

Salsa refinada, lujo de las mesas, creación y emblema de los pueblos culturalmente superiores, el garum ha adquirido el valor de símbolo, de manera que es mucho más que un alimento imprescindible en las mesas romanas.

Prosit!

Procedencia de las imágenes: https://commons.wikimedia.org y http://www.euskonews.com/ 

miércoles, 1 de abril de 2015

MALA MATIANA

El pueblo romano conocía más de treinta variedades de manzana. Este fruto, llamado en latín malum, plural mala, abarcaba en realidad todas aquellas frutas carnosas con hueso, excepto ciruelas, peras y uvas.  Dentro de las mala habría que citar el malum persicum (actual melocotón), el malum cotoneum o cytonium (membrillos), el malum granatum o punicum (granada), el malum Matianum (manzana), el malum praecox o Armeniacum (albaricoque) y el malum citreum (cidro). Sin embargo, nos vamos a centrar en uno de ellos, apuntado más arriba: las manzanas.

Volviendo al tema original, los romanos conocían más de treinta variedades de manzana. Parece ser que una de las más famosas eran las mala Matiana, unas manzanas doradas y perfumadas que reciben este nombre por el horticultor que consiguió crear la especie. En efecto, diversos autores, como Columela (RR V, 10, 19) o Plinio el Viejo (NH XV, 14-15) mencionan al caballero romano Gayo Macio (Gaius Matius), botánico del siglo I aC, como creador de esta variedad. Al parecer, además de ser un eques y un amigo de Cicerón y de Julio César, Gayo Macio fue un escritor culinario y tratadista de agricultura. En palabras de Columela: “se propuso por objeto este autor el servicio de las mesas de la ciudad, y las preparaciones para los convites espléndidos, por lo que publicó tres libros con los títulos de El Cocinero, el Despensero y el Repostero (pistoris, coci et salgamari)” (RR XII, 46,1).

Las manzanas macianas, como todas aquellas frutas resultado de investigación botánica e injertos, son un producto creado por el hombre civilizado. Se cultivan en el huerto, y no se recolectan de forma salvaje, lo cual les otorga categoría y dignidad para ser servidas en las mesas en amplias bandejas o en cestas. Sólo serán superadas por las frutas altamente exóticas importadas de otros países, auténticos productos de lujo.

Las manzanas macianas eran las preferidas del emperador Domiciano, según las palabras de Suetonio: “Se bañaba al amanecer y comía abundantemente en su primera comida; de suerte que por la tarde no tomaba, ordinariamente, más que una manzana maciana y bebía una botella de vino añejo” (Domit. XXI) No entremos a valorar la combinación de una sola pieza de fruta y una botella de vino.

Por otra parte, las manzanas macianas aparecen como protagonistas de un plato de Apicio:

MINUTAL MATIANUM

En un cazo, añade aceite, garum, caldo de la cocción, puerro, cilantro, salchichas cortadas en trocitos pequeños. Corta en forma de cubitos una paleta de cerdo cocida con su propia piel. Cocina todo junto. A media cocción, echa manzanas macianas, despojadas del centro, cortadas en forma de cubitos. Mientras se cocina, muele pimienta, comino, cilantro fresco o semilla, menta, raíz de laserpicio, vierte vinagre, miel, garum, vino cocido, su propio jugo y suaviza con un poco de vinagre. Hierve. Cuando haya hervido, quiebra pasta y después lígalo con ella. Espolvorea pimienta y sirve” (Apicio IV, 3, 4)


Esta receta nos informa sobre los diferentes usos que se le daba a la fruta en general. Podía formar parte de un plato principal, un minutal, bien cocinado. Podía ser un entrante o un postre, como indica la expresión horaciana “ad ovo usque ad mala” (Sat. 1, 3, 6-7), donde mala abarcaría a todas las frutas que se servirían al final de la comida. Podía tomarse como confitura, en conserva, dentro de una salsa.... Las frutas, y en concreto las manzanas, se podían dejar secar al sol cortadas en dos o tres pedazos y servían en invierno como comida para los esclavos (Colum. XII, 14).


Para acabar, un apunte filológico. La palabra castellana “manzana” deriva exactamente de mala matiana, y se documenta desde 1335. La palabra catalana “poma” deriva en cambio del genérico poma, plural de pomum, que significa “frutos del árbol”. 

miércoles, 7 de enero de 2015

DE JAMONES Y PALETILLAS EN LAS MESAS DE ROMA

Entre los romanos, como entre nosotros, existía la sana costumbre de tener la despensa bien llena, ya fuera por necesidad o por gula. Uno de los alimentos más comunes era la carne conservada mediante métodos de curación. Y, cómo no, la carne predilecta era la de cerdo. Ya lo decía Plinio el Viejo, que “de ningún otro animal se saca más provecho para la gula; casi cincuenta sabores diferentes, mientras que los demás tienen uno solo” (NH VIII, 209). Pero hoy no hablaré del cerdo sino de uno de sus cincuenta sabores: el del jamón.

Catón el Viejo (Agr. 162) nos da la fórmula sobre cómo se debe preparar el jamón curado (Salsura pernarum), que más o menos es como el que conocemos ahora: “Se necesita un semodio[1] de sal romana fina por cada pata. Extenderás la sal en el fondo de una jarra, o una tina; colocarás encima una pata con la corteza hacia abajo; lo cubrirás todo con sal. Pondrás encima una segunda pata y la cubrirás con sal de la misma manera, vigilando que no se toquen las carnes. Así cúbrelo todo. Cuando estén puestas todas las patas, extiende una capa de sal, vigilando que no asome la carne. Cuando hayan pasado cinco días, sácalos todos con su sal. Entonces coloca los que estaban arriba en la parte de abajo de la tina y cúbrelos de sal. A continuación, coloca el resto como hiciste la primera vez. Después de doce días, saca los jamones, limpialos bien y sácales toda la sal, y cuélgalos al viento durante dos días. Al tercer día limpialos bien con una esponja y úntalos con aceite. Tenlos durante dos días colgados al humo y quítalos en el tercero. Entonces úntalos con aceite y vinagre mezclados y cuélgalos en la despensa; no se acercarán a ellos ni gusanos ni polillas”.



Parece ser que el jamón se denominaba perna, mientras que existía otra palabra, petaso, para denominar las patas delanteras, es decir, la paletilla.

El jamón siempre era un alimento de categoría, más o menos como ahora. En el Pséudolo de Plauto, el materialista y rico Balión lo sirve para impresionar a sus invitados: “porque hoy es el día de mi cumpleaños y vosotros todos debéis celebrarlo junto conmigo. (A un esclavo.) Pon en agua el jamón, corteza de tocino, papada y tetilla de cerdo, ¿te enteras? Quiero acoger a lo grande hoy en mi casa a personas de mucho rango, para que tengan la impresión de que nado en la abundancia”  (Plaut., Pseud. 166-167). El jamón se encuentra entre los alimentos que el viejo Periplectómeno considera propios de las mesas ricas, igual que el asado de cerdo y el congrio (Plaut. Mil. 759-769). En Gorgojo, Plauto ofrece otra muestra de lo bien valorado que estaba el jamón entre los romanos, un auténtico manjar: “PAL.: Si supieras qué manjares tenemos... [...] Jamón, panceta, ubre de cerda, embutido y careta de cerdo” (Plauto, Curc. 323-325). Una paletilla reseca es el precio que se le paga a un abogado por una causa de manumisión en una de las sátiras de Juvenal: “¿Cuál es el precio de tu voz? Un jamoncillo reseco (siccus petasunculus) y un vaso de atún tierno, o unas cebollas viejas, o cinco ánforas del vino traido por el Tíber” (Iuv. VII, 119)

Los jamones poblaban las mesas y las despensas, que debían estar cerradas para evitar asaltos furtivos: “qué gran ruina amenaza a los jamones, qué epidemia va a caer sobre el tocino”, dice el parásito Ergásilo cuando es nombrado encargado de la despensa, “Ahora voy, para en funciones de mi cargo, administrar justicia al tocino y prestar auxilio a los jamones, que cuelgan sin haber sido sentenciados” (Plaut. Capt. 903-908).

El jamón se podía servir como aperitivo en la gustatio, o bien en la sobremesa para estimular la sed. Así lo vemos en una escena del Satiricón, cuando se ofrece jamón a unos comensales ya saciados por un banquete abundante que tenía, entre otras viandas, carne de oso: “Hubo también aceitunas, que algunos se disputaban a puñetazos, y jamón, del que nadie hizo caso”  (Petr. LXVI). Aunque no importa si no se come rápido, porque “el jamón, está permitido servirlo frío al día siguiente” (Plaut. Persa 105-106)

Que el jamón bueno era caro nos lo confirma el Edicto de Precios Máximos de Diocleciano, del año 301, donde consta que la pierna de cerdo menápico o cerritano cuesta 20 denarios la libra (326 gramos) (Edict. Diocl. 4,8). Para poder comparar, pensemos que 20 denarios podía ser el salario diario de un campesino, según marca el mismo edicto. Así pues, el jamón menápico y el cerritano parece que eran los más apreciados. El primero de ellos procede de un pueblo del norte de las Galias, los menapios, en la orilla izquierda del Rin. En efecto, para los romanos los mejores jamones eran los procedentes de la Galia y Varrón nos dice que “los galos acostumbraron a hacer los mejores y mayores perniles. Señal de su excelencia es que incluso ahora cada año se importan en Roma de la Galia perniles y paletillas de los comacinos y cavaros [Marsella y Narbona respectivamente]” (Varrón, RR II, 4 11). El jamón cerritano, el segundo que menciona el Edicto, procedía de la Hispania ibérica. Ya Estrabón lo menciona al hablar de los valles centrales del Pirineo: “Los ocupan en su mayor parte los cerretanos, de raza ibérica, entre los cuales se preparan excelentes jamones” (Estrabón III, 4, 11) . El territorio de los cerritanos se correspondía con la actual comarca de la Cerdaña, entre Lérida y Gerona, lindando con Andorra y Francia. El poeta Marcial, de gustos refinados, prefería cualquiera de los dos: “Que me lo sirvan cerritano; hasta tendrá pase el enviado desde los menapios: los refinados, que se harten de paletilla” (Marcial, XIII 54).


El jamón, por otra parte, no solo aparece mencionado en la literatura. La cultura material está llena de referencias: relojes de sol con forma de jamón, monedas también con forma de jamón, pinturas... En una inscripción de Pompeya se puede leer:
“Ubi perna cocta est si convivae apponitur // non gustat pernam lingit ollam aut caccabum”. (CIL IV 1896)
Que es algo así como “Cuando el jamón ha sido cocinado, si se le pone delante del comensal, no comerá el jamón sino que rebañará la olla o la cazuela”, dejando claro que el invitado preferirá rebañar lo pringoso de la olla antes que el propio jamón.

Y encontramos el jamón también en la tabula lusoria o tablero de juego que sirve de nombre a este blog, y que también servía de carta o menú para una taberna.


A disfrutar!




[1] Semodio: unidad romana de medida de líquidos equivalente a 4,377 litros. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

PATINA Y MINUTAL

Cotilleando por el recetario de Apicio De re coquinaria llama la atención la presencia de recetas que llevan el nombre minutal y patina. Se encuentran en el Libro IV, un capítulo titulado Pandecter, que se dedica a platos que conllevan gran cantidad de ingredientes de lo más variado, además de ser platos sencillos de elaborar y bastante contundentes. Es decir, son composiciones culinarias sencillas, completas  y muy populares. Veamos en qué consisten.


Las patinae se llaman así por el recipiente donde se elaboran, una especie de sartén o cazuela ancha y honda, provista de tapa y asas,  donde se cocina y se sirve el plato. Las patinae eran una especie de pasteles salados compuestos de verduras, pescados o carnes que tenían quizá la consistencia de budin, puesto que se cuajaban con huevo, o bien podían parecerse a una quiche o incluso a una lasaña. Al resultar un plato compacto, era muy cómodo para comer también en el triclinio, puesto que se podía trocear fácilmente y tomarlo con los dedos. En el Libro IV de Apicio aparecen nada menos que treinta y siete recetas de patinae. Muchas de ellas contienen huevos batidos que se añaden crudos para ligar la salsa. Algunas contienen también harina o espelta (amulum) para espesar. Pero lo que más sorprende es la presencia de sesos entre los ingredientes de siete de ellas. Los sesos cocidos (cerebella cocta) confieren textura y suavidad al plato, y sobre todo sirven para ligar todos los ingredientes, lo mismo que el huevo. Los dos juntos, huevos y sesos, hacen que el plato sea graso, calórico y colesterólico, por lo que no es raro que el sabor se complemente con ingredientes dulces y ácidos, como la fruta.


Veamos como ejemplo una patina de serbas, un fruto del serbal común parecido a unas pequeñas peras:

PATINA DE SERBAS FRÍA Y CALIENTE

Coger unas serbas, limpiarlas, picarlas en un mortero y colarlas. Sacar el nervio de cuatro sesos cocidos, poner en un mortero ocho escrúpulos de pimienta (10 gr.), rociar con garum y triturar. Añadir las serbas y mezclar bien; romper ocho huevos, añadir una cucharada de garum. Untar una cacerola (patinam) limpia, poner a las brasas y echar en ella el preparado. Procurar que tenga brasas por encima y por debajo. Cuando esté cocido, espolvorear pimienta molida y servir. (Apicio IV, II, 33)


Los minutalia son guisos característicos de la cocina popular. Consisten en un plato compuesto de numerosos ingredientes cortados minutatim, es decir, de tamaño diminuto: “es llamado minutal por el hecho de que se hace a partir de pescados, albóndigas y vegetales cortados de manera diminuta” (Isidoro, Etim. XX, II, 29). Más o menos se corresponden con los picadillos y se presentaban muy condimentados y con su correspondiente salsa espesa. Se caracterizaba también por llevar una masa de pasta, llamada tracta, que se troceaba y le daba densidad al compuesto. Como en el caso anterior, se trata de platos muy condimentados y calóricos. 

Fuente de la imagen: http://www.smulweb.nl/

En el Libro IV hay ocho recetas de minutalia, de las que selecciono una al azar:

MINUTAL EX PRAECOQUIS (Minutal de albaricoques)

“Poner en una cacerola aceite, garum, vino; picar unas cebollas secas escalonias y cortar en cuadrados la paletilla de un cerdo cocida. Cuando esté todo cocido, picar pimienta, comino, menta seca, eneldo, rociar con miel, garum, vino de pasas, vinagre en poca cantidad, jugo de la propia salsa y amalgamar bien. Echar unos albaricoques deshuesados, dejar hervir hasta su completa cocción. Envolver con la pasta (tractam), espolvorear pimienta y servir”. (Apicio IV, III, 6)


Prosit!