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miércoles, 26 de julio de 2023

MACELLUM, VICUS TUSCUS, SUBURA Y OTRAS ZONAS PARA COMPRAR Y SALIR EN LA ANTIGUA ROMA



Hagamos un recorrido por los barrios comerciales de la antigua Roma, esos lugares habituales adonde acudirían sus habitantes en busca de las mejores sedas, las joyas para sus amantes, los libros de moda, los perfumes de amomo, el garum de Hispania o una lámpara de bronce nueva. ¿A dónde acudirían todos a la hora de ir de compras? ¿Dónde estarían todos los bares de moda, las tabernas con triclinio incluído, las cauponae donde probar un pincho de lirón? Como ocurre actualmente en cualquier gran ciudad -y Roma lo era- las zonas comerciales se concentraban en determinadas calles o barrios del centro, donde abundaban artesanos, tiendas especializadas, mercados, talleres, prostíbulos, peluquerías, tabernas de mala muerte y restaurantes finos. Ir de compras y comer fuera era tan habitual como lo es ahora, y frecuentar los barrios de moda, también.



Desde los tiempos de la República el barrio comercial principal era el VELABRO. Bullicioso y ruidoso como pocos, era un área donde abundaban los comercios dedicados a la alimentación. Se situaba en un valle entre el monte Palatino y la colina Capitolina, allí donde antiguamente se hallaba la higuera Ruminalis nada menos. El Velabro conectaba el Foro Romano con el Foro Boario, un mercado de ganado que quizás fue el más antiguo de Roma. Muy cerca se hallaba también el Foro Holitorio, dedicado a la venta de productos de la huerta: frutas, verduras y hortalizas. Tanto el uno como el otro proveían a la ingente población de la urbe de los alimentos necesarios para su subsistencia. Las verduras y hortalizas procedían de la extensa red de huertos y fincas agrícolas situadas en los suburbios -el ager- o también del excedente de pequeños productores. La carne era transportada viva para garantizar su buen estado. Según el tamaño de las piezas, llegaban en jaulas o por su propio pie, y se sacrificaban en los mataderos situados en las afueras, aunque cerca del mercado del ganado. En el caso de Roma, por ejemplo, el matadero se hallaba cerca de Porta Capena, lo suficientemente cerca de las carnicerías próximas al foro Boario, lo suficientemente lejos como para no molestar con olores y residuos. 


@HBO Rome. Escena de mercado

Pero todo el barrio del Velabro era una especie de centro comercial al aire libre. Era el lugar más concurrido de la ciudad, y allí se podía encontrar de todo. Los textos abundan de referencias. Plauto menciona a los vendedores de aceite (Capt. 489) y a los panaderos, los carniceros, los adivinos y a los que retocan las mercancías (Curc. 484). Y Marcial -dos siglos después- menciona el famosísimo queso ahumado especialidad de la zona: “solo el que ha absorbido el humo del Velabro tiene sabor” (Mart. XIII,32). Si alguien necesitaba puerros, lechugas, coles, huevos, ajos, panceta, salchichas, habas, queso … ese lugar era el mercado de abastos del Velabro.


Venta de verdura. Ostia Antica.


Allí se localizaba también la calle comercial por excelencia: el VICUS TUSCUS, famosa por su trajín de gentes y la variedad de su oferta. Esta calle, llamada así (Vicus Tuscus o barrio Toscano) posiblemente por los artesanos que se instalaron allí en tiempos de la construcción del templo de Júpiter Óptimo Máximo (finales del siglo VI aC), desembocaba en el Foro, circulaba junto al Templo de Cástor y era zona de paso obligado en las procesiones hacia el Circo Máximo durante los Ludi Romani, por lo que estaba siempre muy concurrida y bullía de vida. De nuevo los textos dan pistas de su actividad. Horacio menciona “el pescadero, el frutero, el que caza las aves, el perfumista y toda la turbia impía del barrio Toscano, los bufones con el chacinero (...)” (Sat. II 3, 226-228). Marcial menciona esta calle como ideal para comprar sedas y perfumes ‘a las amigas’ (Mart. XI,27). Allí se vendía también el incienso imprescindible en las ofrendas a los dioses y en los ritos fúnebres y, de hecho, la calle se llegó a llamar vicus Turarius por la gran cantidad de comerciantes de incienso (turarii) instalados allí. Perfume, ungüentos, sedas, joyas, incienso, pero también figuras de marfil, orfebrería, piezas de cerámica, telas teñidas de púrpura, estatuillas de bronce para usar como exvotos, los mismos incensarios para los templos… objetos de lujo que se podían adquirir en esta famosa calle llena de artesanos. También se situaban en el vicus Tuscus las tiendas de los libreros, concretamente cerca de la estatua del dios estrusco Vortumno (Hor. Ep.I,20), donde sin duda se vendían también rollos de papiro, y   el instrumental necesario para escribir. Aunque no era el único foco, pues las librerías también se concentraban cerca del Foro, en el Argileto (actual vía Cavour),  junto al templo de Jano.


Tienda de telas. Museo degli Uffizi 


El vicus Tuscus también se había hecho famoso por la prostitución. Plauto comenta: “En la calle Toscana están los que hacen comercio de sí mismos” (Curc. 482). Y Catulo menciona un enorme prostíbulo-taberna con capacidad para “cien o doscientos cretinos”, situado en “la novena columna a partir del templo de los hermanos del píleo”, es decir, en el número nueve a partir del templo de Cástor y Pólux, que lindaba al oeste con el vicus Tuscus. Catulo se lamenta de que allí se encuentra trabajando una joven amante suya, por lo que amenaza con pintar toda la fachada con obscenidades y menciona la hipocresía de los clientes, hombres de bien en apariencia a los que califica de ser “unos donnadie y unos puteros de esquina” (Carm.37). 


El vicus Tuscus conectaba, como hemos dicho, el Velabro con el FORO, que es otra zona comercial de interés. Las tiendas del Foro tienen su propia historia. Desde siempre, el Foro había sido un lugar de encuentro, de gestión, de negocios, de asuntos legales, de vida política y religiosa, y por tanto también de actividad comercial. Antiguamente había en el lado sur una hilera de tiendas -conocidas como tabernae veteres- alquiladas a los carniceros por parte del estado. Eran tan antiguas como los primeros artesanos etruscos instalados en el vicus Tuscus. La muerte de la mítica Virginia a manos de su padre para liberarla del malvado decenviro Apio Claudio es justamente con un cuchillo de carnicero cuya tienda se ubicaba en esta zona del foro (Livio III,48). Más tarde, hacia finales del siglo III aC, estos comercios de carnicería fueron desplazados hacia el lado opuesto, donde se construyeron nuevas tiendas -las tabernae novae- mientras que las antiguas se dedicaron a los prestamistas y banqueros. Posteriormente, tanto las novae como las veterae pasaron a ser todas tabernae argentariae, mucho más acordes con la actividad que tenía lugar en el foro, y los carniceros y otros comerciantes de alimentos fueron trasladados más al norte, cerca del Argileto. Además de banqueros y cambistas, en la zona del foro y a lo largo de la vía Sacra se mantuvieron algunos negocios de lujo que, por cierto, estaban controlados por las familias implicadas en las construcciones de basílicas y horrea colindantes: la gens Aemilia, la gens Iulia y la gens Domitia. Es fácil imaginar también a alguna que otra ‘ramera libertina’ rondando por estas mismas basílicas a maridos ricos y hombres de negocios, como indica Plauto (Plaut, Curc. 474). Oro, plata, piedras preciosas, perlas, púrpura, telas delicadas, joyas, perfumes y otros negocios de carácter suntuario se hallaban en la vía Sacra, como si fuera la Quinta Avenida neoyorkina o la via Montenapoleone de Milán, y el prestigio de esta calle atrajo a muchos más comerciantes que se establecieron en sus alrededores, como el vicus Tuscus o el vecino vicus Iugarius.


Cambistas y banqueros. Actividad económica en el Foro.

¿Y qué pasó con los carniceros y otros tenderos que fueron desplazados hacia el norte, cerca del Argileto? Pues que allí acabarían agrupándose en lo que sería el MACELLUM, el mercado cubierto de abastos, otro lugar básico para hacer las compras. No hubo un único macellum. En época republicana estaba muy cerca del foro y de la vía Sacra, en pleno centro (más o menos entre el Argiletum y las Carinae), y ya funcionaba en la segunda mitad del siglo III aC.  Allí se juntaban varios mini mercados colindantes dedicados a diferentes especialidades, con nombres como ‘forum piscarium’, ‘forum cuppedinis’ o ‘forum coquinum’, nombres que señalan los productos disponibles y que posteriormente servirán para designar al mercado tanto como la palabra genérica, ‘macellum’.

En el año 179 aC el censor Fulvius Nobilior construyó un edificio destinado a ser el nuevo mercado republicano, con la voluntad de concentrar todos estos comercios dentro de un recinto cerrado. Se hallaba un poco más al noroeste, tras la Basílica Fulvia-Aemilia, pero seguía siendo muy céntrico. Varrón da noticia de ello: “Después que todo esto que correspondía a la alimentación fue reunido en un único lugar y edificado un lugar para ello, este se denominó Macellum «Mercado» (LL V,147)”. 


Fachada del Macellum inaugurado por Nerón en 59 dC

El edificio del macellum tiene unas características que lo distinguen. Inspirado por el ágora griega, el macellum cuenta con un patio central abierto rodeado de tiendas (tabernae) que se abren a este patio. En el centro, una estructura circular elevada conocida como tholos servía para las ventas por subasta, por ejemplo de pescado, aunque también puede que tuviera una función religiosa, administrativa o simplemente decorativa. El macellum podía tener pórticos, fachada y hasta varias plantas, y debía estar dotado de almacenes, oficinas, fuentes, desagües, una estancia para la mensa ponderaria (donde guardar básculas, pesos y medidas oficiales) y hasta un reloj de sol (horologium) para informar a la gentil clientela de la hora del cierre.

En este macellum se podía comprar de todo en materia de alimentación, sobre todo productos de cierta categoría que no se pudiesen adquirir en otros pequeños mercados localizados aquí y allá donde abastecerse de lo necesario para el día a día. De hecho, a menudo al macellum se le denomina Forum Cuppedinis (cupidinis, cupedinarium), refiriéndose con ello a las exquisiteces y productos gourmet que allí se podían adquirir. Antes de ser absorbido por el edificio del año 179 aC el forum cuppedinis se hallaba al norte del Comitium, en la calle de los Cornejales -entre la vía Sacra y el Argileto- y ya entonces era conocido por ser un mercado de productos de lujo, que más o menos es lo que significa ‘cuppedium’ (Varro LL V,146). Mantuvo la denominación en el nuevo macellum del 179 aC para referirse a los comercios de productos exquisitos, aunque por metonimia también denomina al mercado entero. 


Carnicería. Museo della Civiltà Romana


¿Qué finuras se podrían comprar allí a un precio caro carísimo? Pues por ejemplo especias exóticas, condimentos varios y hierbas raras -pimienta, malobatron, amomo, jengibre, nardo, cardamomo-, defrutum de primera calidad, miel de romero; el famoso garum sociorum que se vendía en tarritos, como si fuera perfume; conservas de todo tipo; frutas frescas de temporada (melocotones, dátiles Nicolaos, cerezas, manzanas Matianas); salazones (salsamenta) de atún, bonito, caballa, erizo de mar; trufas; hígado engordado con higos…

Las carnicerías del macellum ofrecían aves de corral, lechones, caza menor (perdices, tordos, liebres), tetillas de cerda, salchichas, jamones… además de lirones, caracoles y otros animalillos criados en viveros para disfrute del paladar patricio. 

El pescado fresco era uno de los súper ventas del mercado, que también se denominaba Forum Piscarium o Piscatorium justo por eso. Esta denominación era la que tenía el primer mercado de pescado, situado al norte del Foro, y mantuvo el nombre después de su traslado al nuevo edificio del año 179 aC. El pescado fresco procedía en buena parte de los viveros de peces propiedad de aristócratas que los criaban con fines lucrativos en sus villae maritimae de la Campania. Según cuenta Varrón, hay dos tipos de viveros, los de agua dulce “para la plebe” y los de agua salada, carísimos de mantener y por tanto indicados solo para los patricios de paladar delicado y monedero espléndido. En estos viveros de agua salada se criaban ostras, morenas, mújoles, salmonetes, lubinas, rodaballos… un auténtico lujo. Tampoco era barato el producto fresco conseguido del mar, ya fuera atún, pulpo, langostino, sardina o morralla. 

En tiempos de la República también se usó la denominación Forum Coquinum para referirse al mercado. Quizá sería la parte del mismo donde se podían adquirir alimentos ya cocinados y también contratar cocineros para un evento especial, igual que se hacía en Grecia. En tiempos de Plauto las comidas cotidianas las preparaba cualquier persona de casa -esclavos o matronas-, más o menos apañada en la cocina. Pero cuando había un acontecimiento importante o masivo -una boda, por ejemplo- se contrataba en el mercado por un módico precio a cocineros con todos sus utensilios y personal de cocina necesarios. Hasta las bailarinas y los flautistas se podían contratar. Los más buscados eran los que procedían de Sicilia y de Asia Menor, fruto de las conquistas romanas, famosos por sus grandes conocimientos gastronómicos. En las comedias de Plauto y Terencio abundan las referencias a los cocineros que se ofrecen en el mercado, y Suetonio cuenta que Julio César encargó a unos profesionales del mercado los platos del banquete público en memoria de su hija, más o menos como un servicio de catering moderno (Suet. Caes.26,2).


Bailarinas y músicos para amenizar los banquetes.

Subiendo un poco más llegaríamos al barrio de SUBURA, donde reinaba el ambiente más bohemio ya a finales de la República. Atravesado por la calle del Argiletum, que lo conectaba con el foro, el barrio de Subura era el más romano de Roma. Subura era el barrio de salir. Entre insulae abarrotadas de gente y rincones de fama discutible, se hallaban baños, tabernas, tiendas y todo tipo de diversiones callejeras. Si querías divertirte de verdad, debías ir a Subura, el barrio con más ambiente y bullicio de toda Roma. Y el más criticado por los censores, por supuesto.

¿Qué encontramos allí? Para empezar, mercados callejeros con especialidades refinadas, como nos indica el poeta Marcial: “Roncas aves de corral y huevos de sus madres, higos de Quíos tostados por un moderado calor y una ruda cría de la quejumbrosa cabra y olivas ya desiguales por los fríos y hortalizas blancas por las gélidas escarchas” (VII,31). Unos mercadillos bien abastecidos de productos de calidad. Pero no solo. Subura era el lugar ideal para comer y cenar fuera. Además de puestos de comida callejera para picotear al mediodía, provistos de pastelitos de queso, salchichas, pescadito frito o garbanzos torrados, había una amplia oferta de tabernas, bares y restaurantes de todo tipo y reputación. Una cita de Juvenal da a entender que en ese barrio había una escuela de hostelería a cargo de un tal Trífero quien enseñaba, por ejemplo, el arte de trinchar la carne. Juvenal, que no se puede permitir esas finuras, menciona algunas especialidades que él no va a comer: “unas buenas tetillas de marrana, la liebre, el jabalí, el antílope, los faisanes y un enorme flamenco, la cabra getula, en fin, esa comida superrefinada, que resuena a madera de olmo por toda la Subura” (Sat. XI,136-141). Aunque el autor esté exagerando en su sátira, entendemos que en el barrio se disfrutaba del buen comer.


Publicidad de una taberna lusoria (casino) con fascinus propiciatorios y un cubilete de dados.
Museo Archeologico Nazionale Napoli


Pero no todo era ambiente de hedonismo y lujo. Los tugurios de mala muerte también abundaban, y por allí se colaba Nerón de incógnito cometiendo fechorías, destrozando las tiendas a su vuelta y asaltando a los “transeúntes que regresaban de cenar” (Suet. Nero 26). Esos transeúntes eran gente de todo tipo, igual un estibador del puerto que un senador con su esposa, porque Subura es el típico caso de barrio popular, pero invadido por las clases pudientes. ¿Quién puede resistirse a una oferta amplísima de diversiones en un ambiente pintoresco? Pues los moralistas, está claro. 

De hecho, las fuentes escritas mencionan algunos personajes de la élite que rondaban por allí o incluso vivían en el barrio, como Plinio el Joven, Juvenal, el cónsul Lucio Arruncio Estela o Julio César, que vivió en una casa modesta de la Subura antes de trasladarse a la vía Sacra.

En el barrio abarrotado y maloliente de Subura, había comercios de todo tipo: ferreterías, zapaterías, carpinterías, telas diversas y lana, barberos, pregoneros, médicos, cómicos… Había peluquerías y salones de belleza: “Aunque estés en tu casa y te acicales en plena Subura, y te hagan las melenas, Gala, que te faltan” (Mart. IX,37). Aunque, no nos engañemos, el barrio era famoso por los prostíbulos y por todo tipo de perdularios y ‘profesionales’ indecorosos: sicarios, verdugos, especuladores, adivinos… El ambiente bohemio es lo que tiene.


Escena de taberna. Pompeya.


Y hasta aquí nuestro recorrido por las tiendas y comercios de la antigua Roma. Sean felices!




Imagen de portada: Venta ambulante en el foro. Casa de Julia Felix (Pompeya)


BIBLIOGRAFÍA EXTRA:


Pérez González, Jordi: “Arquitectura comercial de la ciudad de Roma. Una aproximación a la definición de las avenidas de carácter suntuario: de la vía Sacra a la Quinta Avenida”; European Journal of Roman Architecture, 1, 2017, pp. 143-175 (http://ceipac.ub.edu/biblio/Data/A/0969.pdf)


Lozano, Sandra et alii: Civilizaciones antiguas. La Génesis de la gastronomía. elBullifundation, 2023.


Torrecilla Aznar, Ana: “Aproximación al estudio de los macella romanos en Hispania”; Caesaraugusta, 78, 2007, pp. 455-480 (https://acortar.link/Aczpra)


lunes, 12 de julio de 2021

LIXAE, COMIDA CALLEJERA Y VENTA AMBULANTE EN LA ANTIGUA ROMA

© Monty Python. Life of Brian

 Lenguas de alondra, hígado de chorlito, sesos de jabalí, orejas de jaguar, pezones de loba… compren mientras están calentitos”. Estos y otros aperitivos imperialistas, como los morros de nutria o los higadillos de erizo, son los productos que ofrece Brian a los miembros del Frente Popular de Judea mientras estos conspiran en las gradas del anfiteatro. Quitando lo exótico -y paródico- de la oferta, la escena que vemos en La vida de Brian es bastante exacta.

En la antigua Roma era muy fácil comer fuera. De hecho, para la mayoría de la gente era más fácil comer fuera que comer en su propia casa, que carecía de equipamiento. La oferta de bares, tabernas, popinae, cauponae y otros establecimientos dedicados a la restauración era bastante amplia, y abarcaba desde el tugurio  más cutre a los locales equipados con triclinio y ubicados en preciosos jardines. 

Sin embargo, la oferta no acaba aquí, porque además de estos lugares fijos, también se podía comer y beber en la calle echando mano de la venta ambulante, un recurso tan popular en la Antigüedad como lo es en la actualidad.


Vamos a ello


Mosaico con detalle de mercado. Phoenix Ancient Art.


La venta ambulante estaba presente en todos los puntos de la ciudad, sobre todo allá donde se congregaba un buen número de personas. Uno de los puntos clave eran los mercados. Las ciudades contaban con mercados generales y también mercados especializados en productos concretos, como pescados, carnes, vinos, verduras y todo tipo de finuras y delicatessen. Por lo general, constaban de un espacio abierto rodeado de pequeñas tabernae donde se podían adquirir los alimentos, aunque también era más que posible que pudieran degustarse platos preparados para ir pasando la jornada. Además, existían los mercados periódicos, llamados nundinae, que tenían lugar cada nueve días y se extendían por las ciudades y por todo el medio rural. En estos mercadillos periódicos, donde los campesinos y grandes productores podían vender sus excedentes a los consumidores, abundaban los comerciantes itinerantes que se desplazaban por los pueblos siguiendo una ruta comercial ligada al calendario. 

En todo caso, donde había un mercado había venta callejera de productos de todo tipo, incluídas las elaboraciones culinarias preparadas para llevar o para consumir en el mismo lugar. En los mercados era normal que panaderos, taberneros, cocineros profesionales que se podían contratar allí mismo y hasta particulares con buena mano improvisaran un puesto ambulante donde ofrecer comida callejera. 

Se han conservado unas pinturas aparecidas en el atrio de la Casa de Julia Felix con representación de vendedores ambulantes en el Foro de Pompeya. La escena es de  lo más completo: carretas cargadas de mercancías, mendigos, vendedores de telas, de zapatos, de verduras, el que repara o vende ollas y utensilios, el maestro en plena sesión de azotes al alumno díscolo, el vendedor de pan, gente por todas partes que habla, que discute,  que se saluda, que lee los avisos públicos… En medio de toda esta confusión incluso se muestra un grupo de personas alrededor de una olla sobre el fuego, una auténtica escena de comida callejera.


Vendedores ambulantes. Casa de Julia Felix. 


Los vendedores ambulantes de comidas calientes ya preparadas -conocidos como lixae- pululaban también por otros lugares muy concurridos. Los textos insisten mucho en las termas, lo cual no nos sorprende en absoluto, dado que las termas eran toda una institución. Allí uno se podía pasar horas y horas: había restaurantes, tiendas de todo tipo, gimnasio, piscina, spa, salón de masajes, jardines para pasear, biblioteca… Las termas eran el mejor sitio para quedar con amigos, para hacerse invitar a una cena, para relajarse y para divertirse. Todo el mundo iba a las termas. En sus instalaciones era fácil comprarse algo para picotear y la oferta gastronómica era bastante amplia. Además de los lugares fijos donde sentarse a la mesa -o reclinarse, depende del nivel del local-, se podía comprar comida en los puestos ambulantes. Todo dependía de la ocasión o del bolsillo del hambriento comensal. Séneca, que vivía sobre unas termas en la concurrida ciudad de Baiae (Bayas), comenta el ruido que producían estos vendedores pregonando su mercancía a grito pelado. En concreto menciona al vendedor de bebidas, al salchichero y al pastelero, quienes llaman la atención “con una peculiar y característica modulación”, es decir, con su tonadilla particular y a todo volumen (Epist.VI,56,2). 


También se les podía encontrar en la entrada de todo tipo de espectáculos. Ya fueran carreras de carros, combates de gladiadores, cacerías de animales o bien obras de teatro, lo habitual era pasar las horas comiendo en las inmediaciones del lugar o en las mismas gradas. Es fácil imaginarse un vendedor como nuestro Brian, pero en lugar de morros de nutria ofrecería guisantes, habas y altramuces.  Estas tres legumbres las menciona Horacio como consumo habitual en los estadios (Sat.II,182), y se imagina que las servían secas y marinadas para conseguir un snack saladito. También se podrían comprar cosas más sustanciosas. Un texto de Plauto anima al público del teatro a comprar pasteles salados de queso (scriblitae) y que se los coman allí mismo mientras aún están calentitos (Poen. 40-43). Plauto anima a acudir a la popina, pero es muy probable que el dueño o dueña de la popina ya hubiera enviado a su propio esclavo a vender sus elaboraciones a las puertas del teatro, desplazando la cocina al lugar donde se acumula la demanda.


© Astérix gladiador


Igualmente era fácil encontrarlos cerca de los templos, donde había también bastante concurrencia. Cerca del Templo de Apolo en Pompeya han resistido al tiempo unos graffiti con el nombre de dos libarii, es decir, vendedores de liba, llamados Verecunnus y Pudens, que hicieron las pintadas en la pared para marcar su lugar entre los vendedores ambulantes, el sitio que normalmente ocupaba cada uno de forma regular. Seguramente estos libarii eran claros competidores entre sí, pero no los únicos de las proximidades del Templo de Apolo y probablemente tampoco se habían sacado la licencia necesaria que otorgaban los ediles (permissu aedilium) para poder instalarse en la calle. Así pues, cerca de los templos se podrían adquirir pastelillos tradicionales relacionados con una festividad o una deidad, ideales para merendar o para ofrendas rituales. 


CIL IV,1768


Los vendedores ambulantes invadían toda la ciudad. Se les veía en plazas, calles, pórticos, esquinas, fuentes.. Allí donde había concurrencia colocaban su carrito, abrían su mesita, incluso plantaban un toldo para protegerse del sol y voceaban su mercancía a los cuatro vientos. En ocasiones la situación era tan molesta que se intentó regular por ley. Domiciano en el año 92 promulgó un edicto para evitar que nuevos vendedores se instalasen en cualquier sitio.  Esta situación es recogida también por un epigrama de Marcial (VII,61):


Se había apoderado de toda la ciudad el vendedor eventual y en el propio umbral de uno no había umbral ninguno. Ordenaste, Germánico, que se ampliaran los pequeños barrios y lo que poco ha había sido una senda se ha convertido en una avenida. Ni un solo pilar está todo él ceñido de botellas encadenadas, ni el pretor se ve obligado a caminar por medio del barro, ni se saca en medio de la apretada muchedumbre una navaja escondida, ni una negra cocina ocupa las calles enteras. El peluquero, el tabernero, el cocinero, el carnicero respetan sus propios umbrales: Ahora es Roma, no hace nada ha sido una gran tienda”.


 © HBO Rome



La oferta gastronómica


¿Qué se podía comprar a estos vendedores ambulantes? Pues, prácticamente, de todo. Además de los libarii ya mencionados, existían los crustularii, que vendían pasteles y bollos dulces, con miel y queso fresco; los isiciarii, expertos en albóndigas, o los botularii, que vendían salchichas, uno de los productos más mencionados por las fuentes escritas. Estas salchichas estaban muy especiadas y ahumadas, y seguramente se parecían más a nuestro concepto de embutido que de salchicha. Eran muy populares, y uno de los atractivos de la ciudad de Baiae, llena de turistas de alto standing. Otros vendían vino, y para ello era tan fácil como situarse al lado de una fuente y vender el vino mezclado allí mismo. Y quien dice vino, dice posca: uno de los amantes del emperador Vitelio, el liberto Asiático, tras abandonar al emperador, apareció en Puzzola donde vendía esta mezcla de vino malo aguado (poscam vendentem) (Suet. Vitel.12).

Y también pescadito frito, aceitunas, higos secos, dátiles, castañas asadas, buñuelos (por ejemplo los globi de Catón, unas bolitas fritas de harina, queso y huevo), guisos de caracoles, salazones, quesos, brochetas de carne, garbanzos en remojo (cicer madidum) o mejor aún, asados (cicer tepidum), los preferidos para picar mientras uno está en los juegos... De todo.


Mala fama


La actividad de los vendedores ambulantes y la comida callejera era vista con muy malos ojos por parte de los moralistas. Ofrecían productos baratos y muy populares, se movían por ambientes no del todo recomendables para la gente decente, y por tanto eran vistos como una actividad vulgar y despreciable. Eso es lo que se desprende de los textos que, como todo el mundo sabe, fueron escritos por la élite. La sociedad elegante fingía que evitaba estos ambientes, aunque todos caían en el puesto de salchichas en Baiae, contrataban los servicios de cocineros que se ofrecían en los mercados y frecuentaban el bullicio de los barrios más populares, como el Velabro o la Subura. En estos barrios había juerga, se podían comprar productos de lujo, degustar especialidades exóticas, alternar con gente bohemia, disfrutar de espectáculos ‘alternativos’...  Sin embargo, el decoro siempre impone sus normas y los textos nos muestran este oficio impregnado del más profundo desprecio. Marcial, para insultar a un tal Cecilio, lo compara con los oficios de peor fama, todos de carácter itinerante: 

Cecilio, te imaginas que eres cortés, y no lo eres, créeme. ¿Que qué eres? Un bufón; lo que un vendedor ambulante del Transtíber que cambia pajuelas de azufre por vasos de vidrio rotos; lo que quien vende garbanzos en remojo a los ociosos que lo rodean; lo que el guardián y encantador de víboras; lo que los viles esclavos vendedores de salazones, lo que el cocinero que pregona ronco salchichas humeantes por las tibias tabernas; lo que un poeta callejero sin talento, lo que un desvergonzado maestro de Cádiz (...)” (Mart.I,41).



Así es el pueblo romano, siempre en un sinvivir entre su obsesión por la frugalidad y el deseo de disfrutar al máximo de los placeres.


© Monty Python. Life of Brian



Prosit!