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lunes, 29 de julio de 2019

COMER FUERA EN LA ANTIGUA ROMA: TIPOS DE ESTABLECIMIENTOS

Tipos de vino y precios. Herculano
Comer fuera en las ciudades del territorio dominado por Roma es muy frecuente. Además de participar en la animada vida de las calles, con los negocios del foro, las obligaciones cívicas, las visitas al mercado, el trabajo lejos de casa, las visitas protocolarias o la asistencia a festivales religiosos, teatros y otros espectáculos, debemos tener en cuenta que muchas de las viviendas no tenían ni cocina ni comedor ni agua caliente, por lo que la compra de un alimento ya elaborado era muy, muy común. Las posibilidades para comer fuera de casa en una ciudad romana eran muchas y muy variadas, y permitían desde tomar un piscolabis antes de entrar al teatro hasta una cena completa con triclinio y todo. Vayamos por partes.

Los locales más frecuentes eran las tabernae y las popinae, que se corresponden a grosso modo con nuestros bares y casas de comidas respectivamente. Lo que entendemos por ‘bar’ o ‘tasca’ era la TABERNA VINARIA, es decir, un lugar especializado en la venta y consumo de vino. Solían tener un mostrador abierto hacia la calle con varios recipientes empotrados (dolia). Se desconoce el contenido de estos recipientes porque la arqueología ha recuperado pocos restos orgánicos (algunas nueces en Herculano y poco más), pero la porosidad del material hace imposible que fueran líquidos. Junto al mostrador, no faltaba un hornillo para mantener siempre el agua caliente (para mezclar con el vino, por ejemplo). Una cocina y un número variable de ánforas con vino completaba el ambiente de la taberna. Se han hallado todo tipo de objetos que facilitaban el servicio: copas y platos de cerámica, cuchillos, jarras, vasos de vidrio, embudos de bronce para traspasar el vino desde las ánforas hasta las jarras…

Gran taberna. Herculano. 

Por lo que respecta al vino, se servía de calidades y precios diferentes, desde la posca -vino avinagrado con agua- de dudosa calidad hasta los vinos de mayor renombre, como el Falerno. En Herculano hallamos una pintura de una taberna (Ad Cucumas) con la exhibición de calidades y precios, y en las paredes de la taberna de Hedoné en Pompeya leemos lo que la propia Hedoné proclama: assibus hic bibitur, dipundium si dederis meliora bibes, quattus si dederis vina Falerna bibes (CIL IV, 1679) (‘aquí se puede beber por un as, si pagas dos beberás un vino mejor, pero si das cuatro beberás Falerno’). Las referencias al vino se muestran en la mayoría de tabernas en forma de pinturas o mosaicos, que actúan como reclamo publicitario. Un ejemplo es el mosaico en blanco y negro que se halla en el suelo de uno de estos bares en Ostia Antica: hospes, inquii Fortunatus, vinum e cratera quod sitis bibe (CIL XIV,4756), que se ha interpretado más o menos como ‘El tabernero Fortunatus dice: si tienes sed bebe vino de la crátera’.
Junto al vino se podían servir garbanzos, rábanos, aceitunas, jamón, salazones y otras chucherías que despiertan la sed.  En las paredes de la pompeyana taberna de Aticto se puede leer Oliva condita XVII K. Novembres (‘olivas puestas en conserva el 16 de octubre’), sin duda para consumir con el vino (CIL IV,8489) y Horacio nos dice que “A un bebedor que esté mustio lo animarás con quisquillas asadas y con caracoles de África” (Serm. II,4), ideales para excitar la sed de los parroquianos que pueblan la taberna.
En función de su tamaño y categoría, las tabernas podían tener una o varias salas, o bien no tener ninguna y despachar el vino para llevar, no para consumir. Algunas de ellas también vendían platos preparados, generalmente para llevar, del tipo salchichas, pescadito frito, dulces

Inscripción Caupona de Fortunato Ostia Antica (CIL XIV 4756 )
La POPINA es nuestro mesón, casa de comidas o bar de menú. Modestas y sin pretensiones, servían platos preparados con el acompañamiento mínimo de vino, el que se necesita para comer. Como es de esperar, la calidad de los locales y de las comidas que se ofrecían en ellos podía variar muchísimo de unas a otras. Los autores clásicos normalmente nos las presentan como tenebrosas, grasientas y llenas de maleantes. Claro que los autores clásicos nos proyectan sus intereses y su necesidad de marcar la propia clase social. Nos faltaría la opinión de los clientes más modestos para equilibrar. Seguramente eran locales populares, sin pretensiones, donde fundamentalmente se iba a comer con amigos o familia o bien porque se estaba de paso.
Comer en la popina: Garbanzos, oreja de cerdo, ajos tiernos
 y rábano. foto: @abemvs_incena
Los platos que se podían degustar en las popinae respondían a la necesidad de comer algo caliente y bien preparado, alejado de las pocas viandas frías que sí se tenían en casa (pan, queso, fruta y pare usted de contar). Sabemos por los textos que allí se podía consumir vientre de cerda, como nos indica Juvenal al hablar de un esclavo que trabaja sin ganas porque rememora “a qué sabe el vientre de cerda (vulva) tomado en una taberna sofocante (popinae)” (Sat. XI,82); o las salchichas humeantes (fumantia … tomacla), pregonadas a gritos por el cocinero (Mart. I,41); o los puerros partidos y los morros de cordero cocidos que menciona Juvenal (Iuv. III,293); o toda suerte de legumbres y verduras, que se podían vender incluso durante las prohibiciones de toda comida cocinada en las popinae. Sabemos por Plauto que en estos establecimientos era fácil encontrar pasteles dulces y salados, empanadas, focaccias o como uno las quiera llamar, calentitas e ideales para consumir por ahí. Algo bastante parecido a una pizza: “Ah, otra cosa, por poco se me olvida: vosotros, los que venís acompañando a vuestros amos, mientras que dura la representación, dad el asalto a las tabernas (in popinam) ahora que se os brinda la ocasión, mientras que están calentitas las focaccias (scriblitae), ¡a por ellas!” (Plauto, Poen.41-43). Algunos aperitivos fríos también se servían en las popinae, como los universales huevos, los higadillos o las cebollas, que se mostraban al público sumergidos en recipientes de vidrio llenos de agua para distorsionar su tamaño y resultar más apetecibles e irresistibles, como nos indican los textos (Macr. Sat. VII,14,1) y la pintura anunciando las ‘especialidades’ de un establecimiento en Ostia Antica.
Fresco con detalle de legumbres, verduras y huevos. Ostia Antica
A menudo a las tabernae y las popinae se las denomina de forma genérica como  THERMOPOLIUM. Este término se refiere a locales donde se vendía agua caliente esterilizada (hervida) necesaria para diferentes usos alimentarios, especialmente para mezclar con vino. Pero esta palabra de origen griego en realidad aparece utilizada solamente por Plauto en el siglo II aC (Trin. 1013). Si fue un término popular, posteriormente cayó en desuso. Por tanto, aunque entre historiadores es muy común denominar ‘termopolio’ a los locales donde se podía comer y beber (y resulta muy práctico para no tener que especificar tanto), debemos ser conscientes de que entre los propios romanos la palabra apenas se usaba.

Todos estos locales se hallaban en lugares estratégicos, allí donde se concentraba la mayor cantidad de gente: calles comerciales o cercanías de teatros, termas, mercados, foros y puertas de la ciudad. También junto a la casa de los gladiadores, cerca de los lupanares y en general cerca de cualquier lugar donde se tratasen asuntos comerciales.

Caupona de Salvius. Pompeya
Otros nombres denominaban a la taberna y a la popina. El GURGUSTIUM era un tipo de bar muy pequeño y sin sitio para sentarse, un auténtico tugurio no demasiado limpio pero, eso sí, económico. La GANEA o GANEUM tenía peor reputación: un antro oscuro y siniestro donde se juntaba gente de la peor condición. Era visitado frecuentemente por la policía y parece que se habilitaba también como burdel. Por OENOPOLIUM se entiende también un lugar de venta de vinos, sinónimo de ‘taberna’, pero es un helenismo que solo se ha documentado en las obras de Plauto, como ‘thermopolium’. La CAUPONA es un equivalente a la ‘popina’, pero con la posibilidad de alojarse en ella, haciendo de hostal. Es el establecimiento típico que se encuentra en las provincias, a lo largo de las carreteras, donde los viajeros pueden alojarse y comer en sus viajes, es una especie de parador, venta o posada. Otras palabras se refieren a este mismo uso, es decir, el de lugar donde alojarse con posibilidad de comer en él: el HOSPITIUM, donde la clientela tenía derecho a una habitación (cella) individual equipada con un lecho, un candelabro y un orinal. Los viajeros podían consumir las especialidades culinarias del local en cuestión o buscarse la vida por su cuenta. Este término acabó sustituyendo a ‘caupona’. Si los viajeros se desplazaban en carro y necesitaban un alojamiento con cuadra para caballos existían los STABULA. Y si los viajeros preferían la oferta de los edificios del Estado en lugar de los de titularidad privada, podían optar por las MANSIONES, moteles de carretera bastante grandes y equipados de tiendas, o las STATIONES y MUTATIONES, estaciones de servicio para cambiar los caballos y repostar durante el viaje. En todos ellos se podía comer como en una caupona, con mayor o menor fortuna.

Pompeya. Termopolio Regio V
Volviendo a la urbe, debemos hablar de aquellos locales que se consideraban elegantes, que también los había. Frecuentados por la buena sociedad -o quien aspiraba a ello-, permitían disfrutar de una cena en un local moderno y de lujo, diferenciándose de la gente humilde y eliminando las connotaciones negativas que tenían los locales populares a ojos de quien se considera élite -o aspira a serlo-. Marcial utiliza el término CENATIO para referirse a uno de ellos, llamado ‘Mica aurea’, un cenador construido por Domiciano en el monte Celio, con todas las comodidades y unas vistas geniales sobre Roma, que incluían el Mausoleo de Augusto (Mart. II,59). Otras opciones permitían comer de forma elegante aunque sin tanto lujo. En Pompeya se puede apreciar un triclinio en el espacio dedicado al ‘bar-restaurante’ de la casa de Iulia Felix. Se cree que en la Casa de los Castos Amantes, también en Pompeya, se podía pagar para celebrar una cena en el amplio comedor decorado con escenas de banquete. Si uno tenía una celebración importante, pero carecía de espacio (para cocinar y para comer) y de personal de servicio adecuados, podía solucionarse el problema de forma bastante digna. Estos locales de moda se anunciaban pomposamente para atraer a los clientes: “aquí se alquila alojamiento, con triclinio de tres lechos y todas las comodidades” leemos en una inscripción (CIL IV,807) (‘hospitium hic locatur, triclinium cum tribus lectis et commodis omnibus’). Como se ve, uno de los aspectos principales para demostrar lo refinado del restaurante, alejado del mundo bárbaro y populachero de las tabernas ordinarias, es la posibilidad de comer reclinado en un triclinio.
Termopolio de la Casa de Iulia Felix en Pompeya: triclinio, mesas y asientos.
fuente: http://www.pompeiiinpictures.com
El panorama para comer fuera se completa con los puestos ambulantes. En general, a los vendedores ambulantes de comida caliente se les denomina LIXAE. Aquí entran los isiciarii (vendedores de albóndigas), los crustularii (de pasteles y bollos dulces, con miel y queso fresco), los botularii (de salchichas) y tantos otros que proveían a la gente de bebidas, pescadito frito, bocadillos, altramuces, dátiles, garbanzos en remojo (cicer madidum) o asados (cicer tepidum), castañas asadas, higos secos, semillas de calabaza, aceitunas… Séneca nos los presenta pregonando su mercancía a grito pelado en los alrededores de las termas (Ep.VI,56,2), contribuyendo al ruido ambiental que ya producían los jugadores de pelota, los atletas, la gente que se zambulle en las piscinas, la que habla en voz alta, los gritos derivados de la depilación… alboroto que, sin embargo, no lo saca de su concentración para el estudio.
Estos vendedores se hallaban en teatros, anfiteatros, baños públicos, estadios..., y se instalaban bajo los pórticos de las plazas o bajo las arcadas de las galerías. A veces estaban cubiertos con toldos que los protegían de la lluvia y del sol (en cuyo caso se llamaban TENTORIA), y otras simplemente constaban de unos tableros formando un banco (TABERNACULA). Para ejercer se necesitaba una licencia que otorgaban los ediles (permissu aedilium) y se ejercía sobre ellos bastante control con el fin de evitar problemas de ebriedad y desorden, sobre todo en las termas.

Buen provecho!

jueves, 24 de mayo de 2018

POSCA, LA BEBIDA POPULAR

Foto: @Abemvs_incena

La posca era una bebida muy popular en los tiempos de Roma. Barata, refrescante y relativamente saludable, era consumida por la plebe y la soldadesca. Consistía en una mezcla de agua y acetum, es decir, vino malo o incluso vinagre. Cuando el vino empezaba a picarse, en su camino hacia la fermentación del alcohol etílico en ácido acético, ya se consideraba vino de mala calidad, aunque apto para hacer posca. Así, bajo el nombre “acetum” uno se puede encontrar desde el vino que empezaba a ponerse acre hasta el propio vinagre, pasando por todas las categorías de vinacho peleón, que en Roma debían de ser muchas. Con este acetum mezclado con agua se hacía la posca.

Como bebida barata que era, de calidad dudosa, era consumida por las clases más populares, porque al menos podía dejar cierto regusto a vino. Con ese valor de bebida pobretona aparece en diferentes textos. Leemos en Plauto: “No está mal la cosa: unos hartos de vino, y otros… a beber agua con vinagre” (alii poscam potitant) (Plaut. Mil. 836). Y también: “Por un regalo tan insignificante, un par de berzas y de comestibles y bebidas de mala muerte (escarum et poscarum), ¿das tus favores a un amante tan relamido?” (Plaut. Truc. 609-610).


Hablando de los peligros de la noche, Juvenal comenta una escena en la que unos perdularios interrogan al narrador, que es pobre como una rata: “¿De dónde vienes? -te grita- ¿Dónde te has hartado de tintorro (cuius aceto) y de habas? ¿Qué zapatero ha comido contigo puerros partidos y morros de cordero cocido?” (Iuv. III,292-293)
Que se vendía en puestos de mala muerte, quizá ambulantes, también aparece en los textos. Suetonio nos menciona un amante del emperador Vitelio, el liberto Asiático, quien, tras abandonar al emperador, fue hallado por este en Puzzola, “donde vendía vino malo” (poscam vendentem) (Suet. Vitel.12).
Pero no solo las clases populares beben “acetum”. Es también la bebida de los avaros y los miserables, aunque sean ricos: “si, mientras tiene guardados en casa mil jarros de vino de Quíos y de añejo falerno -y eso no es nada, pongamos trescientos mil-, bebe acre vinagre (acre potet acetum)” (Hor. Serm II,3,116).

La posca era la bebida oficial de los legionarios en campaña, pues tenía mucho menos alcohol que el vino y además cumplía con una importante función antiséptica: eliminaba los gérmenes del agua y prevenía la disentería. Junto al cereal en forma de galleta (buccellatum), la grasa de la carne de cerdo salada (laridum) y la proteína del queso (caseus), el acetum es uno de los ingredientes principales de la dieta del soldado en campaña. Así aparecen mencionados en numerosos textos, como en la biografía del emperador Adriano quien, dando ejemplo de vida militar, comía lo mismo que sus tropas: “comiendo con placer el rancho castrense delante de todos, es decir, tocino, queso y agua mezclada con vinagre (larido, caseo et posca)” (Elio Esp. Adr.10). También Catón el Censor “en las campañas bebía agua, excepto, cuando por estar muy sediento, pedía vinagre, o, al fallarle las fuerzas, tomaba un poco de vino flojo” (Plut. Cat. 1). Y en la biografía del usurpador Pescenio Niger, leemos que “ordenó que los soldados no bebieran vino en campaña, sino que todos se contentaran con vinagre” (Elio Esp. Pesc.10).

Foto: @Abemvs_incena (Magna Celebratio 2017)

Por supuesto, es la bebida que un legionario piadoso le proporciona a Jesús cuando este dice tener sed: “Y enseguida, uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofreció de beber” (Mateo 27,48).
El consumo de vino y de alimentos más “refinados” se asociaba a la falta de disciplina y a fracaso militar: “Prohibió también que los soldados llevaran en campaña otras provisiones que no fueran tocino, bizcochos y vinagre (laridum ac buccellatum atque acetum) y, si descubría algún otro alimento, castigaba este lujo con una pena severa” (Gall.Avidio Casio,5).
Por otra parte, la importancia del vinagre para la supervivencia de las tropas se hace patente también en algunos textos. Vegecio en su Compendio de técnica militar, dice que “la escasez de grano, de vinagre o vino y de sal debe ser prevenida en cualquier estación” (Veg. 3,3,10). Y Apiano de Alejandría menciona en su Historia sobre la conquista de Hispania que los legionarios “no tenían vino, sal, vinagre, ni aceite”, motivo por el que tenían que comer la comida del país (básicamente venado y liebre cocida y sin sal) y “enfermaban del vientre y muchos incluso morían” (Ap. Iberia,54).

La posca tenía también usos culinarios, ya que está compuesta de vinagre, que era uno de los condimentos más apreciados y utilizados. El recetario de Apicio menciona dos recetas de Sala cattabia en las que se nombra la posca (Apicio IV,1). La Sala cattabia es una receta popular y fácil de hacer que consiste en un plato frío de queso, verduras, especias y pan remojado previamente en posca.

Receta de posca

Foto: @Abemvs_incena

De la posca no ha sobrevivido ninguna receta. La podemos imaginar en proporción variable de agua y vinagre o de agua y vino agrio. Podemos imaginar que la beberían bien fría si ello era posible. O que la mezclarían con miel, a la manera del oxýmeli (ojimiel), que es una bebida medicinal que también lleva sal marina y agua de lluvia, y que la mencionan Dioscórides, Ateneo y Plinio.

La cuestión es que la receta de posca no ha sobrevivido. Partiendo de esto, sólo podemos proponer interpretaciones. He de decir que se ha hecho muy popular la receta que propone Cathy K. Kaufman en su libro Cooking in Ancient Civilizations. La he encontrado reproducida hasta la saciedad en bibliografías y páginas de internet y es la siguiente: 1 taza y media de vinagre; media taza de miel; 1 cucharada de semillas de cilantro y 4 tazas de agua. Se trata de mezclar todos los ingredientes (las semillas de cilantro machacadas), hervir para que se disuelva la miel y colar las semillas.
La he probado y reconozco que es difícil de beber. El vinagre, pese a estar diluido, es demasiado fuerte y ni siquiera la miel lo suaviza. Ni dejándolo enfriar mejora.

Sin embargo, partiendo del hecho de que bajo el término “acetum” se esconde no solo el vinagre sino también el vino picado (todos los grados de transformación de uno en otro), se pueden proponer otras recetas. Hemos de imaginar que saldrán tantas soluciones de posca como tipos y calidades de “acetum” tengamos, lo mismo que la proporción de agua-acetum, la posibilidad de enfriarlo con nieve, los aderezos como especias o miel a disposición… No puede haber una única solución, una única receta de posca, como tampoco la hay en la actualidad de otras bebidas populares como el calimocho.

Sin más preámbulos, ahí va nuestra propuesta de posca:

Ingredientes:
- vino tinto (un vaso)
- vinagre de vino (una cucharada sopera)
- agua (muy fría), (cuatro vasos)

Elaboración:
En primer lugar debemos convertir el vino en algo que se pudiera considerar “acetum”. Para ello mezclaremos el vino con unas gotas de vinagre hasta que tenga un sabor de vino avinagrado. Lo mezclamos con agua y lo dejamos enfriar.

Resultado:
Sin ser ninguna maravilla, el sabor es aceptable. Se percibe aún el recuerdo del vino y no es tan agrio como si estuviera hecho solo de vinagre. Es como un vino flojo al estilo del tinto de verano. Es la mejor manera de reciclar un vino de calidad tirando a baja. Uno se puede imaginar las tabernas de mala muerte vendiendo este vino a precios muy bajos, o a los legionarios medio contentos teniendo cierto regusto de vino en boca. Si lo podemos consumir muy frío, está relativamente bueno. Sin embargo, no nos engañemos, la posca es apta básicamente para esos paladares (y estómagos) robustos muy resistentes a los encurtidos.

Aun así, beber posca, cualquiera que sea la receta que practiquemos, nos permite entender mejor el paladar de la antigüedad.  Prosit!