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miércoles, 26 de julio de 2023

MACELLUM, VICUS TUSCUS, SUBURA Y OTRAS ZONAS PARA COMPRAR Y SALIR EN LA ANTIGUA ROMA



Hagamos un recorrido por los barrios comerciales de la antigua Roma, esos lugares habituales adonde acudirían sus habitantes en busca de las mejores sedas, las joyas para sus amantes, los libros de moda, los perfumes de amomo, el garum de Hispania o una lámpara de bronce nueva. ¿A dónde acudirían todos a la hora de ir de compras? ¿Dónde estarían todos los bares de moda, las tabernas con triclinio incluído, las cauponae donde probar un pincho de lirón? Como ocurre actualmente en cualquier gran ciudad -y Roma lo era- las zonas comerciales se concentraban en determinadas calles o barrios del centro, donde abundaban artesanos, tiendas especializadas, mercados, talleres, prostíbulos, peluquerías, tabernas de mala muerte y restaurantes finos. Ir de compras y comer fuera era tan habitual como lo es ahora, y frecuentar los barrios de moda, también.



Desde los tiempos de la República el barrio comercial principal era el VELABRO. Bullicioso y ruidoso como pocos, era un área donde abundaban los comercios dedicados a la alimentación. Se situaba en un valle entre el monte Palatino y la colina Capitolina, allí donde antiguamente se hallaba la higuera Ruminalis nada menos. El Velabro conectaba el Foro Romano con el Foro Boario, un mercado de ganado que quizás fue el más antiguo de Roma. Muy cerca se hallaba también el Foro Holitorio, dedicado a la venta de productos de la huerta: frutas, verduras y hortalizas. Tanto el uno como el otro proveían a la ingente población de la urbe de los alimentos necesarios para su subsistencia. Las verduras y hortalizas procedían de la extensa red de huertos y fincas agrícolas situadas en los suburbios -el ager- o también del excedente de pequeños productores. La carne era transportada viva para garantizar su buen estado. Según el tamaño de las piezas, llegaban en jaulas o por su propio pie, y se sacrificaban en los mataderos situados en las afueras, aunque cerca del mercado del ganado. En el caso de Roma, por ejemplo, el matadero se hallaba cerca de Porta Capena, lo suficientemente cerca de las carnicerías próximas al foro Boario, lo suficientemente lejos como para no molestar con olores y residuos. 


@HBO Rome. Escena de mercado

Pero todo el barrio del Velabro era una especie de centro comercial al aire libre. Era el lugar más concurrido de la ciudad, y allí se podía encontrar de todo. Los textos abundan de referencias. Plauto menciona a los vendedores de aceite (Capt. 489) y a los panaderos, los carniceros, los adivinos y a los que retocan las mercancías (Curc. 484). Y Marcial -dos siglos después- menciona el famosísimo queso ahumado especialidad de la zona: “solo el que ha absorbido el humo del Velabro tiene sabor” (Mart. XIII,32). Si alguien necesitaba puerros, lechugas, coles, huevos, ajos, panceta, salchichas, habas, queso … ese lugar era el mercado de abastos del Velabro.


Venta de verdura. Ostia Antica.


Allí se localizaba también la calle comercial por excelencia: el VICUS TUSCUS, famosa por su trajín de gentes y la variedad de su oferta. Esta calle, llamada así (Vicus Tuscus o barrio Toscano) posiblemente por los artesanos que se instalaron allí en tiempos de la construcción del templo de Júpiter Óptimo Máximo (finales del siglo VI aC), desembocaba en el Foro, circulaba junto al Templo de Cástor y era zona de paso obligado en las procesiones hacia el Circo Máximo durante los Ludi Romani, por lo que estaba siempre muy concurrida y bullía de vida. De nuevo los textos dan pistas de su actividad. Horacio menciona “el pescadero, el frutero, el que caza las aves, el perfumista y toda la turbia impía del barrio Toscano, los bufones con el chacinero (...)” (Sat. II 3, 226-228). Marcial menciona esta calle como ideal para comprar sedas y perfumes ‘a las amigas’ (Mart. XI,27). Allí se vendía también el incienso imprescindible en las ofrendas a los dioses y en los ritos fúnebres y, de hecho, la calle se llegó a llamar vicus Turarius por la gran cantidad de comerciantes de incienso (turarii) instalados allí. Perfume, ungüentos, sedas, joyas, incienso, pero también figuras de marfil, orfebrería, piezas de cerámica, telas teñidas de púrpura, estatuillas de bronce para usar como exvotos, los mismos incensarios para los templos… objetos de lujo que se podían adquirir en esta famosa calle llena de artesanos. También se situaban en el vicus Tuscus las tiendas de los libreros, concretamente cerca de la estatua del dios estrusco Vortumno (Hor. Ep.I,20), donde sin duda se vendían también rollos de papiro, y   el instrumental necesario para escribir. Aunque no era el único foco, pues las librerías también se concentraban cerca del Foro, en el Argileto (actual vía Cavour),  junto al templo de Jano.


Tienda de telas. Museo degli Uffizi 


El vicus Tuscus también se había hecho famoso por la prostitución. Plauto comenta: “En la calle Toscana están los que hacen comercio de sí mismos” (Curc. 482). Y Catulo menciona un enorme prostíbulo-taberna con capacidad para “cien o doscientos cretinos”, situado en “la novena columna a partir del templo de los hermanos del píleo”, es decir, en el número nueve a partir del templo de Cástor y Pólux, que lindaba al oeste con el vicus Tuscus. Catulo se lamenta de que allí se encuentra trabajando una joven amante suya, por lo que amenaza con pintar toda la fachada con obscenidades y menciona la hipocresía de los clientes, hombres de bien en apariencia a los que califica de ser “unos donnadie y unos puteros de esquina” (Carm.37). 


El vicus Tuscus conectaba, como hemos dicho, el Velabro con el FORO, que es otra zona comercial de interés. Las tiendas del Foro tienen su propia historia. Desde siempre, el Foro había sido un lugar de encuentro, de gestión, de negocios, de asuntos legales, de vida política y religiosa, y por tanto también de actividad comercial. Antiguamente había en el lado sur una hilera de tiendas -conocidas como tabernae veteres- alquiladas a los carniceros por parte del estado. Eran tan antiguas como los primeros artesanos etruscos instalados en el vicus Tuscus. La muerte de la mítica Virginia a manos de su padre para liberarla del malvado decenviro Apio Claudio es justamente con un cuchillo de carnicero cuya tienda se ubicaba en esta zona del foro (Livio III,48). Más tarde, hacia finales del siglo III aC, estos comercios de carnicería fueron desplazados hacia el lado opuesto, donde se construyeron nuevas tiendas -las tabernae novae- mientras que las antiguas se dedicaron a los prestamistas y banqueros. Posteriormente, tanto las novae como las veterae pasaron a ser todas tabernae argentariae, mucho más acordes con la actividad que tenía lugar en el foro, y los carniceros y otros comerciantes de alimentos fueron trasladados más al norte, cerca del Argileto. Además de banqueros y cambistas, en la zona del foro y a lo largo de la vía Sacra se mantuvieron algunos negocios de lujo que, por cierto, estaban controlados por las familias implicadas en las construcciones de basílicas y horrea colindantes: la gens Aemilia, la gens Iulia y la gens Domitia. Es fácil imaginar también a alguna que otra ‘ramera libertina’ rondando por estas mismas basílicas a maridos ricos y hombres de negocios, como indica Plauto (Plaut, Curc. 474). Oro, plata, piedras preciosas, perlas, púrpura, telas delicadas, joyas, perfumes y otros negocios de carácter suntuario se hallaban en la vía Sacra, como si fuera la Quinta Avenida neoyorkina o la via Montenapoleone de Milán, y el prestigio de esta calle atrajo a muchos más comerciantes que se establecieron en sus alrededores, como el vicus Tuscus o el vecino vicus Iugarius.


Cambistas y banqueros. Actividad económica en el Foro.

¿Y qué pasó con los carniceros y otros tenderos que fueron desplazados hacia el norte, cerca del Argileto? Pues que allí acabarían agrupándose en lo que sería el MACELLUM, el mercado cubierto de abastos, otro lugar básico para hacer las compras. No hubo un único macellum. En época republicana estaba muy cerca del foro y de la vía Sacra, en pleno centro (más o menos entre el Argiletum y las Carinae), y ya funcionaba en la segunda mitad del siglo III aC.  Allí se juntaban varios mini mercados colindantes dedicados a diferentes especialidades, con nombres como ‘forum piscarium’, ‘forum cuppedinis’ o ‘forum coquinum’, nombres que señalan los productos disponibles y que posteriormente servirán para designar al mercado tanto como la palabra genérica, ‘macellum’.

En el año 179 aC el censor Fulvius Nobilior construyó un edificio destinado a ser el nuevo mercado republicano, con la voluntad de concentrar todos estos comercios dentro de un recinto cerrado. Se hallaba un poco más al noroeste, tras la Basílica Fulvia-Aemilia, pero seguía siendo muy céntrico. Varrón da noticia de ello: “Después que todo esto que correspondía a la alimentación fue reunido en un único lugar y edificado un lugar para ello, este se denominó Macellum «Mercado» (LL V,147)”. 


Fachada del Macellum inaugurado por Nerón en 59 dC

El edificio del macellum tiene unas características que lo distinguen. Inspirado por el ágora griega, el macellum cuenta con un patio central abierto rodeado de tiendas (tabernae) que se abren a este patio. En el centro, una estructura circular elevada conocida como tholos servía para las ventas por subasta, por ejemplo de pescado, aunque también puede que tuviera una función religiosa, administrativa o simplemente decorativa. El macellum podía tener pórticos, fachada y hasta varias plantas, y debía estar dotado de almacenes, oficinas, fuentes, desagües, una estancia para la mensa ponderaria (donde guardar básculas, pesos y medidas oficiales) y hasta un reloj de sol (horologium) para informar a la gentil clientela de la hora del cierre.

En este macellum se podía comprar de todo en materia de alimentación, sobre todo productos de cierta categoría que no se pudiesen adquirir en otros pequeños mercados localizados aquí y allá donde abastecerse de lo necesario para el día a día. De hecho, a menudo al macellum se le denomina Forum Cuppedinis (cupidinis, cupedinarium), refiriéndose con ello a las exquisiteces y productos gourmet que allí se podían adquirir. Antes de ser absorbido por el edificio del año 179 aC el forum cuppedinis se hallaba al norte del Comitium, en la calle de los Cornejales -entre la vía Sacra y el Argileto- y ya entonces era conocido por ser un mercado de productos de lujo, que más o menos es lo que significa ‘cuppedium’ (Varro LL V,146). Mantuvo la denominación en el nuevo macellum del 179 aC para referirse a los comercios de productos exquisitos, aunque por metonimia también denomina al mercado entero. 


Carnicería. Museo della Civiltà Romana


¿Qué finuras se podrían comprar allí a un precio caro carísimo? Pues por ejemplo especias exóticas, condimentos varios y hierbas raras -pimienta, malobatron, amomo, jengibre, nardo, cardamomo-, defrutum de primera calidad, miel de romero; el famoso garum sociorum que se vendía en tarritos, como si fuera perfume; conservas de todo tipo; frutas frescas de temporada (melocotones, dátiles Nicolaos, cerezas, manzanas Matianas); salazones (salsamenta) de atún, bonito, caballa, erizo de mar; trufas; hígado engordado con higos…

Las carnicerías del macellum ofrecían aves de corral, lechones, caza menor (perdices, tordos, liebres), tetillas de cerda, salchichas, jamones… además de lirones, caracoles y otros animalillos criados en viveros para disfrute del paladar patricio. 

El pescado fresco era uno de los súper ventas del mercado, que también se denominaba Forum Piscarium o Piscatorium justo por eso. Esta denominación era la que tenía el primer mercado de pescado, situado al norte del Foro, y mantuvo el nombre después de su traslado al nuevo edificio del año 179 aC. El pescado fresco procedía en buena parte de los viveros de peces propiedad de aristócratas que los criaban con fines lucrativos en sus villae maritimae de la Campania. Según cuenta Varrón, hay dos tipos de viveros, los de agua dulce “para la plebe” y los de agua salada, carísimos de mantener y por tanto indicados solo para los patricios de paladar delicado y monedero espléndido. En estos viveros de agua salada se criaban ostras, morenas, mújoles, salmonetes, lubinas, rodaballos… un auténtico lujo. Tampoco era barato el producto fresco conseguido del mar, ya fuera atún, pulpo, langostino, sardina o morralla. 

En tiempos de la República también se usó la denominación Forum Coquinum para referirse al mercado. Quizá sería la parte del mismo donde se podían adquirir alimentos ya cocinados y también contratar cocineros para un evento especial, igual que se hacía en Grecia. En tiempos de Plauto las comidas cotidianas las preparaba cualquier persona de casa -esclavos o matronas-, más o menos apañada en la cocina. Pero cuando había un acontecimiento importante o masivo -una boda, por ejemplo- se contrataba en el mercado por un módico precio a cocineros con todos sus utensilios y personal de cocina necesarios. Hasta las bailarinas y los flautistas se podían contratar. Los más buscados eran los que procedían de Sicilia y de Asia Menor, fruto de las conquistas romanas, famosos por sus grandes conocimientos gastronómicos. En las comedias de Plauto y Terencio abundan las referencias a los cocineros que se ofrecen en el mercado, y Suetonio cuenta que Julio César encargó a unos profesionales del mercado los platos del banquete público en memoria de su hija, más o menos como un servicio de catering moderno (Suet. Caes.26,2).


Bailarinas y músicos para amenizar los banquetes.

Subiendo un poco más llegaríamos al barrio de SUBURA, donde reinaba el ambiente más bohemio ya a finales de la República. Atravesado por la calle del Argiletum, que lo conectaba con el foro, el barrio de Subura era el más romano de Roma. Subura era el barrio de salir. Entre insulae abarrotadas de gente y rincones de fama discutible, se hallaban baños, tabernas, tiendas y todo tipo de diversiones callejeras. Si querías divertirte de verdad, debías ir a Subura, el barrio con más ambiente y bullicio de toda Roma. Y el más criticado por los censores, por supuesto.

¿Qué encontramos allí? Para empezar, mercados callejeros con especialidades refinadas, como nos indica el poeta Marcial: “Roncas aves de corral y huevos de sus madres, higos de Quíos tostados por un moderado calor y una ruda cría de la quejumbrosa cabra y olivas ya desiguales por los fríos y hortalizas blancas por las gélidas escarchas” (VII,31). Unos mercadillos bien abastecidos de productos de calidad. Pero no solo. Subura era el lugar ideal para comer y cenar fuera. Además de puestos de comida callejera para picotear al mediodía, provistos de pastelitos de queso, salchichas, pescadito frito o garbanzos torrados, había una amplia oferta de tabernas, bares y restaurantes de todo tipo y reputación. Una cita de Juvenal da a entender que en ese barrio había una escuela de hostelería a cargo de un tal Trífero quien enseñaba, por ejemplo, el arte de trinchar la carne. Juvenal, que no se puede permitir esas finuras, menciona algunas especialidades que él no va a comer: “unas buenas tetillas de marrana, la liebre, el jabalí, el antílope, los faisanes y un enorme flamenco, la cabra getula, en fin, esa comida superrefinada, que resuena a madera de olmo por toda la Subura” (Sat. XI,136-141). Aunque el autor esté exagerando en su sátira, entendemos que en el barrio se disfrutaba del buen comer.


Publicidad de una taberna lusoria (casino) con fascinus propiciatorios y un cubilete de dados.
Museo Archeologico Nazionale Napoli


Pero no todo era ambiente de hedonismo y lujo. Los tugurios de mala muerte también abundaban, y por allí se colaba Nerón de incógnito cometiendo fechorías, destrozando las tiendas a su vuelta y asaltando a los “transeúntes que regresaban de cenar” (Suet. Nero 26). Esos transeúntes eran gente de todo tipo, igual un estibador del puerto que un senador con su esposa, porque Subura es el típico caso de barrio popular, pero invadido por las clases pudientes. ¿Quién puede resistirse a una oferta amplísima de diversiones en un ambiente pintoresco? Pues los moralistas, está claro. 

De hecho, las fuentes escritas mencionan algunos personajes de la élite que rondaban por allí o incluso vivían en el barrio, como Plinio el Joven, Juvenal, el cónsul Lucio Arruncio Estela o Julio César, que vivió en una casa modesta de la Subura antes de trasladarse a la vía Sacra.

En el barrio abarrotado y maloliente de Subura, había comercios de todo tipo: ferreterías, zapaterías, carpinterías, telas diversas y lana, barberos, pregoneros, médicos, cómicos… Había peluquerías y salones de belleza: “Aunque estés en tu casa y te acicales en plena Subura, y te hagan las melenas, Gala, que te faltan” (Mart. IX,37). Aunque, no nos engañemos, el barrio era famoso por los prostíbulos y por todo tipo de perdularios y ‘profesionales’ indecorosos: sicarios, verdugos, especuladores, adivinos… El ambiente bohemio es lo que tiene.


Escena de taberna. Pompeya.


Y hasta aquí nuestro recorrido por las tiendas y comercios de la antigua Roma. Sean felices!




Imagen de portada: Venta ambulante en el foro. Casa de Julia Felix (Pompeya)


BIBLIOGRAFÍA EXTRA:


Pérez González, Jordi: “Arquitectura comercial de la ciudad de Roma. Una aproximación a la definición de las avenidas de carácter suntuario: de la vía Sacra a la Quinta Avenida”; European Journal of Roman Architecture, 1, 2017, pp. 143-175 (http://ceipac.ub.edu/biblio/Data/A/0969.pdf)


Lozano, Sandra et alii: Civilizaciones antiguas. La Génesis de la gastronomía. elBullifundation, 2023.


Torrecilla Aznar, Ana: “Aproximación al estudio de los macella romanos en Hispania”; Caesaraugusta, 78, 2007, pp. 455-480 (https://acortar.link/Aczpra)


domingo, 23 de enero de 2022

A BALNEO, COMER TRAS VISITAR LAS TERMAS



Si hay un lugar que caracteriza al pueblo romano, un lugar donde se puede encontrar a pobres y ricos, amos y esclavos, hombres y mujeres, ese lugar son los baños. Bueno, con permiso del estadio, el anfiteatro y el teatro, que se llenaban en plena temporada de Ludi.

El éxito de los baños radicaba en que daban respuesta a muchas necesidades de la población: eran un lugar donde relajarse, donde mantener la salud del cuerpo y el espíritu, donde divertirse y, sobre todo, donde encontrarse con amigos y pasar la tarde.


Tanto si se trataba de termas más pequeñas en propiedades privadas (balneum), como de grandes instalaciones públicas (balnea, thermae), todo el mundo las frecuentaba desde el mediodía más o menos, tras las obligaciones de trabajo, y marcaban el momento de relax que daba paso al tiempo de ocio. Desde el siglo I aC, las termas públicas se convierten en un lugar imprescindible, e incluso aquellos ciudadanos privilegiados que tenían la suerte de disponer de un balneum privado, deciden pasar su tiempo en las grandes instalaciones que construirán Agripa, Nerón, Tito, Domiciano y otros principes o imperatores


Termas de Sant Boi de Llobregat. Foto: @Abemvs_incena

Y no es de extrañar, porque las termas son un hervidero diario de actividad y diversión. Desde que el sonido del discus indica que el agua ya está caliente y se puede entrar, una población de lo más variopinto invade las instalaciones. Tras pasar por los vestuarios o apodyterium, donde se dejaban los objetos personales, la gente se colocaba unas sandalias o zuecos para protegerse del calor que emanaba del suelo y evitar resbalar, y podía optar por dirigirse a la palestra para practicar ejercicio al aire libre -para lo cual vestía un sucinto subligaculum y una fascia pectoralis en caso de ser mujer-, o dirigirse al tepidarium y a las piscinas de agua fría (frigidarium) y caliente (caldarium), donde una temperatura altísima ayudaba a relajarse y a desintoxicar el organismo. Además de centrarse en la limpieza en profundidad de la piel a base de restregar con el estrígil, en las termas se podía optar por un buen tratamiento de belleza a base de masajes y aceites, por una depilación o por una aplicación integral de ungüentos carísimos, procedentes de Oriente, de Egipto, o de Judea. Pero además uno se podía divertir en la piscina (natatio), podía ir de tiendas, asistir a un recital de poesía o un concierto, leer en la biblioteca, pasear por sus jardines, encontrarse con amigos y hacer vida social ... y sí, también comer algo.


Mujeres practicando deporte en las termas.
Piazza Armerina.

Diferentes autores nos han dejado testimonio de que en las termas había puestos de comida rápida y tabernas que tenían una oferta muy sencilla. Por ejemplo, Marcial nos habla de alguien que en las termas “come lechuga, huevos, pez lagarto” (XII,19). Séneca, que vivía sobre uno de estos establecimientos en la ciudad de Baiae, nos menciona el ruido que producían los gritos de los vendedores ambulantes, entre ellos el salchichero, el pastelero y el vendedor de bebidas (Ep.VI,56,2). Y Juvenal nos habla de un tal Laterano, gobernador cargado de vicios y ejemplo a no seguir, quien “se encamina a las copichuelas aquellas de los baños” (Sat.VIII,168), sugiriendo que estos bares quizá no eran muy recomendables. Sin embargo, debemos recordar que estos textos fueron escritos por autores de la élite y que estos suelen mostrar un punto de vista muy parcial. 


Escena convivial. Museo del Bardo. Túnez

Otros testimonios nos revelan que además de tomar vino o de picotear algo en los puestos ambulantes, también era posible comer en un auténtico restaurante de cierto nivel. Un texto de Julio Pólux recogido en la enciclopedia bizantina conocida como Suda nos presenta un ejemplo de menú completo que se podía consumir allí, en las mismas termas. Julio Pólux nos presenta un fragmento en el que el protagonista se va a unos baños y de ahí directamente a comer. Como siempre en la obra de Pólux, el texto supone un elenco de frases útiles usadas en escenas cotidianas, en latín y en griego, pensadas para un uso pragmático de hablantes que no dominan las dos lenguas. Pues bien, el protagonista de Pólux se acicala y se perfuma tras el baño, siguiendo el ritual del convivium, aunque dentro del recinto de las termas. Después toma un sirviente y con él se dirige a lo que podemos considerar un restaurante:


Mezcla vino para nosotros: nos reclinaremos. Primero danos remolacha o calabaza. Agrega salsa de pescado a eso. Danos rábanos y un cuchillo: sirve un oxygarum con lechuga y pepino. Trae pies de cerdo, una morcilla y un útero de cerda. Todos comeremos pan blanco. Agrega aceite a la ensalada. Desescama las sardinas y déjalas sobre la mesa. Danos mostaza, paleta y jamón. ¿Ya está listo el pescado a la plancha?

Ahora, pues, unas lonchas de venado, jabalí, pollo y liebre. Da a todos una ración de col. Corta la carne hervida. Sirve el asado. Danos de beber (...)

Traed las tórtolas y el faisán, traed la ubre y comamos un poco. Vamos a comer, está bien. Danos el cochinillo asado. Eso está muy caliente. Mejor córtalo para nosotros. Trae miel en una jarra. Trae un ganso engordado y algunos encurtidos. Danos agua para nuestras manos. (...)

Ha sido una comida estupenda. Da a los camareros y sirvientes algo para comer y beber, y también al cocinero, porque nos ha servido bien (...)


Del texto de Pólux -insisto, es un manual que recurre a frases cotidianas- destaca el elenco de platos que bien podrían aparecer en el recetario de Apicio y la referencia a reclinarse en el triclinio. El texto muestra unos platos que se acercan más a un convite en casa de un patronus que a la clásica taberna que tenemos en mente.


Estos restaurantes más finos también se documentan en la arqueología. Un ejemplo lo vemos en la Casa de Julia Felix, en Pompeya, una villa enorme con una parte residencial y otra mucho mayor dedicada a apartamentos, baños públicos, tiendas y tabernas, todo en alquiler. La propietaria, heredera de la fortuna familiar, consiguió así convertirse en una auténtica y respetada mujer de negocios. Los baños públicos que alquila, “para gente selecta” según reza el letrero que lo anuncia, son de lujo y junto a ellos se encuentran dos comedores o thermopolia, uno de ellos incluso conectado con el balneum. Curiosamente, este comedor cuenta con un triclinio, por lo que se le presupone también cierta categoría. Bien podría tratarse de un restaurante donde se sirviesen los mismos platos que menciona Pólux. Y es que seguro que había termas y termas, y también restaurantes y restaurantes.


Thermopolio de la Casa de Iulia Felix en Pompeya.
Foto: https://pompeiiinpictures.com/

Pero las termas servían también como lugar de encuentro previo a una cena en casa de amigos. Leemos en Marcial a propósito de la invitación que hace a Julio Cerial: “Podrás estar al tanto de la hora octava; nos bañaremos juntos: ya sabes qué cerca están de mi casa los baños de Estéfano” (XI,52). Y si no se tiene invitación, también es el lugar donde dejarse ver y hacerse el encontradizo, adular hasta la saciedad y quizá conseguir que te inviten. Es el hábitat natural de gorrones profesionales, clientes sin mucha suerte, patricios empobrecidos o aspirantes a la jet set romana: No es posible deshacerse de Menógenes en las termas y en los alrededores de los baños, por más que emplee uno toda su maña”, nos cuenta Marcial (XII,82), a propósito de este parásito pegajoso, capaz de  humillarse recogiendo balones, dejarse ganar en el juego de pelota, amontonar las toallas sucias, escanciar él mismo el vino, secar el sudor de la frente de aquel a quien persigue hasta que este, extenuado,  le invite a cenar. 


Por supuesto, la relación entre las termas y la alimentación tiene mucho que ver con la salud y la higiene, es decir, con el concepto de dieta, entendido en sentido amplio. La dieta (δίαιτα) en la antigüedad implicaba un género de vida saludable y equilibrado basado en los pilares de la alimentación, los baños, el ejercicio, las purgas y el reposo. Los baños eran prescritos por los médicos en función de cada necesidad, y tras estos, para completar el tratamiento, se recomendaba tomar bebidas calientes como el apotermo. Así lo recomienda Hipócrates, quien da varias recetas para los males de las mujeres, con fórmulas del tipo “que se bañe con agua caliente y beba en ayunas apotermo” (Mul.1,44; Mul.2, 207 y 209). Conocemos esta receta porque también la recoge Apicio, aunque en su caso no parece una bebida, y sabemos por él que llevaba sémola de trigo, cocida con piñones y almendras, todo endulzado con uvas pasas o vino dulce (Ap. II, II,10). Un refrigerio reconstituyente, perfecto para quienes han pasado unos días debiluchos, que además es bastante digestivo.


Interpretación de apotermo. Foto: @Abemvs_incena

El mismo recetario de Apicio también nombra otras tres recetas que se recomiendan expresamente para tomar después de las termas (a balneo). Son recetas conocidas por sus propiedades laxantes o purgantes, es decir, que formaban parte de la terapéutica del momento. La primera de ellas son unas albóndigas en una salsa a base de almidón y especias (Ap. II, II,7). El almidón  (amulum o amylum) se podía conseguir con el agua de cocer arroz o espelta y actuaba como espesante, además de favorecer una microbiota intestinal sana. La siguiente son unas sepias cocidas (Ap. IX, IV,3), en cuya salsa hay pimienta, laser, garum, piñones y huevos. En la medicina de la Antigüedad, los caldos a base de sepias y otros moluscos eran conocidos por sus propiedades laxantes, un verdadero remedio para recomponer un vientre enfermo si hemos de hacer caso a Celso o a Hipócrates. La tercera y última de las recetas que nos presenta Apicio a balneo es un plato de erizo salado (Ap. IX, VIII,5), el cual se debe mezclar convenientemente con garum para parecer fresco. Otro alimento que la medicina del momento considera purgante: los caldos hechos a base de erizo, que mueven el vientre y evitan el estreñimiento.


Ya sea por salud o diversión, ya sea para quedar con amigos justo antes de cenar, los baños termales se convierten en un elemento fundamental para el bienestar del pueblo romano. El placer, acompañado de una buena comida y regado con un buen vino, es doblemente placer.


Prosit!

Alma Tadema. La costumbre favorita (1909)




Imagen de cabecera: Bene Lava, 'Que tengas un buen baño'. Termas de Timgad, Argelia.




BIBLIOGRAFÍA EXTRA:


Guidi, Federica: Vacanze romane. Tempo libero e vita quotidiana nell’antica Roma.- Mondadori, 2015


Lejavitzer, Amalia: “Dieta saludable, alimentos puros y purificación en el mundo grecolatino”, en Nova Tellvs, 33/2, 2016