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jueves, 27 de febrero de 2014

LACTICINIA I: LECHE, MANTEQUILLA Y YOGUR

La dieta romana, marcada en sus orígenes por una economía de tipo pastoral, otorga gran importancia a los productos lácteos, especialmente la leche y el queso. La leche, lo mismo que sus derivados, es uno de los productos más antiguos de la humanidad. Su presencia en las ofrendas rituales, como las que se hacen en las fiestas Palilia o Ruminalia, refleja la importancia vital que adquiere para la supervivencia de los pueblos más primitivos, entre ellos la primera Roma.



Según Varrón (RR II, 11, 1) la leche es el alimento más nutritivo: “la leche de oveja, y luego la de cabra, son, de todos los alimentos líquidos, los más nutritivos”. La leche más apreciada, pues, era la de oveja, seguida de la de cabra. Posteriormente se introduciría la de vaca, que no se explotaba para el ordeño sino para el trabajo en el campo. Se bebía con gusto la leche de camella, de la que dice Plinio el Viejo que “su leche es agradabilisima si a una medida se le añaden tres de agua” (NH XI 96). Se tomaba también la de búfala, animal introducido en Italia hacia finales del siglo V aC. La de burra y la de yegua tenían una utilidad principalmente cosmética, proporcionando suavidad a la piel, de manera que, siempre según Plinio, ciertas mujeres diariamente se frotaban la cara siete veces con leche de burra para tener la piel tersa (NH 28, 50). Y la emperatriz Popea se bañaba a diario en leche de burra para mantener la piel blanca y suave, para lo cual contaba con rebaños de burras que se desplazaban a donde ella fuera. La leche se utilizaba también para uso medicinal. Plinio en su libro XXVIII de la Historia Natural menciona diferentes usos: servía como purga, especialmente la de yegua; como lavativa; para hacer gárgaras; para curar la tuberculosis, la gota, la lepra, la parálisis, la epilepsia... Era también un antídoto en caso de envenenamiento por plantas ponzoñosas, como la cicuta. Servía para dormir a los niños si se mezclaba con jugo de adormideras. Se utilizaba incluso la leche de mujer, con la que “se curan los problemas de pulmón; si a esto se mezcla orina de un joven impúber y miel ática se eliminan también los gusanos de las orejas” (NH 28, 21).  


La calidad de la leche dependía de ciertos factores, como la alimentación del animal. Así, la leche más nutritiva es la de aquella cabra u oveja que ha comido cebada, paja y, en general, todo alimento seco y sustancioso, mientras que la que procede de ganado apacentado con hierba verde tendrá un efecto purgante (Varrón, RR II, 11, 2).

Virgilio (Geórgicas III, 394-397) comenta que para favorecer la secreción láctea, se salaba la hierba para que el animal bebiese más. También explica que la leche ordeñada por la mañana servía para hacer queso, mientras que la ordeñada por la tarde se llevaba después a la ciudad para venderla (Geórgicas III, 400). El pastor llevaba la leche fresca a la ciudad, pero a menudo esta cantidad no era suficiente para una urbe tan densamente poblada, por lo que, además de fresca, la leche se podía conservar añadiendo sal y protegiéndola en la despensa: “el pastor suele con la sal, que lo conserva, rociarlo, para usar de él en invierno” (Geórgicas III, 400).



La leche se podía tomar fresca o cuajada, aromatizada con hierbas. En la cocina tiene muchos usos. Se utiliza especialmente en postres, mezclada con  miel, frutas o harina. Apicio nombra algunos postres lácteos, como las natillas romanas (tyropatinam): “Poner leche en un plato, en la cantidad proporcional al tamaño de éste. Amalgamar con miel, como se hace con todos los dulces hechos con leche; echar cinco huevos para medio litro; tres, para un cuarto. Batirlos con leche hasta que queden bien disueltos, pasar por el tamiz dentro de una sartén, y cocer a fuego lento. Cuando haya cuajado, espolvorear pimienta y servir” (Apicio 7, XI, 7). Pero no solo se usaba en postres. A menudo forma parte de los ingredientes de la salsa adecuada para el cabrito o el cordero, junto con la miel y la pimienta, y por otra parte servía para desalar la carne, en una doble cocción, primero en leche y luego en agua.  Apicio la menciona también como ingrediente principal de una especie de sopa-salsa llamada Pultes tractogalatae (Apicio: V, 3): “echar en una cacerola medio litro de leche con un poco de agua, y hervir a fuego lento. Romper tres galletas de harina dentro de la cacerola. Remover, y añadir agua para que no se queme. Cuando esté cocido, echar miel sin apartarlo del fuego”.

La leche se podía consumir también en una especie de yogur, lo cual comenzó como método para conservarla. Este yogur, llamado oxygala, se obtenía de dos formas, tal como nos dice Plinio: “A la leche se le añade un poco de agua para que se agríe. La parte que queda más densa flota en la superficie. Se llama oxygala a esta parte, que se retira y se le añade sal. (...) La oxygala se obtiene de otro modo: a la leche fresca se le añade leche agria dentro para que así se agrie, es muy útil para el estómago” (NH, 28, 35)
Columela también menciona la confección de la oxygala, en la que entran numerosas hierbas aromáticas que se deben mezclar con la leche y la sal: orégano, hierbabuena, cilantro, tomillo, cebolla... (RR 12 8). Apicio presenta una receta de melca, variante de la oxygala, con “pimienta y garum, o sal, aceite y cilantro” (VII, 11, 9). Según Galieno (Al. Succ. 13), la melca es un reconstituyente estupendo y tomada con hielo es un refresco exquisito.

La mantequilla (butyrum) no era muy utilizada en la alimentación romana. Posiblemente ésta no se conservaba correctamente y era de mala calidad. Plinio nos dice al respecto que “es el alimento más apreciado por los pueblos bárbaros y que distingue los ricos de la plebe” (NH 28 35). De hecho, en las Galias la mantequilla era muy utilizada y apreciada, mientras que en Italia tenía solamente un uso medicinal, demostrando su efecto benéfico en la dentición infantil, como ungüento para las cervicales, para las heridas de la piel, las úlceras y hasta los problemas de respiración, tal como leemos en Plinio (NH 28).


Para acabar, un recordatorio para una auténtica golosina entre los romanos, el calostro, colostrum, es decir, la espesa leche de oveja acabada de parir. Por lo demás, la historia de los lácteos romanos se completa con la de los quesos, auténticos protagonistas de la gastronomía pasada y actual de Roma y de todo Occidente. Pero eso será en el próximo post.

jueves, 23 de mayo de 2013

MORETUM

Sin duda el moretum es uno de los platos más conocidos de la antigua Roma. Consiste en una salsa hecha de queso, aceite y diversas hierbas aromáticas. Aparece en varias fuentes, como el De Re Rustica de Columela o el famoso poema del Appendix Vergiliana, atribuido a Virgilio, y que tiene de nombre, precisamente, Moretum. Dicho nombre hace referencia al instrumental necesario para confeccionarlo, es decir, el mortero. En ambos textos la composición es parecida: el de Columela, que presenta diferentes versiones, implica majar en el mortero el queso con un montón de hierbas, tales como ajedrea, ruda, cilantro, apio, lechuga, menta, tomillo, poleo...a los que se añade el aceite y algo de vinagre. Por otra parte, también admite frutos secos o semillas de sésamo. La versión del Appendix Vergiliana por su parte incluye una cantidad indecente de ajos, algo de apio, ruda y cilantro, sal gruesa y costras de queso. Se remueve todo en el mortero hasta que se obtenga una mezcla uniforme. Será entonces el momento de incorporar el aceite de oliva y un poco de vinagre y se vuelve a mezclar para uniformar.

Moretum. Fuente imagen: http://es.wikipedia.org/wiki/Moretum


El moretum es un producto propio de campesinos y de gentes sencillas: comida del pastor cuando sale con el rebaño. El tipo de ingredientes de fuerte sabor (y olor) no lo hace digno de las mesas de los elegantes. En todo caso los elegantes tenían a su alcance otros quesos aromáticos de más alcurnia y precio, como el queso al aroma de piñones verdes o al aroma de tomillo o al aroma de hojas de higuera. Pero no se trataba de un compuesto mezclado en un mortero, sino de un verdadero queso a las hierbas. En cambio, el pobre moretum quedaba relegado a las mesas más humildes. Alguien puede  objetar que el mismo Apicio, el escritor del recetario de los finolis, también recoge la receta de moretum. Nada más cierto: en su libro primero de De Re Coquinaria, apartado XXI, se halla una receta con el nombre “Moretaria” que hace referencia al mortero como instrumento para majar, no a la misma receta que Columela y el Appendix Vergiliana. Y si no, lean ustedes: Mentam, rutam, coriandrum, feniculum, omnia viridia, ligusticum, piper, mel, liquamen. Si opus fuerit, acetum addes. Es decir, “Menta, ruda, cilantro, hinojo, todo fresco, ligústico, pimienta, miel, liquamen. Si es necesario, añadir vinagre”. Como se observa, omite nada menos que el queso y el ajo, dos ingredientes fundamentales de la receta.

Por lo que respecta al queso óptimo para confeccionarlo, mirando las recetas no nos queda muy claro, aunque parece que el queso de oveja tirando a curado o el feta o el de cabra pueden ser una buena opción. Algo me dice, de todas formas, que los campesinos ponían distintos tipos de queso, sobre todo los que se han quedado duros, para poderlos aprovechar.
Por otra parte, del moretum proceden otros majados célebres, como el pesto o el almodrote, este último de inmenso éxito en épocas antiguas.