En general, la dieta
mediterránea rechaza consumir roedores, y esto es así ahora y en los tiempos de
Roma. Sin embargo, existe una excepción: los lirones. En la época imperial los lirones eran especialmente
considerados en las mesas de los gourmets, ya no sé si por su carne tierna y
sabrosa o por moda y esnobismo. Su uso y consumo está muy documentado. En
general, las fuentes apuntan a los lirones como un plato servido como entrante,
cocido al horno, relleno de carne de cerdo y del propio lirón y rociado con
miel y semillas de amapola.
El poeta Marcial nos habla en un epigrama
(III, 58) de la costumbre de los campesinos de ofrecer “lirones soñolientos”
como regalo a sus vecinos (somniculosos
ille porrigit glires). Forman parte también de la famosa cena de Trimalción
en el Satiricón de Petronio (XXXI, 10). En concreto, forman parte de la
aparatosa gustatio o aperitivo:
“Arcos en forma de puentes sostenían lirones condimentados con miel y
adormideras” (Ponticuli etiam ferruminati
sustinebant glires melle ac papavere sparsos...). Por supuesto, siendo un
plato elegante, el gastrónomo Apicio los
menciona en una receta en De Re
Coquinaria (VIII, 9):
GLIRES
Isicio porcino, item pulpis ex omni membro glirium trito, cum pipere, nucleis, lasere,
liquamine farcies glires, et sutos in tegula positos mittesin furnum aut farsos
in clibano coques.
Receta de lirón
“Rellenar el lirón con
carne picada de cerdo y con la carne de las extremidades del lirón picada,
piñones, pimienta, laser y garum. Una vez cosido, colocarlo en una
tabla y meter en el horno, o bien en un clibanus”
(Un clibanus es un tipo de olla con
tapa diseñado para que el fuego se reparta por encima y por debajo de la
comida, lo cual se consigue mediante la colocación de brasas tanto debajo como
sobre la tapadera).
Otras fuentes escritas
nos completan el cuadro de los lirones en la mesa. Cierto historiador latino
conocido por relatar el proceso de decadencia del Imperio durante el siglo IV,
Amiano Marcelino, al hablar de los defectos de los ricos, nos presenta una
escena que bien podría haber aparecido en el Satiricón. Nos dice que “Incluso, en ocasiones, piden balanzas en
los banquetes para pesar los pescados servidos, las aves e incluso los lirones,
acerca de cuyo tamaño nunca antes visto parlotean y aburren a los comensales” (Rerum gestarum libri XXXI, 28.4.13). Lirones
como elemento de lujo y ostentación en la mesa, reforzado por los comentarios
de los anfitriones.
“Te llevaré alguna
codorniz que podrás servir a Marco acompañada de uva de Esmirna, y también seis
docenas de lirones (mis lironeras están llenas), que son deliciosos con miel.”
Estas palabras, que provienen de unas cartas del siglo I dC y están escritas
por un tal Cassius
Octavus d’Arretium, no sólo nos confirman que el consumo de
lirones era algo habitual, sino que nos dan información valiosa sobre cierto
aparato, la lironera (glirarium), diseñada a propósito para
cebar lirones.
En efecto, igual que
sucedía con otros animales, los lirones eran criados en cautividad para su
consumo posterior. El procedimiento nos
lo describe el agrónomo Varrón (s. I aC) en su obra De re rustica: “Los lirones son cebados en orzas que muchos tienen
incluso en sus casas y que los alfareros fabrican con una forma especial, pues hacen
carriles en los lados y un hueco para poner la comida. En dicha orza meten
bellotas, nueces o castañas y con ellas, una vez puesta la tapa, los lirones
van engordando en la oscuridad” (III, 15). Parece ser que el invento de las gliraria se debe a Quinto Fulvio Lipino,
un patricio que en el siglo I aC diseñó también las reservas de caza y el
método para criar caracoles, según nos dice Plinio el Viejo en su Naturalis Historia (VIII, 211, 224).
Como corresponde a la mentalidad romana, la naturaleza debe ser domesticada, reducida
a las leyes humanas, acotada y manipulada por la mano humana para poder ser
considerada un producto auténticamente civilizado.
Dichas descripciones se
complementan con diferentes hallazgos,
como los huesos de lirón encontrados en diferentes villas o las muestras de
vasijas de terracota halladas en Pompeya y alrededores e identificadas como
dichas gliraria.
Como se es lo que se come, los banquetes eran un momento idóneo para
mostrar la jerarquía del anfitrión, y por ello los alimentos difíciles de
encontrar, exóticos o simplemente de moda eran imprescindibles en las mesas de
los elegantes o de quienes aspiraban a serlo. La capacidad económica adquirida
por Roma hacia el siglo II aC había conseguido que el lujo oriental se
impusiera en los modos de vida romanos, que hasta entonces habían sido mucho
más austeros. Un movimiento general de reivindicación de la identidad romana
fue la respuesta a estos nuevos hábitos refinados. En general, se asoció la romanidad a la austeridad de
cierto pasado mitificado, y se asoció el lujo y el refinamiento con los
pueblos
extranjeros y decadentes. Es por ello que en los siglos II y I aC
aparecen diversas leyes suntuarias,
que intentan en la medida de lo posible controlar el exceso de gasto y de lujo que se reflejaba
en los diferentes aspectos de la vida cotidiana, tales como la ropa o la
cocina. La idea de fondo es volver a los ideales de frugalidad y austeridad
romanos, propios de un tiempo mítico en que Roma empezaba a configurarse, ajena
a la influencia oriental y griega. Así pues, diferentes Leges Sumptuariae intentaron –en vano- limitar el exceso de
lujo. En concreto la lex
aemilia, del año 78 aC, regula el tipo y la naturaleza de los platos,
prohibiendo expresamente el uso de lirones, de ostras y de aves exóticas. A
propósito Plinio el Viejo dice: “Exstant
Censoriae leges glandia in coenis glires et alia dictu minora adponi vetantes”
, es decir, “son medidas con las que los
censores prohiben que se sirvan en las cenas lengua de cerdo, lirones y otros
alimentos aún menos relevantes” (Naturalis
Historia XXXVI, 4).
La moda de los lirones en
la mesa fue decayendo como consecuencia de que éstos pasaran de moda, no como
resultado de ninguna ley. Sin embargo, su uso se testimonia en los recetarios
del Renacimiento y del siglo XVIII, donde aparecen como un refinamiento
exquisito, y donde se cocinan prácticamente igual que en la época imperial:
rellenos de carne picada y al horno. Incluso aparecen en el sur de Italia como
plato especial de determinadas festividades en pleno siglo XX, manteniendo la herencia romana de ser
un plato digno de celebraciones y fiestas. Actualmente, nuestro concepto de la
buena alimentación ha eliminado a los lirones de los recetarios, nos parecen
sucios (¡son ratones!) y nada recomendables. O nos dan pena. Tampoco nos
parecen exóticos ni dignos de la alta gastronomía. Se hacen reproducciones de
las recetas de lirón eliminando de los ingredientes al propio lirón y
sustituyéndolo por muslos de pollo o cualquier otro alimento cuya forma final
lo recuerde. Lo que comemos es cultura.
Nuestra cultura actual no admite roedores. Por una vez, en cuestión de lirones
no somos romanos en la mesa.
Bibliografía extra: Colonnelli,
G. “Uso alimentare dei ghiri”. Antrocom 2007. Vol 3, n. 1, 69-76
Muy interesante. Ya conocía el gusto de los romanos por el lirón pero la verdad es que me ha sorprendido su forma de criarlos.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias por su comentario. Un saludo.
EliminarGenial post. Sólo un matiz: hay otra excepción al rechazo a los roedores en la dieta mediterránea, y es el uso de rata d'aigua (arvicola sapidvs) en las primeras paellas. Con el tiempo y con el empeoramiento de la calidad del agua ha sido sustituída por el conejo, pero aún en algunos pueblos de Valencia donde la calidad de las aguas es superior siguen preparándose paellas con ese roedor
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