El emperador Tiberio
Claudio César Augusto Germánico (10 aC – 54 dC), vulgarmente Claudio, era un
grandísimo comilón y amante de los banquetes.
En la Vida
de los doce Césares, de Suetonio, podemos leer que “estaba siempre dispuesto a comer y beber a
cualquier hora y en cualquier lugar que fuese” (Suet. XXXIII), y que “con frecuencia organizó espléndidos festines
en parajes inmensos, y de ordinario tenía hasta seiscientos convidados” (Suet.
XXXII).
En cuanto a los modales
en la mesa, Suetonio nos indica algunas informaciones muy reveladoras. Por una
parte, la posición de los más jóvenes en
el triclinio. Generalmente a los niños y jóvenes, si se les invitaba a la
cena, se les asignaba un lugar determinado a los pies del lecho triclinar. Así
nos lo indica Suetonio: “Sus hijos
asistían a todas sus comidas, y con ellos, los nobles jóvenes de ambos sexos,
según antigua costumbre, comían sentados al pie de los lechos” (Suet.
XXXII). Respeto a las tradiciones antiguas y decoro: cada uno en su lugar en el
comedor, según dictes u posición social, edad o sexo. No todos tienen derecho a
comer reclinados.
El mismo texto más
adelante nos informa de una costumbre tan poco elogiada como habitual: el hecho
de que algunos convidados, saltándose completamente las normas más básicas de
educación, robasen objetos de valor
de los anfitriones: “Recayendo sospechas
en un convidado de haber robado una copa de oro, Claudio le invitó otra vez al
día siguiente y le hizo servir en un vaso de barro”. Dejar en evidencia públicamente
al presunto ladrón es un castigo digno de su delito.
Pero los detalles más
interesantes que hacen referencia a los
modales en la mesa , y que se comentan a continuación, tienen que ver con el
sueño y la digestión.
Claudio, que se hinchaba
de comer y beber, tenía tendencia a dormirse
justo tras la comida. ¿Era considerado de buen tono dormirse? Seguramente no,
pero era una práctica bastante común. No se levantaban del triclinio sino para
irse a casa una vez finalizado el convite y, entre cena y comissatio, el banquete podía alargarse hasta altas horas. Así pues,
era una práctica común que, sin embargo, dejaba al sujeto a merced de lo que los invitados y graciosos quisieran
hacerle. A Claudio, antes de convertirse en emperador, cuando se dormía
aprovechaban para dispararle “huesos de aceitunas y de dátiles, o bien se
divertían los bufones en despertarle como a los esclavos, con una palmeta o un
látigo. Solían también ponerle en las manos sandalias cuando roncaba, para que
al despertar bruscamente, se frotase la
cara con ellas” (Suet. VIII). En aquellos tiempos, siendo emperador su
sobrino Calígula, a Claudio lo torturaban a menudo y, si llegaba tarde a una
cena, se le dejaba dando vueltas buscando puesto en el triclinio.
Años más tarde ya no era
el objeto de burlas de la corte y se podía dar el lujo de dormirse
tranquilamente tras la comida. “Se
acostaba de espaldas con la boca abierta y, mientras dormía, le introducían una
pluma para aligerarle el estómago” (Suet. XXXIII). Aligerarse el estómago,
vomitar en el comedor, era una práctica habitual, pero no deseable.
Sin embargo, otros
procesos derivados de una mala digestión no eran tan bien vistos. Me refiero a
las ventosidades y los eructos, que,
obviamente, eran de muy mal tono. Nuevamente
una cita de Suetonio nos da la pista de lo desagradables que eran estos “regalos”
en la mesa, ya que “se afirma que ideaba
un edicto para permitir eructar y ventosear en su mesa –latum crepitumque
ventris inconvivio emittendi- porque supo que un convidado estuvo a punto de
morir por haberse contenido en su presencia” (Suet. XXXII). Gran detalle el
de Claudio. Contra el protocolo per a favor de la naturaleza humana. Y es que
es difícil comer y beber tanto y aguantar el tipo todo el tiempo.
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