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Triclinio de la Casa dels Dofins (Badalona) Foto: @Abemvs_incena |
Comer
en el triclinio es todo un arte. No basta con encaramarte al lectus
y esperar a que los esclavos te traigan los platos. Hay que conocer
todas las reglas para no parecer un paleto y ser objeto de crueles
burlas. Y es que un convivium es un acto social muy
codificado. Vayamos por partes y analicemos todas las claves para
triunfar en el triclinio.
Comencemos
por la hora de llegada. Nadie en su sano juicio celebraría
una cena como ahora, a las tantas. En la época romana las cenas
empezaban hacia la hora octava en invierno o la hora nona
en verano, es decir, las 14 o las 15 horas actuales respectivamente.
Pero antes se suele hacer una visita a las termas, ya que un baño
purificador separaba el tiempo de negocio del tiempo de ocio. El baño
es un rito además de una necesidad. Leemos en Marcial: "Podrás
estar al tanto de la hora octava; nos bañaremos juntos: ya sabes qué
cerca están de mi casa los baños de Estéfano" (XI, 52).
De
casa hay que salir con dos elementos, ya que no se les puede llamar
cosas. Uno es la servilleta (mappa), que sirve
para lo obvio, limpiarse manos y boca, pero también para limpiarse
la nariz, secarse el sudor... y envolver porciones de comida
sobrantes o regalos que haga el anfitrión.
Es un linteum
multiusos. Eso sí, hay que obrar con elegancia, o se puede ser presa
de las críticas, como hace Marcial con un tal Ceciliano: "Abarres
a diestro y siniestro cuanto se pone a la mesa: la teta de cerda y
las costillas de cerdo; un francolín para dos, medio salmonete y una
lubina entera, un filete de morena y un muslo de pollo, y un pichón
goteando su propia salsa. Una vez envuelto todo esto en una
servilleta que escurre, lo entregas a tu siervo para que lo lleve a
casa" (II,37). El otro elemento imprescindible con el que
hay que salir de casa es con el esclavo personal, el servus
ad pedes, que le asistirá en todo momento durante el
banquete, por lo que permanecerá siempre a su lado y de pie. Este
esclavo es muy útil para recoger sobras y regalos, mantener en pie
al amo mareado, ayudar en el alivio de estómagos y vejigas...
Si
se trata de una cena mínimamente formal, lo mejor es vestir ropa de
etiqueta, es decir, la vestis cenatoria, una toga
ligera de muselina, generalmente blanca, que seguramente será
cambiada varias veces a lo largo de la cena por razones higiénicas.
Ahora bien, la convención dicta que la cenatoria, que también
se llama synthesis, solo se puede llevar dentro de casa o en
los banquetes, excepto durante las Saturnales, donde todo vale. Es
importante no hacerse un lío porque está muy muy mal visto llevar
la cenatoria por ahí cuando no son las Saturnales, y al
contrario, no vestirse de gala durante esas fechas o durante un
banquete de cierto postín. Así pues, nuestro anfitrión seguramente
nos ofrecerá una o varias synthesis, para que nos cambiemos y
nos mantengamos limpios y sin manchas. Marcial menciona un tal Zoilo
que se cambió once veces durante la cena: "Once veces te has
levantado, Zoilo, en una cena y te has mudado de batín once veces,
no fuera que se te pegara el sudor retenido por tu vestido empapado"
(V,79).
Bien,
ya hemos llegado a la casa del anfitrión. Es importante aquí no
sorprenderse de los detalles a los que no estaríamos acostumbrados.
Por ejemplo, aunque nos hayamos bañado, un esclavo nos quitará
nuestro calzado y nos lavará
los pies,
ritual muy normal si
tenemos en cuenta que el calzado es abierto y el suelo de las calles
está tirando a sucio. La cuestión es que esclavos especializados
cambiarán las sandalias habituales por otras mucho más ligeras y
cómodas. También será este el momento en que le recogerán la toga
y le proporcionarán la cenatoria, le
lavarán las manos y le perfumarán. Al triclinio hay que subir
estando muy cómodo. Petronio nos revela esta escena: "Cuando
por fin nos colocamos ante la mesa, unos siervos egipcios nos
vertieron en las manos agua de nieve, al tiempo que otros nos lavaban
los pies y, con admirable destreza, nos limpiaban las uñas,
acompañándose de canciones"
(Satyr.31).
El
triclinio, ese mueble de tres lechos con capacidad para tres personas
cada uno, tiene también sus propias normas a la hora de situar
a los comensales. Nada de
"aquí mismo me tumbo yo". Su anfitrión sabrá dónde debe
colocarse por su posición social o su cercanía familiar y, si
observa que lo sitúan en un sitio inferior, proteste enérgicamente.
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Foto: @Abemvs_incena |
Intentaré
explicarlo de forma sencilla. Los tres lechos del triclinio, de
derecha a izquierda, se llaman summus,
medius e imus.
Como cada uno puede albergar tres comensales, los tres puestos en
cada lecho se llaman igual, summus,
medius e imus.
Huelga decir que cada puesto está separado claramente por cojines y
almohadones. Bien, el lecho de más categoría es el lectus
medius y, en cada lecho, la
posición de más nivel era la del medius,
y después la del summus.
Sin embargo, si en el convite había un invitado de honor, como un
magistrado o un cónsul, ocupaba el locus consularis,
que era el lugar de la izquierda del lecho central. Esa posición
permitía un fácil acceso si venían a traerle algún mensaje o si
tenía que firmar algún documento. Además está junto al lugar que
normalmente ocupa el dueño de la casa, que es el puesto de la
derecha del tercer lecho. Desde ahí percibe perfectamente a todos
los comensales y controla los movimientos del servicio.
El
anfitrión puede dejar muy claro al invitado su preferencia o su
desprecio situándolo en el triclinio, o dejándolo
fuera, como a los
parásitos,
que suelen comer sentados en un escabel, igual que los niños o los
adolescentes que aún no tienen la toga viril, o los esclavos. Por
ello mismo es recomendable también llegar
puntual, ya que si uno
llega cuando ya están ocupados todos los lugares, por ejemplo con
amigos que se ha traído por su cuenta algún convidado, toca
sentarse en una silla o escabel (subsellium),
cerca de la mesa pero fuera
del triclinio. Leemos en Plauto: "cuando tenemos que sentarnos
en los taburetes que no aquí en los divanes" (Stich. 703). Es
cierto que Ovidio recomienda en su Ars amandi
llegar siempre un poco tarde, pero su recomendación es básicamente
para mujeres que buscan ligue: "Acude allí tarde y no
hagas ostentación de tus gracias hasta que se enciendan las
antorchas: el esperar favorece a Venus y la demora es una gran
seducción. Si eres fea, parecerás hermosa a los que están ebrios y
la noche velará en las sombras tus defectos"
(3, 751). La cuestión es que era imperdonable llegar tarde: "Por
haber llegado hasta el primer miliario a la hora décima -las
tres o las cuatro de la tarde-, se me acusa de un delito de
perezosa lentitud" (Marcial
XI,79). Pero tampoco había que llegar demasiado pronto: "Todavía
no te anuncia tu siervo la hora quinta -las
diez u once de la mañana- y tú ya me vienes a cenar,
Ceciliano (...) Corre, date prisa, Calisto, y haz volver a los
camareros sin bañarse; que se tiendan los divanes: Ceciliano,
siéntate. Me pides agua caliente: aún no me ha llegado la fría. La
cocina, cerrada, está helada, todavía el fogón sin leña. Mejor te
vienes de mañana; pues, ¿por qué retrasarse hasta la hora quinta?
Para desayunar, Ceciliano, llegas tarde"
(Marcial, VIII, 67).
Una
vez nos hemos ubicado en nuesto locus
dentro del lectus, sea
el que sea, nos toca saber comportarnos. Comer en el triclinio no
debe ser fácil. Hay que permanecer tumbado, apoyándose sobre el
brazo izquierdo,
que descansa sobre almohadones, y sosteniendo el plato
con la mano de ese mismo brazo izquierdo, mientras que con la mano
derecha se cogerán las
viandas con la punta de
los dedos pero también,
según el plato que se sirva, se puede usar una cuchara o un
cuchillo. No cometa la incorrección de pedir un tenedor, que no
tendrán. Los esclavos servirán la comida ya en pequeños trozos
para cogerlos con la mano, que es lo más elegante: "Toma
los manjares con la punta de los dedos -hay también elegancia en la
manera de comer- y no embadurnes toda la cara con las manos
manchadas" (Ovidio, Ars
amandi, III, 746-768). Por cierto, si es usted zurdo o zurda, no vale
cambiar de brazo: se recostará sí o sí sobre el brazo izquierdo y
cogerá los alimentos con la mano derecha, como todos.
Parece
que la posición tumbada para comer permite ingerir una mayor
cantidad de comida, tanto sólida como líquida, y además tiene la
ventaja de permitir al comensal quedarse
dormido un rato. Esta
costumbre parece que no era rara en la antigüedad. Sin embargo, deja
al comensal a merced de lo que le quieran hacer. Por ejemplo, al
mismísmo emperador Claudio, que se hinchaba de comer y de beber,
cuando se dormía aprovechaban para dispararle "huesos
de aceitunas y de dátiles (...) Solían ponerle en las manos
sandalias cuando roncaba, para que al despertar bruscamente, se
frotase la cara con ellas"
(Suet. VIII). Y si el comensal es mujer
y se duerme, la cosa puede empeorar: "Tampoco es nada
seguro sucumbir al sueño en la mesa: durante el sueño suele
atentarse de muchas maneras contra vuestro pudor"
(Ars amandi 767 y ss.). Esta recomendación que hace Ovidio a las
mujeres, junto con la de no beber demasiado, refleja la imagen que el
mundo romano tiene de las mujeres, que deben ser siempre virtuosas,
por lo que su comportamiento está siempre vigilado y se le exige una
corrección estricta desde el punto de vista moral. Por ello la
virtud y el decoro de la mujer se verán siempre cuestionados y
comprometidos en las cenas.
Comer
en el triclinio no debía de ser del todo agradable si uno era
sensible a los
olores
fuertes.
Sobre todo si se trata de un comedor de invierno, cerrado, hay que
imaginar olores fuertes procedentes de las cocinas.
Séneca da a entender que Roma entera estaba invadida por este mal
olor: "Tan
pronto como hube abandonado la atmósfera pesada de la ciudad y el
típico olor de las cocinas humeantes que, puestas en acción,
difunden con el polvo todos los vapores pestilentes que han
absorbido, experimenté enseguida que mi estado de salud había
mejorado"
(Ep. XVII-XVIII,104,6). A este aroma habría que unirle el de los
propios
platos
y sus preparaciones finales en parrillas en la misma sala el
triclinio. No olvidemos tampoco los olores
corporales
de los diversos comensales, de muy diversa índole. Estos olores
orgánicos, hacia el final del banquete tenían que provocar una
peste intolerable. Por ello, y aunque algunos emperadores, como
Claudio, se plantearon idear "un
edicto para permitir eructar y ventosear en la mesa"
(Suet. XXXII), lo que de verdad es elegante es aguantarse, lo mismo
que hoy en día. Si usted da rienda suelta a su sistema digestivo, lo
considerarán un marrano y un maleducado, igual que Trimalción:
"Perdonadme,
amigos, hace ya muchos días que el vientre no me responde, y los
médicos no se aclaran (...) De modo que si alguno de vosotros quiere
hacer sus cosas, no tiene por qué avergonzarse. Yo creo que no hay
mayor tormento que aguantarse las ganas"
(Petronio, Satyr.47).
La
manera de compensar el mal olor en el triclinio era llenarlo todo de
flores
y quemadores
de perfumes.
No sé si arreglaban algo o lo empeoraban más.
Por
último, en la mesa no debemos parecer novatos, sino que nos tenemos
que desenvolver con soltura dentro del código
de urbanidad. Luciano de
Samosata narra la anécdota de un filósofo que asiste al banquete de
un rico sin estar acostumbrado, por lo que queda patente su torpeza.
No permita que esto le pase: "crees que estás en el
palacio de Júpiter, te admiras de todo, levantas sin cesar la
cabeza, te sorprende todo, todo te resulta desconocido; entre tanto
los esclavos no te quitan los ojos de encima, y cada uno de los
comensales espía tus acciones. Advierten tu asombro, se ríen de tu
aturdimiento, y deducen que no has comido nunca en casa de un rico,
porque el uso de la servilleta te resulta insólito. Ellos disfrutan
al ver tu perplejidad, por el sudor que te viene a la cara. Te mueres
de sed, pero no te atreves a pedir bebida por no parecer amigo del
vino. Aunque sirvan a la mesa muchos platos y por su orden, no sabes
de cuál echar mano ni cuál es el primero ni cuál el postre; te
contentas con mirar de reojo a tu vecino, tomarlo como modelo y
aprender de él (...) Después de esto, llega el momento de los
brindis. El dueño pide una gran copa, te saluda llamándote su
maestro u otro título semejante. Tú recibes la copa, pero no sabes
qué respuesta dar. Con ello te ganas la reputación de rústico y
grosero" (Diálogo IX)
Bien,
ha llegado con buen fin a la comissatio. A partir de ahora,
los brindis, la buena conversación, las bromas y las risas. A
disfrutar!