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sábado, 13 de abril de 2019

LA CENA LIBERA O EL FESTÍN DE LOS GLADIADORES


La cena libera era un banquete ofrecido a los gladiadores, bestiarios y condenados en general que se celebraba la víspera del combate. Las fuentes clásicas nos indican que era una práctica bastante regular, aunque no abundan demasiado en los detalles. Intentaré explicar qué era y qué significaba este curioso ritual.

Los munera gladiatoria eran unos auténticos espectáculos de masas. La gente los adoraba. Era una ocasión para juntarse con los amigos, quejarse de sus problemas y del emperador de turno, encontrar pareja, apostar compulsivamente, comer gratis… y por supuesto disfrutar de los combates. Los munera, que podían durar más de un día, se anunciaban con mucha antelación y se daba detalle de las parejas de gladiadores, de si habría o no ejecuciones, si verían o no animales exóticos en las venationes, si habría músicos o acróbatas, si habría rifas, si habría toldo… Era un espectáculo con mucho éxito. Además, justo unos días antes el editor de los juegos, que era quien lo pagaba y organizaba, distribuía un programa de mano -el libellus munerarius- con todos los detalles que pudieran interesar al público: los nombres de los gladiadores, su procedencia, los combates que habían hecho cada uno y hasta la familia gladiatoria de la que procedían. Con esto se facilitaban las apuestas y se hacía auténtica publicidad de los juegos. Podemos imaginar el entusiasmo que despertaba entre el público la figura del gladiador, que era una auténtica estrella mediática, algo así como nuestros futbolistas actuales.

pintura que representa el anfiteatro de Pompeya
Pues bien, dentro de la estructura de funcionamiento de los munera gladiatoria se daba un ritual que permitía un acercamiento entre el público -deseoso de ver a sus héroes en persona- y los gladiadores: la cena libera. Se trataba de un banquete que pagaba el editor a todos aquellos que tendrían protagonismo en los combates de los días posteriores: gladiadores, bestiarios y condenados a  muerte. Esta cena se celebraba en un lugar público, como el foro, en mesas al aire libre. La gente podía contemplar a los gladiadores -y a las familias de estos, que participaban también de la cena- en vivo y en directo. Les podían hacer regalos, les podían hacer llegar mensajes. Podían ver delante de sus ojos a esos chicos malos tan tan atractivos que volvían locas a las mujeres de toda condición. Los niños podían soñar con ser como ellos, cuando fueran mayores. Y sobre todo podían ver su actitud: si tenían miedo, si se sentían confiados, si lo daban todo por perdido… Podían ver su aspecto y su estado físico, lo cual era muy útil para apostar. A propósito de la actitud, Plutarco explica que los gladiadores griegos, a diferencia de los demás, que son completamente salvajes, “cuando van a saltar a la arena, aunque les ponen por delante muchos alimentos exquisitos, en ese espacio de tiempo encuentran mayor placer en confiar sus mujeres a sus amigos y liberar a sus esclavos, que en dar gusto a su estómago” (Moralia 1099B). El comportamiento en la mesa marca las diferencias.
Así pues, la cena libera actuaba como un mecanismo de publicidad, como un escaparate.

mosaico de los gladiadores. Galleria Borghese, Roma

Sin embargo, estos espectadores solo podían contemplarlos, nunca participar de la cena propiamente dicha. Esto se relaciona con los aspectos sociales de la comensalidad. Compartir la comida y la bebida es un elemento importante para establecer lazos, para crear vínculos. Los que participan de la cena se sienten así como un grupo y como iguales, y se diferencian de los que solo están mirando. Por ello en la cena libera participaban también los familiares de los gladiadores, esposas e hijos, quienes podían vivir en el mismo ludus o no. Todos, gladiadores y familias de cada uno, formaban la familia gladiatoria y compartían lazos muy fuertes de compañerismo. Por otra parte, existen muchas pruebas del alto concepto de la familia que tenían los gladiadores. Hemos visto que algunos de ellos encomendaban a su esposa e hijos a algunos de sus amigos de confianza en caso de muerte. La familia presenciaba los combates del gladiador, lo acompañaba en todos sus viajes y entrenamientos, lo enterraba convenientemente en caso de muerte y perpetuaba su memoria con un epitafio. Familia propia y familia gladiatoria comparten un vínculo social y emocional importante, que se expresa también en compartir esa cena libera que tenía lugar antes del combate.

Este vínculo social y familiar es justamente lo que explica que algunos de los condenados a muerte se negaran a participar de ella. Este es el caso de los cristianos, que se autoexcluyen del grupo cerrado de los gladiadores y se preocupan bastante de que no se les asocie con ellos. Tenemos el caso de Tertuliano, que lo deja muy claro con estas palabras: “No ceno en público en las Liberales, porque es costumbre de bestiarios que toman su última cena” (Apol.42,5). No señor, él cena como conviene a un cristiano. También el caso de las condenadas Perpetua, Felicitas y sus colegas, que deciden convertir la cena libera en un ágape cristiano y, no contentas con ello, deciden hablar al público del juicio de Dios y de lo alegres que iban al martirio lo cual, según el cronista, asombró bastante a todos y hasta consiguió algunas conversiones (Pass. Perp. et Fel. 17).

La cena libera se ha querido explicar también bajo otros significados. Tradicionalmente se había relacionado con algún tipo de premio o compensación por parte del editor. Una especie de última cena de los condenados. Pero esta interpretación presenta algunos problemas, puesto que se trata de última cena solo y exclusivamente para aquellos que han sido condenados a muerte, tal como sugieren las palabras que recoge Pablo de Tarso: “¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!” (Pablo I Cor 15:32). Pero no es una última cena para los gladiadores, que tenían muchas posibilidades de sobrevivir, sobre todo las grandes estrellas, que costaban -y producían- mucho dinero.

venator o bestiarius y leona. Anfiteatro de Mérida.

Las últimas interpretaciones parten del origen funerario de los juegos de gladiadores y de la etnografía comparada. Al parecer, los primeros combates a espada se produjeron en los funerales para aplacar a los muertos. Autores como Tertuliano -sí, el que no cenaba en público en las Liberales- explican que los juegos de gladiadores se celebraban en los funerales porque la sangre humana daba satisfacción a los muertos (De Spectaculis, 12). Después, esta práctica se fue generalizando hasta convertirse en un “deporte”. Pues bien, la etnografía  nos explica que, tal como sucede en otras culturas, la cena libera actúa como un ritual para ennoblecer la sangre de las víctimas, puesto que la sangre de prisioneros, esclavos o personas consideradas infames (caso de los gladiadores) no es adecuada para una ofrenda funeraria. La cena libera sería un ritual para convertir a indeseables en víctimas nobles y libres, en ofrendas dignas.

cebada
¿Qué alimentos se servirían en una cena libera? Imposible saberlo porque los textos no han dejado muchas pistas. Podemos imaginarnos, sin embargo, que serían deliciosos manjares que se podrían consumir sin límite. Las palabras de Plutarco mencionadas antes (“les ponen por delante muchos alimentos exquisitos”) así lo indican. Por otra parte, siendo una cena excepcional lo lógico es que se rompiese la rutina alimentaria en la que vivían. Y es que la comida ordinaria de los gladiadores no era muy variada ni tampoco muy exquisita. La dieta de los gladiadores estaba encaminada a aumentar lo más posible su masa muscular, pues se trataba de dar golpes y de recibirlos. Para aumentar esta masa muscular comían grandes cantidades de cebada, hasta el punto de que se les llamaba así, “comedores de cebada” (qui hordearii vocabantur) (Plinio NH XVIII,14). Esta cebada podía ir aderezada con legumbres, del tipo habas o alubias, y con proteínas como huevos o pescado salado. En algunos casos, y esto dependía de los recursos del lanista, se podía mejorar la dieta incorporando carne, por ejemplo de las venationes. La carne era siempre recomendada por los médicos porque era considerada ideal para fortalecer los músculos, pero no siempre la incorporaban: podía salir carísimo. Esta mezcla cotidiana no era apta para paladares finos, según se desprende de las palabras de Juvenal o de Quintiliano: “la dieta del gladiador, si ciertamente no sabe muy bien, fortalece el cuerpo” (Declam.9,5). Para mantener los huesos fuertes tomaban infusiones de ceniza de madera y de hueso, auténticos complementos nutricionales de calcio: “Es fácil ver a los gladiadores, cuando han combatido, recuperarse con esta bebida” (Plinio NH XXXVI,69). Como vemos, esta dieta estaba dirigida a sacar el máximo partido a sus cuerpos, aumentando su fuerza y su capacidad de resistencia. Además, las cantidades eran considerables, ya que gastaban muchísima energía entre combates y entrenamientos. De ahí que los lanistae optaran por alimentos baratos y muy ricos en carbohidratos, como la cebada y las legumbres.
La cena libera suponía una ocasión para comer otros alimentos, más exóticos, más caros, más variados. Y atiborrarse sin límite, para delicia de los espectadores.

Para acabar, podemos asomarnos a una cena libera en un mosaico procedente de Thysdrus (actual El Djem, en Túnez) y conservado en el Museo del Bardo, conocido como los Toros y el Banquete. En él se observa un grupo de venatores profesionales que están de fiesta en el anfiteatro tras la cena libera, posiblemente observando a los animales a los que se deberán enfrentar al día siguiente. Sobre los cinco juerguistas se leen las palabras fruto de la borrachera, como si fuera un cómic: “¡Nos quitaremos la ropa!”, “¡Hemos venido a beber!”, “¡Estáis hablando demasiado!”, “¡Vamos a divertirnos!”. Frente a ellos, unos servidores junto a unas jarras -presuntamente de vino- les advierten: “¡Silencio! ¡Los toros duermen!”.

mosaico de los toros y el banquete. Museo del Bardo, Túnez

Prosit!

Bibliografía extra:

- Pastor, M. y Pastor, H: "Educación y entrenamiento en el ludus"(http://revistaseug.ugr.es/index.php/florentia/article/view/4006)
Pastor, M: "Munera gladiatoria en Hispania" (https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5805607)

domingo, 24 de febrero de 2019

COMER DEMASIADO. SOBREPESO Y DIETA EN LA ANTIGUA ROMA

Escena de banquete. Villa del Casale. Sicilia.
En la Roma clásica, si alguien disponía de una buena posición social, con bastante dinero y un círculo social considerable, era bastante fácil que fuera un romano entrado en carnes. La moda de servir cuantos más platos mejor, la necesidad de proyección social a través de los convites y el deseo de presumir de un cocinero-artista que sorprenda a los comensales con las creaciones más imposibles, favorecía el sobrepeso. Sin duda. Ahora bien, la obesidad nunca fue vista con buenos ojos en Roma, pues se relacionaba directamente con la falta de control, con la glotonería y con la debilidad del espíritu. Tanto los textos clásicos como la iconografía insisten en identificar la obesidad con la decadencia y la molicie.  Por ejemplo, leemos en Persio: “Pides fuerza para los músculos y para la vejez un cuerpo que no te falle. Bien, así sea. Pero grandes fuentes y conservas de carne en manteca han impedido a los dioses otorgarte esto y entorpecen a Júpiter” (sat.II,41-43). Horacio habla del “hombre cebado y descolorido a fuerza de vicios” (Serm. II,2) y Catón el Censor, aún en tiempos de la República, llegó a excluir del censo a un caballero por gordo, puesto que la obesidad le impedía cumplir con sus obligaciones militares. «¿Cómo podría ser útil a la patria un cuerpo así, cuyo espacio entre el cuello y las ingles está todo ocupado por el vientre?» parece que fueron las palabras exactas que le dirigió (Plut.Cat.ma.9).

La obesidad se identifica con un determinado estilo de vida, y se considera el resultado del comportamiento descontrolado de quien la padece. Es decir, para la mentalidad romana el obeso es responsable de su obesidad: estás gordo porque no sabes parar de comer. Algunos, conocedores de su poco autocontrol, recurrían a terceros. Es el caso del político, militar y conocido gourmet Lucio Licinio Lúculo, que tenía a un esclavo habilitado para retirarle la mano de la comida cuando empezaba a pasarse con los tordos y las tetas de cerda (Plinio NH XXVIII,14,56). Lo que sea con tal de no ponerse como un tonel.
Magistrado obeso. Museo del Louvre (1)
La obesidad se identifica también con los personajes decadentes, con esclavos gorrones, parásitos y perdularios de todo tipo. Y por supuesto con los malos gobernantes, con los tiranos y reyes, quienes se caracterizan por llevar una vida dominada por los excesos. Es el caso de los persas y los tiranos helenísticos, de los “malos” emperadores o de los etruscos, de quienes se decía que vivían con tanto lujo que celebraban dos banquetes al día y por eso se representaban en sus tumbas bien orondos celebrando su banquete eterno. Era su forma de dejar claro a los demás la opulencia y el buen vivir de los aristocráticos difuntos. Para la mentalidad romana, todos estos pueblos se habían echado a perder dejándose llevar por el placer de los sentidos.

Sarcófago etrusco del obeso. Museo Arqueológico de Florencia
La obesidad es también un tema estrella en los tratados médicos. Ya en la época imperial se considera una enfermedad por sí misma y requerirá de los tratamientos habituales a base de dieta, ayuno, ejercicio, purgas, masajes e hidroterapia. La implicación del paciente a la hora de bajar de peso es fundamental, considerándose el hecho de mantenerse delgado como una norma higiénica más. Hay que decir que en esta época se desconocía completamente que la obesidad es un trastorno complejo en el que los factores endógenos (genéticos, hormonales, psicosomáticos, neurológicos) tienen tanto peso como los exógenos (sobrealimentación, sedentarismo). De  manera que parece que medicina y mentalidad romana van de la mano.

Obeso. Museo del Louvre (2)
¿Qué problemas de salud conllevaba la obesidad? Lo más evidente eran los empachos e indigestiones colaterales, puesto que lo más fácil era ser gordo por incontinencia en la mesa. Para Séneca la culpa de (casi) todos los males es comer mucho: “la multitud de platos de comida ha provocado múltiples enfermedades” (Ep. XV,95,18). Y la culpa es, cómo no, de los cocineros: “No debes sorprenderte de que las enfermedades sean innumerables: haz el recuento de los cocineros” (Ep. XV,95,23). Tras esto nos pinta un retrato espeluznante del paciente, pálido, con temblor de músculos, con paso inseguro, el vientre hinchado, el rostro descolorido y las articulaciones entumecidas. Lo que viene siendo el cuadro completo de la obesidad: problemas respiratorios, colesterol, hipertensión, gota, artrosis, diabetes… El médico griego Hipócrates ya había observado que “los que son excesivamente gordos por naturaleza están más expuestos que los delgados a una muerte repentina” (Aforismos,44). Hay que decir que a veces la muerte súbita se manifestaba si uno se bañaba tras una buena comilona, desconociendo las consecuencias del síndrome de hidrocución. Juvenal relata la escena: “el castigo es inmediato cuando te despojas de tu ropa hinchado y paseas hasta los baños el pavo real sin digerir. De ahí las muertes repentinas, viejos que no alcanzan a otorgar testamento, y el nuevo chismorreo que recorre alegremente todas las comidas” (Sat.I,140-146).
También se consideraba la obesidad nociva para la reproducción, y afectaba tanto a hombres como a mujeres. De nuevo Hipócrates: “Si una mujer está más gorda de lo normal, no se queda embarazada” (Sobre las mujeres estériles, 17). Tanto hombres como mujeres obesos tendían a la esterilidad y, en caso de concebir, el embarazo y el parto eran más complicados.

Bien, y ¿qué remedios existían? Lo mejor era seguir una dieta saludable para evitar que el cuerpo se desequilibrase y enfermase. Esta dieta no solo incluía alimentos adecuados, sino también ejercicio, purgas, baños, ayuno y reposo. Por lo que respecta a los alimentos, lo mejor era la frugalidad: “Ciertamente es muy útil la moderación en las comidas” (Plinio NH XXVIII,14,56). El médico Galeno de Pérgamo, en su obra De Attenuante Victus Ratione (‘Sobre la dieta adelgazante’) ya indica que los vegetales, como las verduras, las plantas amargas y las frutas sirven para bajar de peso. También indica que hay que evitar cereales y legumbres y en cambio consumir pescado de roca y pajaritos de montaña, tipo estorninos o tordos.
Hipócrates nos explica en Sobre la dieta que para adelgazar convienen los baños calientes en ayunas, puesto que “todos los sudores, al salir, adelgazan y resecan, al abandonar la humedad el cuerpo” (Sobre la dieta,57). También convienen los paseos matutinos, la lucha en la palestra, el coito, una comida única, el agua caliente como bebida, vomitar, purgarse con eléboro… Lo dicho: comida ligera, baños, purgas y ejercicio.

Gladiadores. Galleria Borghese, Roma
Los gladiadores y los deportistas (los que practicaban lucha, pancracio o pugilato) también estaban sobrealimentados para conseguir una buena capa de masa muscular. En su caso las cantidades eran bastante considerables, pero no siempre eran alimentos refinados como los de los banquetes. La dieta de los deportistas solía consistir en carne y pan como para parar un tren. Recordemos la anécdota del mítico Milón de Crotona, campeón olímpico que “acostumbraba a comer veinte minas de carne y otras tantas de pan (13 kg), y a beber tres congios de vino (10 litros)” (Ateneo, Deip.X,412E). El caso de los gladiadores es distinto. Aunque Galeno recomienda que coman carne, la mayoría de las veces se les daba una mezcla de gachas de cebada y alubias o habas,  muy a su pesar. Este exceso de carbohidratos sirve para desarrollar la masa muscular, requisito necesario para sobrevivir en la arena. Gladiadores y atletas contaban con la supervisión de un médico que les vigilaba la dieta y la salud en general, pero siempre pensando que la prioridad era ganar competiciones. Atletas y gladiadores estaban entrados en carnes. Sin embargo, esa era su obligación. En senadores, matronas, magistrados, banqueros, abogados y demás gente de bien era imperdonable.

Por si acaso pónganse a dieta.

Luchadores griegos.
Bibliografía extra: Le malattie nell’arte antica (Mirko Dražen Grmek, Danielle Gourevitch). Firenze, Giunti Editoriale, 2000.
Fuente de las imágenes (1) y (2): Le malattie nell’arte antica (Mirko Dražen Grmek, Danielle Gourevitch). Firenze, Giunti Editoriale, 2000.