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martes, 26 de julio de 2022

LA ‘CELLA VINARIA’ DE VALLMORA (TEIÀ, BARCELONA)


El centro Enoturístico y Arqueológico de Vallmora (Teià, Barcelona) es un centro de interpretación que permite entender cómo era el proceso de producción del vino de la Layetania durante la época romana. Abrió al público en 2009 y contiene una reproducción de una ‘cella vinaria’ romana a partir de los restos arqueológicos que demuestran una actividad vitivinícola documentada entre los siglos I aC y V dC.


dolia y viña experimental  

Contiene diversas estructuras que se corresponden con diferentes etapas de funcionamiento.

La etapa más antigua (½ s. I aC - ½ s. I dC) contiene vestigios de lo que seguramente fue un horno de pan. Posteriormente (½ s. I dC - ½ s. II dC)  se construyó el primer complejo vitivinícola, con las primeras salas de prensado y depósito de recogida de mosto. La ‘cella’ entonces ya estaba en pleno rendimiento. Hacia la mitad del siglo II dC se documentan toda una serie de reformas, como el gran torcularium, con dos grandes prensas de viga (reproducidas). Las dos prensas se utilizarán hasta finales del siglo III dC, y solo una de ellas hasta principios del siglo V dC, momento en que la factoría fue abandonada. Las últimas etapas corresponden a la ocupación en época tardoantigua (s. VI - VII dC), con presencia de silos de almacenamiento de trigo y diversas inhumaciones con restos de cinco individuos.


horno de pan. Fase 1

silos para almacenar trigo. Etapa tardoantigua


Lo que ahora es centro de interpretación, pues, fue una villa rustica, un centro de producción de vino situado en la región de la Layetania, dentro de la provincia interior Tarraconensis. Conocemos dos nombres propios ligados al yacimieneto: el nombre del propietario y el del encargado de gestionar la explotación, es decir, el vilicus. El primero es Lucius Pedanius Clemens, un miembro de la familia de los Pedanii, muy vinculada a la vida pública de Barcino, quien sin duda prosperó económicamente gracias a la explotación del fundus. El segundo nombre corresponde a Epicteto, esclavo del primero y encargado de dirigir de forma eficiente la cella vinaria. Este Epicteto acabará consiguiendo la libertad y, gracias a la epigrafía, lo encontraremos también en Barcino, donde se casó con la liberta Acilia Arethusa y donde triunfó en la promoción social, convirtiéndose en sevir augustal. Lo sabemos gracias al hallazgo de un signaculum de plomo con la inscripción EPICTETI L(uci) P(edani) CLEMENTIS (De Epicteto [esclavo de] Lucio Pedanio Clemente), datado en el siglo II dC. Este signaculum funcionaria como sistema de etiquetaje, es decir, serviría para marcar las ánforas del fundus.


 
signaculum de Epicteto


En el yacimiento podemos observar las diferentes fases de la producción de vino.


Una vez hecha la vendimia -inaugurada con una fiesta religiosa llamada Vinalia Rustica-, la uva era transportada en cestas de mimbre hacia el lagar. Allí se introducía en el calcatorium, es decir, el espacio para el pisado del vino. El pisado es el procedimiento más antiguo para conseguir el mosto.


calcatorium

Se hacían hasta siete prensados de vino. El líquido resultante del primer prensado era el vino más puro, se recogía por decantación y sin la intervención de la mano humana. Este vino sagrado, llamado temetum, era el adecuado para las ceremonias religiosas. El producto del pisado pasaba a las prensas de vino. En la cella podemos ver la reproducción de dos prensas de viga que formaban el gran torcularium. El mosto pasaba a un depósito llamado lacus vinarius y posteriormente a tinajas semienterradas donde tenía lugar la fermentación. Estas tinajas o dolia conseguían que la temperatura se mantuviera constante. 


torcularium y prensas de viga




Con cada prensado se obtenía un vino de diferente calidad, e incluso con el hollejo del residuo final mezclado con agua se obtenía la lora, un subproducto que Catón recomendaba para la alimentación de los esclavos. En las dolia se podía mezclar el mosto con miel y fruta, o bien con aditivos tales como ceniza, yeso, polvo de mármol, agua de mar, especias diversas… El vino romano tenía mucho cuerpo y bastante graduación alcohólica, pero solían beberlo rebajado con agua. Tampoco era difícil que se avinagrase, pero en estos casos también habían inventado otro subproducto: la posca, una mezcla de agua y vinagre o vino picado con propiedades desinfectantes y muy refrescante. Pero claro, los romanos tenían una afición al sabor del vinagre bastante mayor que la nuestra. 


dolia

No podemos olvidarnos de la materia prima, la uva. El yacimiento cuenta con una viña experimental reconstruida según las fuentes y los datos arqueológicos. Hay diferentes tipos de emparrado: en pérgola, alineado, con tutores verticales y plantada en alveus, la más típica en el territorio de la Layetania. Por lo que respecta al tipo de uva, se decidieron por plantar moscatel porque es una variedad poco modificada y por tanto más cercana a la de la antigüedad.


viña experimental

El vino de la Layetania se comercializó por todo el Mediterráneo. Los textos clásicos insisten en su abundancia, corroborada por las ánforas vinarias producidas en la región halladas por todo el territorio romano: en Britania, en las Galias, a lo largo del limes germánico, en Roma, Ostia y Pompeya, en las islas occidentales -Corsica, Sardinia, Sicilia-, en el norte de África -Mauritania, Numidia-, además de en buena parte de Hispania. Los textos también especifican que no era un vino de gran calidad, sino de consumo popular y bastante ordinario. Sin embargo, no podemos saber si toda la producción a lo largo de todas las épocas se corresponde exactamente con esta mención. Eso sí, la Layetania ocupó un lugar privilegiado en el mercado mediterráneo a partir de la época de Augusto y el negocio del vino se convirtió en el motor económico de la región, enriqueciendo a productores, comerciantes, alfareros y resto de agentes implicados en la producción y exportación de vinos.


Una visita muy recomendable, donde también se pueden degustar y adquirir los vinos DO Alella, herederos del vino layetano.


Prosit!



Imágenes: @Abemvs_incena





jueves, 2 de junio de 2022

GATOS, COMEDORES ROMANOS Y DESPENSAS


En el mundo culinario romano se cuela a menudo la presencia de los gatos. 

Las representaciones en pinturas, mosaicos y objetos cotidianos son la prueba de que los gatos, lo mismo que en la actualidad, se hacen dueños de las casas de sus amos y campan a sus anchas por bodegas y comedores. La historia (de amor) entre Roma y el mundo gatuno es tan antigua como la misma Roma.


Los gatos se pegaron a las personas desde el momento en que estas ‘inventaron’ la agricultura, en plena revolución del neolítico. La agricultura permite el asentamiento fijo y el almacenaje de cereal en graneros y silos. Por supuesto estos graneros se llenaban de ratones con facilidad, así que los gatos fueron bienvenidos. Poco a poco, estos animales pasarían de ser ariscos y salvajes a formar parte de las vidas de los humanos.


El gato más antiguo documentado en Roma data de finales del siglo IX aC, en plena Edad de Hierro. Sus restos aparecieron dentro de una cabaña al norte de la ciudad, en lo que más tarde sería la Fidenae romana. El gato en cuestión era ya un gato doméstico, pues sus restos aparecieron junto al brasero. Un incendio sorprendió a los moradores de la cabaña, y nuestro gato no consiguió escapar, dejando testimonio de su presencia en el interior de una casa.


Entre los etruscos, pueblo que influyó muchísimo en la cultura romana, ya hay muestras de gatos que rondan los comedores. La llamada Tumba del Triclinio, en Tarquinia (año 470 aC aprox.), ofrece una escena completa de banquete con gato entre las mesas. La escena representa un simposio a la manera griega, que para algo tuvieron contactos con las colonias del sur de Italia, incluída la lujosa Síbaris. En las paredes de la tumba del Triclinio se observa un banquete en pleno desarrollo: varias parejas están sobre los lechos, el flautista toca el aulós, los sirvientes rellenan las copas y los bailarines animan la fiesta con sus coreografías intensas. Bajo las mesas, un felino corretea persiguiendo a unas aves. No tenemos muy claro si este felino de casa rica pertenece a una raza como las actuales o si es más bien un gato tipo salvaje, pero doméstico sí lo es.  El pueblo etrusco entendía a los gatos como un miembro más de la familia, como un animal de compañía que, además, mantenía las casas libres de bichos indeseables como ratones, lagartijas y hasta culebras. 


Tumba del Triclinio. Tarquinia.

Al margen de estas muestras etruscas, los principales testimonios de gatos en la cultura romana datan del período imperial, momento en que se consolidó su presencia en el ámbito doméstico. Hasta entonces, solo las familias ricas tenían la posibilidad de conseguir un gato, el cual procedía casi seguro de comerciantes griegos, responsables de la expansión gatuna por el mediterráneo. De hecho, hay constancia de gatos domésticos en el sur de la península, donde han aparecido monedas correspondientes a las ciudades de Táras (Tarento) y Rhégion (Regio de Calabria), datadas sobre el siglo IV aC, que muestran precisamente la figura de gatos. Y no olvidemos que los griegos del sur de la península tuvieron tratos con los etruscos…


Moneda de Tarento. S V aC


Además del comercio griego, la introducción del culto egipcio a Isis también reforzó el amor del pueblo romano por los gatos. La diosa Isis se identificó con la diosa Bastet egipcia, protectora de hogares y templos, cuya representación es justamente una gata. Desde la conquista romana de Egipto en el año 30 aC, el culto a Isis (y Bastet) en Roma llenó las ciudades de templos consagrados a la diosa en cuyo interior circulaban a sus anchas estos animales, sagrados para los egipcios. De hecho, del Iseo del Campo de Marte, construido a finales de la edad republicana, procede una figura de mármol que ahora corona una cornisa del Palacio Grazioli, justo en via della Gatta.


Cornisa del Palazzo Grazioli en Via della Gatta

Volviendo al tema, parece que desde el siglo I los gatos son miembros habituales de casas y callejones romanos. Lo sabemos porque se representan a menudo en tumbas, en pinturas y mosaicos, en los escudos de los soldados, quienes los llevaban consigo en sus campañas y consiguieron así que se expandieran por todo el imperio… 


Insula delle Muse. Ostia Antica.

Es a partir del siglo I que encontramos también representaciones de gatos asociadas a un contexto gastronómico. Son habituales los felinos rondando por entre las mesas, pendientes de lo que pueda caer de los comensales o bien robando piezas suculentas tanto del banquete como de las despensas. Estas representaciones se relacionan con el valor simbólico de estos animales. Los gatos son epicúreos, asociados al placer del individuo y a la libertad de cada cual. Los perros, en cambio, se representan generalmente ejerciendo su función de guardián de la casa, o de animal adiestrado para la caza. Los perros están relacionados con el sentido del deber y del bienestar de la comunidad. Son totalmente estoicos. Pero los hedonistas gatos… ¿puede haber algo más epicúreo que el placer de la mesa? La representación de gatos dándose un festín es bastante comprensible si entendemos que para el mundo romano todo es simbólico. El gato romano no es sagrado, como el egipcio, sino un compañero crápula de los banquetes de la élite, como el etrusco. 


Mosaico procedente de la Casa del Fauno en Pompeya. MAN Nápoles

Así, son frecuentes las escenas que representan gatos robando alimentos. Una de las más típicas es la del gato atigrado en cuyas fauces se observan patos, perdices o gallinas. Se conservan tres mosaicos prácticamente iguales, siendo el más famoso de los tres el que procede de la Casa del Fauno de Pompeya. Los expertos  dicen que se trata de una especie egipcia, a juego con la fauna nilótica que lo rodea. Los otros dos mosaicos representan la misma escena de bodegón con aves y gato atigrado en pleno acto de rapiña: uno se encuentra en el Museo Nazionale romano (es la imagen de cabecera de esta entrada del blog) y el otro en los Museos Vaticanos.


Además, en la misma Roma los mininos campaban a sus anchas por mercados, almacenes y puertos. Sin duda la bonanza económica de la ciudad a partir del emperador Augusto ayudó a la proliferación de los gatos callejeros y poco a poco colonizaron cualquier espacio donde pudiese haber alimento y refugio. Seguro circulaban por entre los horrea que almacenaban grano y todo tipo de mercancías en ciudades portuarias, como Ostia, o en las orillas del Tíber. Y, lo mismo que los productos almacenados, de allí pasaban a los diferentes mercados del foro, rodeados además de tiendas y tabernas de todo tipo.


La historia (de amor) entre los comilones gatos y la ciudad eterna es aún hoy signo de identidad de la misma Roma.


Château de Boudry (S.V). Detalle de gato en un banquete.





jueves, 5 de agosto de 2021

LOS MODALES EN LA MESA: LA CASA DEL MORALISTA

En Pompeya se encuentra una pequeña casa  de dos edificios que se denomina la Casa del Moralista, o la Casa de Epidio Himeneo. Este nombre aparece en diversas partes de la casa y en seis ánforas, y se cree que era el propietario de la domus y se dedicaba al comercio de vinos. El sobrenombre de Casa del Moralista le viene por las palabras que se pueden leer en los muros del triclinio de verano. En general, se trata de recomendaciones sobre buena educación en la mesa. Una ya no tiene tan claro si están escritas en tono irónico o no, pero son altamente significativas de las costumbres de buen tono y modales que se debían demostrar en la mesa. Tengamos presente que, dada la cantidad de vino que se ingería, y dada la variedad de personajes que pululaban por los comedores –clientes, parásitos, amigos de amigos, sombras, libertos enriquecidos-, ciertas recomendaciones nunca estaban de más.


En las paredes del triclinio de la Casa del Moralista encontramos tres sentencias. La primera hace referencia a dejarse lavar los pies por el esclavo destinado para ello antes de subirse al triclinio, y de tener cuidado con manteles y servilletas de lino:

Abluat unda pedes, puer et detergeat udos
Mappa torum velet, lintea nostra cave!

La de la pared de la izquierda invita a evitar peleas. Si esto no fuese posible, la pared nos invita a irnos a nuestra propia casa:

(Insanas) lites odiosaque iurgia differ
Si potes aut gressus ad tua tecta refer!



La de la pared del fondo nos recomienda no mirar a la mujer de otro con ojitos lánguidos y no soltar palabras malsonantes:

Lascivos voltus et blandos aufer ocellos
Coniuge ab alterius sit tibi in ore pudor!

Los comensales vulgares, las bromas de mal gusto, las borracheras, las licencias amorosas... todo esto nos evocan las palabras escritas en estos muros. También la voluntad por parte del propietario de quedar bien como anfitrión, al menos en la teoría.


Fuentes:  

CIL  IV, 7698. 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

TABLILLAS DE VINDOLANDA: APUNTES GASTRONÓMICOS


Las tablillas de Vindolanda son un conjunto documental de excepcional valor que recoge el testimonio vital de quienes habitaron este castrum, situado junto al Muro de Adriano, entre los siglos I y II.  Escritas con tinta a base de carbón sobre abedul, aliso o roble, en escritura cursiva, estas tablillas contienen correspondencia personal y de asuntos militares, así como también inventarios comerciales, pedidos de material, recibos, invitaciones a cenas, instrucciones militares, guardias, permisos, misiones… toda una radiografía de la vida corriente de un asentamiento militar. 


La vida se respira entre estas tablillas de valor extraordinario. Y los apuntes gastronómicos -tema principal de este blog- no son una excepción.


Vindolanda. Fuente: commons.wikimedia.org


Por una parte las tablillas nos hablan de las provisiones de cereales. El sistema administrativo de Roma  contemplaba toda una serie de cargos y mecanismos para garantizar el suministro necesario para las tropas. El grano formaba parte de la dieta diaria y se obtenía de forma local, procedente de las tierras de cultivo más cercanas. Se transportaba por carretera, usando carros tirados por bueyes, tal como se desprende de las propias tablillas (343), y una vez en el fuerte, se almacenaba en graneros (horrea), donde los gatos lo mantendrían a salvo de molestos roedores.


¿Qué cereales se mencionan? Principalmente trigo (frumentum) y cebada (hordeum), aunque también aparecen spicas (espigas cereal sin especificar), siligo (identificado con el trigo blando o triticum aestivum), halica / alica (quizá sea la espelta o escanda) y bracis (un tipo de trigo que Plinio identifica con el farro). Con el frumentum se elaboraba el pan (panis), que podía ser de calidades y tipos muy diferentes. Así, el que aparece en la compra para una comida en el pretorio (203) debió sin duda ser panis mundus, refinado y blanco. Otras veces el cereal se destina no solo ‘ad panem’ sino también ‘ad turtas’ (180), sin duda un pan más duro y seco, o se emplea para hacer ‘lagana’ (678), un tipo de pan sin levadura, ideal para espesar salsas.  Con el trigo se pueden hacer también gachas o pultes. Si bien estas no aparecen en las tablillas, sí lo hace el pultarius, es decir, la olla destinada justamente a elaborar las gachas (592).





La cebada aparece muchas veces, pero es que tenía muchas utilidades: alimentar a los animales, alimentar a los soldados en tiempos de escasez de trigo -como dicen los textos clásicos-, o bien participar de la fórmula de la cerveza, para la cual se empleaba también un tipo de trigo llamado bracis (343).

La cerveza aparece mencionada muchas veces en las tablillas, siempre por su nombre celta (ceruesa, ceruisia), una bebida muy popular entre el ejército que quizá refleje los gustos autóctonos de los soldados, ya que Vindolanda era un puesto de tropas auxiliares, y la procedencia céltica y germánica queda probada por la onomástica. En el fuerte se dedicaban a fabricar su propia cerveza,  y los textos mencionan un Atrectus ceruesarius (182), un fabricante para la provisión local, una provisión escasa a juzgar por las numerosas tablillas que se refieren a la compra de cerveza.  En una carta del decurión Masculus al prefecto Flavius Cerialis se menciona cierta escasez de esta bebida y le pide una nueva partida: ceruesam commilitones non habunt quam rogó iubeas mitti (628), algo así como “mis soldados se han quedado sin cerveza; por favor, ordena que nos envíen más”.


Tablilla 182, donde aparece "Atrectus ceruesarius". Fuente: https://romaninscriptionsofbritain.org/

Las legumbres y las verduras también hacen su aparición en las tablillas. Productos sencillos y básicos que se podían adquirir en el mercado, aparecen en listas de la compra o en inventarios, a menudo relacionados con las necesidades del pretorio. Encontramos lentejas (lens) y habas (faba); rábanos (radices), remolachas (beta), cebollas (cepae)  y algunas uiridia tales como brotes de berza, verduras de hojas verdes y nabos (cymas et holoracias et napicias, 890). Las frutas también aparecen: uuae, que bien pueden ser uvas o bayas de brionia negra;  nueces o frutos secos (nucule, nucis); manzanas (malum), que se podían comprar, bien bonitas y relucientes, en el mercado (mala si potes formonsa inuenire centum, “compra cien manzanas si hay de las bonitas” 302) y olivas (oliuae), el humilde fruto de Atenea. 


Las menciones a la carne son tan abundantes que podría parecer que la dieta era exclusivamente carnívora. 

Destacan, con diferencia, las menciones a la carne de cerdo. En el caso de las necesidades del pretorio, se menciona expresamente el cochinillo (porcellus), las chuletas (offellam) o el jamón (perna). En el caso de la soldadesca, aparece mencionada la carne sin más (porcine), y todo un abanico de carne salada, mucho más fácil de conservar que la fresca, bastante energética y fácil de transportar: el tocino (lardum), tocino jamonero (lardi pernam) o la grasa de cerdo (axungia o exungia), sustituta pobre del aceite de oliva. Se menciona también la casquería, en concreto las manitas (ungellas) o las cortezas de cerdo o quizá torreznos (callum). Y es que, con toda seguridad, en las inmediaciones del fuerte se criaban animales para el consumo de las tropas, y hasta aparece el nombre de dos porquerizos (ad porcos), un tal Lucco y un tal Candidus (180 y 183). 


Alimentos. Mosaico romano da Sabratha, Libia

De la misma manera las tablillas mencionan un bubulcarius (180), dedicado a la crianza de los bueyes (bubulcaris; ad iuuencos), aunque en este caso los animales se criaban como fuerza de trabajo y no solo para el consumo. La carne de vacuno (bubula) se menciona en una sola tablilla (592), pero el registro zooarqueológico sí ha documentado huesos de vacas, lo mismo que de ovejas, de cabras y de cerdos. Por lo que respecta a los derivados de la leche, hay una mención al queso (casseum, 838) y una a lo que parece escrito como buturum, esto es, mantequilla (204)


El consumo de aves de corral también queda atestiguado por las tablillas y los hallazgos zooarqueológicos. En una carta dirigida a un esclavo doméstico del pretorio,  se le pide que compre en el mercado veinte gallinas o pollos (pullos uiginti) y además cien o doscientos huevos, pero siempre que estén a buen precio (oua centum aut ducenta si ibi aequo emantur, 302). Y en una extensa lista de recursos consumidos en diversos eventos, como un festival religioso o alguna visita importante, tipo el gobernador provincial, también aparecen anseres (gansos), pulli (pollos o gallinas) y pulli adempti, que bien pueden ser pollitos o pichones (302). Las gallinas y pollos no son originarios de Gran Bretaña, y su crianza y consumo se popularizó justamente con el mundo romano. 


El consumo de carne se completa con las referencias a la caza, un producto de lujo que aparece en textos relacionados con el pretorio y no con la soldadesca. En las tablillas se mencionan las redes y lazos para la captura de zorzales, patos y cisnes (turdarem, anatarem, cicnares, 593), y también los corzos y venados (caprea, ceruinus, 191).  La actividad deportiva de la caza era propia de oficiales y altos cargos, como el prefecto Flauius Cerialis o el comandante Aelius Brocchus: “si me quieres, hermano, te pido que me envíes unas redes de caza” leemos en la correspondencia entre ambos (si me amas frater rogo mittas mihi plagas, 233).

Los hallazgos de huesos en zanjas, desagües y otros recovecos nos hablan de la caza de ciervos, aves de todo tipo, roedores, tejones, zorros, gatos salvajes, martas… Animales codiciados por sus pieles o por su carne que se podrían capturar a caballo, con un séquito de cazadores experimentados y el auxilio de los perros de caza.

Pero aquellos que no formaban parte de la élite, soldados rasos y familiares, también conseguían su botín: pájaros, liebres, patos de los lagos cercanos, peces… eso sí, a base de trampas  caseras, o armas arrojadizas.


Escena de caza de liebre con galgos en honor a Diana. Hallado en Vindolanda. Fuente: https://cazawonke.com/

Para condimentar tanta carne y tanto pan se necesitan algunos aderezos: sal (salis), vinagre (acetum), miel (mellis) y especias diversas (condimentum). Algunos de estos productos dedicados a mejorar los sabores llegaban por transporte marítimo desde tierras lejanas, y eran un auténtico lujo. Ahí tenemos, por ejemplo, la pimienta y el garum. La pimienta (piper) era un producto exótico que procedía de Oriente y costaba un ojo de la cara. Cierta carta (184) muestra el precio que algún soldado se gastó en este lujo: dos denarios, más o menos la mitad de su paga semanal. Por lo que respecta al garum, varias cartas mencionan esta salsa de pescado (bajo la denominación de muria), un producto que en sí simboliza el Mediterráneo. Lo mismo pasa con el aceite y el vino, alimentos llegados de ultramar que sirven para reforzar la identidad del destacamento: eres lo que comes, comes romano, eres romano.


Ánfora olearia de la Bética.
Museo Arqueológico de Granada.

El aceite de oliva (oleum) estaba garantizado por la administración romana, que se esforzaba por hacerlo llegar a todos los puntos del territorio, envasado en enormes ánforas de cerámica. En concreto, la provisión de aceite para el fuerte de Vindolanda procedía de la Bética, según se desprende de los tituli picti de las ánforas olearias halladas. En las tablillas, el aceite aparece en los ‘menús’ del pretorio o como producto con fines religiosos, pues el preciado oleum se usaba para todo: para la higiene, la iluminación, la medicina, la fabricación de jabón, el engrasado de objetos diversos, las ceremonias religiosas… además de usarse para cocinar, por supuesto. El vino (uinum), que aparece en diversas tablillas, era una bebida de prestigio. Las élites lo tomaban de buenísima calidad mientras que la soldadesca solía beberlo rebajado con agua. En concreto, lo bebían mezclado cuando ya estaba cercano a la fase de ‘vinagre’, formando así una bebida conocida como ‘posca’. En las tablillas destacan dos menciones curiosas, el mulsum y el uinum conditum. El primero  es un vino fermentado con miel que solía servirse en los aperitivos de postín, y que sin duda acabó en la mesa del prefecto Iulius Verecundus (302). El segundo formaba parte de una receta que apareció en las cocinas del pretorio (208), una receta para algún plato suculento o para algún remedio medicinal, que para todo valían estos vinos aromatizados.


Pero no todos los lujos procedían de tierras lejanas. Algunos se conseguían de forma más local. Una carta menciona un regalo de cincuenta ostras (ostria quinquaginta, 299) procedentes de Cordonouis, en el estuario del Támesis de la costa norte de Kent (299). Un auténtico manjar. 


Armaduras romanas. Fuente: commons.wikimedia.org

Por último, las menciones en las tablillas a los instrumentos para cocinar y para servir en la mesa. Uno de los textos es una lista de objetos domésticos relacionados con el arte culinario (194). Curiosamente apareció en una sala del pretorio que ha sido identificada con una cocina. En el inventario se encuentran: cuencos (scutula), fuentes para servir (paropsides), vinagreras (acetabula), porta huevos (ouaria), cestas de pan (panaria), tazas (calices) y una especie de cazo con mango para trasvasar líquidos (trulla). Todos ellos instrumentos necesarios para hacer un convivium en condiciones.  Otra tablilla expresa una cuenta de gastos excepcional: “Pedido y traído mediante Adiutor, de Londres, un juego de ollas para cocinar, más de diez denarios” (contrullium cocinatorium, 588). Instrumentos necesarios para los cocineros (magirus, 590) y que se corresponden con los hallazgos arqueológicos: vasos de vidrio, cucharas, platos de cerámica o de bronce, algún recipiente de plata, vajilla fina de terra sigillata... En alguna tablilla incluso se menciona las vestimenta típica de las cenas, la uestis cenatoria (196), imprescindible para cumplir con las exigencias del dress code.


Terra sigillata procedente de la Galia Oriental. Hallado en Vindolanda. Fuente: https://commons.wikimedia.org/


Nos podemos imaginar una cena de postín en el pretorio: el prefecto Flavio Cerial  y el comandante Elio Broco, sus esposas respectivas, Sulpicia Lepidina y Claudia Severa; otras autoridades y amigos, quizá el prefecto Julio Verecundo. Recostados en su triclinio, degustando el jabalí con dos salsas diferentes y bebiendo un buen vino Massico, se pondrían al día de las noticias locales y de la capital, comentarían la cacería de la semana pasada, y la deliciosa jornada de cumpleaños de Lepidina y Severa. Irían vestidos para la ocasión, con la túnica cenatoria de lana muy fina y con adornos bordados, y brindarían con sus copas de sigillata de importación, traídas de la Galia Oriental.


Prosit!





Para saber más:


https://romaninscriptionsofbritain.org/


https://www.vindolanda.com/