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sábado, 16 de diciembre de 2023

REGALOS DE SATURNALIA


Durante el mes de diciembre el pueblo romano celebraba las fiestas dedicadas al dios Saturno (las Saturnales), que quizá eran las fiestas más populares y seguramente las más divertidas.


Su origen es un poco incierto. Por una parte, podrían proceder de rituales ancestrales de origen itálico, pero por otra se parecen mucho pero mucho a las fiestas atenienses en honor a Cronos, el Saturno griego. Lo que sí es seguro es que el pueblo romano sabía que eran muy antiguas y creían que las había instituido el mismo Rómulo. Parece que -en origen- celebraban el fin de los trabajos del campo y funcionaban como ritual propiciatorio para el siguiente ciclo de actividad agrícola, que tendría lugar ya en la primavera. Pero eso es lo que dice la antropología porque para el pueblo romano más primitivo esos días servían para recordar el mítico gobierno de Saturno, en una época conocida como la Edad de Oro, cuando todo el mundo vivía en la abundancia sin tener preocupaciones, cuando todos eran felices y, encima, eran iguales ante la ley, sin diferencias entre libres o esclavos. Justamente por eso eran tan populares. Durante esos días se rompía el estricto equilibrio que mantenía la estructura social romana y se permitía el caos y el desorden. Esos días funcionaban como una válvula de escape en la que esclavos y señores eliminaban sus diferencias, los látigos permanecían guardados y se permitían licencias que durante el resto del año serían impensables. No solo. Se podía jugar y apostar, se abandonaba toda actividad seria -los juicios, la escuela, la actividad militar- y hasta se vestía de manera informal todo el tiempo.


Pues bien, dos son los elementos que definen estas fiestas, que tenían lugar entre el 17 y el 23 de diciembre: los convites y los regalos.


Ambos -convites y regalos- cumplen con una función fundamental en el mundo romano: mantener la cohesión y la estabilidad social, compensando los desequilibrios de un sistema en el que la riqueza está muy mal repartida. Es decir, los convivia no solo sirven para disfrutar de la compañía, conversar y estrechar lazos de amistad; y los regalos no son solo una manifestación de generosidad.  Pensemos por ejemplo en el caso de los patronos, que deben velar por el bienestar de sus clientes, ciudadanos libres que a veces eran más pobres que una rata. Hacer un convite o entregar un regalo era de todo menos inocente: contribuía a entablar unas relaciones y unas alianzas firmes entre los miembros de la comunidad. Quien recibía una invitación o un regalo se veía automáticamente incluido en el grupo, y debía aceptarlo y devolver la invitación -si ello era posible- y el regalo con otro de igual valor o incluso mayor. 

Lo genial de las Saturnales era que los regalos y donativos llegaban a todas las capas de la sociedad, ricos y pobres, libres y esclavos. Eran un pequeño paréntesis en el que el mundo se volvía del revés y los regalos contribuían a borrar las barreras sociales: por unos días, la Edad de Oro en la que gobernó Saturno volvía a la vida. 




Dicho esto, y por una vez dejando de lado los convites, ¿cuáles eran los regalos más habituales - también llamados xenia- que se hacía el pueblo romano en Saturnalia? 


Según los textos clásicos, que tocan bastante el tema porque para algo eran unas fiestas muy populares, los regalos preferidos  por el pueblo romano son:


A) Velas de cera y figuritas de arcilla. Son los más clásicos. Las velas de cera de abeja (cerei) o cirios aromáticos representaban la vuelta a la luz tras un período oscuro y tenebroso de caos primigenio. Era frecuente ver a la gente por la calle, portando velas o antorchas encendidas, en plena procesión hacia el banquete de turno, llevando guirnaldas de flores en la cabeza y cantando a grito pelado. Es más, esas velas que se habían encendido en honor a Saturno se utilizaban también para iluminar el banquete mismo. De esta forma se aporta luz al período más oscuro del año, el que coincide con el solsticio de invierno, y se anuncia el nacimiento del Sol Invictus, que traerá una nueva época de luz y prosperidad. Las velas eran un regalo económico pero con gran valor ritual.



También las figuritas de terracota o arcilla (sigilla o sigillaria) eran un regalo sencillo pero cargado de connotaciones religiosas. Estas estatuillas originalmente servían para sustituir a las víctimas en los sacrificios incruentos, pero con el tiempo dejaron de tener ese significado religioso y simplemente quedaron como recuerdo de la tradición. Durante cuatro días en el Campo de Marte se montaba un mercadillo donde se podían adquirir estas figuras que normalmente tenían forma humana y que se solían regalar a los niños. Inevitable pensar en las figuritas del Belén.


B) Nueces. Sí, sí, nueces. Quizá el regalo más barato. Las nueces se regalaban a los niños para que jugasen, al estilo de las canicas. Y a los adultos para que pudiesen apostar a los juegos de azar, que normalmente estaban prohibidos pero no en Saturnalia. Eso sí, no se debía apostar dinero sino nueces, porque de esta forma nadie salía ganando ni perdiendo y así podían participar todas las capas de la sociedad, ya fuesen ricos o pobres, señores o esclavos. En palabras de Luciano de Samósata: “Deben jugar con nueces; si alguien apuesta dinero, no debe ser invitado a comer al día siguiente” (Sat.). 



C) Indumentaria adecuada para los convivia de Saturnalia. Durante estos convites era imprescindible contar con el atuendo adecuado: la synthesis y el pilleus, ambos objeto de regalo entre amigos. La synthesis, también llamada vestis cenatoria, era una toga muy ligera de muselina blanca para estar bien cómodo en el triclinio. Normalmente era aceptable usarla en los comedores y ya está. Pero en Saturnalia, lo lógico era usarlo incluso para ir por la calle, de manera que nadie marcaba su rango social con la ropa (de hecho era de mal gusto ir con la toga elegante, con la stola o con la túnica larga). Nada, el espíritu festivo se apoderaba de todos y, lo mismo que ahora vas a casa de tu cuñado con un jersey espantoso de lana con renos que sólo te vas a poner ese día, ellos se vestían con la ropilla cómoda de los banquetes y así se presentaban a comer con sus amigos y familiares. Lo mismo pasa con el pilleus, un gorro de fieltro o tela basta que simbolizaba la manumisión de los esclavos y que contribuía a esta sensación global de igualación jerárquica. Entre amigos, era fácil regalarse estos gorros de Saturnalia, elaborados con trozos de mantos cosidos. La indumentaria para estas fiestas se completa con otro elemento interesante: las coronas de flores. Son bonitas, evitan la resaca y completan a la perfección el outfit de Saturnalia. Se acostumbraban a regalar en la parte final de las cenas y eran perfectas para los brindis, para seguir las normas que dictase el ‘rey de la fiesta’ (saturnalicius princeps), por absurdas que fueran y para asistir a la entrega de regalos.



D) Regalos jocosos y aleatorios. Dado el espíritu de caos y descontrol de las fiestas de Saturnalia, los regalos podían ser de todo tipo, incluídos todos aquellos que se pueden considerar bromas y que sirven para provocar sorpresa y desconcierto. Un ejemplo sería regalarle una antología de poesía contemporánea malísima a un autor de renombre como Catulo, sobre todo si se lo regala otro escritor y ambos comparten la misma opinión nefasta sobre esos mismos autores. Otras veces los regalos simplemente se repartían a suertes, a modo de lotería, y lo mismo te caía algo de mucho valor que un pongo, provocando las risas de todos. El emperador Augusto, por ejemplo, “unas veces repartía obsequios, tales como ropa, oro y plata; otras, monedas de todo cuño, incluso antiguas, de época de los reyes, y extranjeras; y en ocasiones, nada más que mantos de pelo de cabra, esponjas, atizadores, pinzas y otros objetos de este estilo” (Suet. Aug. 75). Eso sí, nunca sabías cuál te iba a tocar y ahí estaba la gracia. Dentro de esta categoría de regalos entre cutres y jocosos podemos incluir objetos como el mismo pilleus o las nueces ya mencionadas, pero también otros como un mondadientes, unas escobas, un peine o un orinal de barro.

La diversión comenzaba antes de la entrega del regalo, pues estos venían presentados con unos letreros o versitos escritos de forma enigmática para que los comensales los tuvieran que descifrar. De hecho, contamos con toda una colección de estas composiciones escrita por el poeta Marcial, llamados xenia y apophoreta (literalmente ‘regalos de hospitalidad’ o ‘para llevar’), que nos iluminan sobre la tipología de regalos, y que son un regalo en sí mismos.



E) Productos gourmet y gadgets de cocina para foodies. Pues sí, las Saturnales eran una ocasión para regalar todo tipo de cosas relacionadas con la gastronomía, lo mismo que hacemos ahora. Enviar un surtido de productos (quizá dentro de una cesta) a casa de amigos, de clientes o de personas a las que le debes un favor era bastante frecuente. Los textos están llenos de referencias a regalos que les llegan a los abogados por parte de sus clientes, del tipo un cestillo de olivas del Piceno, unas longanizas, pimienta, incienso, unas copas de los alfares de Sagunto, una servilleta con adorno de púrpura, unos higos de Siria … Otras opciones igual de válidas son los dátiles, los pasteles, las salchichas de Lucania, un jamón, un tarro de garum de primera, una corona de tordos, unas ciruelas de Damasco, un Falerno, unas ostras o unas tetas de cerda. Y entre los gadgets de cocina, se mencionan a menudo en los textos las copas finas de cristal, de múrrina o pedrería, la vajilla de terracota, las bandejas para platos especiales -como las setas-, los cántaros, los coladores de nieve para servir el vino bien frío y sus garrafas para el agua de nieve, las cucharas de plata, las cucharas para los caracoles, los manteles o las servilletas.



F) Literatura. Un buen libro en estuche de púrpura, en papiro nuevo y adornado con cilindros siempre es una buena opción. Los autores clásicos nunca fallan, pero hay que asegurarse de que no sean tragedias ni epopeyas demasiado sesudas. Mucho mejor la poesía ligera, el epigrama, una comedia de Menandro o la poesía amorosa. Si quien regala a su vez es escritor, puede marcarse un detalle dedicando el libro a su mecenas. 



Hasta aquí la selección de regalos habituales para Saturnalia. Preparen sus dísticos para entregarlos, su pilleum y sus nueces. Vayan afinando la voz para gritar el clásico “Io, Saturnalia!” ante el templo de Saturno. Prepárense para el mejor día del año, escondan el látigo y, por una vez, sirvan la mesa a sus esclavos. 


Fuera las preocupaciones. Carpe diem!



sábado, 8 de abril de 2023

OCASIONES PARA EL CONVIVIUM


Uno de los aspectos más característicos de las culturas de la Antigüedad, de las que somos orgullosos herederos, es el hecho de celebrar cualquier cosa mediante la comensalidad.  

 

Cicerón explica, muy acertadamente, que los romanos llamaron “convivium” al hecho de comer juntos, donde lo más importante es conversar, disfrutar, compartir y estrechar lazos de amistad (De Senectute XIII, 45). 


Hablar de las ocasiones para hacer un convivium o banquete puede ser bastante extenso, pues literalmente cualquier acontecimiento -público o privado- podía acabar en la celebración en torno a una mesa (más o menos como nosotros). Por eso mismo, en esta entrada me centraré en los convivia en el ámbito privado y dejaré para otro momento los epula, banquetes públicos que representan un compromiso con la ciudad y sus instituciones.


Pues bien, los motivos para las celebraciones en el ámbito privado eran muchísimos.


Por una parte tenemos los acontecimientos dentro de la vida familiar, que se conmemoraban con su ritual, su fiesta y su convite entre parientes y amigos. Estos acontecimientos eran de todo tipo, muy parecidos a los que celebramos hoy en día.


Por ejemplo, las bodas. El pueblo romano las festejaba con todo un ceremonial que culminaba en la mesa no una vez, sino dos (sin contar con la pedida de mano, que entonces serían tres). Una el mismo día de los esponsales, la cena nuptialis, pagada por la familia de la novia, que incluía tarta de bodas y a la que acudían parientes y  amigos. La otra se llamaba repotia (de ahí ‘reboda’) y tenía lugar al día siguiente, cuando ya los novios se habían trasladado a su nuevo hogar, y era más íntima, solo para la familia. Por cierto, el pastel de bodas era una torta hecha a base de trigo, queso, mosto y anís, que se horneaba sobre hojas de laurel que se llamaba mustaceum y simbolizaba la fertilidad y la buena suerte.


© HBO Rome

Un nacimiento era siempre motivo de fiesta. Tras la aceptación por parte del pater familias, había que esperar nueve días (si era niño) o bien ocho (si niña) para celebrar socialmente la entrada del nuevo miembro en la familia. Era el dies lustricus, momento en que el bebé dejaba de considerarse impuro, recibía un praenomen y un amuleto (una bulla si era niño, una lúnula si niña). La ceremonia incluía, como no podía ser de otra forma, una fiesta y un banquete. 


Cuando uno de los miembros varones de la familia cumplía 17 años se celebraba su entrada oficial en la vida cívica mediante una ceremonia en la que abandonaba su bulla (sí, el amuleto que le entregaron en el párrafo anterior) y asumía su vestimenta de adulto, la toga viril. Se intentaba que este acontecimiento coincidiera con las Liberalia, es decir, el 17 de marzo, y era una buena ocasión para reunir a familiares y amigos.


Octavio portando la bulla. © HBO Rome 


Otro momentazo digno de celebración era la depositio barbae, esto es, el hecho de afeitarse la barba por primera vez. Era toda una ceremonia en la que el barbero o tonsor cortaba la barba con unas tijeras, y esta se guardaba y se ofrecía a los dioses, generalmente los Lares (lo mismo que la bulla infantil). A veces se guardaba como una reliquia: En el pórtico de entrada de la casa de Trimalción, los protagonistas ven en un rincón “un gran armario con un nicho donde había unos Lares de plata, una Venus de mármol y una caja de oro no muy pequeña donde, según decían, se guardaba la primera barba del señor” (Satyr.29,8). Es otra ceremonia de rito de paso de la adolescencia a la edad adulta, y era una buena ocasión para celebrar un convivium. 


Por supuesto, un cumpleaños también merecía una celebración. Se conserva el testimonio de Claudia Severa, la esposa del comandante Elio Broco, que invita a su amiga Sulpicia Lepidina, esposa también de un militar, para celebrar juntas el cumpleaños de la primera, que tiene lugar el 11 de septiembre:  “En el tercer día antes de los Idus de septiembre, hermana mía, para el día de celebración de mi cumpleaños, te envío una cálida invitación para asegurarme de que vendrás con nosotros, y para hacerme más placentera esta jornada con tu presencia, si vienes”. (Tab. Vindol. II 291). Esto por poner solo un ejemplo. 



Por cierto, el natalicio del pater familias coincidía también con el del Genio, el dios tutelar y protector de toda la progenie. La fiesta se celebraba por todo lo alto e incluía sacrificios, incienso, flores, bailes y pasteles.  Tibulo deja constancia del ritual a propósito del cumpleaños de Mesala: “Ven aquí y, con cien juegos y danzas, festeja en nuestra compañía al Genio, y vierte sobre las sienes el vino a raudales; que sus brillantes cabellos destilen gotas de perfume; su cabeza y cuello ciñan suaves guirnaldas. Ojalá vengas hoy mismo; ofrézcate yo honores de incienso y te obsequie con sabrosos pasteles de miel de Mopsopo” (Tibulo I,7,49-54). 


Danza de los cuatro genios. Domus dei tappeti di pietra. Ravenna.


Otros acontecimientos de la vida privada familiar no eran tan alegres. Un entierro, por ejemplo, propiciaba una cena funeralis para todos los allegados que habían seguido el cortejo fúnebre. Se desarrollaba en el mismo cementerio y se componía de huevos, habas, lentejas, sal y aves de corral, según marcaba la tradición. Nueve días después, familia y amigos se volvían a reunir. Realizaban entonces libaciones de leche y sangre para ayudar al alma del difunto, y celebraban otro banquete, la cena novendialis. Con esta comida -que incorporaba músicos, y hasta gladiadores si se lo podían permitir- concluía un período de luto que purificaba a la familia y la devolvía a su actividad habitual. También los aniversarios del difunto se celebraban en el cementerio junto a su tumba, demostrando que no lo habían olvidado y haciéndolo participar del banquete. Se le dejaba un espacio libre y se le ofrecían alimentos tradicionalmente asociados a la fertilidad y al misterio de la vida, como huevos y legumbres, además de libaciones de vino.


Tumba 15 de la Isola Sacra (Ostia) con triclinio para banquetes fúnebres
Fuente: ostia-antica.org

Las reuniones entre familiares y amigos podían darse también por cualquier otro motivo que los uniese: una manumisión solemne, el aniversario de la caída de un rayo (no es broma), una redacción de un testamento o contrato, la vuelta de un amigo tras un largo viaje, iniciar un negocio, hacerle la pelota a un magistrado… o sin ningún motivo aparente, simplemente por pura amistad y ganas de conversación. Estas eran cenas entre iguales, distendidas, informales, sencillas, espontáneas y bastante habituales. Cualquier epigrama de Marcial deja constancia de ello: “Estela, Nepote, Canio, Cerial, Flaco, ¿venís? Mi sigma tiene siete plazas; somos seis, añade a Lupo” (X,48).

Otras veces las cenas eran meros compromisos sociales, expresión de las obligaciones entre patronos, clientes y libertos. Estos convivia eran una ocasión para expresar las jerarquías sociales, quién es quién, y servían igualmente para establecer alianzas, para pedir favores, para conseguir votos y hasta para conspirar. 


Escena de convivium. Museo Arqueológico Nápoles


Familiares y amigos se reunían también cuando el calendario marcaba alguna festividad religiosa (en total eran más de cuarenta), festividades que se celebraban en el ámbito público y en el privado. La verdad es que toda fiesta religiosa daba pie a un posible ágape con vecinos, familiares y/o amigos: las Vinalia, las Compitales, las Liberalia, las Ambarvalia…. El 15 de marzo, por ejemplo, tenía lugar la fiesta de Anna Perenna, siempre al aire libre, en la ribera del Tíber, en la zona de la antigua arboleda de la diosa. Era una auténtica romería que festejaba el año nuevo, y la gente improvisaba al abierto unos cenadores con cañas para comer, beber y divertirse. Otras fiestas muy populares eran las Saturnales, que en teoría duraban del 17 al 23 de diciembre, pero en la práctica abarcaban todo el mes. En palabras de Séneca: “Diciembre es el mes; más que nunca el sudor invade la ciudad. El derecho al libertinaje ha sido otorgado oficialmente. Con los inmensos preparativos todo se anima (...)” (Ad Luc.,18,1). Regalos, fiesta, distorsión del orden social, comilonas, todo eso marcaba los festejos dedicados a Saturno. 


Museo Arqueológico de Nápoles.

Pero otras tenían un carácter más lúgubre, como la Caristia, el 22 de febrero, tras varios días de honrar a los difuntos, o los tres días en que se abría el Mundus, ocasión perfecta para recordar a los parientes muertos, que salían del inframundo para ‘visitar’ a sus familiares vivos y por ello seguro les dejaban un espacio en las mesas de sus reuniones familiares. 


Otro motivo para banquetear periódicamente era la pertenencia a un collegium, una entidad entre gremio y cofradía que velaba por los intereses de un colectivo. Era un espacio de socialización que compensaba las carencias a las que pudiera llegar el estado y tenían fines religiosos, culturales y profesionales. Las celebraciones de un collegium también servían para establecer lazos profundos entre todos sus miembros, quizá por eso el Estado las contemplaba con cierto recelo. Había collegia de artesanos y profesionales de todo tipo:  médicos, cocineros, tintoreros, panaderos, zapateros, gladiadores, sacerdotes…. Los había para garantizar las honras fúnebres,  para favorecer a los militares incapacitados o completar su pensión (como un seguro privado), para ayudar en caso de enfermedad o deudas, y en general para velar por los intereses de sus miembros asociados. 

Los convivia que organizaba un collegium eran una cita importante para estrechar lazos y renovar alianzas entre sus miembros, que validaban así el compromiso con un grupo con el que tenían un vínculo muy sólido. Tito Livio narra una anécdota que revela la importancia de estas comidas en común: una prohibición que acabó en huelga: 

Los censores habían prohibido a los flautistas que celebrasen su banquete anual en el templo de Júpiter, privilegio del que gozaban desde la antigüedad. Tremendamente disgustados, se marcharon en bloque a Tívoli y no quedó ninguno en la ciudad para actuar en los ritos sacrificiales” (AUC IX,30,5). Esto es una huelga de flautistas etruscos en toda regla.


Lo mismo pasaba con otras asociaciones posibles: las cofradías religiosas de los templos, las fiestas propias de los barrios o de las curias… La pertenencia a un grupo que velaba por unos  intereses comunes acababa en convite donde todos los miembros compartían la mesa. 


© HBO Rome


El convivium juega un papel fundamental en la sociabilidad. Ya sea una pequeña reunión de amigos o una cena de compromiso, ser admitido en un banquete implica formar parte de una determinada comunidad, con la que se estrechan lazos y se construyen identidades. Durante el convivium, se crean y se consolidan relaciones de amistad y alianzas de todo tipo, se honra a los dioses, se recita poesía, se improvisan cánticos, se respeta la memoria de los difuntos, se comparten confidencias, se planifica un golpe de estado, se celebra la vida y la fertilidad… Compartir la mesa es mucho más que comer, es celebrar que compartimos una porción de vida. 


Sean felices!



Imagen de portada: Escena de banquete de mujeres. Ashmolean museum in Oxford.

viernes, 13 de diciembre de 2019

SATURNALICIAS NUCES, LAS TÍPICAS NUECES DE SATURNALIA

niños jugando con nueces. Museo Vaticano

Las nueces son un fruto seco altamente alimenticio que los romanos y los griegos consumieron en abundancia. Símbolo de una vida sencilla y austera, este fruto se consume en Europa desde tiempos inmemoriales. Como ahora, se tomaban tanto en los aperitivos como en los postres y, como son frutos de invierno, se tomaban en abundancia en los banquetes de las Saturnales, que tenían lugar -como todo el mundo sabe- entre los días 17 al 23 de diciembre.

Antes que nada, hay que aclarar que bajo el término “nux” (nuez) se recogen todos aquellos frutos no carnosos envueltos en un pericarpio duro, o lo que es lo mismo, con cáscara. Por tanto se entienden como “nueces” no solo las nueces propiamente dichas, sino también otros frutos secos. Macrobio en sus Saturnalia (III,18) nos presenta una escena de banquete donde los comensales tienen como tema de conversación justamente los distintos nombres para las nueces, las cuales se han servido de postre. En su lista está la “nuez iuglans”, nuestra nuez de toda la vida, pero también la avellana (la nuez de Abela o de Preneste, llamada por los griegos ‘nuez del Ponto’ o ‘bellota de Zeus’), la castaña (la nuez de Heraclea o de Eubea o ‘bellota de Sardes’), la almendra (que es la nuez griega o nuez de Tasos), el piñón (la nuez piña) y unas nueces tiernas que revelan el origen oriental de esta planta, pues se llaman ‘pérsicas’. Y aún podríamos añadir a esta lista de Macrobio las bellotas y los pistachos, introducidos tardíamente en Italia desde Siria.

Todas las que menciona Macrobio se consideran ‘nueces’, y todas se hallan en la mesa de los postres de un banquete de Saturnalia, una noche de diciembre. Y es que las nueces son protagonistas de las fiestas dedicadas a Saturno, pero no solo como alimento, sino también como juego.

El juego de las nueces era el típico juego de niños sencillo y barato, al estilo de las canicas. No era uno solo sino diferentes juegos, tantos como diesen de sí las nueces (o los huesos de albaricoques u otras frutas): hacer castillos y derribarlos lanzándoles un proyectil, hacer rodar una nuez y apropiarse de todas las (ajenas) que tocase en su trayectoria, lanzarlas a una jarra a ver cuántas entran dentro… “Al niño, triste ya por dejar sus nueces, vuelve a llamarlo el maestro chillón” leemos en Marcial (V,84), puesto que se han acabado sus vacaciones y debe volver a la rutina escolar.

niños jugando con nueces. Museo del Louvre

Por cierto los niños recogían multitud de nueces en las bodas: a lo largo del cortejo nupcial, justo frente al nuevo hogar de los esposos, se arrojaban nueces a los niños como si fueran caramelos. Lo hacían para atraerse la buena suerte, para favorecer la fertilidad y para mostrar -simbólicamente- la renuncia a las diversiones de soltero del recién casado. De hecho, la expresión relinquere nuces o ponere nuces (‘dejar atrás el juego de las nueces’) significaba justo el abandono de la infancia y la entrada en la vida adulta y sus obligaciones y responsabilidades. Hasta ese punto se relacionaba este fruto con los juegos infantiles.

Pero en las Saturnales los niños no son los únicos que juegan a nueces. La cuestión es que los juegos de azar (los dados, las tabas, el cara o cruz) estaban prohibidos por diferentes leyes y se permitían solo bajo circunstancias excepcionales, como los convivia y, precisamente, las fiestas Saturnales. Ahora bien, el decoro exigía que durante estas fiestas no se debía jugar con dinero, sino apostando nueces. Así lo leemos en Luciano de Samósata: “Deben jugar con nueces; si alguien apuesta dinero, no debe ser invitado a comer al día siguiente” (Sat.). La idea es favorecer la igualdad entre todos los que jugasen, ya fuesen ricos o pobres, señores o esclavos, puesto que las fiestas de Saturno buscaban la relajación de las normas sociales y la participación de todas las capas de la sociedad.
De esta manera, apostando nueces en lugar de dinero, nadie salía ganando ni perdiendo bienes de valor. Marcial lo resume así: “Este papel es para mí juego de nueces, es para mí el cubilete: estas tiradas no causan pérdidas ni ganancias” (XIII,1), haciendo una comparación entre sus versos y el juego de nueces, ambos igual de inofensivos y de poco rentables.

Siendo tan populares en las fiestas de Saturno, eran regalo habitual. De hecho, eran el regalo más barato para ofrecer a amigos y familiares: “De mi pequeña finca, elocuente Juvenal, te mando las típicas nueces de las Saturnales” (Marcial VII,91).
Se sumaban así al resto de regalos ‘clásicos’ por Saturnalia, como los cirios de cera de abeja (cerei), que se solían dar a los patronos,  y las figuras de terracota (sigilla), que se daban a los niños. Aunque en materia de regalos las posibilidades eran muchas. De nuevo Marcial nos ha dejado constancia de estos presentes (xenia) que se acompañaban de unos versos y que eran de lo más variado: un mondadientes, una escupidera de barro, un cestito de olivas del Piceno, unos anillos, un sujetador, un libro, una cuchara para los caracoles, una garrafa para el agua helada, incienso, un perfume, unos higos de Quíos, unas tetas de cerda, un jamón, un ánfora de garum, un vino falerno…. Regalos adecuados al estatus y capacidad económica de cada uno. Sin duda el intercambio de regalos era uno de los platos fuertes de las Saturnales.

figura de terracota (sigilla)

Para acabar, las palabras que el mismo dios Saturno responde a Marcial cuando este le pregunta qué es lo mejor que se puede hacer durante esos días de borrachera: “Juega a las nueces” (XIV,1). Así que ya saben, colóquense el píleo sobre sus cabezas, pónganse cómodos, preparen sus regalos, relájense y jueguénse sus nueces… Saturnalia está a la vuelta de la esquina.

Io, Saturnalia!