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domingo, 12 de abril de 2020

CIBUM CASTRENSIS, LA COMIDA EN EL CONTUBERNIUM

Magna Celebratio 2017 Foto:@abemvs_incena
¿Cómo se preparan y se consumen los alimentos en el ejército romano? Sin duda alimentar a miles de hombres desperdigados a lo largo de miles de kilómetros implica una tarea logística de primer orden. De hecho, el sistema administrativo de Roma contemplaba toda una serie de cargos -procuratores, tabularii, beneficiarii, todos coordinados por el praefectus annonae- y mecanismos -transporte, almacenaje, adquisición, reparto- que garantizaban los suministros necesarios para las tropas, unas tropas que era mejor tener contentas y con el estómago lleno.
El aparato logístico alcanzaba también a la unidad más pequeña del ejército, el contubernio, desde donde se reciben, se preparan y se consumen los alimentos en comunidad.

Un contubernium es la unidad mínima del ejército romano, formado por ocho soldados de infantería que comparten recursos y tienda. En el ejército romano no existen los comedores colectivos. Recogían las provisiones y se preparaban ellos mismos su comida, que era compartida entre los miembros del contubernio. Esta preparación comunal de los alimentos ayudaba a mantener una disciplina diaria entre las tropas (reparto del trabajo e implicación en la preparación) y también contribuía a establecer lazos entre los miembros del grupo.

Volvamos a formular la pregunta que da comienzo a este texto: ¿cómo se preparan y se consumen los alimentos en el ejército romano? Aquí es donde entra en juego el contubernium. Y, aunque la cosa cambia un poco en función de si se trata de un campamento permanente o de tropas en campaña, los alimentos son los mismos y las elaboraciones casi que tambiénPor cierto, los soldados tomaban dos comidas al día: el prandium, una comida ligera a mediodía, y la cena, que era la comida principal. Esta última podía ser más elaborada, puesto que se disponía de más tiempo para prepararla y consumirla, justo antes de la señal de apagar los fuegos al sonido del classicum.

Veamos qué se cuece en las marmitas del contubernium…

LOS CEREALES

Hablar de cereales es básicamente hablar de trigo y de cebada.  Como el cereal  formaba parte fundamental de la dieta de los soldados (y los animales) era necesario obtenerlo de forma local, es decir, procedente de las tierras de cultivo más cercanas. La imposición de un tributo o la compra del cereal a precio fijo parecen ser un método habitual. El cereal se puede almacenar en graneros, siempre que no se pudra por la humedad o se llene de bichos o arda en un incendio. Eso sí, para que se conserve convenientemente, debe mantenerse en forma de grano, nunca como harina, puesto que esta se corrompe con mucha facilidad. Eso implica, para empezar, que el grano se reparte individualmente pero que se debe moler para hacer harina y posteriormente cocinarlo.

mola manuaria Ludi Rubricati 2018
foto: @abemvs_incena
Cada contubernium contaba con un molino de mano (mola manuaria) para llevar a cabo esta actividad. Quizá existiría un encargado de la molienda dentro del contubernio, o quizá dentro de una unidad mayor, la centuria (ochenta soldados). Una vez molido, el cereal se podía cocinar. Sin duda, la forma preferida para consumir el cereal es el pan, la forma más perfecta de alimento, el más nutritivo y también el más civilizado. Pero para elaborarlo se hace imprescindible el uso del horno. En los campamentos estables se han hallado hornos adosados a las murallas que elaboraban pan para toda la centuria o al menos para una turma o escuadrón. Es decir, que tanto la molienda como el horneado podían ser actividades que superaban el ámbito estrictamente contubernal. Por cierto, el pan que se consume en el ejército se denomina panis militaris, y se hacía de trigo preferentemente. Según la calidad de este podía ser un pan más basto (panis militaris castrensis) o un pan más fino y más blanco (panis militaris mundus), seguramente el destinado a los mandamases.
Además de pan, se pueden hacer gachas (puls), mezcladas con agua y sal, y aderezadas con legumbres, verduras, tocino y otras golosinas. Las sopas y los potajes diversos también deben de haber sido opciones normales.

bucellatum. Ludi Rubricati 2018
foto: @abemvs_incena
En campaña, según como pintase la cosa de peligrosa era mucho mejor llevar el pan en forma de galleta. De esta manera pesaba y ocupaba mucho menos en la carga que llevaba cada soldado y, lo que es mejor, no se echaba a perder con facilidad. Esta especie de galleta, llamada bucellatum, estaba hecha con harina, agua y sal, lo mismo que las gachas, y se horneaba varias veces hasta que perdía gran parte del agua. El bucellatum o cocta cibarium era resistente y ligero, y se podía deshacer y reconvertir en harina para usos posteriores, o bien consumirlo así. Cuando la tropa viajaba por terrenos peligrosos en los que era mejor no encender fuegos el pan en forma de bucellatum era una buena solución. Otras veces, en campaña sería necesario transportar el molino de piedra, que seguro que pesaba bastante. Para estas y otras cargas cada contubernium contaba con dos mulas.

La cebada ha tenido siempre mala fama entre los autores romanos, aunque se consumía bastante, igual que otros cereales, como el mijo. Según los textos, se utilizaba para alimentar a los animales y también si escaseaba el trigo. Sin embargo, aunque los autores especifican que se les daba a los soldados solo como castigo por falta de disciplina, las pruebas halladas en diferentes campamentos revelan que se consumía con bastante asiduidad. O eso o estaban castigados siempre. Lo cierto es que el modelo alimentario reivindica el trigo, pero las evidencias arqueológicas revelan que la cebada formaba parte de la dieta habitual.

Sartén y puls. Ludi Rubricati 2018. foto: @abemvs_incena

LAS HORTALIZAS,  LEGUMBRES, VERDURAS Y FRUTAS

caccabus y trípode.
British Museum.
Las gachas, los purés, los potajes, los estofados o las sopas son diferentes elaboraciones que se podían realizar con el cereal y otros ingredientes muy habituales en la dieta de los romanos: las hortalizas, las legumbres y las verduras. Los análisis arqueobotánicos corroboran que estos ingredientes estaban presentes también entre el ejército. Y los papiros egipcios, las tablillas de Vindolanda o los ostraka norteafricanos también dan pruebas de que estos alimentos se compraban en el mercado o se pedían a los familiares. La compra y el acceso a la producción local proveía al ejército de habas, cebollas, lentejas, garbanzos, ajos, rábanos, repollos, nabos, guisantes, que acababan en la marmita, uno de los elementos básicos para cocinar con que contaba todo contubernium. Podía tratarse de un caccabus, más apto para guisar y rehogar, o una aula (olla), óptima para hervir. Ambas servían también para almacenar la comida cuando el ejército estaba en marcha.

Las frutas eran una buena opción para matar el gusanillo o para aderezar platos. Además de manzanas, peras, granadas, higos o frutas silvestres, los soldados consumen aceitunas, auténtica golosina conservada en salmuera o en defrutum. Nada como unas buenas olivas para recordar que eres romano. Otras delicatessen, como los dátiles, quedaban reservadas para los oficiales.

LA CARNE / LAS PROTEÍNAS

En los campamentos romanos se consumía carne, tanto fresca como salada. Los tipos de carne más habituales son el cerdo, la carne de vacuno, la cabra y la oveja,  y predominan más unos u otros en función de la zona en la que se hallase el asentamiento, y la procedencia y costumbres de los soldados. Estos animales se crían para aprovechar su carne y no solo: lana, leche, cuero, hueso, tendones… Los animales se conseguían de forma local, adquiriendo el ganado de las regiones próximas por compra o tributo.
Con qué frecuencia comerían carne fresca es difícil decirlo, pero seguro que esto pasaba al menos en las principales festividades, cuando los sacrificios pertinentes colocarían una buena dosis de carne en las marmitas y los espetones. Carniceros especializados harían el reparto por centuriae o por contubernia. Y, en función de la importancia de la celebración, la carne se cocinaría de forma comunal en el seno de la mismísima legión.

Ahora bien, la carne fresca presenta algunos problemas: no siempre se dispone de ella y además hay que encontrar un método para preservarla. La solución es la conservación mediante la salazón. La carne salada es un clásico de los textos militares, que nombran siempre el tocino (laridus) entre la lista obligatoria del cibus castrensis o rancho. Con la carne salada todo son ventajas: es un aporte de proteínas, grasa y sal; es fácil de transportar y se conserva durante mucho tiempo. Así que es un alimento fantástico especialmente cuando las tropas están en campaña: ocupa poco espacio pero alimenta mucho, y evita el engorroso problema de tener que llevar aceite encima.
Trigo, carne salada, lentejas. Ludi Rubricati 2018

Otra solución para conservar la carne era elaborar salchichas y otras farcimina. La carne se pica, se mezcla con especias y grasa, se embute y se cuece o se ahúma. Así es como se popularizaron las famosas salchichas de Lucania, justo a través del ejército. Posiblemente, los campamentos estables contaban ya con instalaciones para elaborar salazones y salchichas, y posiblemente contaban con personal especializado, liberado de las cargas militares (milites immunes) o contratado para ello.

Pero la carne procede también de otras fuentes. Por ejemplo, la pesca y el marisqueo (abundan los restos de mejillones y ostras en numerosos castra); las aves de corral (pollos, gansos, patos, que proveen a la tropa también de huevos); o el producto de la rapiña, la caza y las incursiones por la zona: conejos, osos, jabalíes, ciervos, venados y cualquier pájaro que vuela...
Otra fuente de proteínas era el queso (caseus), muy nutritivo y fácil de conservar y de transportar: un imprescindible en la sarcina del milites.

EL ACEITE

El aceite de oliva era un imprescindible de los campamentos permanentes.  No solo tiene un valor simbólico importante para un romano, es que era la principal grasa utilizada para cocinar. Estaba garantizado por la administración romana, que hacía llegar a todos los puntos del territorio el preciado oleum en enormes ánforas de cerámica. Además, se usaba también en la iluminación, en el aseo personal, en ceremonias religiosas, en el engrasado de objetos diversos, en la fabricación de jabón, en usos medicinales…

LAS BEBIDAS

El agua es un líquido vital cuyo abastecimiento supone un verdadero quebradero de cabeza cuando el ejército está en marcha. Los aquatores eran los encargados de buscar agua cuando las tropas estaban en movimiento, pues este recurso es vital para la supervivencia de seres humanos y animales. Un terreno desconocido, un enemigo que impide el acceso al agua o que la envenena, un río o fuente en un lugar inaccesible o que se ha secado, una reserva de agua que se ha corrompido… sin agua para reponer las cantimploras las tropas se desmoralizan rápido, y se convierten en muy vulnerables.
En los campamentos estables la cosa es más tranquila. En nuestro contubernium tenemos un encargado de mantener lleno el cubo (hama), proporcionado por el ejército como equipamiento básico, con agua fresca para todo tipo de necesidades, como lavarse o cocinar.

El agua se solía mezclar con vino, con vino agrio o con vinagre (acetum). Estas mezclas, conocidas bajo el nombre de posca, respondían a una doble necesidad: aprovechar un vino malo rebajándole el alcohol ya de paso y mantener el agua limpia de gérmenes. Por otra parte, el vino era un elemento importante de la dieta de los soldados, útil para hacer más llevaderas las campañas, para curar heridas y hasta enfermedades y para proporcionar calorías.
Posca foto: @abemvs_incena

La cerveza también fue una bebida habitual, aunque exenta de los aspectos culturales con los que sí contaba el vino. En casi todos los campamentos se documenta la cerveza y en Vindolanda hasta se habla de un tal Atrectus cervesarius, maestro cervecero local (Tab. Vindol II,182). Y tampoco le harían ascos a otras bebidas alcohólicas relativamente fáciles de obtener, como la sidra o el ‘vino de palmera’. Sin embargo, estas bebidas nunca obtendrían el estatus ideológico del vino, el maravilloso regalo de Dioniso al mundo civilizado. Los vinos itálicos, hispánicos y griegos eran productos de importación y, al margen de su calidad, eran considerados siempre de prestigio.

LOS CONDIMENTOS

Los diferentes aderezos y condimentos son también fundamentales para preparar los alimentos correctamente. Uno de los más importantes es la sal, elemento vital para la supervivencia de los soldados. A la tropa se le asignaba una cantidad de sal fija y se dedicaban grandes esfuerzos para garantizar el abastecimiento y suministro a todos los puntos de asentamiento del ejército. La sal tiene una función muy importante no solo en la condimentación de los platos, sino también en el correcto funcionamiento del cuerpo: evita ciertos problemas (como la disentería o la hiponatremia) y facilita la digestión. Servía también para conservar los productos, como hemos visto en el caso de la carne salada (tocino, jamones, chicharrones, salchichas…) o el pescado salado, era parte importante en la confección de garum (una salsa presente en las mesas de oficiales y soldados) y formaba parte de la composición del pan y hasta de algunos vinos (en forma de agua de mar).

La miel es otro de los condimentos fundamentales. Más allá de su uso como edulcorante e ingrediente de numerosas salsas, sirve para condimentar los vinos, como sucede con el mulsum y toda suerte de vina condita, bebidas reconstituyentes en forma de vinos aromáticos. Con miel -y agua- se hacía también el aqua mulsa, quizá la bebida alcohólica más antigua de la humanidad. Se usa también en medicina, mezclada con agua de lluvia y sal marina (oxýmeli). La miel se utilizaba también para conservar las frutas y las carnes sin salar

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Los encargados de cocinar en nuestro contubernium preparan una buena cena. La marmita hierve con un guiso de lentejas, cebollas y salchichas. Le han echado también un trozo de tocino rancio, para darle alegría. El guiso está casi acabado. Los vasos y los platos de madera ya están esperando la pitanza. El vino aguado y el pan acompañarán el condumio. Se hace tarde. Mañana habrá que escoltar al praefectus atravesando territorios que aún son hostiles. Quién sabe qué podrá pasar. Los compañeros brindan por los dioses y por sus vidas.

Carpe diem.
Preparando el prandium. Magna Celebratio 2019. Foto @Abemvs_incena


Bibliografía extra:

CARRERAS, C. Aprovisionamiento del soldado romano en campaña: la figura del praefectus vehiculorum.- HABIS 35 (2004) Accesible en línea: https://portalrecerca.csuc.cat/29968775

CARRERAS, C. Los beneficiarii y la red de aprovisionamiento militar de Britannia e Hispania.- Gerión 15 (1997) Accesible en línea: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=101293

VALDÉS, P. La logística del ejército romano durante la República Media (264 - 188 aC).- Universitat de Barcelona (2017) Accesible en línea: http://diposit.ub.edu/dspace/bitstream/2445/116745/1/PVM_TESIS.pdf

miércoles, 21 de agosto de 2019

EL CULTO DOMÉSTICO: OFRENDAS PARA LA PROSPERIDAD DE LA CASA Y LA FAMILIA


Uno de los aspectos que más me llaman la atención del pueblo romano es su profunda religiosidad, tan pragmática como supersticiosa. Para el pueblo romano todo, absolutamente todo, está regido por las divinidades y del comportamiento que se tenga con ellas dependerá su complicidad o no para llevar a cabo con éxito cualquier acción humana.
A las divinidades en general hay que mantenerlas contentas y siempre de parte de uno. ¿Cómo? Manteniendo al día las obligaciones del culto, tanto el público como el doméstico. Por lo que respecta al público, ya viene marcado por las instituciones en un calendario plagado de ritos y festividades. Por lo que respecta al doméstico, es responsabilidad de toda la unidad familiar, y del pater familias en particular, asegurar el bienestar de todos a partir del mantenimiento de los debidos deberes religiosos. Para ello, cada domus tiene en el corazón de la casa -el atrio por lo general- un altar donde arde el fuego sagrado y no hay circunstancia vital para la familia que no cuente con la intervención divina y con las ofrendas correspondientes.
Este es el tema que nos ocupa en la siguiente entrada: ¿qué ofrendas se corresponden con los dioses domésticos? ¿vale cualquier cosa? ¿lo que vale para los Lares vale también para los Manes, por poner un ejemplo?

Larario en la Casa  de Julio Polibio. Pompeya
Vayamos por partes. El culto religioso romano está muy, muy reglamentado. No hay lugar para improvisaciones, las normas son las normas y hay que cumplirlas. De lo contrario uno puede enfadar a los dioses y atraerse la desgracia.
Para empezar, el culto doméstico consiste en honrar a los antepasados y a las divinidades tutelares con ofrendas que, por lo general, son incruentas, es decir, no son sacrificios de animales sino ofrendas de tipo “vegetal”. Por otra parte, es una norma universal que dichas ofrendas vegetales han de pertenecer a plantas cultivadas, nunca salvajes, o a productos elaborados por el hombre. El ser humano sabe producir sus propios frutos y alimentos, en su huerto y por su mano, por lo que son alimentos civilizados. Sólo los alimentos que revelan que se ha ‘domesticado’ a la naturaleza son aptos para la ofrenda: cereales, vino, leche, miel… Además, deben ser las mejores piezas, las más jugosas, las más perfectas.
Para continuar, se debe observar a qué divinidad va dirigida la ofrenda y el tipo de celebración o circunstancia que lo propicia.

Los principales dioses domésticos son los Lares, los Penates, el Genio y los Manes. Se les suele encontrar representados en pinturas, pequeños altares, hornacinas o nichos en lugares estratégicos de la casa, como el atrio, el peristilo o las cocinas. Vayamos por partes.

Los LARES (o el Lar, puesto que originalmente era uno solo) son los dioses tutelares de la casa, a la cual protegen, lo mismo que a sus habitantes. Se les suele representar como una pareja de jóvenes con aspecto alegre y con el cuerno de la abundancia en sus manos. En general, a los Lares se les dedica una parte de los alimentos cada vez que se va a comer, y se les hacen libaciones de vino en los banquetes, justo antes de empezar los brindis. La ofrenda más apreciada por los propios dioses es la llama del hogar, que no debe apagarse nunca. Precisamente porque los Lares viven en el fuego sagrado -símbolo de la prosperidad de la casa- es fácil vincularlos con VESTA, la diosa que se identifica directamente con el fuego del hogar, cuidado con mimo por las mujeres de la familia.
Lar de bronce Museo Arqueológico
Nacional. Madrid
Además de las ofrendas diarias, a los Lares hay que honrarlos en fechas especiales, como las calendas, los idus y las nonas de todos los meses, el día de luna nueva, los días de aniversarios y cada vez que la familia pasa por un momento importante (ir a un viaje o a la guerra, tomar la toga viril, iniciar un negocio, casarse…). Para honrarlos, lo más adecuado son las libaciones de vino y las ofrendas de flores e incienso, tal como leemos en las palabras que dice el propio Lar en una comedia de Plauto: “tiene una hija única que no deja pasar un día sin venir a rezarme, me ofrece incienso, vino o lo que sea y me pone coronas de flores” (Aul.24-25). Coronas de romero y mirto, violetas, guirnaldas de flores, incensarios llenos… son ejemplos que leemos en multitud de textos.
Por otra parte, los alimentos que más frecuentemente se ofrecían a los Lares son muy sencillos y ligados a la agricultura y la fertilidad: frutas, harina, pasteles hechos con harina o coronas de espigas; o bien son regalos de los dioses, como la miel; o productos que aproximan al ser humano a la divinidad, como el vino. Así lo leemos, por ejemplo, en Tibulo, quien, recordando su infancia, dice que el Lar “era aplacado, ya ofreciéndole un racimo de uvas, ya ciñendo su sagrada cabellera con una corona de espigas, y alguien, para cumplir su promesa, le llevaba personalmente pasteles y le acompañaba rezagada su pequeña hija que le ofrecía miel pura” (Tibul 1,1,15-24).
También se les ofrecían todos aquellos alimentos que hubiesen caído al suelo durante las comidas, ya que al caer entraban en contacto con el mundo subterráneo de los difuntos y no se podían devolver a la mesa. (Plin. NH XXVIII 2,27).

Larario. Museo Arqueológico Nacional. Nápoles.
Los PENATES eran compañeros de lararium de los Lares y Vesta. Su altar es el propio fuego del hogar por lo que es fácil que todos estos númenes estén vinculados y hasta se confundan entre sí. Su función era la de proteger la despensa y los víveres de la casa, conservando y multiplicando toda suerte de alimentos y también inspirando a los cocineros en sus creaciones gastronómicas. Se les representa bajo la forma de un par de jóvenes, como los Lares, aunque no tienen una iconografía fija. A los Penates y a Vesta se les está consagrado el salero -la sal es sagrada porque permite la conservación del producto-, la mesa sobre la que se depositan los platos y hasta las cazuelas que se ponen junto al fuego, ya que todos estos objetos se relacionan directamente con la alimentación de la familia y por tanto con su supervivencia y prosperidad.
Las ofrendas a los Penates tienen lugar en el momento en que la familia se dispone a iniciar la comida. Para ello, además de las plegarias pertinentes de propiciación y agradecimiento, el pater familias arroja al fuego una parte de los alimentos que se van a consumir o, mejor aún, una ofrenda específica de perfumes, de incienso, o de sal y harina: “aplaca a los penates adversos con piadosa escanda y crepitante sal” leemos en Horacio (Od.3,23). La crepitación provocada en las llamas era la respuesta de los dioses: gratitud por la ofrenda recibida, los dioses se mostrarán propicios.
Incluso se pueden hornear pastelitos rituales a tal efecto, como los liba, elaborados con harina, queso, huevo, sal y cocidos sobre una olla de barro. La receta y su uso ritual los conocemos gracias a los textos de Catón (De Agri.LXXV) y Varrón (LL,VII,44), que nos indican que estas tortas sagradas se emplean en las libaciones de las festividades importantes, compartiendo una parte con los dioses domésticos.
Cerca del altar de los penates es frecuente que haya algunas plantas que simbolizan el triunfo, el vigor o la eternidad y que, al estar junto a los Penates, traspasan estas ‘propiedades’ a la casa o a la familia. Como ejemplo, el laurel (Serv. Ad Aen.7,59) o la palmera, como vemos en la biografía de Augusto: “Cuando una palmera nació entre las junturas de las piedras delante de su casa, la hizo trasplantar al patio de los dioses Penates y cuidó con gran ahínco de su crecimiento” (Suet.Aug.92).
Serpiente. Detalle de un larario de Pompeya.
En la mayoría de altares domésticos se halla una representación del GENIO, una especie de espíritu protector del pater familias y de todo su linaje. Todas las personas contaban con su propio Genio (en el caso de las mujeres el genio era la Iuno),  y en el caso concreto del pater familias encarnaba su fuerza procreadora, lo cual garantizaba la perpetuación de su nombre y su estirpe. Se le suele representar como un hombre vestido con toga praetexta, con la cabeza cubierta y presentando las ofrendas en el altar. A veces va acompañado de Iuno, una mujer madura vestida con túnica larga.
La fiesta principal del Genio coincidía con el nacimiento del pater familias. En ese momento se le ofrecía vino, flores, incienso o pasteles, en un ambiente festivo que se completaba con danzas en torno al altar. Así lo leemos por ejemplo en el poema que Tibulo dedica a Mesala en el día de su cumpleaños, que además coincide con su triunfo sobre los galos: “Ven aquí y, con cien juegos y danzas, festeja en nuestra compañía al Genio, y vierte sobre las sienes el vino a raudales; que sus brillantes cabellos destilen gotas de perfume; su cabeza y cuello ciñan suaves guirnaldas. Ojalá vengas hoy mismo; ofrézcate yo honores de incienso y te obsequie con sabrosos pasteles de miel de Mopsopo. En cuanto a ti, crezca tu descendencia; que aumente las hazañas de su padre y respetuosa te rodee anciano” (Tibul.I,7).

Casa del jardín encantado. Pompeya.
Muy vinculada al Genio es la representación de SERPIENTES que se pueden observar en muchos altares. Suelen aparecer junto a flores y plantas, y se enroscan o reptan hacia un altar en el que se observan, a su vez, ofrendas (generalmente piñas y huevos). Hay diferentes teorías sobre su significado, como ser la representación del propio Genio del pater familias, la del Genio del lugar (Genius loci) o la del antepasado fundador de la familia convertido en un espíritu protector. Esta última teoría se apoya además en el tipo de ofrendas que se representan en estos altares junto a las serpientes, por lo general piñas y huevos, auténticos símbolos de muerte y resurrección.

Esta relación de las serpientes y Genios con los antepasados de la familia los conecta con los MANES, los espíritus de los ancestros convertidos en benefactores, que completan el culto doméstico. Normalmente este culto tenía lugar en las tumbas, donde familiares y difuntos compartían banquetes en fechas señaladas, como los aniversarios del nacimiento y muerte del difunto, o en determinadas fiestas ya marcadas por el calendario (Feralia, Parentalia, Caristia…). Pero los espíritus de los antepasados también formaban parte del culto doméstico más allá de las Lemuria y otros rituales muy codificados. Se han hallado en los lararios de algunas casas pompeyanas una serie de figurillas que, al parecer, serían una representación simbólica de los antepasados, convertidos en espíritus protectores de la familia y por tanto sujetos al culto doméstico.
Basándonos en las ofrendas que normalmente se hacen a los Manes en sus tumbas, relacionadas con el mundo mortuorio, la fertilidad y la resurrección, nos podemos imaginar que también estas son válidas en los altares domésticos: legumbres, pasteles, miel, leche, vino y, por supuesto, coronas de flores (violetas, rosas, mirtos, lirios…). Sin olvidar los huevos y piñas que se representan recurrentemente en los altares de las serpientes.


Manes. Casa de Menandro. Pompeya.
Bien, solo nos queda dedicar a nuestros dioses tutelares una oración propiciatoria. Cojamos nuestra pátera que contendrá el alimento sagrado que pondremos al fuego, nuestro salero de plata, el perfumero lleno de incienso (el thuribulum),  la copa para las libaciones de vino (el praefiriculum) y un aspersorio de rama de olivo. Ya tenemos todo. Solo queda pronunciar unas palabras mientras mantenemos viva la llama, quemamos perfumes e incienso, vemos crepitar el fuego tras arrojar la sal, ofrecemos pastelitos y miel, decoramos el altar con flores y guirnaldas… “que los dioses nos concedan habitar aquí con bienestar, felicidad, prosperidad y suerte” (Plauto, Trin.40).


William Waterhouse. The household gods
'Los dioses del hogar'