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sábado, 24 de junio de 2023

¿GRIEGOS Y ROMANOS COMÍAN BICHOS?


El consumo de insectos es un tema actual y muy controvertido. Nos lo venden como un recurso barato, sostenible y rico en nutrientes. En el mundo occidental, sin embargo, no son precisamente un bocado apetecible, puesto que está cargado de connotaciones negativas: se perciben como sucios, asquerosos, exentos del listado de animales comestibles…. en pocas palabras, son inmundos.


Últimamente he encontrado varios posts en internet explicando lo habitual que era consumir insectos en la antigüedad, y hasta he encontrado varios textos que insisten en lo mucho que les gustaban los bichos a los contemporáneos de Plinio, que se ponían tibios a base de larvas. Sin embargo, nuestra tradición culinaria rechaza estas proteínas, desmarcándose entonces de esa antigüedad presuntamente entomófaga.


¿Qué hay de verdad en todo esto? 


Veamos qué nos dicen las diferentes disciplinas y las fuentes clásicas sobre el consumo de insectos en épocas antiguas.


Entomólogos, paleontólogos y antropólogos están de acuerdo en que la entomofagia se practicaba de manera habitual durante el Paleolítico, cuando larvas, hormigas y otros bichos eran objeto de recolección estacional. Sin embargo, en pleno Neolítico, con la aparición de la agricultura y la ganadería, esta práctica iría desapareciendo. El consumo de animales domésticos y de cereales cosechados se impondrá, ya que son una fuente mucho más estable de alimento. Al parecer, es en este momento cuando el consumo de insectos empieza a cargarse de connotaciones negativas. ¿Por qué? Según la antropología, es porque los insectos hacen peligrar los cultivos, y eso los acabaría asociando con las plagas y la carestía. También porque se relacionan con la transmisión de enfermedades. Así que los insectos, al menos en el mundo occidental, no sólo dejaron de consumirse, sino que se fueron cargando de valores relativos a lo sucio, lo inmundo y lo insalubre. Vamos, que se convirtieron en un tabú culinario. Pero claro, esto tampoco pasaría de la noche a la mañana.


Espiga de cebada con saltamontes.
Moneda procedente de Metaponto.



Los textos clásicos recogen el testimonio del consumo de insectos entre los pueblos bárbaros de Asia y África. Heródoto, en pleno siglo V aC, habla de los budinos, miembros de una tribu situada en Escitia, que se distinguen por ser “los únicos en aquella tierra que comen sus piojos” (Historia IV,21,109). El mismo autor nos habla de los nasamones, un pueblo extendido por la región de Libia, quienes “en verano, dejan sus rebaños cerca del mar y suben a un lugar llamado Augila para recolectar dátiles (...). También cazan langostas: después de dejarlas secar al sol, las trituran y las espolvorean sobre la leche, bebiéndosela acto seguido” (Historias IV,172). Esta misma dieta de langostas la recoge también Diodoro Sículo, ya en el siglo I aC, para el pueblo de los etíopes, a quienes llama ‘acridófagos’. Según este autor, los etíopes aprovechan la multitud de langostas que los vientos arrastran en la estación primaveral y las cazan sofocándolas con humo al pasar por un barranco. La enorme cantidad de langostas cazadas es su único sustento, por lo que se ven obligados a utilizar la salmuera para conservarlas.  Los etíopes “ni crían rebaños ni viven cerca del mar ni obtienen ningún otro recurso”, por lo que su vida es muy corta (Biblioteca Histórica III,29). Plinio también recoge esta alimentación exclusiva a base de langostas, “ahumadas y en salazón” (VI,195) que mantenía con vida a los etíopes durante unos 40 años. Ambos autores  parecen identificar esta vida breve con la alimentación pobre y triste a base de lo único que hay: las langostas. Estos bichos generaban plagas que causaban estragos en las cosechas y eran aborrecidos por todos. Plinio comenta que en la India las hay de tres pies de largo, que proceden casi siempre de África y que un enjambre era interpretado como la ira de los dioses. Plinio sigue explicando que en toda Italia, y en Grecia, y en Siria, y en la Cirenaica se habían decretado leyes para su extinción. Y, en contraste, comenta que “En cambio entre los partos éstas son apreciadas en la alimentación” (XI,106), lo mismo que las cigarras (XI,92). 


Los pueblos bárbaros, culturalmente inferiores para griegos y posteriormente romanos, no comen pan - trigo - aceite, sino que se nutren con las proteínas disponibles en el entorno: las cigarras y las langostas. También en la Biblia se mencionan estos animales como sustento. En Levítico 11:22, junto a las instrucciones precisas sobre lo que se puede y no se puede comer, se mencionan como permitidas toda clase de langostas, grillos y saltamontes, que era justamente lo que se podía encontrar en el desierto. Y en el evangelio de Mateo 3:4, se menciona que San Juan Bautista vestía con ropa muy sencilla (“estaba vestido de pelo de camello”) y se alimentaba de langostas y miel silvestre, productos disponibles que resaltaban su fortaleza de espíritu.

Una dieta pobre y digna de pueblos bárbaros, descritos siempre con un toque bastante exótico y subjetivo.


Las siete plagas de Egipto: la plaga de langostas. Biblia de Nuremberg 
https://commons.wikimedia.org/


Pero los insectos, ¡oh, sorpresa!, también aparecen en los textos como alimento de los propios griegos. 


Ateneo de Náucratis, divagando sobre los aperitivos que se tomaban en tiempos antiguos, menciona una serie de productos como las olivas en salmuera (llamadas kolymbádes), los nabos en vinagre y mostaza, las alcaparras, los pescaditos en salazón y, justamente, las cigarras. Ateneo cita a varios autores del pasado, como Aristófanes (que vivió entre los siglos V y  IV aC) en su comedia Anágyros:

¡Por los dioses! Me apasiona comer cigarra y «kerkope» capturada con una caña fina” (IV,133BC). 

No está muy claro qué es “kerkope”, pero la crítica se decanta por la cigarra hembra o alguna otra especie de chicharra, que al parecer se capturaba con una caña impregnada de algo pringoso. Por cierto, Aristóteles también explicaba que las cigarras hembras son mejores que los machos porque van cargaditas de huevos blancos y, de hecho, explica que las cigarras son deliciosas sobre todo en su fase de larva-ninfa (Historia Animalium, 556b).

También Aristófanes las nombra como producto que se podía encontrar en los mercados

El mismo individuo vende tordos, peras, panales, aceitunas, calostro, corión, higos de golondrina, cigarras, carne de lechal” (IX,372C).

Y el comediógrafo Alexis (siglo IV aC) menciona a las cigarras dentro de un elenco de alimentos muy pobres

Las partes y el conjunto de nuestra subsistencia son: haba, altramuz, verdura, rábano, algarroba, arveja, bellota, nazareno, cigarra, garbanzo, pera silvestre, y el don divino, atención para conmigo de la Diosa Madre, el higo seco, invención de una higuera frigia” (Athen. II,55A).


Moneda de Ambrakia representando a Atenea y una cigarra.


En los textos griegos, las cigarras se muestran como un residuo de tiempos pasados y, en todo caso, un recurso pobre o un remedio al que recurrir si no hay nada mejor. Nada que ver con los productos emblema de su sistema alimentario, centrado en los cereales, en el vino y en el aceite. Es decir, que se pueda comer no quiere decir que sea el alimento principal, ni el más valorado, ni siquiera que sea representativo de su culinaria, como demuestra el abandono por parte de los comensales posteriores.


En los textos escritos por autores romanos, la presencia de bichos es aún menor. Sí aparecen a menudo formando parte de compuestos medicinales o afrodisíacos, herencia de tratados griegos como los de Dioscórides o Hipócrates. Por ejemplo, las cantáridas para terapia ginecológica, enfermedades de la piel y como purgante; las chinches de cama contra las fiebres cuartanas; o cierta cucaracha (blata de los molinos), majada con aceite que es mano de santo contra el dolor de oídos. Pero  lo que es considerar el insecto como alimento, aparece poquísimo, y siempre de manera anecdótica. Por ejemplo, Plinio el Viejo nombra las larvas de cierto escarabajo como una delicia propia de las mesas más refinadas:


Estos gusanos son objeto de la lujuria, y los más grandes -que se encuentran en los robles- son un alimento muy delicado; se llaman cosses, y hasta los crían con harina para que engorden más” (NH XVII,220)


Se han identificado estos ‘cosses’ o ‘cossus’ como la larva del ciervo volante, un coleóptero que vive en los troncos de los robles, aunque también podría ser un capricornio de las encinas o cierto escarabajo del género Prionus. En todo caso, parece una extravagancia puntual de sibaritas y epicúreos, más que una práctica común. Algo llamado a no tener éxito, viendo la falta de continuidad. Igual que cuando les dio por comer cigüeña o asno o sesos de avestruz. Aparecen registrados en los textos, pero no son representativos, precisamente, de la dieta habitual.

Por cierto, también comía larvas -en este caso de picudo rojo- el rey de los indios, pero como postre: “un cierto gusano, después de frito, que se cría en la palmera datilífera” (Claudio Eliano XIV,13). Las larvas, a lo que se ve, son vistas como una golosina y no como un alimento de supervivencia. Si las cigarras y langostas parecen cosa de pobres, las larvas parecen algo decadente y exótico.



Así  pues, parece que sí, que nuestros antepasados griegos y romanos documentan el consumo de insectos tanto en sus mesas como en la de los pueblos extranjeros. Sin embargo, los bichos nunca tuvieron un lugar de honor dentro del sistema de valores alimentario, y se muestran como algo bárbaro (sustento de pueblos extranjeros, alejados del civilizado modelo clásico); como algo exótico (sobre todo entre autores romanos) o como un producto de supervivencia (si no hay nada mejor). Los datos que proporcionan simplemente documentan un uso, que debe ser cogido con pinzas. Por encima de todo, el consumo de insectos aparece como algo anecdótico, algo de lo que no podemos hacer una norma. 

Si usted duda a la hora de comerse la harina de grillos, no le va a servir de nada pensar que griegos y romanos ya lo hacían, porque no podemos apelar a la tradición en esto. De hecho, les va a recordar más a los pobres nasamones en el oasis de Audjila, entre palmeras datileras y haciendo juramentos con arena porque se les ha acabado el agua.

Aunque nosotros comemos bichos sin querer y hasta los toleramos en el colorante rojo (cochinilla), lo de hincarles el diente conscientemente, sabiendo que son bichos, es otra cosa. 


Hasta aquí el repaso entomófago de la Antigüedad.





Foto de la portada: Detalle de langosta en un mural de caza en la cámara de la tumba de Horemhab, Antiguo Egipto. https://commons.wikimedia.org/

Fuente de las monedas: https://coinweek.com/hey-theres-a-bug-on-my-ancient-coin/







lunes, 14 de marzo de 2022

CENANDO CON JULIO CÉSAR


Hace tiempo que me voy encontrando la famosa anécdota de Julio César cenando en casa de Valerio León, aquella en la que su anfitrión le sirve unos espárragos condimentados con mantequilla en lugar de aceite y provocan el rechazo de todos los invitados, menos César, claro, que se los zampó por educación.


Buscando más información al respecto me voy encontrando con variaciones de la misma anécdota, que van desde que César pronunció en ese mismo momento la famosa frase “De gustibus non est disputandum” hasta que el plato favorito de César eran los espárragos con mantequilla y limón, pasando por una reivindicación del origen de los ‘asparagi alla milanese’.


La cuestión es que dicha anécdota me despertó la curiosidad por saber qué hay de verdad en todo ello. Voy por partes.


La famosa escena procede de una de las ‘Vidas Paralelas’ de Plutarco, un autor griego que escribió diversas biografías destacando defectos y virtudes de personajes famosos griegos y romanos. Para cuando Plutarco escribió sobre César, este llevaba al menos cien años muerto, y formaba parte ya del universo mítico del mundo romano.


Bien, pues el texto es el siguiente, en su traducción de la editorial Gredos (Jorge Bergua Cavero, 2007):


Por lo que respecta a sus pocas exigencias en materia de dieta, se presenta como muestra la siguiente anécdota: cenando una vez en Milán en casa de Valerio León, su anfitrión hizo servir unos espárragos sobre los que se había vertido aceite perfumado en lugar de aceite de oliva; César se los comió sin rechistar y, como sus amigos dieran muestras de disgusto, se lo reprochó diciendo: “Bastaba con que no hubiérais comido lo que no os gusta, pero el que denuncia tal rusticidad se acredita él mismo de rústico” (Plut. 17,9).


¿Qué información nos aporta el texto? Bien, pues nos presenta una cena protagonizada por un plato considerado de poca categoría, indigno de un político de la talla de César. También nos dice de qué plato se trata: unos espárragos condimentados con un aceite perfumado que no gustaron a los amigos de César, que lo consideraron poco menos que una porquería porque no se trataba de aceite de oliva. Nos indica también el lugar donde transcurre todo: la ciudad de Milán, Mediolanum por aquellos entonces. Y finalmente nos dice que César se lo comió sin rechistar, afeando la conducta de sus compañeros invitados a la cena.

En ningún caso se menciona la mantequilla. ¿Pudo serlo? ¿Pudo ser otra cosa?


Voy a intentar interpretarlo pero mucho me temo que siempre nos vamos a quedar con la duda. Tengamos en cuenta diferentes cosas:


En primer lugar, la cena se desarrolla en la antigua Mediolanum, un territorio fundado por los celtas del norte de Italia y que en los tiempos de César se convirtió por su situación en la localidad principal de la Galia Cisalpina. Por entonces era un territorio de provincias, rústico y medio bárbaro. 

¿Podría ser mantequilla fundida? Este producto era conocido en Roma pero poco considerado, pues se identificaba con la dieta de los pueblos bárbaros, grandes consumidores de lácteos en general. Sin embargo, entre los habitantes de la Galia Cisalpina  -que por esas fechas recibieron la ciudadanía romana- quizá pudo tener mejor consideración. Además, es de imaginar que el pobre Valerio León serviría el plato lo mejor que pudo. Si decidió usar mantequilla fundida sería porque para él no tendría connotaciones negativas.


Mediolanum. Fuente: https://arte.sky.it 

En segundo lugar, debemos acudir al texto original, el texto griego que escribió Plutarco. Allí no se utiliza la palabra habitual para mencionar la mantequilla (βούτυρον), traducido al latín como butyrum o buturum, sino μύρον, que se puede traducir como “mirra”, “aceite perfumado” o “ungüento”. Plutarco, griego de pura cepa, no tiene por qué confundir las dos palabras: dice mirra, no mantequilla. La mirra es una sustancia resinosa parecida a un aceite, pero lo no es. Se trata de una gomorresina con varias aplicaciones en la antigüedad: perfumes, medicinas, cosméticos. Si les pusieron mirra es normal que rechazaran el plato: demasiadas connotaciones negativas. Para ellos eso era perfume, o cataplasma para enfermos, peor aún, era ungüento para cadáveres. 

¿Era mirra entonces?


Ungüentario de vidrio. Museo Arqueológico de Milán (1)


En tercer y último lugar, hemos de pensar que en el mundo romano la mantequilla sí podía usarse -como la mirra- en la composición de pomadas, cosméticos y otros productos dirigidos a la higiene personal. Si les hubieran puesto mantequilla fundida y aromatizada (con mirra, azafrán, cardamomo, nardo, narciso, canela, incienso), bien podrían haberlo confundido con un producto de droguería y, por tanto, no comestible.


Esto no resuelve la cuestión de la palabra usada por Plutarco (μύρον), pero no olvidemos que Plutarco tampoco es testigo de los hechos, que sucedieron bastantes años antes. La percepción que tuvieron los compañeros de César fue la de hallarse frente a un aceite perfumado, y es Plutarco quien lo interpreta con la palabra que mejor  lo representa: mirra. Pero nada impide que fuese la famosa mantequilla, ya que compartían los mismos usos (excepto el culinario).


Conclusión: no podemos estar seguros de lo que sirvieron junto a los espárragos, pero tampoco tenemos argumentos para decir que ese aceite no era mantequilla fundida.



Julio César. Museo Arqueológico Nápoles


Lo que también nos dice la cita de Plutarco es que César era
poco exigente en lo culinario. Esta misma información también se repite en otras ocasiones a lo largo del texto, lo mismo que en la biografía redactada por Suetonio. Este último insiste en que era parco en el vino y nos cuenta otra anécdota relacionada con su comportamiento en la mesa: se sirvió el aceite rancio que le ofrecieron en una cena para no ofender al anfitrión. Y hasta repitió varias veces, dejando en evidencia al resto de comensales. (Suet.53). Y es que en la sociedad romana el comportamiento individual en aspectos tan cotidianos como las costumbres en la mesa adquiere un valor simbólico excepcional. La calidad moral de César queda reflejada en su comportamiento, respetuoso con todos los ciudadanos, como corresponde a alguien contrario a los privilegios defendidos por el Senado más conservador. Abundan los datos relativos a su respeto por todas las capas sociales. Por ejemplo, tras la victoria militar sobre Libia hizo grandes donativos a los soldados y regaló al pueblo varios banquetes y espectáculos. Los invitó a todos a la vez, utilizando para ello 22.000 mesas o divanes (Plut.55). También regaló al pueblo un combate de gladiadores y un banquete masivo en memoria de su hija, para lo cual no dudó en contratar el servicio de cátering que se ofrecía en el macellum (Suet.26). Y castigó con prisión a un panadero cuando se enteró de que servía panes de calidades diferentes a él mismo y al resto de convidados (Suet.48). Un hombre de su talla política era también extremadamente riguroso con las leyes suntuarias (Suet.43) y respetuoso con las normas no escritas del decoro social, que ponía en práctica evitando mezclar a los militares y extranjeros con los romanos de mayor rango social cuando debía celebrar convites en las provincias (Suet.48).


*****


Volvamos al tema original, la receta de espárragos con ese aceite perfumado. Ahora que ya sabemos que su aceptación por parte de César no era más que una maniobra en el juego de poderes, una se pregunta: ¿nos atrevemos a hacer una interpretación?


Bueno, pues para eso estamos.



Detalle de espárragos.
Templo de Isis



ASPARAGOS UNGUENTATOS

Para realizar la receta necesitamos espárragos verdes y el famoso aceite perfumado. Considerando la poca disponibilidad de la mirra en el mercado actual, me decido por la mantequilla y decido aromatizarla con azafrán, una sustancia que formaba parte de todo tipo de esencias y que a menudo se combina con la misma mirra. También nos valen algunas de las sustancias olorosas típicas de la perfumería antigua: cardamomo, mirto, nardo, incienso….



Ingredientes:


  • 100 gr de espárragos verdes

  • 20 gr. de mantequilla

  • 0,5 gr. de azafrán

  • sal


Preparación:


  • Cortar los espárragos y eliminar la parte más dura.
  • Ponerlos a hervir un minuto y medio. El mundo romano valoraba especialmente el alimento cocido, aunque ellos lo harían mucho más. Nosotros lo podemos adaptar a una cocción más al dente.
  • Sacarlos y ponerlos en un bol con hielo para cortar la cocción.
  • Preparar la salsa: dividir la mitad de la mantequilla. Poner una parte en un cuenco y fundirla con unas hebras de azafrán. Poner la otra parte en un bol y batirla hasta conseguir que esté muy blanda.
  • Añadir la mantequilla fundida a la otra mitad y remover hasta conseguir el punto de pomada. 
  • Disponer los espárragos en un plato y colocar la salsa por encima. Rociar pimienta y decorar con unas hebras de azafrán.


foto: @Abemvs_incena



Prosit!


(1): Autor:  G.dallorto - Own work, Attribution, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19790312





sábado, 9 de octubre de 2021

PRIAPUS SILIGINEUS. PASTELITOS PARA PROPICIAR LA FECUNDIDAD


En el mundo romano era muy común el consumo de pasteles con forma de órganos sexuales, tanto masculinos como femeninos. Estos pasteles figurativos se asocian con la idea de fecundidad: protegen contra la infertilidad -humana y de la tierra- y como consecuencia son también símbolos de prosperidad y bonanza. Son casi un amuleto de buena suerte. 



Aunque debieron ser muy comunes, su presencia en los textos clásicos es más bien escasa. Por una parte tenemos dos epigramas de Marcial. En uno de ellos menciona un pastel con forma de vulva, que alimenta -simbólicamente- la verga (con perdón) de un tal Lupo:


“Engorda la puñetera (se refiere a la verga) en coños de harina candeal; pan de harina negra a tu convidado alimenta” (Mart. IX,2)


Es decir, Lupo es uno de esos patronos que hace distinciones entre sus convidados: los clientes reciben un panis cibarius, reconocible por su color negro (convivam pascit nigra farina tuum), mientras que él y su amante se zampan un pastel de harina candeal (illa siligineis pinguescit adultera cunnis). Lo curioso de ese pastel es su forma: (cunnis).


El otro epigrama de Marcial se incluye dentro del libro XIV, el dedicado a los Apophoreta o regalos para hacer durante las fiestas Saturnales. El epigrama tiene un título muy sugerente: Priapus siligineus


“Príapo candeal. Si quieres quedar saciado, puedes comerte a mi Príapo; si roes sus mismas partes, seguirás siendo puro” (Mart. XIV,70)


El autor hace referencia al hecho de que este “Príapo” sí se puede comer, pues es solo un pastel, y por tanto no es un acto impuro, como sí lo sería la auténtica felación. Esta referencia, y el hecho de ser llamado “Príapo” nos indican sin ningún género de duda la forma que debía tener: un falo enorme y erecto

Por otra parte, y tal como pasaba en el epigrama anterior, se indica que está hecho de harina de trigo candeal o de grano duro (siligineus), que se consideraba de calidad superior y era la que se utilizaba, según Plinio el Viejo, para los productos de panadería más apreciados (XVIII,86). De hecho, estos pasteles con formas sexuales los elaboraba el pistor dulciarius, un tipo de panadero (pistor) especializado en elaboraciones dulces (nuestros pasteleros). 


© Federico Fellini. Satyricon

Además de Marcial, tenemos la presencia de otro Príapo en la famosa cena de Trimalción narrada por Petronio. Tras los platos principales, y después de dejar boquiabiertos a los invitados con un espectacular descenso de coronas de oro y frascos de perfume desde el techo, hacen su aparición los postres:


“Ya estaba servida una bandeja con varias tartas. Ocupaba el centro un Príapo de pastelería que en su regazo, de considerables dimensiones, sostenía, como es habitual, frutas y uvas de todas clases” (Sat.60,4).


Este Príapo de pastelería (Priapus a pistore factus) está elaborado según la imagen que tradicionalmente se atribuye a este dios, es decir, un ser con unos genitales extremadamente grandes que sostiene en su regazo todo tipo de frutas. Príapo es un dios menor de carácter agrario propiciador de la abundancia y de la fertilidad, de ahí esos atributos. A menudo en Roma se colocaban estatuas de Príapo en los jardines, y su función era garantizar las cosechas, evitar que entrasen ladrones y alejar el mal de ojo. 


Estatua de mármol de Príapo,
período romano, imperial,
170-240 d.C., Museo de
Bellas Artes de Boston.

Además, Trimalción lo presenta en el banquete dentro de una esfera de sacralidad. Las frutas y los pasteles han sido impregnados de agua de azafrán, que se utilizaba para perfumar los objetos de las ceremonias religiosas, y el narrador nos explica que los comensales perciben este plato, presentado con solemnidad religiosa, como algo sagrado. Este hecho se acentúa por venir acompañado de una ceremonia propiciatoria con las estatuas de los Lares y el busto de Trimalción como protagonistas. ¿Por qué tanta sacralidad? Pues porque Trimalción es un liberto que ha conseguido hacerse rico y prosperar en la sociedad romana y por ello considera que debe mantener contentos a los dioses. Practica todo tipo de rituales en los que se mezclan religión y superstición, y siempre con la misma intención: alejar la mala suerte y atraerse el favor de los dioses. 

Así pues, la presencia de estos “Príapos de pastelería” en fiestas y convites se relaciona más con la esfera sagrada que con la pornográfica. Es una forma de celebrar la vida y favorecer la buena suerte. 


Pastel de Príapo. Versión propia. Foto: @Abemvs_incena


En el mundo griego estos pasteles con formas de órganos sexuales eran también bastante comunes, y generalmente estaban asociados a las fiestas religiosas.

Por ejemplo, aparecen en las Haloas, un festival relacionado con el ciclo de las cosechas que se celebraba sobre todo en Atenas y Eleusis. En él eran comunes las ofrendas a base de panes o pasteles horneados con forma de vulva o de falo, que se dedicaban a Deméter -diosa madre protectora de los frutos de la tierra-, Dionisos -dios del vino y la fertilidad, identificado a menudo con Príapo-  y Poseidón -dios que fertiliza la Tierra-. Este festival se celebraba justo después de la vendimia y tenía un marcado carácter agrario. Lo cual quiere decir que se celebraba la fertilidad. Y nos podemos imaginar cómo acabarían estas fiestas entre lo sugerente de las ofrendas, la práctica del culto al vino, las risotadas, los comentarios picantes... todo un detonante para el sexo y la fertilidad. 


Museo Británico. Pelike que muestra a una mujer rociando cuatro falos. Representación de las Haloas o de las Tesmoforias.



Las Tesmoforias eran otro festival de origen agrario en el que cobran protagonismo Deméter y su hija Perséfone. De nuevo la diosa vela por la fecundidad de campos y mujeres, y por eso estas festividades eran exclusivamente femeninas. Las ofrendas con formas de órganos sexuales aparecen en las diferentes fases de las Tesmoforias, según  nos cuentan los  testimonios escritos. En Sicilia, por ejemplo, se repartían  unos pastelillos hechos de harina, miel y sésamo que tenían justamente una curiosa forma de pubis femenino. Se llamaban mylloí (μύλλοι) y sabemos de su existencia por las palabras de Heráclides de Siracusa (Ath.XIV 646f). Otras veces, estos panes o dulces con formas sexuales se separan de la función meramente religiosa, como sucede con los kríbana, un tipo de pasteles moldeados con forma de pecho, tal como leemos en Ateneo (III,115A).


Deméter


Así que, ya saben, la próxima vez que pasen junto a una de esas pastelerías de moda que venden gofres con formas eróticas, déjense inspirar por Príapo y Deméter y revivan una tradición milenaria. 


Prosit!