jueves, 2 de junio de 2022

GATOS, COMEDORES ROMANOS Y DESPENSAS


En el mundo culinario romano se cuela a menudo la presencia de los gatos. 

Las representaciones en pinturas, mosaicos y objetos cotidianos son la prueba de que los gatos, lo mismo que en la actualidad, se hacen dueños de las casas de sus amos y campan a sus anchas por bodegas y comedores. La historia (de amor) entre Roma y el mundo gatuno es tan antigua como la misma Roma.


Los gatos se pegaron a las personas desde el momento en que estas ‘inventaron’ la agricultura, en plena revolución del neolítico. La agricultura permite el asentamiento fijo y el almacenaje de cereal en graneros y silos. Por supuesto estos graneros se llenaban de ratones con facilidad, así que los gatos fueron bienvenidos. Poco a poco, estos animales pasarían de ser ariscos y salvajes a formar parte de las vidas de los humanos.


El gato más antiguo documentado en Roma data de finales del siglo IX aC, en plena Edad de Hierro. Sus restos aparecieron dentro de una cabaña al norte de la ciudad, en lo que más tarde sería la Fidenae romana. El gato en cuestión era ya un gato doméstico, pues sus restos aparecieron junto al brasero. Un incendio sorprendió a los moradores de la cabaña, y nuestro gato no consiguió escapar, dejando testimonio de su presencia en el interior de una casa.


Entre los etruscos, pueblo que influyó muchísimo en la cultura romana, ya hay muestras de gatos que rondan los comedores. La llamada Tumba del Triclinio, en Tarquinia (año 470 aC aprox.), ofrece una escena completa de banquete con gato entre las mesas. La escena representa un simposio a la manera griega, que para algo tuvieron contactos con las colonias del sur de Italia, incluída la lujosa Síbaris. En las paredes de la tumba del Triclinio se observa un banquete en pleno desarrollo: varias parejas están sobre los lechos, el flautista toca el aulós, los sirvientes rellenan las copas y los bailarines animan la fiesta con sus coreografías intensas. Bajo las mesas, un felino corretea persiguiendo a unas aves. No tenemos muy claro si este felino de casa rica pertenece a una raza como las actuales o si es más bien un gato tipo salvaje, pero doméstico sí lo es.  El pueblo etrusco entendía a los gatos como un miembro más de la familia, como un animal de compañía que, además, mantenía las casas libres de bichos indeseables como ratones, lagartijas y hasta culebras. 


Tumba del Triclinio. Tarquinia.

Al margen de estas muestras etruscas, los principales testimonios de gatos en la cultura romana datan del período imperial, momento en que se consolidó su presencia en el ámbito doméstico. Hasta entonces, solo las familias ricas tenían la posibilidad de conseguir un gato, el cual procedía casi seguro de comerciantes griegos, responsables de la expansión gatuna por el mediterráneo. De hecho, hay constancia de gatos domésticos en el sur de la península, donde han aparecido monedas correspondientes a las ciudades de Táras (Tarento) y Rhégion (Regio de Calabria), datadas sobre el siglo IV aC, que muestran precisamente la figura de gatos. Y no olvidemos que los griegos del sur de la península tuvieron tratos con los etruscos…


Moneda de Tarento. S V aC


Además del comercio griego, la introducción del culto egipcio a Isis también reforzó el amor del pueblo romano por los gatos. La diosa Isis se identificó con la diosa Bastet egipcia, protectora de hogares y templos, cuya representación es justamente una gata. Desde la conquista romana de Egipto en el año 30 aC, el culto a Isis (y Bastet) en Roma llenó las ciudades de templos consagrados a la diosa en cuyo interior circulaban a sus anchas estos animales, sagrados para los egipcios. De hecho, del Iseo del Campo de Marte, construido a finales de la edad republicana, procede una figura de mármol que ahora corona una cornisa del Palacio Grazioli, justo en via della Gatta.


Cornisa del Palazzo Grazioli en Via della Gatta

Volviendo al tema, parece que desde el siglo I los gatos son miembros habituales de casas y callejones romanos. Lo sabemos porque se representan a menudo en tumbas, en pinturas y mosaicos, en los escudos de los soldados, quienes los llevaban consigo en sus campañas y consiguieron así que se expandieran por todo el imperio… 


Insula delle Muse. Ostia Antica.

Es a partir del siglo I que encontramos también representaciones de gatos asociadas a un contexto gastronómico. Son habituales los felinos rondando por entre las mesas, pendientes de lo que pueda caer de los comensales o bien robando piezas suculentas tanto del banquete como de las despensas. Estas representaciones se relacionan con el valor simbólico de estos animales. Los gatos son epicúreos, asociados al placer del individuo y a la libertad de cada cual. Los perros, en cambio, se representan generalmente ejerciendo su función de guardián de la casa, o de animal adiestrado para la caza. Los perros están relacionados con el sentido del deber y del bienestar de la comunidad. Son totalmente estoicos. Pero los hedonistas gatos… ¿puede haber algo más epicúreo que el placer de la mesa? La representación de gatos dándose un festín es bastante comprensible si entendemos que para el mundo romano todo es simbólico. El gato romano no es sagrado, como el egipcio, sino un compañero crápula de los banquetes de la élite, como el etrusco. 


Mosaico procedente de la Casa del Fauno en Pompeya. MAN Nápoles

Así, son frecuentes las escenas que representan gatos robando alimentos. Una de las más típicas es la del gato atigrado en cuyas fauces se observan patos, perdices o gallinas. Se conservan tres mosaicos prácticamente iguales, siendo el más famoso de los tres el que procede de la Casa del Fauno de Pompeya. Los expertos  dicen que se trata de una especie egipcia, a juego con la fauna nilótica que lo rodea. Los otros dos mosaicos representan la misma escena de bodegón con aves y gato atigrado en pleno acto de rapiña: uno se encuentra en el Museo Nazionale romano (es la imagen de cabecera de esta entrada del blog) y el otro en los Museos Vaticanos.


Además, en la misma Roma los mininos campaban a sus anchas por mercados, almacenes y puertos. Sin duda la bonanza económica de la ciudad a partir del emperador Augusto ayudó a la proliferación de los gatos callejeros y poco a poco colonizaron cualquier espacio donde pudiese haber alimento y refugio. Seguro circulaban por entre los horrea que almacenaban grano y todo tipo de mercancías en ciudades portuarias, como Ostia, o en las orillas del Tíber. Y, lo mismo que los productos almacenados, de allí pasaban a los diferentes mercados del foro, rodeados además de tiendas y tabernas de todo tipo.


La historia (de amor) entre los comilones gatos y la ciudad eterna es aún hoy signo de identidad de la misma Roma.


Château de Boudry (S.V). Detalle de gato en un banquete.





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