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Mosaico de los peces. Toledo. S. III-V |
La sociedad romana marcaba las diferencias sociales de forma ostentosa y
visible. Una buena casa, una clientela elevada, un gran número de esclavos,
poseer tierras, ostentar un cargo importante… todo servía para deslumbrar e
impactar al resto de ciudadanos. Uno de los indicadores de riqueza y
refinamiento era aquello que se ofrecía en la mesa a los invitados. Todos los
alimentos nutren, pero no todos son adecuados para la exhibición de riqueza y
lujo. En este sentido, solo aquellos platos que revelan la condición social del
anfitrión son aceptados como válidos para un banquete romano. El pescado
es uno de esos alimentos válidos como indicador del nivel social. El pescado es
difícil de conseguir: hay que ir a buscarlo al mar, pese a las tormentas y
naufragios, hay que lograr un buen número de ejemplares para proveer un
banquete, hay que intentar que se mantenga fresco… De manera que el pescado se
convierte, solamente por su dificultad de acceso, en un alimento de ricos.
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Escena de pesca. Casa de Hippolytus. Complutum |
Además, el pescado digno de los banquetes de los ricos es siempre pescado de
mar, porque el de río es más fácil de conseguir y por tanto apto para el pueblo; es pescado fresco,
puesto que para los bolsillos populares está el pescado salado; es pescado difícil
de conseguir por algún motivo: lejanía de las costas, dificultad de pesca… esto
le da un plus de categoría; para acabar, sólo los mejores ejemplares,
los más grandes, los más hermosos, eran aptos para las cenas de postín. Los
elegantes idearon un sistema para compensar las dificultades de adquisición:
los viveros domésticos.
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Vivero de peces romano. Nettuno. |
La arqueología ha documentado muy bien estos
estanques, que se construían cerca de las villas costeras y se comunicaban
incluso directamente con el mar. Algunos famosos viveros fueron los de Lúculo o
el emperador Heliogábalo, aunque se atribuye a Licinio Murena la invención de
los viveros de peces. Los primeros pescados en ser criados fueron las
morenas y las doradas, aunque no fueron los únicos: salmonete, rodaballo,
mújol y otros pescados de categoría se criaban para el placer de los gourmets
del momento.
Uno de los pescados que reúne todos los requisitos para una cena de postín
es justamente la morena, por cuya pasión piscicultora se le atribuyó el
sobrenombre de “Murena” a Lucio Licinio, legatus en la tercera
guerra mitridática. Leemos en Macrobio: “los Licinios, a los que se les
apodó murenas, puesto que es más que evidente que se deleitaron muy
efusivamente con este pescado” (Sat. 15,1). Aunque el invento del criadero
de morenas le corresponde realmente a Gayo Lucilio Hirrio, tribuno en el
53 aC, quien prácticamente se arruinó con dicho vivero, pues las ganancias con
la venta de pescado no compensaban los gastos de mantenimiento. Leemos en
Plinio: “Concibió antes que otros un vivero concretamente para las morenas
Gayo Hirrio, el cual aportó la cantidad de seis mil morenas para las cenas
triunfales del dictador César” (NH IX 55, 81); quizá le hubiera ido mejor
si le hubiese cobrado las seis mil morenas a César, en lugar de regalarlas,
puesto que Plinio especifica que las entregó “en concepto de préstamo, pues,
en realidad, no quería permutarlas por dinero ni por otra mercancía”.
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Detalle de morena. Mosaico de los peces. Casa del Fauno. Nápoles. |
Cuando las fuentes escritas nos hablan de morenas en realidad nos están
hablando de dos especies: las morenas y las lampreas. Y no
excluyamos las anguilas y los congrios, animales todos con forma de serpiente y
de difícil captura. Aparecen mencionados bajo el nombre murenae
pero, insisto, no está muy claro cuándo es uno y cuándo es otro.
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muraena helena |
La morena es
un pescado feroz, carnívoro, que habita en los arrecifes y rocas, con una
mordedura que se infecta fácilmente. La ferocidad de las morenas se hace
patente en una anécdota que se repite en diferentes fuentes: al parecer el
emperador César Augusto se alojaba en la villa de un tal Vedio Polión,
un liberto enriquecido que desde dicha anécdota es ejemplo de sadismo,
el cual, viendo que un esclavo le había roto una copa, decidió castigarlo
echándolo al estanque de morenas-lampreas para que éstas lo devoraran. El
esclavo suplicó al emperador, ejemplo máximo de clemencia, que lo ayudase a
morir de otra manera y el magnánimo César lo salvó de la muerte, destrozando de
paso toda la cristalería de Polión. (Seneca, De Clem. I,18,2; Seneca, De ira
III,40,2; Plinio NH IX, 23, 39). Está
claro que lo que revela la anécdota es el comportamiento ejemplar del César,
frente a la crueldad extrema del liberto, pero nos explica también la
consideración de pescado exclusivo y de lujo de las murenae. Cómo serán
de sofisticadas que Plinio nos dice: “Cree el vulgo que se deslizan a tierra
seca y quedan preñadas al copular con serpientes” (NH IX, 23, 39),
basándose en la creencia popular de que todas las morenas son de sexo femenino
y que deben copular con serpientes para reproducirse, cosa que
aprovechan los pescadores atrayéndolas con un silbido. En la misma cita Plinio
nos explica también que “probando vinagre se vuelven aún más rabiosas”.
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morena. British Museum. |
Los romanos elegantes que se gastaban un dineral en mantener un estanque de
morenas o lampreas a veces llegaban a tomarles cariño. Es famoso el orador Lucio
Licinio Craso, que vivió entre 140 y 91 aC y fue maestro de Cicerón, quien “profundamente
entristecido por la muerte de una morena en el estanque de su casa, le guardó
luto como a una hija” (Macr. Sat. III, 15, 4). O el orador Quinto
Hortensio Hórtalo, rival de Cicerón, quien también lloró cuando murió una
morena domesticada que criaba en un estanque de su villa de Bauli, actual
Bacoli, en la Campania, muy cerca de Bayas (Varrón, Rust. III, 17, 5). Y mi
favorita, Antonia la Menor, hija de Marco Antonio y Octavia, la mujer de
Druso, quien “le puso unos pendientes a una morena a la que tenía cariño.
Por la fama de esta morena hubo algunos que quisieron conocer Bauli”
(Plinio, NH IX 55, 81). Sin comentarios.
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Domus del mito. Sant’Angelo in Vado |
La morena servía para marcar las diferencias sociales entre los comensales
de un banquete. Juvenal en su sátira V nos presenta una escena en la que la
morena se sirve solo a los invitados de más categoría: “A
Virrón se le sirve una morena, la más grande que ha llegado de los estrechos de
Sicilia” (Sat. V 99), puesto que tal como dice Macrobio “las morenas de
los estanques de nuestra ciudad procedían del estrecho de Sicilia, que separa
Regio de Mesina” (Satur. III 15, 7); mientras que, en la misma cena, a los
invitados menos glamourosos se les sirve “un pez del Tíber (…) cebado
en los remolinos de la cloaca y acostumbrado a plantarse por las alcantarillas
en medio de la Subura” (Sat. V 108).
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Casa de los Ciervos. Herculano. |
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Museo del Bardo. Túnez. |
Si tenemos como referencia el recetario de Apicio, vemos que la morena se
comía asada o cocida, pero siempre siempre acompañada de una salsa.
Apicio menciona siete preparaciones en total, pero lo único que explica del
plato es justamente la salsa. Todas estas salsas debieron ser fuertes y todas
se componen de al menos un elemento endulzante (miel, vino con miel, dátiles…),
además de vinagre, garum y especias varias. Apicio distingue las salsas para la
morena asada y para la morena cocida pero parece que la diferencia principal no
está en los ingredientes sino en que las salsas para la morena asada son todas
en caliente y necesitan cocción, mientras que las de la morena cocida son, casi
todas, frías.
Pescado para ocasiones especiales, y no apto para todos los bolsillos
precisamente, las murenae son un ejemplo de que somos lo que comemos.
Solo vine por la serie de los Borgia, gracias.
ResponderEliminarMuy interesante
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarGracias por la luz.
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