A
menudo los banquetes romanos de cierto nivel constaban de una segunda
parte en la que el alcohol era el protagonista. Se trataba de la
comissatio, y empezaba formalmente tras una ofrenda a los
Lares que marcaba el final de la cena propiamente dicha. Esta parte
del convivium estaba dedicada básicamente a beber vino,
eso sí, dentro de las pautas que marcaba el magister bibendi.
Pero cuando el alcohol está garantizado, también lo está la
borrachera y su pariente la resaca, así que se invirtieron muchos
esfuerzos en encontrar remedios para mitigar los efectos negativos
del alcohol y poder así quedar bien y hasta seguir bebiendo. Veamos
algunos de estos remedios.
Antes
de beber
Lo
primero que hay que saber es que en ocasiones el vino no
emborracha o, mejor dicho, no deja consecuencias. Es importante
saberlo porque así se puede uno evitar el resto de remedios. Ya lo
dice el griego Ateneo de Náucratis, una autoridad en la materia:
“Los vinos mezclados muy cuidadosamente con agua de
mar no producen resaca, aflojan los intestinos, estimulan
el estómago, provocan flatulencias y ayudan a la asimilación de la
comida” (Deipn. I,32,d-e). Recordemos que en el mundo clásico
el vino se tomaba mezclado con agua, en la proporción que marcase el
magister bibendi, por lo general tres partes de agua por dos
de vino. El agua se mezclaba con el vino en la crátera y se
hacían tantas rondas como marcase el susodicho magister, y
tanto podía ser agua caliente, agua filtrada con nieve, o como vemos
aquí, agua de mar.
Otro
método para evitar los efectos perniciosos del alcohol es comer unas
almendras amargas justo antes de empezar a beber. Ateneo y
Plutarco recogen la anécdota de un médico “que doblaba a todos
a la hora de beber” cuyo truco era precisamente tomar
“previamente en cada ocasión, para no emborracharse, cinco
o seis almendras amargas” (Plut. Quaest. Conv. I,6). Y
además, cuando le eliminaron el remedio, “no pudo resistir lo
más mínimo la bebida” (Aten. 52DE). Ambos sabios apuntan al
mismo motivo: el sabor amargo de las almendras, que “por ser
desecante, reseca y disipa los líquidos no permitiendo que se
dilaten las venas, con cuya hinchazón sobreviene el emborracharse”
(Plut. Quaest. Conv. I,6).
El
tercer método para evitar la borrachera es un homenaje a la verdura
nacional romana: la col, repollo o berza. Esta verdura,
ausente por lo general de un banquete finolis por ser demasiado
normal, representa en sí misma toda la esencia de la austeridad
romana. Son varios los autores que defienden los beneficios para la
salud que ofrece la berza, como Plinio el Viejo, para quien “sería
largo elencar todas las propiedades de la col” (NH XX 78). Por
encima de todos destaca el conservador Marco Porcio Catón, para
quien las coles simbolizan el espíritu austero, sencillo y duro de
la Roma tradicional. Para Catón, los médicos griegos son una mala
influencia, y basta consumir las coles nacionales para tener una
salud de hierro pues “la col es superior a todas las verduras,
tanto cocida como cruda” (Agr.CLVI,1).
Volviendo
al tema que nos ocupa, Catón aconseja que “si quieres comer y
beber mucho en un banquete, tómate antes y después del mismo
algunas hojas de col cruda mojadas en vinagre”
(Varr. Rust. I,2,28), así uno se sentirá ligero y podrá beber y
comer quantum voles, cuanto uno quiera (Cato Agr.CLVI,1). La
creencia de que la col protege de la embriaguez y mitiga la resaca la
encontramos también en otros autores, como Ateneo de Náucratis,
quien nos dice que los egipcios, amantes del vino, “son los
únicos entre quienes es norma hasta la actualidad servir en los
banquetes berza hervida antes que ningún otro alimento” (Aten.
I,34C) E indica que “muchos añaden a los preparados para
combatir la embriaguez la semilla de la berza”.
Mientras
se bebe
Sin
duda el método más atractivo contra los efectos negativos del
alcohol es ponerse en la cabeza una
corona o guirnalda de flores. Se basaba en la creencia de
las propiedades de las plantas para minimizar la embriaguez. Su uso
era muy habitual, tanto, que hasta Cicerón recomendaba que en los
huertos que rodeaban la ciudad se cultivasen flores, junto a las
verduras y hortalizas, para confeccionar guirnaldas. Existen
numerosas citas literarias sobre el uso de las coronas de flores en
la comissatio, generalmente asociado al uso del perfume:
“Ve, muchacho, busca ungüento y coronas y una jarra memoriosa
de la guerra mársica” (Carm. III, 14,17) nos dice Horacio
invitando al regocijo; Petronio nos muestra a un séviro -Habinas-
que viene de otra sobremesa: “De la frente, adornada con varias
coronas, le chorreaban ríos de perfume que le iban a caer en los
ojos” (Petr. LXV); y Marcial exhorta así al festejo: “pide
vino, corónate de rosas, perfúmate con nardo” (II, 59,3).
Las
coronas se tejen con elementos vegetales, flores y plantas,
que recuerdan el uso ritual que originalmente tuvo el simposio en
Grecia. Son plantas sagradas, asociadas de alguna manera a las
divinidades y al convivium. Así, el valor medicinal y el
valor cultural se mezclan en estos objetos pensados para mitigar la
embriaguez.
Entre
las plantas que mencionan los autores, tenemos las violetas,
cuyo aroma hacía pasar la borrachera y, en todo caso, quitaba la
resaca (Plin. NH XXI, 130). La corona elaborada con violetas y rosas
era muy usada, pues “ambas, en efecto, aplacan y mitigan con su
olor la pesadez de cabeza” (Plutarco Quaest. Conv. I,6,4 E-F).
Las rosas son todo un lujo, especialmente las últimas del
verano, y por tanto muy apreciadas en las coronas. Marcial las
menciona a menudo: “Que mi cabellera llegue a chorrear, empapada
en amomo sin medida, y que las guirnaldas de rosas fatiguen mis
sienes” (V, 64,4). Pero también aparece el apio: “hay
en mi huerto, Filis, apio para tejer coronas” (Horacio, Carm.
IV, 11); la hiedra: “tiéndeme, Baco, las hojas de tu
hiedra” (Prop. IV, 61-63), que es “lo más contrapuesto en
su acción al vino” y “con su frescura apaga la
borrachera” (Plut. Quaest. Conv. I,3B); el mirto,
asociado a Venus, al amor y al convivium:
“¿Quién se
cuida presuroso de enlazar coronas de apio húmedo o con mirto?”
(Hor. Carm. II,7,23-25); o el azafrán: “una corona de
azafrán disipa los vapores del vino” (Plinio NH XXI, 138),
que, junto a la salvia y la alheña (flor de henna)
“inducen a los bebedores a un sueño apacible, pues tienen una
fragancia suave y favorable” (Plut. Quaest. Conv. I,3).
Después
de beber
Como
ya se ha mencionado antes, lo mejor después de haber bebido es
comerse unas hojas de col empapadas en vinagre (Cato
Agr.CLVI,1). Además, “si en este momento os dais un baño, y
engullís berza en cantidad, cesará la pesadez y se disipará la
nube que ahora hay sobre vuestra frente” (Aten. I,34E). Por
otra parte, también hemos mencionado la acción benéfica de los
efluvios de las flores, que mitigan y eliminan los efectos de la
resaca.
Sin
embargo, es posible que esto no sea suficiente. En los papiros de
Oxirrinco, recientemente traducidos, aunque hallados en 1896 en un
antiguo vertedero, hay una receta para el dolor de cabeza de la
resaca, que consiste en ponerse una corona -de nuevo- de un arbusto
llamado Chamaedaphne de Alejandría, que es un tipo de laurel.
Y
ya si la cosa se ha ido de las manos, existe el remedio que menciona
Macrobio en las Saturnales, donde explica que los médicos, tras
liberar al “paciente” del exceso de vino mediante el vómito, le
ofrecen “pan untado con miel”, puesto que “la
dulzura repele a la ebriedad por una razón natural” (Macr.
VII,7,17).
A
beber!!!
Info extra:
http://www.livescience.com/50544-ancient-hangover-cure-discovered.html
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