Escena de simposio. Tumba del nadador. Paestum. |
Según la RAE, el adjetivo “sibarita” en su primera acepción se aplica a una persona “que se trata con mucho regalo y refinamiento”. Es sinónimo de exquisito, refinado, comodón, voluptuoso, gourmet, elegante, epicúreo, sensual, hedonista, delicado y snob. Todo el mundo ha utilizado alguna vez este término, y todo el mundo conoce vagamente la procedencia del mismo: la ciudad de Síbaris, que aparece en el imaginario popular como lo más de la elegancia, la finura y la pomposidad.
La información principal que nos ha llegado sobre Síbaris y los sibaritas procede de unos pocos textos escritos, que corresponden básicamente a los historiadores Heródoto, Diodoro Sículo y Estrabón, al retórico Claudio Eliano y, sobre todo, al retórico y gramático Ateneo de Náucratis. Pertenecen a épocas diferentes y más o menos recogen todos la misma información, ya que parten de las mismas fuentes.
En total, un pequeño repertorio de textos que básicamente insisten en un aspecto: la vida regalada y lujosa de los que vivían en esa región. Estos autores utilizan la palabra “molicie” para definir a los sibaritas y su estilo de vida, insistiendo con todas sus fuerzas en que esa actitud finalmente supuso su destrucción. Es decir, se utiliza el término “sibarita” para expresar un mensaje moral: la civilización que se deja llevar por el placer extremo y por el dolce far niente recibe un castigo.
Por tanto, hay que tener en cuenta esta moralina a la hora de leer los textos clásicos, y descifrar cuánto puede haber de verdad y de mito en ellos.
Copa de Dionosos. Staatliche Antikensammlungen. Múnich |
Síbaris fue fundada por aqueos y trecenios hacia el 720 aC. Se situaron en el golfo de Tarento, en el mar Jonio, en lo que es la actual Calabria. Junto a Siracusa, Agrigento y Crotona, sería una de las primeras colonias de lo que más tarde se conocería como la Magna Grecia. En el nuevo emplazamiento, los colonos encontraron a su alcance todos los recursos naturales para poder explotar la agricultura, la pesca y el comercio. Y poco a poco florecieron y se enriquecieron, se expandieron fundando sus propias colonias -como Posidonia-, invadieron otras polis para ocupar sus territorios, tuvieron tratos con los jonios de Mileto y con Etruria -establecida ya en la Campania- y finalmente entraron en guerra contra Crotona -también fundada por aqueos y anterior aliada- que los aniquiló en el año 510 aC.
Como ya he dicho, los textos insisten mucho en el gusto por el lujo y la voluptuosidad, expresados a través de una colección de datos y anécdotas. De todos los autores, Ateneo es quien abunda más en detalles (Deipn.XII,518-521). Por ejemplo, nos explica que vestían con mantos hechos de lana de Mileto, muy apreciada en la Antigüedad; que los jóvenes pasaban los veranos divirtiéndose en los baños de las Ninfas Lusíadas; que iban a todas partes con sus perritos malteses, incluso a los gimnasios; que habían prohibido en la ciudad cualquier actividad que produjera ruido para poder dormir del tirón, o que utilizaban esclavos encadenados en los baños públicos para evitar que fuesen demasiado rápido al echar el agua caliente y uno se escaldase la piel.
Los textos a menudo nos hablan de anécdotas basadas en este tópico, que suelen empezar con fórmulas como “se dice de un sibarita…”. Y así conocemos al sibarita que fue de visita a Esparta y, tras comer con ellos, entendió por qué no le tenían miedo a la muerte, pues es mejor morir que alimentarse con el caldo negro. O al que casi se hernia viendo a unos obreros trabajando. O al pedagogo que castigó con saña a su discípulo porque había recogido un higo seco del suelo. Incluso tenemos el nombre de un sibarita famoso, un tal Esmindírides -que nombran casi todos los autores- paradigma del lujo y la decadencia, capaz de estar veinte años sin ver salir o ponerse el sol -porque se pasaba las noches de juerga y dormía de día-, que no pegaba ojo si los pétalos de rosa sobre los que dormía se arrugaban y que al irse de viaje a Sición “se llevó consigo como signo de ostentación y lujo, mil sirvientes, pescadores, pajareros y cocineros” (Ath.VI,273C).
De entre todos los detalles para expresar la molicie de los sibaritas, los que más destacan son los relacionados con temas gastronómicos, como los mil cocineros que se llevó Esmindírides.
Tal como nos dice Diodoro Sículo, eran “esclavos de su estómago y amantes del lujo” (VII,18,1), por lo que dedicaban buena parte de su existencia a los placeres de la mesa. Según Ateneo de Náucratis, la prosperidad en la que vivían tenía su origen en la propia región, bendecida por un mar abundante y unas tierras fértiles, que producían todo tipo de recursos suficientes para autoabastecerse y para comerciar con otras ciudades de la península y del Mediterráneo. La campiña era próspera en viñedos y transportaban el vino en canales hacia las bodegas situadas cerca del mar, desde donde se distribuía a todos los puntos de venta.
Eran tan epicúreos que premiaban sin pagar impuestos a quienes trabajaban o mercadeaban con determinados productos de lujo, como las anguilas o la púrpura marina.
Platos de pescado del área de Paestum. Fotografía de la exposición "Alle origini del gusto. Il Cibo a Pompei e nell'Italia antica". Asti, Palazzo Mazzetti, 2015 |
Ateneo nos habla también de los banquetes públicos, un ritual cívico y una institución clave para la cultura griega. Los banquetes públicos consisten en una comida en común que reúne a una parte de la comunidad (o toda), y que establece un vínculo entre la comensalidad y las estructuras de poder de la ciudad. Así, normalmente los más poderosos son los que dirigen la política y también los que sufragan los gastos del banquete. En el caso de Síbaris, estos anfitriones públicos son aplaudidos por toda la comunidad, aunque no por sus valores cívicos, sino simplemente porque pagan comidas carísimas: “a quienes se distinguen brillantemente por su liberalidad los honran con coronas de oro, y hacen pregonar sus nombres en los sacrificios públicos y las competiciones, proclamando, no su buena disposición, sino el dinero que dedican a sufragar los banquetes” (Ath.XII,519DE). El texto de Ateneo pone de manifiesto los defectos de la sociedad de Síbaris a través de su manera de celebrar las comidas en común, que peca de excesivamente lujosa, de decadente y de soberbia. Para empezar se saltan algunas normas establecidas para todos los griegos, como es la presencia de las mujeres. Ateneo nos dice que se promulgó una ley para invitar específicamente a las mujeres a los banquetes públicos, mientras que en el resto de la Hélade el banquete está reservado exclusivamente a los ciudadanos varones. Este detalle, que ahora nos puede parecer muy inclusivo por parte de Síbaris, en la Antigüedad representaba una ruptura con el equilibrio de las estructuras sociales y políticas validado además a través de una ley votada en asamblea.
Otros detalles relativos a los banquetes insisten en ese lujo excesivo que acaba llevando a un pueblo a la perdición. Por ejemplo, se dedicaba un año entero a la preparación de los vestidos y los adornos adecuados para la ocasión, y durante la comida se podía hacer uso de un invento creado en Síbaris para no tener que abandonar el klinē en toda la comida: el orinal. Además, se podía disfrutar del baile de los caballos, que habían sido adiestrados para danzar al son del aulós. Este detalle, por cierto, sería aprovechado por los enemigos para manipular el comportamiento de los animales durante la guerra. Sí, en plena batalla, los crotoniatas entonaron la melodía del baile y los caballos no solo se pusieron a danzar, sino que además se pasaron al bando de los enemigos, llevando en la grupa a sus jinetes.
Detalle de músico tocando el aulós. Tumba del Nadador. Paestum |
Por otra parte, durante los banquetes públicos se honraba particularmente la figura del cocinero. Igual que pasaba con el evergeta que había sido muy espléndido, también se coronaba a los cocineros que habían preparado los mejores platos. Y además se estimulaba la creatividad de estos a la vez que se protegían los derechos de autor: “si algún experto culinario o cocinero descubría algún manjar particular y sofisticado, no se concedía permiso para que lo utilizase otro que no fuese el propio inventor hasta transcurrido un año, de manera que durante ese tiempo el inventor original tuviese también la exclusiva de su preparación, con el fin de que los demás, esforzándose, se superasen a sí mismos con otros platos del mismo tipo” (Ath.XII,521D). ¿Molicie y decadencia o respeto por el trabajo y la creatividad? Pues depende.
Todos estos datos apuntan a un final previsible: la destrucción de la ciudad a manos de sus enemigos, en este caso los habitantes de Crotona en el 510 aC. ¿Por qué? Los textos están llenos de sentencias del tipo: “a causa de su vida de lujos y de su soberbia” (Estrabón) o “su gusto por el lujo excesivo” (Claudio Eliano), añadiendo además que no hicieron caso de las señales de perdición, como las palabras del oráculo (Ateneo).
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