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sábado, 30 de septiembre de 2023

LA DESPENSA DE VENUS. GUÍA PARA UNA CENA ROMANA CON INTENCIONES


Cierto personaje de Terencio, animado por las copichuelas y ante la imagen de la esclava Pitíade, pronuncia unas palabras muy reveladoras: “sin Ceres y sin Baco, Venus pasa frío!” (Eunuc.732).

Esta máxima o refrán romano es una píldora de sabiduría que resume muy bien lo que siempre se ha sabido: los placeres mundanos, juntos, son mucho mejores y el disfrute en la mesa es uno de los mejores preliminares para el amor.


Como el hecho culinario es un hecho cultural y un acto de comunicación de primera, existe todo un código para descifrar los diferentes significados que pueden adquirir los alimentos, más allá de sus valores puramente nutricionales.  

Así, en el mundo romano, existían una serie de alimentos con una fuerte connotación sexual. Por separado o juntos, su presencia en la mesa se teñía de valores relativos a la fecundidad, al apetito sexual o a ambos, y se debían entender como toda una declaración de principios. Son alimentos que gozan de fama de afrodisíacos, que son conocidos por todo el mundo como favorecedores del coito y, justo por eso, su presencia en las mesas nunca es inocente. Por eso aparecen en las bodas, en las comidas campestres con cortesanas, en cenas de enamorados o de quien busca ligar… Los textos andan llenos de situaciones en las que todo el mundo conoce el significado erótico que se esconde tras una ensalada de rúcula o  unos huevos revueltos. 


Existían, además, toda una serie de pócimas entre medicinales y mágicas que pretendían forzar la relación amorosa. Este artículo, sin embargo, huye de los brebajes y se centra en la lista de alimentos con profundo significado erótico. Curiosamente, la mayoría son muy comunes y fáciles de conseguir. Tirar los tejos a alguien está al alcance de cualquiera capaz de entender el mensaje…


Vamos, pues, con la despensa de Venus:


1. BULBOS. La primera posición entre los productos considerados afrodisíacos corresponde a los bulbos (del griego βολβός), palabra que sirve para designar al nazareno, hierba del querer o jacinto de penacho (Muscari comosum Mill.). Aparecen en todos los textos griegos y latinos como recomendación para los placeres del amor, pues se consideraban productores de esperma, y es frecuente que aparezcan en los banquetes de bodas. Parece que también eran indigestos y de sabor amargo. Apicio y Galeno mencionan diferentes maneras de cocinarlos: tras una doble cocción se pueden aliñar con aceite, garum y vinagre; también estofados con muchos condimentos (tomillo, pimienta, orégano, miel, comino, vinagre, defrutum); asados sobre las brasas o fritos en aceite tras la primera cocción, y después sepultados en salsa hecha con especias y hierbas. 


Bulbos de nazareno.
Fuente: blog.giallozafferano.it [https://onx.la/7a524]

Nadie discutía el poder afrodisíaco de estos bulbos que en Grecia eran considerados también comida de pobres. Aparecen en el Edicto de Diocleciano a un precio alto (12 denarios por tan solo 20 bulbos africanos grandes), lo cual confirma que eran bastante interesantes. 

Algo así pasaba también con los bulbos de la orquídea, cuyos tubérculos tienen forma de testículos y, quizá por eso, se consideraban un potente afrodisíaco. El botánico Teofrasto alaba sus virtudes si se administraba con leche de cabra apacentada en el monte (DHP IX,18,3), y Plinio especifica que estimula las pasiones sólo con sostenerlo en la mano (XXVI,63). Era conocido por su nombre en griego, ‘satyrion’, tomado de los sátiros y sus lujuriosas costumbres.

Pero realmente cualquier bulbo iba bien como afrodisíaco, incluídas las cebollas, los puerros o los ajetes. Las cebollas las menciona Ovidio en su Ars Amandi, sobre todo las procedentes de Mégara, aunque también son bastante efectivas las de Libia o las de Apulia. Nazarenos, orquídeas o simples cebollas: un aperitivo ideal para el amor.


Fuente: wikimedia commons [https://onx.la/72630]

2. RÚCULA Y OTRAS HIERBAS ‘SALACES’. Como los bulbos, algunas plantas son calificadas en los textos como ‘salaces’, y es que este adjetivo (salax, -cis) significa justamente ‘lasciva’ o ‘afrodisíaca’. Una de las más ‘salaces’ es la rúcula, ruqueta o jaramago, que incluso se cultivaba en los jardines a los pies de la estatua de Príapo. Como en el caso de los bulbos, su sabor amargo y picantón la hace protagonista de los aperitivos. Era común considerar que abría también el apetito sexual, y a menudo aparece en combinación con otros productos similares. Por ejemplo, formaba parte del aderezo para un plato de nazarenos que se servía a los recién casados (Ap.VII,XII,1.3).

Plinio recoge también otro dato curioso: es más efectiva si se beben tres hojas de rúcula salvaje recogidas con la mano derecha y trituradas en hidromiel (XX,126). Ahí lo dejo.

No era la única herba salax. En esta categoría podemos incluir la dragontea y la raíz de gladiolo - sobre todo mezcladas con vino -, el azafrán, la semilla de lino - con miel y pimienta -, la ajedrea, que se usaba incluso en pócimas, la menta, la ortiga, el cardamomo, el tomillo, el romero… En fin, toda la gama de condimentos aromáticos que despiertan los sentidos.

Plinio nos habla, además, de una planta súper poderosa que despertaba tal pasión que provocaba erecciones memorables en los hombres y frenesí descontrolado en las mujeres, aunque nos quedamos sin saber el nombre de la misteriosa  planta, porque ni Plinio lo sabe (XXVI,62-63). 

En todo caso, lo que conviene evitar a toda costa si se busca una noche de pasión es la lechuga, archienemiga de Venus desde que su amado Adonis murió despedazado por un jabalí tras intentar esconderse -sin éxito- entre lechugas. Desde entonces, quien las consume pierde las fuerzas para los placeres amorosos.

 

Escena marina con pulpo. MAN Napoli


3. PULPOS, VIEIRAS Y OTROS PRODUCTOS DEL MAR. Con alguna excepción, como el caso del salmonete -consagrado a Hécate y totalmente anti líbido- la mayoría de pescados, moluscos, crustáceos y mariscos son muy indicados para quienes deseen tener una noche loca.  Todos ellos son gratos a Venus, que nació de la espuma del mar. Muchos de ellos simplemente tienen un aspecto que recuerda a los órganos sexuales femeninos. Son las vieiras, almejas, caracolas… y por supuesto las ostras. Atiborrarse de ostras en el triclinio a altas horas de la noche es justo lo que NO debe hacer una matrona decente si quiere mantener la compostura y el control sobre sí misma. Sobre todo si además se dedica a beber vino servido en vasos de concha (Juv. VI,301). Entre los crustáceos, destaca la langosta

Sepias y calamares son también muy adecuados: “los cefalópodos incitan al placer y a las relaciones sexuales” decía el médico Diocles de Caristo (Athen. VII,316C). Mención especial merece el pulpo, puesto que tenía fama de incontinente y de practicar la cópula de forma compulsiva, hasta quedar agotado. Así, siguiendo los mecanismos de la magia simpática, se creía que esa capacidad para el coito se podía transmitir también a quien lo consumiese. En los textos abundan las referencias al pulpo como fortificador del miembro y como productor de esperma. Y no es extraño que en algún banquete de bodas se sirviese ‘una hecatombe de pulpos’ junto a ‘un silo de nazarenos’ (Athen. IV,131C).


caracoles. detalle mosaico asarotos oikos.
Musei Vaticani

4. CARACOLES. Los caracoles de tierra, como las caracolas marinas, también se consideran libidinosos. De nuevo vemos que se servían en los aperitivos, a menudo combinados con bulbos y otros alimentos que despiertan los sentidos. La medicina consideraba que los caracoles favorecían la producción de esperma y en el Satiricón se nombran dentro de una lista de alimentos “especialmente excitantes”, adecuados para recuperar el vigor tras un episodio esporádico de gatillazo, como le ocurre al protagonista (Satyr. 130,7).


5. HUEVOS. Energéticos y cargados de valores simbólicos que los relacionan con la fertilidad, los huevos eran un aperitivo perfecto para una sesión de arrumacos. El valor sensual se intensifica con las texturas blandas y temblorosas, es decir, pasados por agua o escalfados. Incluso medio crudos, para que haya que sorberlos. Una cita de Alcifrón nos presenta a unas cortesanas en una comida campestre con sus amantes, bajo los mirtos y junto a las estatuas de las Ninfas y de Pan. Entre los platillos, unos huevos poché: “El punto de los huevos era tal que estos temblaban como las nalgas de Triálide” (Cartas de las cortesanas 13,10).


Alimentos gratos a Venus. Tarraco Viva 2014.
foto: @Abemvs_incena


6. HIGOS, ESPÁRRAGOS Y OTROS RECORDATORIOS SEXUALES. Algunas frutas y vegetales recordaban por su forma a los órganos sexuales. Es el caso de los espárragos, los puerros, las chirivías y zanahorias (consideradas ‘elixir de amor’ entre los griegos), que aparecen identificados a menudo como símbolos fálicos. Vamos, casi igual que ahora. Lo mismo pasa con las frutas rojas, jugosas y aromáticas, cuyo aspecto recuerda los órganos sexuales femeninos. De entre todas, los higos son con diferencia las que más aparecen en las comedias con este doble sentido: “La de él es grande y gorda y de ella dulce es el higo”, leemos por ejemplo en Aristófanes (La Paz, 1350).

Las granadas, las bayas de mirto, las moras, los membrillos … todas estas también son frutas muy sugerentes y excitantes por su aroma o su color.


Naturaleza muerta con liebre e higos. MAN Napoli


7. GORRIONES, LIEBRES Y OTROS ANIMALES LUJURIOSOS. Aparte del pulpo, existen otros animales considerados lujuriosos y por tanto gratos a la diosa Venus. Por una parte tenemos a los gorriones, las palomas, los tordos, las perdices, los gallos o las codornices. Se creía que todos ellos eran propensos a realizar el acto sexual compulsivamente, hasta el punto de que los machos de estas aves eyaculaban con solo ver a las hembras, y las hembras se fertilizaban con solo ver a los machos. Así que era creencia popular que quien se los comiera adquiría esa misma capacidad para la cópula y la fertilidad.  Incluso la misma diosa conducía un carro tirado por gorriones. 

Por otra parte tenemos a conejos y liebres, animales lascivos relacionados con la fecundidad y la abundancia como pocos. Se reproducían con una facilidad pasmosa y las hembras podían concebir incluso estando preñadas, por lo que era fácil relacionarlos con la fertilidad y la lujuria. 

En Ateneo asistimos a una escena en la que varias mujeres buscan el favor de la diosa, y entre sus ofrendas se incluyen, justamente, “tortas de liebre en forma de media luna” (X, 441E). Hasta tal punto se relacionaban con los placeres de la carne que regalar liebres y conejos era un método habitual para ligar, para dejar claro a alguien que querías lío. Y existía la creencia popular de que la persona que comía liebre durante varios días se mantenía guapísima: “El vulgo también cree que comer liebre nueve días seguidos otorga belleza” (Plinio 28,260), lo cual es un auténtico regalo de Venus. 


Akrokolia. Tarraco Viva 2014.
foto: @Abemvs_incena

8. CASQUERÍA. Diversas partes de los animales también tenían un curioso uso afrodisíaco. En griego se denominan akrokolia, una palabra de difícil interpretación que se identifica con partes extremas del cerdo o jabalí, como por ejemplo las manitas, el morro o las orejas. Se ofrecían a la diosa y suelen aparecer mencionadas junto a los conocidos bulbos de nazareno en contextos festivos como banquetes de bodas, donde se servían bien cocidos y muy muy tiernos. 

Podemos imaginar que otras partes de lo que se denomina casquería o menudos también eran afrodisíacas, como las criadillas, las ubres y el útero de cerda. Estas eran auténticas exquisiteces que se relacionaban directamente con la fertilidad y la sexualidad.  


Servidores preparando un banquete. M.Louvre

9. LA DULCE MIEL, LOS PASTELES Y LOS FRUTOS SECOS. Quizá por sus propiedades vigorizantes, tanto la miel como los frutos secos también se incluyen entre los alimentos que inducen a los placeres del amor. En Ateneo leemos una cita sobre unas mujeres que preparan “unos tordos íntegros bien mezclados con miel” entre las ofrendas propiciatorias para la diosa (X, 441E).  Ovidio en su ‘Ars Amandi’ menciona la miel del monte Himeto y los piñones que produce el pino de afilada hoja” como muy recomendables para despertar los sentidos (II, 422-424). Varrón incluye también a los piñones en un plato indicado para los recién casados, compuesto además de nazarenos y aderezado con pimienta y jugo de rúcula, un plato cargado de intenciones sensuales (Ap. VII,XII.1.3). Lo mismo pasaba con las almendras, las nueces, los pistachos, los dátiles… 

Con harina de primera calidad y con miel se elaboraban dulces pasteles de lo más apetecible para compartir con los amantes. Los textos nos hablan de tortas de leche y sésamo, de pasteles de leche y miel, de tortas de almidón preñadas, de postrecitos elaborados con miel o fritos… Sabrosos, dulces, vigorizantes y gratos a la diosa Venus. 

Existían también otros pasteles que se amasaban y se cocían con forma de vulva, de pecho, de testículo o de enorme falo de Príapo. A menudo tenían un marcado valor simbólico relacionado con la prosperidad y con la fertilidad, por lo que aparecen en determinados contextos religiosos o como ofrenda sagrada. Así es como vemos un enorme Príapo de pastelería que preside la mesa de los postres en el banquete de Trimalción, presentado con solemnidad religiosa y en medio de todo un ceremonial para honrar a los Lares (Satyr.60,4). Pero otras veces estos dulces con formas picantonas simplemente eran compartidos entre los enamorados en el triclinio, como cierto panecillo con forma de vulva (cunnis), hecho con harina de primera, que menciona Marcial (IX,2). 


Escena de banquete en la Casa dei casti amanti. Pompeya
 

10. LA COMPLICIDAD DE BACO. Todos estos alimentos surtían efecto si además eran regados con vino, el licor de Baco que desinhibe, relaja y provoca verborrea, sociabilidad y euforia. Para conseguir el efecto deseado, los mejores eran los vinos dulces, tomados sin mezclar y de forma abundante. Los textos insisten en el Falerno italiano y también en los vinos importados de Grecia: el de Quíos, el de Tasos o el añejo de Lesbos. Para que sea efectivo debe tomarse con moderación: “El vino predispone el espíritu para Venus, siempre que no lo tomes en gran cantidad, de forma que te deje atontado el cerebro, ahogado por el mucho alcohol” (Ovidio Rem.805). El gran aliado de los amantes aparece de forma inevitable en cenas de amigos, banquetes de bodas, meriendas campestres o comidas informales y se identifica con la sensualidad y el placer. Los mismos esclavos encargados de preparar y escanciar el vino solían ser jóvenes y hermosos: chicos imberbes con cierto parecido a Ganímedes -el copero celestial- o chicas adolescentes con cuerpo perfecto y ligeras de ropa. El vino acompañaba todas las fases del banquete, favoreciendo risas y conversaciones, que irían subiendo el tono a medida que avanzaba la cena. Por eso era importantísimo controlar lo que se iba ingiriendo. Esos banquetes que parecían formales al principio, para cuando llegaban a los postres y la sobremesa se habían ido transformando en francachela, con bastantes números de pasar a mayores. Eso podía ser una oportunidad o un problema, según se mire. Igual ayudaba a quien era feo a parecer menos feo, que te destrozaba la reputación de matrona virtuosa. 



Por último, no olvidemos los elementos que incitan al resto de los sentidos. La música y las canciones amorosas, los bailes sensuales, los perfumes, las flores que inundan los lechos, el incienso que acompaña las libaciones, las coronas de hiedra o de mirto, el tacto de las sedas…


Todos estos ingredientes son el condimento final para una cena erótica. 


Sean felices!


Escena de banquete en la Casa dei casti amanti. Pompeya

Para saber mucho más:


-Huélamo, JM; Solías, JM: Cuina eròtica romana. Museu de Badalona. 2013.

-García Soler, María José: “La cocina del amor: alimentos afrodisíacos en la antigua Grecia”. En Revue des Études Anciennes 107(2): 585-600 (2005). [en línea: https://addi.ehu.es/handle/10810/9845]


Imagen de portada: Affresco della casa di Venere in conchiglia. Pompeya. Foto: https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5499466







domingo, 2 de junio de 2019

CONSUMO DE CARACOLES (COCHLEAE) EN LA ANTIGUA ROMA

El consumo de caracoles es muy antiguo. Tanto, que se comían ya en la edad de piedra, como se deduce de su presencia entre los restos de las basuras de banquetes primitivos.

caracoles. Mosaico de Aquileia
En la Antigüedad griega y romana los caracoles eran muy apreciados, tanto por su sabor exquisito, como por sus propiedades medicinales. Sabemos por las fuentes clásicas que ya entonces se conocían las técnicas de la helicicultura, es decir, la cría de caracoles con fines comerciales. Leemos en Plinio el Viejo: “Los viveros de caracoles (coclearum vivaria) los instituyó Fulvio Lipino en el territorio de Tarquinios, poco antes de la guerra civil que se entabló contra Pompeyo Magno” (Plin. IX,173). Por tanto, según este autor, los viveros de caracoles se inician oficialmente poco antes del año 49 aC, gracias a la iniciativa del propietario agrícola Quinto Fulvio Lipino. Este los había separado por tipos y los había rodeado de agua para que no escapasen. Una vez criados, se destinaban a la venta en los mercados, produciendo no pocos beneficios: “Producen una gran ganancia económica en las grandes islas hechas en las granjas” (Varrón, Rust,III,14,5).

cáscara de caracol. detalle mosaico
 asarotos oikos. Musei Vaticani
Tanto Plinio el Viejo como Varrón mencionan diversos tipos, en función de su procedencia: los de la región de Reate, los de Iliria, los de África -conocidos por ser muy grandes- o los de las Islas Baleares, conocidos como “caracoles de cueva”.
Ambos autores también mencionan el método para que se pusieran bien gordos: los encerraban en una olla agujereada y los cebaban con mosto cocido y gachas.

Como he dicho, estos caracoles cebados se podían encontrar después en los mercados, puesto que eran un alimento muy común, presentes tanto en las mesas de los ricos como en las más humildes. El Edicto de Precios Máximos de Diocleciano (año 301 dC) nos dice que por 4 denarios se pueden comprar 40 caracoles pequeños o 20 de los grandes (tipo africano). Es el mismo precio que cuestan dos melones grandes, cien nueces secas, cuatro huevos o un sextario de aceitunas negras, así que no eran particularmente caros.

Los caracoles eran plato habitual en las tabernas. Bien gordos, asados y empapados de salsa, eran de esos picoteos que estimulan la sed: “A un bebedor que esté mustio lo animarás con quisquillas asadas y con caracoles de África” leemos en Horacio (Serm.II,4,58-59).

caracoles. detalle mosaico asarotos
oikos. Musei Vaticani
En las cenas, se servían durante los aperitivos. Aparecen en el fastuoso banquete de Trimalción: “El hábil cocinero estuvo a la altura de esos refinamientos: nos sirvió unos caracoles en una parrilla de plata” (Satyr.70,7). Y también entre los entremeses que Plinio el Joven prometía a su amigo Septicio Claro: “Se había preparado para cada uno una lechuga, tres caracoles, dos huevos, unas gachas de trigo con vino mezclado con miel y con nieve (...), aceitunas, acelgas, calabazas, cebollas y otros mil manjares no menos deliciosos” (Plin. Epist.I,15). Claro que su amigo había rechazado la invitación, prefiriendo otras cenas de mayor postín, a base de ostras, vientres de cerda y erizos de mar.



Los caracoles se comían con unas cucharas especiales llamadas cochlear (en plural, cochlearia) Eran unas cucharas de doble uso, que servían para comer los huevos pasados por agua, y que terminaban en punta, lo cual permitía extraer los caracoles de la cáscara. El poeta Marcial las menciona como un regalo propio de las Saturnales.

cochlearia Metropolitan Museum of Art

Los caracoles eran también muy apreciados por su uso medicinal. Según la ‘ciencia’ de la época, a caballo entre la medicina y la magia, servían para casi todo: curar el dolor de cabeza, mejorar la vista nublada, aliviar el dolor de muelas, proteger la piel, desinflamar la garganta, mejorar la digestión, quitar la tos y hasta eliminar la disentería.

Por otra parte, se creía que eran un potente afrodisíaco, como todos los moluscos con concha. Con este uso lo vemos en el Satiricón, tras el gatillazo que el protagonista Encolpio sufre con la caprichosa Circe: “Tras despachar a Crisis con esta hermosa promesa, puse especial esmero en cuidar mi imperdonable cuerpo; prescindiendo del baño, me di una ligera fricción; luego, tomé alimentos especialmente excitantes, como cebollas y cabezas de caracol, y bebí un traguito de vino puro” (Satyr.130,7). Ateneo de Náucratis nos proporciona una explicación ‘científica’ para ello: “Nazareno, caracol, huevo y los productos similares parece que son productores de esperma, no porque sean muy alimenticios, sino debido a que poseen una naturaleza primordial muy semejante a los principios activos del esperma” (Deipn.II,64A).

caracoles. Roma, Santa Maria in Trastevere. 
Además, los caracoles se asociaban a la supervivencia tras la muerte, por lo que también era frecuente que se consumiesen en los banquetes fúnebres, esos que se celebraban en los cementerios, compartiendo alimentos con los familiares muertos en días señalados. De hecho, los restos de conchas de caracol son un hallazgo frecuente en las necrópolis. Por otra parte, el mismo Satiricón nos da fe de esta práctica en la descripción de una cena novendialis: “Como plato fuerte tuvimos un trozo de oso (...) Por último, tuvimos queso tierno, mistela, un caracol por persona y unos trozos de tripas (...)” (Satyr.66). Como los huevos, las legumbres y el vino, los caracoles tienen  una fuerte carga simbólica que los relaciona con el misterio de la vida y la resurrección.

Sabemos cómo cocinaban los caracoles gracias al recetario de Apicio, De re coquinaria (Libro VII, XVI, 1-4). En este libro aparecen 4 recetas, tanto para limpiarlos como para prepararlos. En la primera nos explica que hay que ponerlos en leche y sal durante un día, y en leche sola unos cuantos días más, y cuando ya estén tan gordos que no puedan esconderse en su concha, hay que freírlos con aceite, dejando que hagan chup chup en garum mezclado con vino. La cuarta receta básicamente se refiere a la preparación previa mediante unas gachas de harina y leche y, una vez hinchados, indica que hay que cocerlos. Estas gachas de harina y leche, o bien solo la leche, tienen una doble función: limpiar los caracoles y engordarlos. Y posiblemente en todos los casos a los caracoles se les daba una doble cocción: primero cocidos y luego asados, como era habitual en la cocina romana.

caracoles con majada romana. Versión del restaurante Dos Pebrots (Barcelona) Foto: @Abemvs_incena

Las otras dos recetas dan nuevas indicaciones sobre la salsa con que se aderezaban los caracoles asados: la primera con laser, garum, pimienta y aceite; la segunda con garum, pimienta y comino. Recordemos que en la primera se estofaban en una salsa de garum mezclado con vino. Estos ingredientes fuertes y especiados, además de combinar la mar de bien con el sabor de los caracoles, contrastaban con la naturaleza flemática y fría de estos, según las teorías hipocráticas sobre los cuatro humores y la dietética de la época.
Pero Apicio también los menciona formando parte de otras elaboraciones, como en el relleno de un cochinillo a la jardinera (VIII,VII,14) o en una extraña cazuela en la que los caracoles se integran con verduras diversas (acelgas, puerros, apio, bulbos) y proteínas varias (alas de pollo, mollejas, salchichas, morcillas), todo cuajado con huevo y aderezado con garum al vino, y que lleva por nombre “Aperitivo versátil” (IV,V,1).

Buen provecho!