lunes, 12 de julio de 2021

LIXAE, COMIDA CALLEJERA Y VENTA AMBULANTE EN LA ANTIGUA ROMA

© Monty Python. Life of Brian

 Lenguas de alondra, hígado de chorlito, sesos de jabalí, orejas de jaguar, pezones de loba… compren mientras están calentitos”. Estos y otros aperitivos imperialistas, como los morros de nutria o los higadillos de erizo, son los productos que ofrece Brian a los miembros del Frente Popular de Judea mientras estos conspiran en las gradas del anfiteatro. Quitando lo exótico -y paródico- de la oferta, la escena que vemos en La vida de Brian es bastante exacta.

En la antigua Roma era muy fácil comer fuera. De hecho, para la mayoría de la gente era más fácil comer fuera que comer en su propia casa, que carecía de equipamiento. La oferta de bares, tabernas, popinae, cauponae y otros establecimientos dedicados a la restauración era bastante amplia, y abarcaba desde el tugurio  más cutre a los locales equipados con triclinio y ubicados en preciosos jardines. 

Sin embargo, la oferta no acaba aquí, porque además de estos lugares fijos, también se podía comer y beber en la calle echando mano de la venta ambulante, un recurso tan popular en la Antigüedad como lo es en la actualidad.


Vamos a ello


Mosaico con detalle de mercado. Phoenix Ancient Art.


La venta ambulante estaba presente en todos los puntos de la ciudad, sobre todo allá donde se congregaba un buen número de personas. Uno de los puntos clave eran los mercados. Las ciudades contaban con mercados generales y también mercados especializados en productos concretos, como pescados, carnes, vinos, verduras y todo tipo de finuras y delicatessen. Por lo general, constaban de un espacio abierto rodeado de pequeñas tabernae donde se podían adquirir los alimentos, aunque también era más que posible que pudieran degustarse platos preparados para ir pasando la jornada. Además, existían los mercados periódicos, llamados nundinae, que tenían lugar cada nueve días y se extendían por las ciudades y por todo el medio rural. En estos mercadillos periódicos, donde los campesinos y grandes productores podían vender sus excedentes a los consumidores, abundaban los comerciantes itinerantes que se desplazaban por los pueblos siguiendo una ruta comercial ligada al calendario. 

En todo caso, donde había un mercado había venta callejera de productos de todo tipo, incluídas las elaboraciones culinarias preparadas para llevar o para consumir en el mismo lugar. En los mercados era normal que panaderos, taberneros, cocineros profesionales que se podían contratar allí mismo y hasta particulares con buena mano improvisaran un puesto ambulante donde ofrecer comida callejera. 

Se han conservado unas pinturas aparecidas en el atrio de la Casa de Julia Felix con representación de vendedores ambulantes en el Foro de Pompeya. La escena es de  lo más completo: carretas cargadas de mercancías, mendigos, vendedores de telas, de zapatos, de verduras, el que repara o vende ollas y utensilios, el maestro en plena sesión de azotes al alumno díscolo, el vendedor de pan, gente por todas partes que habla, que discute,  que se saluda, que lee los avisos públicos… En medio de toda esta confusión incluso se muestra un grupo de personas alrededor de una olla sobre el fuego, una auténtica escena de comida callejera.


Vendedores ambulantes. Casa de Julia Felix. 


Los vendedores ambulantes de comidas calientes ya preparadas -conocidos como lixae- pululaban también por otros lugares muy concurridos. Los textos insisten mucho en las termas, lo cual no nos sorprende en absoluto, dado que las termas eran toda una institución. Allí uno se podía pasar horas y horas: había restaurantes, tiendas de todo tipo, gimnasio, piscina, spa, salón de masajes, jardines para pasear, biblioteca… Las termas eran el mejor sitio para quedar con amigos, para hacerse invitar a una cena, para relajarse y para divertirse. Todo el mundo iba a las termas. En sus instalaciones era fácil comprarse algo para picotear y la oferta gastronómica era bastante amplia. Además de los lugares fijos donde sentarse a la mesa -o reclinarse, depende del nivel del local-, se podía comprar comida en los puestos ambulantes. Todo dependía de la ocasión o del bolsillo del hambriento comensal. Séneca, que vivía sobre unas termas en la concurrida ciudad de Baiae (Bayas), comenta el ruido que producían estos vendedores pregonando su mercancía a grito pelado. En concreto menciona al vendedor de bebidas, al salchichero y al pastelero, quienes llaman la atención “con una peculiar y característica modulación”, es decir, con su tonadilla particular y a todo volumen (Epist.VI,56,2). 


También se les podía encontrar en la entrada de todo tipo de espectáculos. Ya fueran carreras de carros, combates de gladiadores, cacerías de animales o bien obras de teatro, lo habitual era pasar las horas comiendo en las inmediaciones del lugar o en las mismas gradas. Es fácil imaginarse un vendedor como nuestro Brian, pero en lugar de morros de nutria ofrecería guisantes, habas y altramuces.  Estas tres legumbres las menciona Horacio como consumo habitual en los estadios (Sat.II,182), y se imagina que las servían secas y marinadas para conseguir un snack saladito. También se podrían comprar cosas más sustanciosas. Un texto de Plauto anima al público del teatro a comprar pasteles salados de queso (scriblitae) y que se los coman allí mismo mientras aún están calentitos (Poen. 40-43). Plauto anima a acudir a la popina, pero es muy probable que el dueño o dueña de la popina ya hubiera enviado a su propio esclavo a vender sus elaboraciones a las puertas del teatro, desplazando la cocina al lugar donde se acumula la demanda.


© Astérix gladiador


Igualmente era fácil encontrarlos cerca de los templos, donde había también bastante concurrencia. Cerca del Templo de Apolo en Pompeya han resistido al tiempo unos graffiti con el nombre de dos libarii, es decir, vendedores de liba, llamados Verecunnus y Pudens, que hicieron las pintadas en la pared para marcar su lugar entre los vendedores ambulantes, el sitio que normalmente ocupaba cada uno de forma regular. Seguramente estos libarii eran claros competidores entre sí, pero no los únicos de las proximidades del Templo de Apolo y probablemente tampoco se habían sacado la licencia necesaria que otorgaban los ediles (permissu aedilium) para poder instalarse en la calle. Así pues, cerca de los templos se podrían adquirir pastelillos tradicionales relacionados con una festividad o una deidad, ideales para merendar o para ofrendas rituales. 


CIL IV,1768


Los vendedores ambulantes invadían toda la ciudad. Se les veía en plazas, calles, pórticos, esquinas, fuentes.. Allí donde había concurrencia colocaban su carrito, abrían su mesita, incluso plantaban un toldo para protegerse del sol y voceaban su mercancía a los cuatro vientos. En ocasiones la situación era tan molesta que se intentó regular por ley. Domiciano en el año 92 promulgó un edicto para evitar que nuevos vendedores se instalasen en cualquier sitio.  Esta situación es recogida también por un epigrama de Marcial (VII,61):


Se había apoderado de toda la ciudad el vendedor eventual y en el propio umbral de uno no había umbral ninguno. Ordenaste, Germánico, que se ampliaran los pequeños barrios y lo que poco ha había sido una senda se ha convertido en una avenida. Ni un solo pilar está todo él ceñido de botellas encadenadas, ni el pretor se ve obligado a caminar por medio del barro, ni se saca en medio de la apretada muchedumbre una navaja escondida, ni una negra cocina ocupa las calles enteras. El peluquero, el tabernero, el cocinero, el carnicero respetan sus propios umbrales: Ahora es Roma, no hace nada ha sido una gran tienda”.


 © HBO Rome



La oferta gastronómica


¿Qué se podía comprar a estos vendedores ambulantes? Pues, prácticamente, de todo. Además de los libarii ya mencionados, existían los crustularii, que vendían pasteles y bollos dulces, con miel y queso fresco; los isiciarii, expertos en albóndigas, o los botularii, que vendían salchichas, uno de los productos más mencionados por las fuentes escritas. Estas salchichas estaban muy especiadas y ahumadas, y seguramente se parecían más a nuestro concepto de embutido que de salchicha. Eran muy populares, y uno de los atractivos de la ciudad de Baiae, llena de turistas de alto standing. Otros vendían vino, y para ello era tan fácil como situarse al lado de una fuente y vender el vino mezclado allí mismo. Y quien dice vino, dice posca: uno de los amantes del emperador Vitelio, el liberto Asiático, tras abandonar al emperador, apareció en Puzzola donde vendía esta mezcla de vino malo aguado (poscam vendentem) (Suet. Vitel.12).

Y también pescadito frito, aceitunas, higos secos, dátiles, castañas asadas, buñuelos (por ejemplo los globi de Catón, unas bolitas fritas de harina, queso y huevo), guisos de caracoles, salazones, quesos, brochetas de carne, garbanzos en remojo (cicer madidum) o mejor aún, asados (cicer tepidum), los preferidos para picar mientras uno está en los juegos... De todo.


Mala fama


La actividad de los vendedores ambulantes y la comida callejera era vista con muy malos ojos por parte de los moralistas. Ofrecían productos baratos y muy populares, se movían por ambientes no del todo recomendables para la gente decente, y por tanto eran vistos como una actividad vulgar y despreciable. Eso es lo que se desprende de los textos que, como todo el mundo sabe, fueron escritos por la élite. La sociedad elegante fingía que evitaba estos ambientes, aunque todos caían en el puesto de salchichas en Baiae, contrataban los servicios de cocineros que se ofrecían en los mercados y frecuentaban el bullicio de los barrios más populares, como el Velabro o la Subura. En estos barrios había juerga, se podían comprar productos de lujo, degustar especialidades exóticas, alternar con gente bohemia, disfrutar de espectáculos ‘alternativos’...  Sin embargo, el decoro siempre impone sus normas y los textos nos muestran este oficio impregnado del más profundo desprecio. Marcial, para insultar a un tal Cecilio, lo compara con los oficios de peor fama, todos de carácter itinerante: 

Cecilio, te imaginas que eres cortés, y no lo eres, créeme. ¿Que qué eres? Un bufón; lo que un vendedor ambulante del Transtíber que cambia pajuelas de azufre por vasos de vidrio rotos; lo que quien vende garbanzos en remojo a los ociosos que lo rodean; lo que el guardián y encantador de víboras; lo que los viles esclavos vendedores de salazones, lo que el cocinero que pregona ronco salchichas humeantes por las tibias tabernas; lo que un poeta callejero sin talento, lo que un desvergonzado maestro de Cádiz (...)” (Mart.I,41).



Así es el pueblo romano, siempre en un sinvivir entre su obsesión por la frugalidad y el deseo de disfrutar al máximo de los placeres.


© Monty Python. Life of Brian



Prosit!




miércoles, 16 de junio de 2021

LVDI RVBRICATI MMXXI. LOS PUEBLOS DEL MEDITERRÁNEO


Después de un año ausente por la pandemia, hemos vuelto a disfrutar del festival romano Lvdi Rvbricati, ubicado en los diferentes espacios del Museu de Sant Boi de Llobregat. Este año está dedicado a diversos aspectos de la vida cotidiana de los pueblos del Mediterráneo.


Quien ya conoce los Lvdi, sabe que es una ocasión fantástica para trasladarse a la antigua Roma desde los cinco sentidos, un festival donde el rigor está presente, sí, pero también la ironía y la diversión. Un grupo excelente de profesionales de diversas disciplinas están detrás de talleres, exhibiciones y actividades para conseguir llevarnos durante un fin de semana a las puertas de la mismísima Roma.


Sin embargo, este año la situación tan particular que nos toca vivir ha exigido que el festival se desdoblase en divulgación presencial y virtual, con la voluntad de llegar así al mayor número posible de visitantes.


Aunque las estrictas medidas de seguridad impiden la manipulación de objetos, el contacto con la gente y las aglomeraciones, no por eso el festival ha perdido punch (palabra bárbara muy de moda para significar brío o atracción). La información, los talleres, los tutoriales y hasta un Kahoot se pueden seguir a través de vídeos (geniales) que se pueden consultar en la web del Museo, y que se combinan con las actividades y exhibiciones presenciales.


Así, entre los vídeos y la visita a las instalaciones del Museo, mascarilla y gel hidroalcohólico mediante, nos contagiamos del espíritu romano y nos quedamos atrapados en la cotidianeidad de los pueblos del Mediterráneo antiguo.


Vamos allá.


Empezaremos con un poco de incienso, que en la antigua Roma servía para todo, desde dar las gracias a los dioses hasta purificar el ambiente. El incienso impregnaba la vida cotidiana del pueblo romano. Todos sus secretos se revelan en el vídeo INCENSVM.


Recorriendo los rincones del Museo nos encontramos de todo. SIMILA es un espacio de recreación donde observamos cómo se elabora la sémola, “la mejor harina del trigo”. Nos lo explican unas auténticas expertas, testigos de la elaboración de la sémola tal como aún la hacen los pueblos bereberes del norte de África. Por algo uno de los elementos comunes a todos los pueblos mediterráneos es el alimento basado en el cereal.

En la parte virtual, podemos observar también cómo se elabora la TERRA SIGILLATA, una cerámica rojiza de extraordinaria calidad que es tan romana como el cereal.



El taller SCRIPTORIUM está dedicado a descifrar lenguas antiguas, enseñando los rudimentos de la escritura jeroglífica, griega, ibera y romana. Y podemos practicar la tipografía romana en el espacio virtual hasta convertirnos en un auténtico ordinator: SCRIPTORIVM.



Los secretos de tocador también están presentes en los Lvdi. Un análisis de los símbolos grecolatinos nos aproxima a los misterios de lo femenino en GYNAECEI SECRETVM y la ORNATRIX nos enseña las claves de los peinados de las mujeres, desde cómo transformar el cabello hasta quién marcaba tendencia en todo el Mare Nostrvm.



IN SCAENAM es el espacio dedicado al teatro y la comedia, el entretenimiento y la diversión más desvergonzadas. Además, con el tutorial LIRA podemos aprender a hacernos un instrumento como los que tenían griegos y romanos, consiguiendo ya de paso darle vida a la banda sonora de los Lvdi Rvbricati.



AELIA GALLA PLACIDIA es una recreación sobre esta gran mujer, hija de Teodosio I. Con motivo de los Lvdi, la emperatriz nos vuelve a visitar, acompañada de su séquito. ¡Desde el siglo V no pisaba Barcino!



GALENVS ET GLADIATORES. También nos visita Galeno, cirujano, filósofo y unos de los principales médicos de la Antigüedad. Y no viene solo, lo acompañan varios gladiadores y gladiatrices venidos de varios puntos del Mediterráneo.

Galeno adquirió reputación siendo médico de gladiadores en Pérgamo, y sus tratados de medicina y dietética pasaron a la posteridad. Por cierto, nos podemos confeccionar nuestro propio ungüento a base de plantas medicinales si seguimos los pasos del tutorial CERATO: APVD GALENVM.




La parte virtual del festival también nos habla de las minas y canteras en la Hispania Tarraconense. LAPIS SPECVLARIS nos habla de la explotación de las minas de mármol (Macael), y el proceso de extracción del yeso selenítico (mina de Arboleas), un mineral de múltiples usos, incluido el de “vidrio” para ventanas. ALTERI DEI es un documental sobre la religión y los rituales del pueblo ibero a través del análisis de los restos arqueológicos. Y por último, la parte virtual nos permite construirnos una maqueta de un arco de triunfo (TRIVMPHALIS ARCVS), disfrutar con el cuento de IVLIVS ANICETUS y hasta ponerse a prueba con un KAHOOT sobre los pueblos del Mediterráneo.


Todo nos sabe a poco, así que roguemos a los dioses para que la próxima edición podamos volver a disfrutar del festival con los cinco sentidos.



fotos: @Abemvs_incena

jueves, 27 de mayo de 2021

MANTELES Y SERVILLETAS EN LAS MESAS ROMANAS


Las elegantes cenas romanas contaban con manteles y servilletas, documentados al menos desde el siglo I aC. En los textos aparecen diferentes nombres (mantelium, mappa, mappula, gausape, toralia, sudarium, linteum…) para funciones que parecen confundirse: lo mismo se refieren a un mantel propiamente dicho como al cobertor del triclinio, a una toalla, a una servilleta, a un pañuelo… Es decir, una pieza de tela que se utilizaba para el servicio de mesa, más o menos. Con el paso del tiempo, estas prendas se irían especializando hasta quedar codificadas en los actuales manteles y servilletas.

Así, los manteles (mantelium, mantile, mantele) se usaban al principio como cobertor de las mesas y como servilletas. De hecho, Varrón hace derivar el nombre “mantelium” de “mano” (LL 6,85). Este dato también lo recoge Isidoro, quien nos dice que “los manteles (mantelia) se utilizan hoy día para cubrir las mesas; antaño, como su mismo nombre indica, se empleaban para limpiarse las manos” (Orig. 19, 26,6), uso que después se reservó específicamente a la servilleta (mappa, linteum).

La ropa de mesa en general era un factor importante para deslumbrar al comensal. Manteles, cojines, tapetes, colchas para cubrir el triclinio, lo mismo que los perfumes, el incienso, las flores o la música, eran una oportunidad de oro para demostrar elegancia, buen gusto y poderío económico. Tal como se aprecia en los textos clásicos, los manteles eran un auténtico objeto de lujo. Se hacían con materiales delicados, se teñían con colores especialmente caros y se decoraban con bordados complejos para agradar e impresionar a los comensales. De ser una tela pensada para proteger el mobiliario, pasó a ser un elemento de lujo y ostentación.

Fresco de la "cassata" de Oplontis. ¿Es un mantelito?

Estos manteles, además, se podían cambiar por otros en diversos momentos del banquete, lo cual ya debía ser el colmo del boato. Por ejemplo, Trimalción en su famosa cena nos presenta un mantel adecuado para el plato que vendrá a continuación, que es un jabalí relleno de tordos cuya cacería se representa en el mismo triclinio. Pues bien, para la ocasión, unos servidores traen unos mantelitos (toralia) “en cuyos bordados se veían redes, cazadores al acecho con sus venablos y todo un equipo de caza” (Satyr.40).

Y Trimalción no es el único. Heliogábalo, el emperador más cápula de todos, a veces “enviaba para engalanar las mesas tantos manteles pintados con los manjares que le iban a servir como platos iba a comer“ (picta mantelia in mensam mittebat, SHA.Heliog.27,4). Es decir, cambio de platos, pues cambio de manteles, no hay problema.

Por lo que respecta a la decoración, no siempre se usaban los bordados figurativos, como los ejemplos que acabamos de ver.

El emperador Alejandro Severo prefería los manteles muy blancos (pura mantelia), decorados con franjas escarlata (SHA.Alex.Seu.37). Y otros, como Galieno o Adriano, preferían los bordados de oro. Todo muy sencillo, ya lo ven.

Estos manteles y ropa de mesa, auténticas obras de arte, se confiaban a personal especializado que cuidaba de su preparación, limpieza y custodia en general. Eran los sirvientes “a mappis”. Se tiene constancia de este personal especializado por los graffiti aparecidos en los palacios imperiales. Por ejemplo, se conoce la existencia de un tal Felix, posiblemente un liberto de Adriano que trabajaba en su villa de Tibur, y también una liberta de Domiciano y otro de Trajano, con idéntica denominación, “a mappis”.

Mosaico de los coperos. Complutum. 

Las servilletas (mappae, mappula), a diferencia del mantel, eran traídas por los propios comensales. Se trata de un linteum que sirve para lo obvio, limpiarse la boca y las manos, aunque también para limpiarse el sudor y sonarse la nariz, si se tercia. Recordemos que son una pieza de tela que no se corresponde exactamente a nuestras servilletas actuales, y que se confunden con pañuelos o toallas. Así, lo mismo sirve para disimular la risa, como relata Horacio (Sat.2,8,63), que para limpiar una mesa de arce (Hor.Sat.2,8,10); para secarse el sudor de la frente, como hace Trimalción antes de lavarse las manos con perfume (Satyr.47), o para secarse las manos, como hace Fortunata, en este caso con un “sudarium” que lleva al cuello (Satyr.67).

Pero la servilleta tenía una segunda función, no menos importante que la de mantener la higiene en la mesa: ejercía de tupper para llevarse a casa las sobras del banquete o los regalos que pudiese hacer el anfitrión, los apophoreta. Estos 'regalitos para llevar' eran frutos de una rifa o sorteo que se hacía durante la sobremesa y, aunque eran típicos de las fiestas Saturnales, también se hacían en todo tipo de celebraciones.

Por otra parte, lo de llevarse las sobras del banquete era una costumbre muy habitual y más compleja de lo que parece a simple vista. De hecho, ejercía una función social: permitía al anfitrión cumplir con sus obligaciones de patronazgo a la vez que proporcionaba comida al cliente más modesto, que podría compartir así las viandas del banquete con su familia al día siguiente. Uno demostraba su superioridad y el otro se llevaba una parte del menú a casa. Las fuentes clásicas abundan en ejemplos de esta práctica. Por ejemplo, los protagonistas del Satiricón en la hora de los postres, momento en que algunos invitados arramblan con la fruta: “todos cargamos nuestras servilletas, pero yo con especial empeño”, nos explica Encolpio (Satyr.60.7). Y Marcial no pierde ocasión de burlarse de unos cuantos personajes que no tenían mesura a la hora de rellenar servilletas. Los critica sobre todo por ser demasiado avariciosos, o tacaños, o glotones. Ahí tenemos al impresentable Ceciliano, que es capaz de llevarse tetas de cerda, costilla, un francolín, medio salmonete, una lubina, un filete de morena, un muslo de pollo y un pichón, todo dentro de una servilleta que entrega a su esclavo para que lo lleve a casa (II,37). O al tragón Santra, que hurta todo lo que puede de la mesa, ya sea pastel, fruta, casquería o carne mordisqueada. Además, no contento con llevarse a casa la servilleta llena a reventar, Marcial nos dice que al día siguiente lo vende todo (VII,20). ¿Apuros económicos o tacañería? En cualquier caso al autor le parece de bastante mal gusto.

Mappa. Casa de Iulia Felix (Pompeya)

Quizá por esta misma función multiusos – y especialmente de tupper- las servilletas solían ser bastante grandes. También podían estar decoradas con bordados o con franjas púrpura. El estrambótico Trimalción, por ejemplo, lleva una alrededor de su cuello, “con una amplia franja roja (laticlaviam mappam) y volantes colgando por todas partes” (Satyr.32,2). Idéntico estampado tiene la servilleta que recibe el abogado Sabelo con motivo de las Saturnales (Mart.IV,46). Por cierto, según leemos en Marcial, la servilleta era un regalo muy muy común para hacer durante las fiestas de diciembre.

Para acabar, la servilleta es la típica pieza que se 'traspapela' en los banquetes. Si hemos de hacer caso a los textos, desaparecían con frecuencia debido al hurto (¿los servidores? ¿los invitados?) o a las bromas del graciosillo de turno. Catulo amenaza con sus versos a un tal Asinio Marrucino, que sustraía estas prendas por pura diversión: “o espera trescientos endecasílabos o devuélveme la servilleta” (Carm.XII), le dice, ya que es una prenda que le regalaron sus amigos Fabulo y Veranio hecha con el famoso tejido de lino de Saetabis (actual Xativa). Y Marcial nos habla del terrible Hermógenes, un auténtico impresentable que nunca va a un banquete con servilleta propia, sino que las roba compulsivamente allá por donde pasa, quitando al resto de invitados la posibilidad de llenar la suya con las sobras (XII, 28).


El uso de mantel y servilleta no era tan común como lo es para nosotros. Por supuesto las mesas más humildes no se cubrían con manteles, y estos tampoco estaban tan generalizados en las mesas nobles. Simplemente, su uso no era obligatorio. Y las servilletas ya hemos visto que eran bastante indefinidas, o mejor dicho, una tela para todo.

Pero ambos serán incorporados a la liturgia cristiana, que acabará ayudando a codificar su uso. La servilleta será un paño para limpiar los elementos del culto; el mantel, que debía ser blanco y de lino, servirá para cubrir el altar y posteriormente la mesa donde se celebrará el ágape, que no deja de ser un banquete. Y ya desde el siglo VI podemos ver algunos manteles de mesa blancos representando la última cena, como el que se puede ver en San Apolinar Nuevo de Rávena.

Ultima cena.S. Apollinare Nuovo, Ravenna

Sean felices!


foto de cabecera: Mosaico del Château de Boudry