Más del 70% de todas las inscripciones romanas que se conservan son lápidas funerarias. Gracias a ellas podemos asomarnos a la vida privada de los habitantes de Roma: magistrados, artesanos, sacerdotes, gladiadores, esclavos… Gente de todo tipo y condición que decidió dejar huella tras su paso en este mundo.
La mentalidad romana consideraba que los difuntos seguían de alguna manera vivos siempre que se los recordase. Así que se esforzaban bastante en descansar en una tumba bien indicada, facilitando su identificación a familiares, amigos y curiosos. Esos familiares cumplirían con todos los ritos propios del culto doméstico, al que se habían incorporado los difuntos como Manes o divinidades propias de la familia. Recibían ofrendas en fechas señaladas (las Parentalia, las Feralia, las Caristia, las fiestas de los Lares Tutelares…) y sus parientes iban al cementerio en los aniversarios del nacimiento (dies natalis) y muerte (dies mortis), donde celebraban un banquete fúnebre en el que compartían la comida con el propio difunto, siempre con la intención de recordarlo y considerarlo aún parte de la familia.
Además de descansar en una tumba bien indicada y confiar en la memoria de sus parientes más cercanos, se esforzaban mucho en redactar un epitafio que contribuyese a fijar la información del difunto a modo de microbiografía.
En general, los epitafios cuentan con fórmulas funerarias y de consagración, y una serie de datos personales como el nombre y la edad del difunto al morir, el nombre de quién le ha dedicado la tumba y el parentesco que les une, y datos biográficos como la profesión o el cargo si es que se había dedicado a la política. Estos epitafios son verdaderas instantáneas de la vida cotidiana donde los difuntos nos cuentan en pocas palabras qué es lo que los definía mientras estaban entre los vivos, de ahí su extraordinario valor.
Con este artículo, pues, vamos a revivir la memoria de algunas personas cuya tumba o epitafio los relaciona con el tema que nos interesa: la alimentación.
Comenzamos nuestro homenaje con un clásico de las tumbas romanas: la de Eurysaces el panadero.
Marco Virgilio Eurysaces vivió en Roma a finales de la República. Podríamos decir que fue todo un emprendedor, que consiguió tal fortuna que pasó de ser esclavo a ser un pez gordo. Su tumba tiene un tamaño considerable, está construida con mármol travertino nada menos y se situaba cerca de una de las entradas a la ciudad, entre la vía Praenestina y la Labicana. Semejante tumba de carácter monumental muestra el oficio que enriqueció a su dueño: la panadería. Y lo muestra con todo lujo de detalle, porque toda la tumba es una referencia a la elaboración del pan. En las fachadas de los tres lados conservados se observan, por ejemplo, unos cilindros huecos que se interpretan como bocas de horno, o medidas del grano, o recipientes donde se mezclaba la masa del pan. Y en el friso de la parte superior vemos todas y cada una de las fases de creación del pan, con todo lujo de detalles: la molienda del grano, el tamizado de la harina, la fase de amasado, el horneado, el transporte de panes en cestas… Lo dicho, el proceso completo. Incluso hay una referencia en la lápida dedicada a su esposa, Atistia, quien compartía tumba con él y cuyos restos se encuentran en una urna con forma de cesta de pan, un ‘panario’, según reza la inscripción:
Fuit Atistia uxor mihei femina opituma ueixsit quoius corporis reliquiæ quod superant sunt in hoc panario
No es la única inscripción. En la tumba monumental leemos el nombre del orgulloso protagonista:
est hoc monimentum Margei Vergilei Eurysacis pistoris redemptoris apparet
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| Tumba de Eurysaces |
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| Eurysaces y Atistia |
La inscripción nos aclara cómo hizo fortuna, puesto que era panadero (pistoris), contratista (redemptoris) y funcionario público (apparet). Por tanto, Eurysaces no solo era panadero, era alguien que trabajaba para el Estado y proporcionaba los panes que se repartían en las distribuciones gratuitas para la plebe. Además, era proveedor oficial de algún senador, magistrado o sacerdote. Eurysaces es ejemplo de una nueva clase social emergente a finales de la República: la de los libertos enriquecidos que carecen de nobleza pero acumulan un gran patrimonio.
Maximino, el mercader de trigo
Maximinus, qui vixit annos XXIII, amicus omnium
Así de corta es esta inscripción, que carece de otras fórmulas. Procede de Roma y se encuentra en el Lapidario Cristiano de los Museos Vaticanos.
Por el texto, sabemos que Maximino vivió 23 años y que era ‘amigo de todos’. Poca cosa. Pero en la parte inferior existe un grabado muy revelador: a un lado un modio lleno de grano; al otro el joven Maximino, vestido con túnica y sosteniendo en la mano la vara con la que controla que no haya ni más ni menos trigo del que debe. Así que Maximino era un mercader de grano, alguien con un papel importantísimo en la economía romana: dedicarse a la compra y venta de cebada, trigo, mijo o espelta, cereales para alimentar al pueblo de Roma. El grano se almacenaba en los grandes horrea, y de estos almacenes se distribuía al pueblo en los mercados a través del control de la Annona. En la imagen vemos un modio, que es tanto una medida de capacidad (equivalente a 8,75 litros) como el recipiente que la contiene: una especie de cubeta de tres patas que, en el epitafio de Maximino, está llena a rebosar, mostrando la generosidad de ese ‘amigo de todos’.
Sentia Amarantis, la tabernera de Emerita Augusta
En el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida se encuentra una lápida con un relieve de taberna y una inscripción. La escena muestra a una mujer con cabello recogido o corto, vestida con túnica larga y cinturón, que está llenando una jarra con el vino que sale de un tonel. Bajo el enorme tonel, la inscripción:
“A Sentia Amarantis, de 45 años. Sentio Victor mandó hacer el monumento a su esposa queridísima, con quien vivió 17 años”.
Sent(iae) Amarantis / ann(orum) XLV Sent(ius) / Victor uxori / carissimae f(aciendum) c(uravit) cun cua vix(it) ann(os) XVII
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Sentia Amarantis compartía la profesión de tabernera con su marido, Sentio Victor, quien le dedicó la lápida. Su trabajo consistía en despachar vino y posiblemente algunas tapas sencillas en una taberna vinaria, a juzgar por el enorme protagonismo que cobra el tonel en el relieve. No es la única referencia que tenemos de mujeres que se dedicasen a este oficio.
Aunque en los textos las taberneras (coponae) o camareras (puellae) siempre tienen mala prensa, lo cierto es que no siempre se trataba de chicas desvergonzadas y casquivanas. A veces, como en el caso de Sentia Amarantis, solo eran personas decentes que querían ganarse la vida.
El suarius de Bononia
El único anónimo de este elenco corresponde a un suarius, un pastor de cerdos, siete en concreto, que se conserva en una estela del Museo Cívico Arqueológico de Bolonia (CIL XI, 6842). Nuestro suarius, que vivió a finales el siglo I o principios del siglo II en la romana Bononia, se dedicaba a la explotación de cerdos y muy posiblemente también a la elaboración de embutidos, pues esta estela se relaciona con otra en la que aparece representado un mortero doméstico con su pistillum, que son los útiles necesarios para elaborar embutidos (CIL XI, 6841). Ambas lápidas forman parte del mismo complejo funerario, y nos informan de la identidad del difunto a través de los relieves y de la inscripción funeraria, aunque hemos perdido el nombre del protagonista.
La carne de cerdo era la más consumida por el pueblo romano con diferencia. Como dice Plinio, tenía más de cincuenta sabores y alimentaba a patricios y plebeyos por igual. Por otra parte, en la culinaria romana triunfaban las salchichas, butifarras, morcones, morcillas, salchichones, longanizas y hasta una especie de mortadela que se hacía con mirto (el murtatum) y que procedía justamente de Bononia, la antigua Felsina etrusca. ¿Haría mortadelas primitivas nuestro suarius en su granja de cerdos? Lo cierto es que la producción y venta de farcimina permitieron a nuestro anónimo difunto obtener la libertad y ganarse muy bien la vida, tanto como para encargar el monumento funerario para sí mismo, para su esposa y para su patronus.
El charcutero Alexander
Alexander también se dedicaba al sector cárnico. Fue un vendedor de salchichas en el mercado que vivió tan solo 30 años. Una lápida de mármol redonda como si fuese una rodaja de mortadela gigante dice así:
Alexander, bu[t?]ularus de macello q vixit annis xxx anima bona omniorum amicus dormitio tua inter dicaeis
Es decir: “Alejandro, bu[t?]ularus en el mercado, que vivió 30 años. Un alma bondadosa y amigo de todos. Que tu sueño sea entre los justos”.
La lápida, que se conserva actualmente en el Ashmolean Museum de Oxford, data del siglo III o IV aC, fue encontrada en una catacumba judía y, además, lleva inscrita una Menorah de siete brazos. Aparece además la palabra ‘dicaeis’, procedente del término griego ‘dikaioi’, que se usa para traducir el hebreo ‘tsadiqim’ (los justos). Así que sí, Alexander era un mercader judío.
Se ganaba la vida como botularius, es decir, como vendedor de salchichas, tenía un puesto en el mercado y le iba muy bien. No sería un simple vendedor ambulante como los botularii que menciona Séneca y que lo ponían enfermo con sus gritos en medio de la calle, sino un charcutero de los buenos que tendría un puesto en el mercado donde, imaginamos, vendería embutidos de calidad.
Está claro que los embutidos de Alexander no serían de cerdo, los más populares, ni de ninguna otra carne que no fuera kosher.
Alexander elaboraría lucanicae o isicia bubularum, es decir, de carne de ternera o de buey, como las que se documentan en el Edicto de Precios de Diocleciano, que, por cierto, no eran nada baratas: las salchichas ahumadas al estilo de Lucania costaban diez denarios la libra (327,45 gr), que es casi lo que costaba un garum de segunda o la libra de venado.
De hecho, existen dudas razonables sobre si lo que pone en la lápida es ‘butularius’ o ‘bubularius’, lo cual sugiere que podría ser un comerciante a gran escala de productos de vacuno, aunque su ubicación comercial en el macellum lo acerca más a un buen charcutero.
Aulo Umbricio Scauro, el hijo del fabricante de garum
“Para A. Umbricius Scaurus, hijo de Aulus, de la tribu Menenia, duunviro con poderes judiciales, los decuriones decretaron que esta tierra fuese cedida para su monumento, junto con 2000 sestercios para costear su funeral y una estatua ecuestre en el Foro. Scaurus, el padre, a su hijo”.
a(ulo) umbricio a(uli) f(ilio) men (enia)/scauro/ii vir(o) i(ure) d(icundo)/ huic decuriones locum monum(enti)/et hs ∞∞ in funere et statuam equestr(em)/in foro ponendam censuerunt/scaurus pater filio
El padre de Aulus Umbricius Scaurus procedía de una gens que se instaló en Pompeya allá por el siglo I dC. Allí se convirtió en millonario, en un homo novus que hizo fortuna con una gran actividad comercial de fabricación y venta de garum, la famosa salsa de pescado que servía como condimento universal en los platos romanos. Perfeccionó su propia fórmula y se convirtió en el principal productor de esta salsa en la zona vesubiana. Hizo fortuna, se compró una de las mejores casas cerca del centro y la restauró a la moda incorporando unas termas, un jardín rodeado de un pórtico y un pavimento personalizado en el atrio que mostraba cuatro ánforas con el producto que lo había hecho millonario. Este homo novus no entró en política pero sí consiguió el acceso a un cargo para su hijo, el difunto Aulus, muy posiblemente favoreciendo a la ciudad con donaciones. Con esta práctica del evergetismo consiguió el favor de los poderosos, y abonó el terreno para la carrera política de su hijo, que fue duunviro con poderes judiciales. Según leemos en el epitafio, los miembros de la curia le cedieron el terreno para la sepultura, pagaron el funeral y erigieron una estatua ecuestre al hijo, posiblemente para honrar también al padre.
El chef de la Gallia Narbonensis
En el Museo Narbo Via se encuentra una fantástica pieza dentro de la colección de la galería lapidaria: la tumba de Manius Egnatius Lugius, que reza así:
Vivit / M(anius) Egnatius / Lugius cocus / Antistia |(mulieris) l(iberta) Elpis / contuber(nalis) / p(edes) q(uoquoversus) XV (CIL XII, 4468)

Primus, el comensal epicúreo

vixi Lucrinis, potabi saepe Falernum,
balnia vina Venus mecum senuere per annos.
hec ego si potui, sit mihi terra lebis.
et tamen ad Manes foenix me serbat in ara
qui mecum properat se reparare sibi. (CIL XIV 914)
“Yo, el famoso Primus, yazgo en esta tumba. Me alimenté de lo que da el Lucrino, bebí Falerno, las termas, el vino y el amor me acompañaron hasta la vejez. Si pude hacer todo esto, que la tierra me sea leve. Pero junto a los Manes un fénix me espera en el altar, y está deseando renovarse conmigo.”
Aunque él se considera muy famoso, sabemos poco de Primus. Sabemos, eso sí, que le preocupaban poco las formalidades sintácticas, ortográficas y métricas, ya que el epitafio está lleno de vulgarismos y dísticos irregulares. Y sabemos también que se dedicó a vivir plenamente disfrutando de los placeres de la vida: los balnearios, el amor y la buena mesa. La fórmula que emplea es la típica de los textos para resumir una vida dedicada a la juerga: vinum, balneum, venus; lo mismo que prohibían los médicos para mantener la salud.
Primus es un epicúreo que se alimentó del producto del Lucrino, es decir, de ostras, y de vino de Falerno, por lo que se ha ganado un puesto de honor como ejemplo de comensal gourmet. El epitafio quizá iba acompañado de una representación del ave fénix, símbolo de resurrección en el mundo antiguo, especialmente en el paleocristiano. Primus es el hombre campechano y disfrutón cuyo epitafio es un auténtico ejemplo de carpe diem.
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Eurysaces, Maximino, Sentia…. no son los únicos cuya tumba hace referencia a una vida dedicada a la comida de un modo u otro. Podríamos hacer una lista larguísima y no acabaríamos: Felicissima, vendedora de aceite; Pollecla, que vendía cebada en la Vía Nova, cerca de las Termas de Caracalla; Tiberius Iulius Vitalis, carnicero, cuya esposa le dedica una estela donde se le ve manejando su cuchillo junto a una exhibición de sus mejores cortes de carne; Primitivo, Adotato y Restituto, también carniceros; Pompeiano Silvino, que regentaba una taberna vinaria en Augusta Vindelicorum, en la lejana provincia de la Raetia; Mercurio, que era panadero; Leopardo, que vendía pasteles; Ursa, vendedora de fruta; Pomponio Félix y Quinto, ambos lecheros; Julio Mario Silvano, que fue pescadero; Aulio Maximo y Aulia Hilaritas, que vendían conservas; Eros, un cocinero previsor que se fabricó tres lápidas, una para cada etapa de su vida: esclavo en las cocinas de un tal Posidipo, administrador y finalmente liberto… Tantos y tantos a los que hoy, con este artículo, les devolvemos a la vida. A todos ellos, que la tierra os sea leve.
Imágenes
Portada: epitafio del cocinero Eros, CIL VI 9261. Museo Nacional Romano – Termas de Diocleciano en Roma
Fuentes: wikipedia.org, ancientrome.ru, comune.roma.it, planetahumanes.wordpress.com, cultura.gob.es, informa.comune.bologna.it, images.ashmolean.org, marcusofcapua.wordpress.com, odysseum.eduscol.education.fr






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