martes, 30 de julio de 2024

CONFECTIO GARI O CÓMO CONSEGUIR GARUM DE FORMA RÁPIDA



El proceso de elaboración del garum aparece documentado en unas pocas fuentes tardías, la mayoría de ellas ya de la época medieval. De todos los textos, solo dos nos hablan de lo que realmente fue garum, y esos textos son los Geopónica bizantinos y un texto de Gargilio Marcial en Medicina ex oleribus et pomis. En ambos se explica el proceso de elaboración lenta y artesanal del garum, esto es, un procedimiento que daba lugar a una fermentación natural del pescado como resultado de la autolisis enzimática en condiciones anaerobias y aprovechando las características químicas de la sal. Vamos, que el pescado se licúa por acción de los jugos gástricos, mientras que la sal y la ausencia de oxígeno frenan la descomposición. Eso para los legos en la materia que puedan albergar dudas sobre si es o no pescado podrido. No lo es. 


Por otra parte, la arqueología experimental ha podido comprobar, tomando los restos de ánforas pompeyanas como referencia, que esas fórmulas escritas se corresponden con los resultados obtenidos.


Bien. La cuestión es que también hay unos textos que explican un método exprés para elaborar garum saltándose los tres meses al sol reglamentarios. En los textos aparece casi siempre bajo el epígrafe ‘confectio gari’ o ‘confectio liquamini’ y se trata de un sistema habitual en época tardoimperial (y hasta medieval) de conseguir una salsa de pescado al ‘estilo garum’.

Esas fórmulas no son propiamente garum, pues no implican la fermentación, sino la cocción del pescado. Además llevan bastante mezcla de aderezos en su composición, no solo pescado y sal. Tampoco parece posible recuperar restos para poder comprobar empíricamente su composición. Quizá por todo ello la arqueología ha dejado de lado siempre estos métodos tenidos por poco ortodoxos. Sin embargo, son también  testimonio de la culinaria occidental de su tiempo, por lo que también merecen un interés  y un respeto. 


En la cocina. Hermitage Museum.
Fuente: Sailko / commons.wikimedia.org


Vayamos por partes. Estas reducciones de garum o ‘confectio gari’ consisten en una decocción que emplea la salmuera o el pescado salado junto con elementos dulces y especiados.  Se obtiene así una reducción que concentra el sabor salino del pescado junto con los demás ingredientes, dando lugar a condimentos particulares con bastantes variaciones. Como he dicho, no son exactamente garum, excepto en el caso de utilizar como base un garum auténtico. Pero, incluso utilizando un liquamen hecho por fermentación, estas reducciones se han convertido ya en otra cosa, en una salsa compleja con multitud de ingredientes, en un condimento para cocinar.


Lo que se deduce de los textos es que se trata de una solución para hacer garum exprés. Quien no tuviera en ese momento acceso a auténtico garum o no tuviera tiempo para prepararlo, pues podía cocinarse uno y ya está. Además, permitía toda suerte de variaciones con los condimentos empleados, y cada cual le podía dar su toque personal. Al parecer, es una solución habitual en la época tardo imperial y en occidente, momento en que se sigue consumiendo la salsa de pescado pero empieza a ser más difícil de conseguir. 

¿Por qué? El siglo III es un siglo convulso. La crisis política y económica hace temblar los cimientos sobre los que se basaba el imperio. Muchas factorías de salazón han ido abandonando progresivamente su actividad, por ejemplo en la Bética, y el comercio de garum se resiente profundamente. Paralelamente, se abren nuevos puntos de producción para el abastecimiento local, que elaboran sus productos también con el pescado local (como el espadín o el arenque, típicos del Mar del Norte). El comercio ya no es a gran escala como en siglos anteriores, como indican las evidencias cada vez menores de naufragios conteniendo salsa de pescado y las nuevas ánforas de transporte, mucho más pequeñas.

Cambia también la naturaleza del pescado empleado. Atrás quedan los grandes atunes que se atrapaban en el Estrecho de Gibraltar. Ahora se elabora liquamen de peces pequeños (pisciculi), tal como nos dice Isidoro de Sevilla (S.VII),  y tal como revelan los restos hallados en ánforas y pecios: principalmente sardinas, anchoas, arenques, sábalos y otros clupeidos. Pescados pequeños para confecciones caseras.

El garum había evolucionado. El mundo había evolucionado.  


Ánfora salazonera 
Fuente: Google Arts & Culture


Una vez dicho todo esto, veamos algunas fórmulas para hacer este aderezo culinario: la confectio gari.


Cronológicamente, la primera de estas ‘confectiones’ la tenemos en el texto de GARGILIO MARCIAL, del siglo III. Ese texto está estructurado en dos partes: la primera de ellas explica cómo se hace el garum original (capas de pescado, sal y hierbas aromáticas, en recipientes cerrados y puestos al sol durante unos 30 días). La segunda parte explica cómo hacer la salsa para cocinar: 

Se prepara una mezcla con dos sextarios (un litro aprox.) del garum base explicado anteriormente, medio sextario de vino (un cuarto de litro), un buen manojo de hierbas secas (eneldo, cilantro, ajedrea y salvia romana), un puñado se semillas de fenogreco, treinta o cuarenta granos de pimienta, tres denarios de costo, otros tres de canela y otros tantos de clavo, todo bien picadito. Nótese que estos tres ingredientes (costo, canela y clavo) no se usaban para cocinar en época clásica, y hacen su aparición en fechas (mucho) más tardías. Por último, media libra (163 gr) de miel espumada. Todo esto se pone a hervir a fuego lento en un recipiente de hierro o bronce hasta que se reduzca a un tercio. Entonces se cuela con una tela de lino y se guarda en un recipiente como condimento. Ya estará preparado para su uso en cocina.


De todos los textos conservados el de Gargilio Marcial es el único que utiliza un liquamen o garum ya hecho. Los demás recurren a la salmuera y al pescado en salazón. 


Las Kestoi de JULIO AFRICANO (también del siglo III), una obra de tipo enciclopédico de temática agrícola e historia natural, incorpora un breve texto para hacer un garon sokkios, una imitación del garum sociorum

Para ello, se necesita una parte de salmuera pura (ἅλμης), dos partes de vino dulce y ventresca de atún (ἀβδωμίων), además de miel y varios condimentos misteriosos, como hisopo cretense, un licor de Libia conocido como ‘fritum’ («φρίτον») (¿laserpicio?) y unas manzanas que los romanos llaman ‘orbiculatum’ (ὀρβικλάτον), que eran bien redondas y perfectas para hacer conservas. Tres horas de cocción a fuego lento y voilà un auténtico garum sociorum falso de época tardía. 

La vaga conciencia del garum sociorum se aprecia en el uso de ventresca de atún.


detalle de fauna marina. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

De finales del siglo VI o principios de VII es CASIANO BASO, un escritor bizantino especializado en temas de agricultura, cuyo texto forma parte de la colección conocida como Geopónica. Su texto menciona varias fórmulas para hacer garum por fermentación, pero también una por cocción para consumir inmediatamente, evitando ponerlo al sol. Para ello, hay que conseguir salmuera líquida (muriam), con suficiente sal como para que un huevo flote sobre ella. Se ponen en una olla al fuego los pescaditos escogidos con la salmuera y orégano, pudiéndose añadir arrope (sapam) de manera opcional. Debe estar al fuego hasta que empiece a reducir. Una vez frío, hay que colarlo varias veces hasta que salga limpio y ya lo tendremos.

Esta versión utiliza menos hierbas, y el elemento dulce tiene menos protagonismo. 


La siguiente fuente es un manuscrito latino (Ms. Lat. Nº 11219) que se encuentra en la abadía de ECHTERNACH (Luxemburgo) y que data del siglo IX. Es una receta recargadísima que lleva como título Confectio ad garum faciendum y que lleva como veinte hierbas aromáticas o más.

Por cada dos partes de pescado limpio (pisces mundos, es decir, sin las vísceras) se pone una parte de sal y se remueve durante unos días. Después pescado y sal se llevan a cocción, donde se tiene que añadir toda una lista de especias y condimentos: por una parte hierbas secas (eneldo, menta, calaminta, salvia romana, orégano, ajedrea, ambrosia, serpol y fenogreco), por otra las frescas (casia, salvia, sabina, iva común, ruda, abrótano) además de raíz de costo cultivado, raíz de apio de monte, raíz de hinojo, hojas de laurel y granos de enebro; hay que añadir también membrillos, manzanas, nueces de las Galias, cuatro panes tostados y raíz de ciprés en polvo. Por cada parte de pescado se pondrán dos partes de mosto dulce y también bastante miel.

Todo esto debe cocer hasta que se reduzca a la mitad. Se debe colar con una tela y envasarlo en un recipiente empegado para evitar que se estropee.

Definitivamente, es la más difícil de reproducir, ni que sea por conseguir la mitad de hierbas.



El último texto es un apunte rápido de un COPISTA MEDIEVAL dentro de la obra en la que estaba trabajando, que era el Breviarium rerum gestarum populi Romani de Rufio Festo, un autor del siglo IV. La glosa no tiene relación alguna con la obra principal en la que está incluída. Allí, entre las hazañas llevadas a cabo por hombres ilustres del pasado glorioso de Roma, se encuentra como un pegote la receta de Confectio gari

para realizarla, hay que utilizar pescaditos en salazón (pisces minores salsos) o, en su defecto, emplear sal. Después hay que cocer el pescado salado con vino de calidad en un recipiente destapado hasta que se reduzca a una parte del tamaño original. La proporción es por cada parte de pescado, tres de vino del bueno (bono vino). Después queda filtrarlo en una tela hasta que quede transparente, dejarlo enfriar y envasarlo en una botella de vidrio (vitream ampullam). Ya se podrá usar. 


CONCLUSIONES


Si quisiéramos hacer una de estas pócimas, quizá deberíamos fijarnos en lo que tienen todas en común. 


Excepto en el caso de emplear garum en la mezcla, lo normal es emplear pescado y sal. También es válido el pescado en salazón. ¿Qué tipo de pescado? Pues, excepto en el caso de querer imitar el ‘sokkios’, lo lógico sería usar pescado pequeño y limpio de vísceras. Sabemos que no se va a producir la fermentación, porque el resultado no va a ser garum, así que las enzimas digestivas del pescado no van a hacer falta. Por tradición, el pescado pequeño idóneo debería ser azul: sardinas, boquerones, arenques, caballa, jurel o salmón. ¿La proporción? Bueno, aquí se complica pero se puede deducir el doble de pescado que de sal.

Por otra parte todas las recetas llevan vino, ya sea vino dulce, arrope o sapa, o simplemente buen vino. Y todas coinciden en la proporción: más o menos el doble de vino que de pescado salado.

El siguiente elemento que parece bastante imprescindible es la miel, presente en tres de las cinco recetas. Proporciona sabor dulce, lo mismo que el arrope, y además posee propiedades antisépticas y antimicrobianas, que algo aportarán a la mezcla. Las cantidades varían según la receta, pero conviene utilizar una cantidad importante. 

Por último, los aderezos en forma de hierbas, especias o aromas de fruta, que van a aportar sabor, acidez y dulzor, además de favorecer la estabilidad de la mezcla por las propiedades benéficas de las plantas. Las opciones, según las recetas conservadas, van desde el uso de manzanas o membrillos hasta todo tipo de hierbas aromáticas (especialmente ajedrea y orégano, las que más se repiten).

Todas implican cocción a fuego lento hasta que se reduce la mezcla por lo menos a la mitad. Pueden ser tres días o tres horas. Después, hay que colarlo varias veces en una tela de lino, hasta que el líquido filtrado aparezca limpio y dorado. Solo queda envasarlo en un recipiente empegado (es decir, impermeabilizado con pez) o una botella de vidrio y tenerlo bien cerrado.


Hasta aquí el repaso de estos condimentos culinarios tardoimperiales, estas reducciones herederas del garum ancestral.

¿Alguien se atreve a preparar uno?






BIBLIOGRAFÍA:


Curtis, Robert I. - Garum and salsamenta. Production and commerce in materia medica (1991)


García Vargas, E; Bernal Casasola, D. et alii: Confectio gari pompeiani. Procedimiento experimental para la elaboración de salsas de pescado romanas. SPAL 23 (2014): 65-82


Grainger, Sally - The story of garum. Fermented fish sauce and salted fish in the ancient world (2021)



lunes, 1 de julio de 2024

OSTREA. LAS EXQUISITAS OSTRAS Y LOS BANQUETES ROMANOS



Las ostras (ostrea edulis) eran una delicia que arrasaba en las mesas romanas, donde compartían protagonismo con lirones, pavos reales o salmonetes enormes. Eran exquisitas, carísimas, a menudo difíciles de conseguir y siempre quedaban bien en una cena de categoría.


Sin embargo, en los primeros tiempos de Roma las ostras formaban parte de la dieta de pescadores y gente sin recursos, como si fueran un residuo de tiempos más antiguos, cuando todavía se obtenía el alimento a base de la recolección y la captura. Así, en el pasado solo las poblaciones cercanas a la costa consumían ostras y otros moluscos, que completaban una alimentación bastante precaria o marcada por la carestía. En Plauto leemos las palabras de un grupo de pescadores: 


En cuanto a nosotros, probablemente ya por nuestra indumentaria podéis más o menos haceros cuenta de cuántas sean nuestras riquezas: estos anzuelos y estas cañas son nuestro medio de vida y toda nuestra hacienda. Día tras día bajamos de la ciudad aquí a la playa a buscar nuestro sustento: esto es para nosotros el ejercicio físico y el deporte; vamos a la caza de erizos de mar, lapas, ostras, percebes, almejas, medusas, mejillones, plagusias estriadas; después nos dedicamos a la pesca con anzuelo y por las rocas. Nosotros buscamos en el mar nuestro sustento; si no tenemos suerte y no pescamos nada, con una buena ración de salitre y del todo purificados nos volvemos a casa a hurtadillas y nos vamos a la cama sin cenar.”

(Rudens 292-302).


Venta de moluscos. Villa romana di Bad Kreuznach 


Sin embargo, con el paso de los años el panorama cambiaría de forma radical. De ser un quitahambres, las ostras pasaron a ser las reinas de las mesas, el objeto del deseo de gourmets, esnobs y gente elegante. Formaban parte del grupo de alimentos que genéricamente se denominaban conchylia o maris poma, unas auténticas golosinas del mar, al que también pertenecían erizos, mejillones, almejas, dátiles de mar, berberechos y otros bivalvos deliciosos. La ostra era, de todos ellos, la más apreciada, la más deliciosa,  la más golosa: El premio de las mesas hace ya tiempo que se ha asignado a las ostras(Plinio XXXII,59).


Desde el siglo I aC ya existían criaderos de ostras (ostrearum vivaria), que producían ingresos muy rentables a sus propietarios. La tradición manda que el inventor fue Cayo Sergio Orata, conocido criador de doradas -de quien recibe el sobrenombre- que instaló el primer vivero de ostras en Bayas (Baiae), en la costa de Campania, y que es el mismo que diseñó el sistema de calefacción por hipocausto. Todo un emprendedor que se forró con sus inventos. Él mismo estableció que las mejores ostras eran las criadas en el lago Lucrino, junto a Bayas, que reunían las condiciones para ser las más deliciosas, pues las aguas del lago se mezclan con las del mar, proporcionando la salinidad, la temperatura y el fitoplancton necesarios para que las ostras tuvieran un sabor espectacular. Estas ostras procedían de los criaderos de Brundisium, y se transportaban hasta el lago Lucrino para el engorde, donde Orata había construido diques y malecones con el fin de calmar las aguas y crear compartimentos para la cría de diversas especies. Y sus ostras debían tener un sabor tan especial que era reconocible por los más entendidos.  


Asaroton con restos de ostras. Musei Vaticani. 


Las ostras del lago Lucrino eran las más famosas, sí, pero no las únicas. En Italia, competían con las de Circeis, las del lago Averno, las de Tarento y las de Bríndisi. Entre las extranjeras, las más renombradas eran las de Cízico, las de Britania, las del Helesponto, las de Éfeso, las del Médoc en la Galia, las hispánicas de la Turdetania o Ilici… Pero ninguna superó nunca  en fama a las del lago Lucrino, que para algo Sergio Orata era un emprendedor de primera que supo vender a la perfección el producto de sus viveros.


El sistema para criar ostras implicaba la recogida de las larvas y su traslado a los criaderos, donde engordaban considerablemente. Gracias a los textos y a la cultura material, podemos deducir el sistema seguido. Este consiste en unos palos o postes fijados al fondo, conectados por unas cuerdas de las que penden otras cuerdas o cestos de mimbre donde están fijadas las ostras. Un texto del poeta Ausonio menciona las ostras que “cuelgan flotando” en los postes de Bayas (quae Baianis pendent fluitantia palis, Epist.3). Y esta descripción concuerda con ciertos dibujos que se pueden ver en unas botellas de vidrio conocidas como “vasos puteolanos”, que funcionaban a modo de souvenirs. Estos curiosos recipientes con forma de redoma esférica muestran representaciones esquemáticas del puerto de Puteoli y del tramo de costa hasta Baiae, y se pueden reconocer -insisto, de manera esquemática- el templo de Serapis, las termas, el teatro, el puerto, y unos edificios porticados que corresponden a los viveros de ostras: un entramado de palos de los que cuelgan cestos y donde se lee claramente OSTRIARIA


Vaso puteolano de Populonia


A partir del invento de Cayo Sergio Orata, los criaderos se multiplicaron en lagos y propiedades privadas para satisfacer la alta demanda, convirtiéndose en uno de los productos más codiciados de las mesas romanas. 

En el caso de vivir en una ciudad costera, es decir, próxima a la fuente de producción, las ostras se podían conseguir frescas sin ningún problema. Por ejemplo, en mi ciudad, Barcino, situada en un ‘ostrifero ponto’, un mar profuso en ostras (Auson.Epist.23), donde se sabe que había algún sistema de cultivo y engorde de estos bivalvos. Serían un producto caro, de lujo, pero asequible.

Pero, claro, si alguien vivía en tierras del interior conseguir ostras frescas era algo más complejo, pues se enfrentaba al terrible problema del transporte y al dilema de si llegarían en buen estado. 

Conseguir ostras en puntos alejados varias jornadas de la costa era todo un desafío, y por ello era fácil que se desarrollasen métodos de conservación. Pero ¿cuáles? Algunas pistas las encontramos en el recetario del mítico Apicio, donde se explica una fórmula para conservarlas: lavarlas con vinagre o bien lavar con vinagre el recipiente que las va a contener (Libro I, 2). Sería una especie de escabeche ligero que ayudaría a mantenerlas durante algo más de tiempo. Posteriormente, esas ostras se cocinarían de diferentes maneras, como vemos en el mismo recetario -el único que tenemos, en realidad-. Por ejemplo, Apicio las incorpora en un guiso marinero llamado ‘Embractum Baianum’, donde también hay ortiga de mar, piñones y un montón de condimentos. También se tomaban guisadas con salsa de cominos, y hasta se podían hacer salchichas con ellas.

Las ostras cocinadas eran mucho más comunes que ahora, pues era una buena manera de evitar intoxicaciones y otros trastornos gastrointestinales, que la ciencia de la antigüedad atribuía al líquido interior de los moluscos: 


Las ostras, las almejas, los mejillones y los de ese tipo tienen una carne difícil de digerir, a causa del líquido salado de su interior. Debido a ello, si se comen crudos son laxantes del vientre (...) En cambio, los moluscos cocidos, siempre que se los cueza bien, tienen una disposición menos dañina, pues han sido sometidos a la acción del fuego. Por dicho motivo no son tan indigestos como los crudos, y tienen desecados los líquidos de su interior por cuya acción se afloja el vientre (Athen.III,92BC).


Homenaje a la ostra de Barcino. Restaurante Dos Pebrots.

Pero las ostras también se consumían frescas. En una cita de Plinio se menciona que se mantenían frías con nieve, mezclando así la cima de las montañas con lo profundo de los mares (XXXII,64) y juntando así dos productos de lujo en un solo plato, la nieve y las ostras. Esas ostras eran abiertas en la misma mesa con un cuchillo especial, se rociaban con garum y se degustaban con un buen vino de Falerno, a juzgar por la cantidad de veces que aparecen mencionados juntos en los textos. Hasta había un pan pensado expresamente para tomar con las ostras, un panis ostrearius


Lo complicado de las ostras frescas era, justamente, la necesidad de querer tomarlas estando en territorios alejados de la costa. Para ello debieron inventar algún sistema para garantizar su transporte, vivas, durante varios días. El transporte fluvial o marítimo se podía solventar con naves-vivero, pero el transporte por tierra era otra cosa. Ateneo narra una anécdota archiconocida según la cual el emperador Trajano, estando en Partia a una distancia de muchas jornadas del mar, se empeñó en comer ostras y Apicio le envió ostras frescas conservadas por medio de un ingenio propio (Athen.I,7D). Al margen de lo mítico de los personajes, la anécdota revela que era posible transportar ostras frescas, como demuestra también la profusa aparición de conchas en aceras y basureros, a menudo junto a restos de vajilla fina doméstica, en lugares tan alejados del mar como la actual Suiza o Alemania. Ostras que, además, suelen mostrar unos pequeños agujeros que la arqueología explica como un sistema para unir las dos valvas y evitar la pérdida de líquido interno. Un reciente estudio de arqueología experimental ha demostrado que el transporte en cestos de mimbre, siempre que se evite la pérdida de líquidos, permitía mantenerlas en buen estado hasta casi siete días. El experimento consistía en reproducir las condiciones de transporte que pudieron darse en época romana, empleando recipientes de materiales diversos y usando un vehículo todoterreno que circulaba por caminos que se aproximaban a las calzadas romanas, a una velocidad parecida a la que se desplazaba un carro, unos 7,5 km por hora. Como he dicho, el resultado reveló que la clave para el correcto transporte era mantenerlas cerradas, evitando movimientos y por tanto la pérdida de líquidos interna. (Castaños/Escribano:2010).

Por otra parte, los textos indican también que se mantenían envueltas en algas, un sistema perfecto para conservar el aroma, la temperatura y la humedad necesarias: habiendo visto en casa de un tal Nereo, un viejo, unas ostras envueltas en algas, las cogí (Athen. Deipn. 107B).


Ostra fosilizada procedente del yacimiento de Sotstinent Navarro
fuente: www.totbarcelona.cat


Una vez conseguidas -a precio de oro-, las ostras pasaban a la cocina donde serían cocinadas o preparadas para presentarlas crudas sobre una montaña de nieve. Se servían en los entrantes y siempre, siempre, aportaban categoría a la cena y por tanto al generoso anfitrión que había soltado la pasta. 


Los moralistas y poetas satíricos, aquellos que echaban de menos las viejas virtudes y valores romanos, las asociaron rápido con el lujo desmedido y la decadencia. El estoico Séneca, por ejemplo, renegaba de ellas porque no las consideraba un alimento, sino un vicio: “Desde entonces renuncié a las ostras y a las setas para el resto de mi vida; porque no son alimentos sino golosinas que incitan a comer a los ya saciados” (Epist.108,15), y las asocia a la corrupción del cuerpo y del espíritu: 

Esas ostras, carne muy insípida, saturada de fango, ¿consideras que no te producen una limosa pesadez? (...) Esos alimentos -debes saberlo- se pudren, no se digieren en el estómago” (Epist.95).


El poeta satírico Juvenal, cien años más tarde, tampoco se queda corto. Para empezar, se burla de los finolis que presumen de tener un paladar tan exquisito, que saben reconocer la procedencia de una ostra al primer bocado, indicando sin equivocarse si vienen del Lucrino, de Circeis o de la británica Rutupiae. Pero no se queda ahí, para él las ostras, al ser tan lujosas y decadentes, son una invitación a perder el control y acabar en comportamientos sexuales de lo más indecente. Son una invitación a la molicie, la enemiga de Roma, son lo peor de lo peor. Vean si no, este fragmento impagable:


Entre el coño (inguinis)  y la cabeza (capitis) cuál es la diferencia no lo sabe la mujer que, ya promediada la noche, muerde grandes ostras, cuando los perfumes espumean diluidos en puro vino de Falerno, cuando se bebe en vasos de concha, cuando el techo ya le da vueltas del mareo y la mesa se levanta hasta ella con velas dobles.”  (Sátira VI, 301-305)


Casa di Lucio Cecilio Giocondo MANN


Y lo cierto es que, ya desde los tiempos de la República, se había intentado controlar su consumo a base de leyes. En concreto, la Lex Aemilia sumptuaria, del año 115 aC, prohibía expresamente que en los banquetes se sirvieran lirones, aves exóticas y conchylia, que tanto abarca las ostras, como los erizos y moluscos similares. Pero la ley no funcionó, de hecho poco después Cayo Sergio Orata crearía el primer vivero en el Lago Lucrino. 


Roma se había ido enriqueciendo y se estaba sofisticando, perdiendo su esencia mítica de pueblo guerrero con un carácter fuerte. Roma se estaba transformando y su paladar, también. 


Prosit!



BIBLIOGRAFÍA:


Antonio García y Bellido: El vaso puteolano de Ampurias.

Lázaro Lagóstena Barrios: La ostricultura romana 

Jacopo De Grossi Mazzorin: Consumo e allevamento di ostriche e mitili in epoca classica e medievale

Pedro Castaños y Oskar Escribano: Transporte y consumo de ostras durante

la romanización en el norte de la Península Ibérica