miércoles, 16 de junio de 2021

LVDI RVBRICATI MMXXI. LOS PUEBLOS DEL MEDITERRÁNEO


Después de un año ausente por la pandemia, hemos vuelto a disfrutar del festival romano Lvdi Rvbricati, ubicado en los diferentes espacios del Museu de Sant Boi de Llobregat. Este año está dedicado a diversos aspectos de la vida cotidiana de los pueblos del Mediterráneo.


Quien ya conoce los Lvdi, sabe que es una ocasión fantástica para trasladarse a la antigua Roma desde los cinco sentidos, un festival donde el rigor está presente, sí, pero también la ironía y la diversión. Un grupo excelente de profesionales de diversas disciplinas están detrás de talleres, exhibiciones y actividades para conseguir llevarnos durante un fin de semana a las puertas de la mismísima Roma.


Sin embargo, este año la situación tan particular que nos toca vivir ha exigido que el festival se desdoblase en divulgación presencial y virtual, con la voluntad de llegar así al mayor número posible de visitantes.


Aunque las estrictas medidas de seguridad impiden la manipulación de objetos, el contacto con la gente y las aglomeraciones, no por eso el festival ha perdido punch (palabra bárbara muy de moda para significar brío o atracción). La información, los talleres, los tutoriales y hasta un Kahoot se pueden seguir a través de vídeos (geniales) que se pueden consultar en la web del Museo, y que se combinan con las actividades y exhibiciones presenciales.


Así, entre los vídeos y la visita a las instalaciones del Museo, mascarilla y gel hidroalcohólico mediante, nos contagiamos del espíritu romano y nos quedamos atrapados en la cotidianeidad de los pueblos del Mediterráneo antiguo.


Vamos allá.


Empezaremos con un poco de incienso, que en la antigua Roma servía para todo, desde dar las gracias a los dioses hasta purificar el ambiente. El incienso impregnaba la vida cotidiana del pueblo romano. Todos sus secretos se revelan en el vídeo INCENSVM.


Recorriendo los rincones del Museo nos encontramos de todo. SIMILA es un espacio de recreación donde observamos cómo se elabora la sémola, “la mejor harina del trigo”. Nos lo explican unas auténticas expertas, testigos de la elaboración de la sémola tal como aún la hacen los pueblos bereberes del norte de África. Por algo uno de los elementos comunes a todos los pueblos mediterráneos es el alimento basado en el cereal.

En la parte virtual, podemos observar también cómo se elabora la TERRA SIGILLATA, una cerámica rojiza de extraordinaria calidad que es tan romana como el cereal.



El taller SCRIPTORIUM está dedicado a descifrar lenguas antiguas, enseñando los rudimentos de la escritura jeroglífica, griega, ibera y romana. Y podemos practicar la tipografía romana en el espacio virtual hasta convertirnos en un auténtico ordinator: SCRIPTORIVM.



Los secretos de tocador también están presentes en los Lvdi. Un análisis de los símbolos grecolatinos nos aproxima a los misterios de lo femenino en GYNAECEI SECRETVM y la ORNATRIX nos enseña las claves de los peinados de las mujeres, desde cómo transformar el cabello hasta quién marcaba tendencia en todo el Mare Nostrvm.



IN SCAENAM es el espacio dedicado al teatro y la comedia, el entretenimiento y la diversión más desvergonzadas. Además, con el tutorial LIRA podemos aprender a hacernos un instrumento como los que tenían griegos y romanos, consiguiendo ya de paso darle vida a la banda sonora de los Lvdi Rvbricati.



AELIA GALLA PLACIDIA es una recreación sobre esta gran mujer, hija de Teodosio I. Con motivo de los Lvdi, la emperatriz nos vuelve a visitar, acompañada de su séquito. ¡Desde el siglo V no pisaba Barcino!



GALENVS ET GLADIATORES. También nos visita Galeno, cirujano, filósofo y unos de los principales médicos de la Antigüedad. Y no viene solo, lo acompañan varios gladiadores y gladiatrices venidos de varios puntos del Mediterráneo.

Galeno adquirió reputación siendo médico de gladiadores en Pérgamo, y sus tratados de medicina y dietética pasaron a la posteridad. Por cierto, nos podemos confeccionar nuestro propio ungüento a base de plantas medicinales si seguimos los pasos del tutorial CERATO: APVD GALENVM.




La parte virtual del festival también nos habla de las minas y canteras en la Hispania Tarraconense. LAPIS SPECVLARIS nos habla de la explotación de las minas de mármol (Macael), y el proceso de extracción del yeso selenítico (mina de Arboleas), un mineral de múltiples usos, incluido el de “vidrio” para ventanas. ALTERI DEI es un documental sobre la religión y los rituales del pueblo ibero a través del análisis de los restos arqueológicos. Y por último, la parte virtual nos permite construirnos una maqueta de un arco de triunfo (TRIVMPHALIS ARCVS), disfrutar con el cuento de IVLIVS ANICETUS y hasta ponerse a prueba con un KAHOOT sobre los pueblos del Mediterráneo.


Todo nos sabe a poco, así que roguemos a los dioses para que la próxima edición podamos volver a disfrutar del festival con los cinco sentidos.



fotos: @Abemvs_incena

jueves, 27 de mayo de 2021

MANTELES Y SERVILLETAS EN LAS MESAS ROMANAS


Las elegantes cenas romanas contaban con manteles y servilletas, documentados al menos desde el siglo I aC. En los textos aparecen diferentes nombres (mantelium, mappa, mappula, gausape, toralia, sudarium, linteum…) para funciones que parecen confundirse: lo mismo se refieren a un mantel propiamente dicho como al cobertor del triclinio, a una toalla, a una servilleta, a un pañuelo… Es decir, una pieza de tela que se utilizaba para el servicio de mesa, más o menos. Con el paso del tiempo, estas prendas se irían especializando hasta quedar codificadas en los actuales manteles y servilletas.

Así, los manteles (mantelium, mantile, mantele) se usaban al principio como cobertor de las mesas y como servilletas. De hecho, Varrón hace derivar el nombre “mantelium” de “mano” (LL 6,85). Este dato también lo recoge Isidoro, quien nos dice que “los manteles (mantelia) se utilizan hoy día para cubrir las mesas; antaño, como su mismo nombre indica, se empleaban para limpiarse las manos” (Orig. 19, 26,6), uso que después se reservó específicamente a la servilleta (mappa, linteum).

La ropa de mesa en general era un factor importante para deslumbrar al comensal. Manteles, cojines, tapetes, colchas para cubrir el triclinio, lo mismo que los perfumes, el incienso, las flores o la música, eran una oportunidad de oro para demostrar elegancia, buen gusto y poderío económico. Tal como se aprecia en los textos clásicos, los manteles eran un auténtico objeto de lujo. Se hacían con materiales delicados, se teñían con colores especialmente caros y se decoraban con bordados complejos para agradar e impresionar a los comensales. De ser una tela pensada para proteger el mobiliario, pasó a ser un elemento de lujo y ostentación.

Fresco de la "cassata" de Oplontis. ¿Es un mantelito?

Estos manteles, además, se podían cambiar por otros en diversos momentos del banquete, lo cual ya debía ser el colmo del boato. Por ejemplo, Trimalción en su famosa cena nos presenta un mantel adecuado para el plato que vendrá a continuación, que es un jabalí relleno de tordos cuya cacería se representa en el mismo triclinio. Pues bien, para la ocasión, unos servidores traen unos mantelitos (toralia) “en cuyos bordados se veían redes, cazadores al acecho con sus venablos y todo un equipo de caza” (Satyr.40).

Y Trimalción no es el único. Heliogábalo, el emperador más cápula de todos, a veces “enviaba para engalanar las mesas tantos manteles pintados con los manjares que le iban a servir como platos iba a comer“ (picta mantelia in mensam mittebat, SHA.Heliog.27,4). Es decir, cambio de platos, pues cambio de manteles, no hay problema.

Por lo que respecta a la decoración, no siempre se usaban los bordados figurativos, como los ejemplos que acabamos de ver.

El emperador Alejandro Severo prefería los manteles muy blancos (pura mantelia), decorados con franjas escarlata (SHA.Alex.Seu.37). Y otros, como Galieno o Adriano, preferían los bordados de oro. Todo muy sencillo, ya lo ven.

Estos manteles y ropa de mesa, auténticas obras de arte, se confiaban a personal especializado que cuidaba de su preparación, limpieza y custodia en general. Eran los sirvientes “a mappis”. Se tiene constancia de este personal especializado por los graffiti aparecidos en los palacios imperiales. Por ejemplo, se conoce la existencia de un tal Felix, posiblemente un liberto de Adriano que trabajaba en su villa de Tibur, y también una liberta de Domiciano y otro de Trajano, con idéntica denominación, “a mappis”.

Mosaico de los coperos. Complutum. 

Las servilletas (mappae, mappula), a diferencia del mantel, eran traídas por los propios comensales. Se trata de un linteum que sirve para lo obvio, limpiarse la boca y las manos, aunque también para limpiarse el sudor y sonarse la nariz, si se tercia. Recordemos que son una pieza de tela que no se corresponde exactamente a nuestras servilletas actuales, y que se confunden con pañuelos o toallas. Así, lo mismo sirve para disimular la risa, como relata Horacio (Sat.2,8,63), que para limpiar una mesa de arce (Hor.Sat.2,8,10); para secarse el sudor de la frente, como hace Trimalción antes de lavarse las manos con perfume (Satyr.47), o para secarse las manos, como hace Fortunata, en este caso con un “sudarium” que lleva al cuello (Satyr.67).

Pero la servilleta tenía una segunda función, no menos importante que la de mantener la higiene en la mesa: ejercía de tupper para llevarse a casa las sobras del banquete o los regalos que pudiese hacer el anfitrión, los apophoreta. Estos 'regalitos para llevar' eran frutos de una rifa o sorteo que se hacía durante la sobremesa y, aunque eran típicos de las fiestas Saturnales, también se hacían en todo tipo de celebraciones.

Por otra parte, lo de llevarse las sobras del banquete era una costumbre muy habitual y más compleja de lo que parece a simple vista. De hecho, ejercía una función social: permitía al anfitrión cumplir con sus obligaciones de patronazgo a la vez que proporcionaba comida al cliente más modesto, que podría compartir así las viandas del banquete con su familia al día siguiente. Uno demostraba su superioridad y el otro se llevaba una parte del menú a casa. Las fuentes clásicas abundan en ejemplos de esta práctica. Por ejemplo, los protagonistas del Satiricón en la hora de los postres, momento en que algunos invitados arramblan con la fruta: “todos cargamos nuestras servilletas, pero yo con especial empeño”, nos explica Encolpio (Satyr.60.7). Y Marcial no pierde ocasión de burlarse de unos cuantos personajes que no tenían mesura a la hora de rellenar servilletas. Los critica sobre todo por ser demasiado avariciosos, o tacaños, o glotones. Ahí tenemos al impresentable Ceciliano, que es capaz de llevarse tetas de cerda, costilla, un francolín, medio salmonete, una lubina, un filete de morena, un muslo de pollo y un pichón, todo dentro de una servilleta que entrega a su esclavo para que lo lleve a casa (II,37). O al tragón Santra, que hurta todo lo que puede de la mesa, ya sea pastel, fruta, casquería o carne mordisqueada. Además, no contento con llevarse a casa la servilleta llena a reventar, Marcial nos dice que al día siguiente lo vende todo (VII,20). ¿Apuros económicos o tacañería? En cualquier caso al autor le parece de bastante mal gusto.

Mappa. Casa de Iulia Felix (Pompeya)

Quizá por esta misma función multiusos – y especialmente de tupper- las servilletas solían ser bastante grandes. También podían estar decoradas con bordados o con franjas púrpura. El estrambótico Trimalción, por ejemplo, lleva una alrededor de su cuello, “con una amplia franja roja (laticlaviam mappam) y volantes colgando por todas partes” (Satyr.32,2). Idéntico estampado tiene la servilleta que recibe el abogado Sabelo con motivo de las Saturnales (Mart.IV,46). Por cierto, según leemos en Marcial, la servilleta era un regalo muy muy común para hacer durante las fiestas de diciembre.

Para acabar, la servilleta es la típica pieza que se 'traspapela' en los banquetes. Si hemos de hacer caso a los textos, desaparecían con frecuencia debido al hurto (¿los servidores? ¿los invitados?) o a las bromas del graciosillo de turno. Catulo amenaza con sus versos a un tal Asinio Marrucino, que sustraía estas prendas por pura diversión: “o espera trescientos endecasílabos o devuélveme la servilleta” (Carm.XII), le dice, ya que es una prenda que le regalaron sus amigos Fabulo y Veranio hecha con el famoso tejido de lino de Saetabis (actual Xativa). Y Marcial nos habla del terrible Hermógenes, un auténtico impresentable que nunca va a un banquete con servilleta propia, sino que las roba compulsivamente allá por donde pasa, quitando al resto de invitados la posibilidad de llenar la suya con las sobras (XII, 28).


El uso de mantel y servilleta no era tan común como lo es para nosotros. Por supuesto las mesas más humildes no se cubrían con manteles, y estos tampoco estaban tan generalizados en las mesas nobles. Simplemente, su uso no era obligatorio. Y las servilletas ya hemos visto que eran bastante indefinidas, o mejor dicho, una tela para todo.

Pero ambos serán incorporados a la liturgia cristiana, que acabará ayudando a codificar su uso. La servilleta será un paño para limpiar los elementos del culto; el mantel, que debía ser blanco y de lino, servirá para cubrir el altar y posteriormente la mesa donde se celebrará el ágape, que no deja de ser un banquete. Y ya desde el siglo VI podemos ver algunos manteles de mesa blancos representando la última cena, como el que se puede ver en San Apolinar Nuevo de Rávena.

Ultima cena.S. Apollinare Nuovo, Ravenna

Sean felices!


foto de cabecera: Mosaico del Château de Boudry


sábado, 1 de mayo de 2021

PULS FABATA

 En los primeros tiempos de Roma, el alimento nacional  lo constituían los cereales tostados, molidos y mezclados con agua hasta formar una papilla o gachas. Esta elaboración se denominaba puls (pultem)  y era la forma principal de consumir el cereal hasta que hizo su aparición el pan.


Por lo general se hacían de farro, trigo, escanda, cebada o mijo, pero en ocasiones también se podían hacer de legumbres, sobre todo lentejas y habas.


Plinio en su ‘Historia Natural’ nos habla de la puls fabata, una de estas elaboraciones en forma de gachas que tenía como protagonistas a las habas. Hablando de las habas, Plinio nos dice que son la legumbre más apreciada, pues “de ellas se ha tratado de hacer incluso pan” (XVIII,117). Nos explica que las habas, cuya harina se llama lomento, se mezclan con el cereal en la mayor parte de los pueblos, ya sea aumentando el peso del pan, ya sea en puré o gachas.

Por último, nos dice que la puls fabata -es decir, el puré o gachas elaborado con habas- se utilizaba en los sacrificios religiosos a los dioses, según los antiguos ritos (“et prisco ritu pulsa fabata suae religionis diis in sacro est”. XVIII, 118). 



El uso ritual de la puls fabata también lo mencionan otros autores, como Festo o Varrón, quien indica en su ‘Vita Populi Romani’ que se honra a los dioses con esta puls tanto en público como en privado y especialmente en las calendas de junio (“quod calendis Iuniis et publice et priuatim fabatam pultem dis mactant”, NON. 341M). Las calendas de junio eran la fecha de celebración de las Carnaria, en honor a la diosa Carna, protectora de los órganos vitales. La gente ofrecía un sacrificio en el monte Celio a base de gachas de habas y tocino (Fabaria), como nos indican también Ovidio o Macrobio.


¿Receta de puls fabata?


No hay constancia de una receta de puls fabata como tal. Pero, sabiendo que se trata de una pultem, podemos imaginar su forma final: de puré. También podemos deducir de  los textos que se puede componer solo de habas o bien de una  mezcla de habas y cereales, generalmente farro o espelta. Sabemos también que era fácil mezclar estos ingredientes con cebollas o coles.

Bien, basándonos en eso, ahí va la interpretación de la receta:


PULS FABATA


Ingredientes:


650 ml de agua

100 gr de harina de farro o espelta

100 gr de habas

1 cebolla

aceite de oliva

1 cucharada de garum

vino blanco


Elaboración:


Debemos rehogar una cebolla en aceite, añadir las habas y seguir rehogando, junto con un poco de vino blanco y una cucharada de garum. Reservar.

Pondremos a hervir el agua con sal en una cazuela. Cuando hierva, echaremos la harina y removeremos continuamente hasta que se forme la textura de puls (unos veinte minutos).

Mezclar ambas cosas y servir.


Si se prefiere, también se pueden triturar las habas y mezclarlas con la puls como si fuera un hummus.



Prosit!


Fotos de las recetas: @Abemvs_incena 


jueves, 15 de abril de 2021

COMEDORES DE PULS (PULTIPHAGONIDES)


 El pueblo romano desde sus orígenes se alimentaba de gachas de farro. Estas gachas o puches se hacían moliendo el cereal, y cociendo la harina resultante en agua con sal. Se obtenía así una papilla más o menos espesa -incluso líquida-, fácil de hacer y nutritiva.  Y tan características eran estas gachas de farro que los griegos -seguramente un poco en coña- los llamaban ‘pultiphagonides’, esto es, comedores de gachas. Así lo vemos en las comedias de Plauto, que se presenta a sí mismo como “de la estirpe de los puchófagos” (Poen.54), y que habla de unos extranjeros “de esos que no comen más que gachas” (Most.828) justo para decir que son romanos. 


La base de la alimentación romana de los primeros tiempos fueron estas gachas o papillas, que en latín se llaman puls. Se hacían principalmente con cereales como el farro, la espelta, el trigo, el mijo, la cebada o el panizo, aunque también se podían usar legumbres, sobre todo habas y lentejas. Para prepararlas, primero se tostaba el grano, lo cual servía para purificarlo, limpiarlo de su cáscara, preservarlo de la humedad y hacerlo más digestivo y sabroso. Esta costumbre de tostar el cereal se remontaba al mismísimo Numa Pompilio, el rey piadoso que organizó las instituciones romanas. Después, se debía moler el cereal, tarea que Catón atribuye a la vilica: “sepa hacer una buena harina y un farro fino” (Agr. CXLIII). A continuación, solo había que cocer la harina resultante en agua con sal y remover continuamente hasta obtener las gachas. Por cierto, el sonido que producía esta harina en el agua caliente era algo que onomatopéyicamente recordaba a la palabra ‘puls’, y esa es la etimología que propone Varrón (Ling.V,105). Esta elaboración se mantuvo durante mucho tiempo porque era muy fácil de hacer -solo se necesitaba un puchero o, mejor dicho, pultarius para cocerla y un fuego-, resultaba muy barata y encima llenaba el buche con facilidad. Además, eran digestivas y tenían una textura blanda muy del gusto de los romanos. Esta manera de consumir el cereal, que al principio era la única, no desapareció cuando empezaron a proliferar los pistores o panaderos profesionales -cómo no, de origen griego-, sino que ambas formas  convivieron. 


molino rotatorio de mano. Foto:@Abemvs_incena

Las gachas o pultes eran el alimento principal de las clases populares. Como he dicho, eran baratas y fáciles de hacer. Además, permitían el aprovechamiento de sobras y se podían combinar con cualquier cosa. De hecho, el acompañamiento de un plato de puls se llamaba pulmentarium y podía consistir en aceitunas, legumbres, huevos o algo ya más contundente, tipo carne guisada. 

En su versión más básica, se trataba de gachas de cereal cocidos pacientemente en agua con sal, y servidos en un recipiente llamado catinus, una especie de escudilla. Aunque nutritivas, estas puches básicas tenían poco sabor y por eso permitían la combinación con verduras o legumbres. Por ejemplo, Plinio menciona una puls fabata, en la que el cereal se mezcla con las habas (XVIII,118). Así que, si se podía, se incorporaban otros ingredientes a las pultes, desde cebollas o coles hasta un buen taco de panceta. 


cereales romanos. Foto:@Abemvs_incena

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La pultem estaba rodeada de una poderosa dimensión simbólica. Por sí misma expresaba los valores tradicionales de austeridad, disciplina personal y sencillez.


Para los escritores y filósofos de la época representaba esa comida sencilla y perfecta de los primeros tiempos de Roma. Ese alimento básico pero suficiente que se hallaba en la base de la estirpe del pueblo de Rómulo. Virgilio lo sitúa ya entre el sustento de los troyanos que, tras desembarcar, acabarán fundando Roma:


Luego, cansados de fatigas, sacan el alimento de Ceres

que el agua empapó y las armas cereales y se aprestan

a tostar en las llamas la comida rescatada y a entregarla al molino” (Aened. I ,177-179)


Quizá a causa de esa dimensión simbólica, el poeta Persio se queja de que los campesinos contaminen las gachas con salsas espesas hechas a base de grasa. Y les dedica palabras nada amables: “Así nos va; desde que con la pimienta y los dátiles llegó a la ciudad este gusto nuestro falto de virilidad, los segadores de heno echan a perder las gachas con una salsa grasienta(sat. VI,40), como queriendo decir “no corrompáis el espíritu de la romanidad con lujos ni finuras extranjeras, que nos come la molicie”. 


El valor simbólico de este alimento se manifiesta también en su uso ritual. Tanto los sacrificios ancestrales como los de los aniversarios se celebraban con un pastel o torta de puches que, según Plinio, se denomina pulte fitilla (XVIII,84), y esta misma pultem convertida en pequeñas bolas de pasta era que la que se daba a los pollos sagrados en los auspicios. También la puls fabata -mencionada más arriba- se utilizaba para los sacrificios religiosos a los dioses, según los antiguos ritos (Plin. XVIII,118).


Las gachas, las legumbres y el pan de cebada eran, justo por sus valores simbólicos de austeridad, alimento de filósofos estoicos. Persio (sí, el que afeaba la conducta de los segadores de heno) habla de los jóvenes estudiantes de Filosofía, que se rapaban la cabeza y se nutrían de gachas de cebada y legumbres (Sat.III,55) y Séneca explica que es muy beneficioso para el espíritu saber contentarse con lo imprescindible, es decir, con agua y gachas de cebada. Eso sí, también reconoce que estos alimentos no son agradables al paladar y que “son más abundantes los alimentos del encarcelado” (epist. XVIII,11), por mucho que ayuden a fortalecer el alma. 


Polenta de cebada. La comida del estoico. Foto:@Abemvs_incena

Las gachas de cebada a las que se refieren Séneca o Persio se denominaban polenta, a diferencia de las gachas de farro, espelta o trigo, que eran la puls. Al parecer, la polenta de cebada era más propia de Grecia, lo mismo que el pan, mientras que la de farro era la preferida de Italia, de ahí el apelativo de ‘pultiphagonides’. Según Plinio, esta polenta se hacía con una mezcla de cebada, semillas de lino, semillas de cilantro, sal y mijo, todo tostado antes y triturado a mano (XVIII, 73-74). En Roma la cebada nunca tuvo buena consideración, y se prefería siempre el trigo. Estas polentas de cebada eran el alimento principal de los gladiadores, a los que se les llamaba también por eso mismo ‘hordearii’.

Como he dicho, además de farro, espelta o trigo, las puches se hacían también con mijo, que daban como resultado una puls muy blanca; o con panizo que, mezclado con leche, daban unas gachas nada despreciables (non fastidientem), según Columela; o con legumbres, como el caso de la ya mencionada puls fabata.


representación de pultem. Museo de Susa (Túnez)

Si usted tiene la tentación de prepararse un buen plato de gachas de farro, de mijo o de cebada, puede inspirarse en los textos clásicos para acompañarlas debidamente. Marcial menciona las salchichas (Lucanica, botellus) sobre las ‘blancas puches’ de mijo o de trigo de Clusio. Este es uno de los platos que ofrece en una cena a su amigo Toranio (V,78). Apuleyo nos habla de una polenta muy simple y muy espesa condimentada solo con queso (polentae caseatae). Al parecer, tenía una consistencia bastante sólida, pues el narrador indica que coge un trozo demasiado grande (offulam grandiorem) y la pasta blanda y pegajosa se le pega a la garganta de manera que casi se ahoga (Met.I,4). Catón nombra una pultem punicam hecha a base de espelta cocida en agua, a la que se añade queso fresco, huevo y miel (Cato.85); esta pultem queda muy espesa y es un ejemplo de elaboración dulce. El recetario de Apicio nombra las pultes en unas cuantas recetas, todas cargadas de ingredientes más caros y de postín, que  para algo es un libro dedicado a las clases altas. En ellas utiliza espelta, que mezcla con leche, con salsa de vino, con carne, con sesos cocidos, con especias… Una de ellas curiosamente se parece a la leche frita, pues indica que hay que hacer una durissimam pultem con flor de harina y leche, enfriarla, cortarla en trozos, freírla y untarla con miel (VII,XI,6). Es otro ejemplo de dulcia domestica.


pultem punicam. foto: @Abemvs_incena



Para acabar, debemos mencionar la pervivencia de las puches, gachas o papillas en algunos platos actuales, que básicamente se componen de lo mismo: cereal cocido en un medio líquido y acompañado (o no) de otros ingredientes. Aquí podríamos nombrar la polenta italiana (que ha conservado el nombre y solo ha cambiado el cereal por el maíz) o las migas con todas sus variantes, que son también un plato tradicional a base de pan o harina. 


Prosit!