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domingo, 17 de septiembre de 2023

IUS IN ELIXAM OMNEM (SALSA PARA LA CARNE HERVIDA)


Receta romana elaborada para La taberna de Cástor y Pólux

La receta pertenece al recetario de Apicio  (VII, VI, 1). Está dentro del libro dedicado al ‘Cocinero suntuoso’ y dentro de un capítulo todo él dedicado a la carne hervida y guisada.


Como siempre, el texto no indica ni cantidades ni medidas ni tiempos ni procesos, se trata de una lista de ingredientes: “Pimienta, ligústico, orégano, ruda, laserpicio, cebolla seca, vino, careno, miel, vinagre y un poco de aceite” con muy pocas pistas: “Una vez cocida la carne con agua, secarla con un paño, y cubrirla con esta salsa.“

La protagonista de la receta es, pues, la salsa, cuya elaboración implica sabor, color y toda la ciencia y el buen hacer del personal de cocina. 


Los ingredientes son muy comunes en tiempos de Apicio pero ahora no tanto. Es difícil encontrar el ligústico, levístico o apio de monte; lo mismo que la ruda y no digamos el laserpicio. Este último se extinguió ya en el siglo I y los mismos romanos lo sustituyeron por la asafétida, de la familia del hinojo y de sabor fuerte. La cuestión es que estos ingredientes se distinguen por un sabor muy marcado, lo mismo que la pimienta, la cebolla seca y el orégano. Estos se tienen que combinar con los ingredientes líquidos, bastante dulces (miel y vino reducido -caroeno-) y ácidos (vinagre). El resultado, una mezcla de sabores entre ácido, dulce y picantón bastante equilibrada. Desde luego le dan todo el sabor a lo que sería una carne hervida.





Elaboración de la salsa: 

  • moler pimienta negra y mezclarla con el orégano seco, el laserpicio y la cebolla seca. Si no tenemos laserpicio, cosa bastante fácil, podemos recurrir a una mezcla de ajo escalivado o ajo seco mezclados con cebolla o hinojo secos. 
  • en una sartén, calentar aceite, vinagre blanco, un chorrito de careno (puede usarse cualquier vino dulce) y un poco de vino blanco. Incorporar la pimienta y el resto de condimentos secos.
  • cuando se haya evaporado el vino y se haya ligado la salsa, retirar del fuego y añadir dos cucharadas de miel. Dejar enfriar.
  • aparte, hacer una picada con las hojas de levístico y de ruda. Hay que usar la ruda con mucha moderación, porque tiene un sabor amargo muy fuerte y porque puede ser tóxica. Con dos hojitas basta. Si no hemos conseguido ligústico (apio de monte), podemos hacer trampa usando hojitas de perejil y de apio.
  • cuando se ha enfriado un poco la salsa, ponemos la picada de ligústico y ruda. Ya la tenemos.


La carne:


Las opciones son muchas porque el mismo título de la receta indica ‘para todo tipo de carnes’. Eso sí, para ser rigurosos debemos hervirla con agua (hemos añadido sal) y luego secarla con un trapo. Nos hemos decantado por el pollo, ya que la carne de aves era un auténtico lujo entre los romanos, sobre todo desde los tiempos de Augusto. Además, el pollo tiene un sabor bastante suave que se combina muy bien con la salsa. La otra opción es una careta o morro de cerdo, una pieza de casquería que triunfaba en los triclinios. La carne queda jugosa y tierna, y combina bien con la salsa pero no tan bien como el pollo.


Tal como indica la receta, la salsa la hemos servido sobre la carne. En el caso del morro de cerdo, la hemos troceado para ser tomada con las manos en el triclinio. El pollo, al ser muslitos, también se puede comer con las manos, como debe ser. Creo, además, que está bastante bien si se toma a temperatura ambiente o tibio, incluso frío si ha sobrado carne del banquete anterior.


Una receta fácil de hacer y una manera sencilla de saborear la historia.




Prosit!

Fotos: @Abemvs_incena


sábado, 8 de abril de 2023

OCASIONES PARA EL CONVIVIUM


Uno de los aspectos más característicos de las culturas de la Antigüedad, de las que somos orgullosos herederos, es el hecho de celebrar cualquier cosa mediante la comensalidad.  

 

Cicerón explica, muy acertadamente, que los romanos llamaron “convivium” al hecho de comer juntos, donde lo más importante es conversar, disfrutar, compartir y estrechar lazos de amistad (De Senectute XIII, 45). 


Hablar de las ocasiones para hacer un convivium o banquete puede ser bastante extenso, pues literalmente cualquier acontecimiento -público o privado- podía acabar en la celebración en torno a una mesa (más o menos como nosotros). Por eso mismo, en esta entrada me centraré en los convivia en el ámbito privado y dejaré para otro momento los epula, banquetes públicos que representan un compromiso con la ciudad y sus instituciones.


Pues bien, los motivos para las celebraciones en el ámbito privado eran muchísimos.


Por una parte tenemos los acontecimientos dentro de la vida familiar, que se conmemoraban con su ritual, su fiesta y su convite entre parientes y amigos. Estos acontecimientos eran de todo tipo, muy parecidos a los que celebramos hoy en día.


Por ejemplo, las bodas. El pueblo romano las festejaba con todo un ceremonial que culminaba en la mesa no una vez, sino dos (sin contar con la pedida de mano, que entonces serían tres). Una el mismo día de los esponsales, la cena nuptialis, pagada por la familia de la novia, que incluía tarta de bodas y a la que acudían parientes y  amigos. La otra se llamaba repotia (de ahí ‘reboda’) y tenía lugar al día siguiente, cuando ya los novios se habían trasladado a su nuevo hogar, y era más íntima, solo para la familia. Por cierto, el pastel de bodas era una torta hecha a base de trigo, queso, mosto y anís, que se horneaba sobre hojas de laurel que se llamaba mustaceum y simbolizaba la fertilidad y la buena suerte.


© HBO Rome

Un nacimiento era siempre motivo de fiesta. Tras la aceptación por parte del pater familias, había que esperar nueve días (si era niño) o bien ocho (si niña) para celebrar socialmente la entrada del nuevo miembro en la familia. Era el dies lustricus, momento en que el bebé dejaba de considerarse impuro, recibía un praenomen y un amuleto (una bulla si era niño, una lúnula si niña). La ceremonia incluía, como no podía ser de otra forma, una fiesta y un banquete. 


Cuando uno de los miembros varones de la familia cumplía 17 años se celebraba su entrada oficial en la vida cívica mediante una ceremonia en la que abandonaba su bulla (sí, el amuleto que le entregaron en el párrafo anterior) y asumía su vestimenta de adulto, la toga viril. Se intentaba que este acontecimiento coincidiera con las Liberalia, es decir, el 17 de marzo, y era una buena ocasión para reunir a familiares y amigos.


Octavio portando la bulla. © HBO Rome 


Otro momentazo digno de celebración era la depositio barbae, esto es, el hecho de afeitarse la barba por primera vez. Era toda una ceremonia en la que el barbero o tonsor cortaba la barba con unas tijeras, y esta se guardaba y se ofrecía a los dioses, generalmente los Lares (lo mismo que la bulla infantil). A veces se guardaba como una reliquia: En el pórtico de entrada de la casa de Trimalción, los protagonistas ven en un rincón “un gran armario con un nicho donde había unos Lares de plata, una Venus de mármol y una caja de oro no muy pequeña donde, según decían, se guardaba la primera barba del señor” (Satyr.29,8). Es otra ceremonia de rito de paso de la adolescencia a la edad adulta, y era una buena ocasión para celebrar un convivium. 


Por supuesto, un cumpleaños también merecía una celebración. Se conserva el testimonio de Claudia Severa, la esposa del comandante Elio Broco, que invita a su amiga Sulpicia Lepidina, esposa también de un militar, para celebrar juntas el cumpleaños de la primera, que tiene lugar el 11 de septiembre:  “En el tercer día antes de los Idus de septiembre, hermana mía, para el día de celebración de mi cumpleaños, te envío una cálida invitación para asegurarme de que vendrás con nosotros, y para hacerme más placentera esta jornada con tu presencia, si vienes”. (Tab. Vindol. II 291). Esto por poner solo un ejemplo. 



Por cierto, el natalicio del pater familias coincidía también con el del Genio, el dios tutelar y protector de toda la progenie. La fiesta se celebraba por todo lo alto e incluía sacrificios, incienso, flores, bailes y pasteles.  Tibulo deja constancia del ritual a propósito del cumpleaños de Mesala: “Ven aquí y, con cien juegos y danzas, festeja en nuestra compañía al Genio, y vierte sobre las sienes el vino a raudales; que sus brillantes cabellos destilen gotas de perfume; su cabeza y cuello ciñan suaves guirnaldas. Ojalá vengas hoy mismo; ofrézcate yo honores de incienso y te obsequie con sabrosos pasteles de miel de Mopsopo” (Tibulo I,7,49-54). 


Danza de los cuatro genios. Domus dei tappeti di pietra. Ravenna.


Otros acontecimientos de la vida privada familiar no eran tan alegres. Un entierro, por ejemplo, propiciaba una cena funeralis para todos los allegados que habían seguido el cortejo fúnebre. Se desarrollaba en el mismo cementerio y se componía de huevos, habas, lentejas, sal y aves de corral, según marcaba la tradición. Nueve días después, familia y amigos se volvían a reunir. Realizaban entonces libaciones de leche y sangre para ayudar al alma del difunto, y celebraban otro banquete, la cena novendialis. Con esta comida -que incorporaba músicos, y hasta gladiadores si se lo podían permitir- concluía un período de luto que purificaba a la familia y la devolvía a su actividad habitual. También los aniversarios del difunto se celebraban en el cementerio junto a su tumba, demostrando que no lo habían olvidado y haciéndolo participar del banquete. Se le dejaba un espacio libre y se le ofrecían alimentos tradicionalmente asociados a la fertilidad y al misterio de la vida, como huevos y legumbres, además de libaciones de vino.


Tumba 15 de la Isola Sacra (Ostia) con triclinio para banquetes fúnebres
Fuente: ostia-antica.org

Las reuniones entre familiares y amigos podían darse también por cualquier otro motivo que los uniese: una manumisión solemne, el aniversario de la caída de un rayo (no es broma), una redacción de un testamento o contrato, la vuelta de un amigo tras un largo viaje, iniciar un negocio, hacerle la pelota a un magistrado… o sin ningún motivo aparente, simplemente por pura amistad y ganas de conversación. Estas eran cenas entre iguales, distendidas, informales, sencillas, espontáneas y bastante habituales. Cualquier epigrama de Marcial deja constancia de ello: “Estela, Nepote, Canio, Cerial, Flaco, ¿venís? Mi sigma tiene siete plazas; somos seis, añade a Lupo” (X,48).

Otras veces las cenas eran meros compromisos sociales, expresión de las obligaciones entre patronos, clientes y libertos. Estos convivia eran una ocasión para expresar las jerarquías sociales, quién es quién, y servían igualmente para establecer alianzas, para pedir favores, para conseguir votos y hasta para conspirar. 


Escena de convivium. Museo Arqueológico Nápoles


Familiares y amigos se reunían también cuando el calendario marcaba alguna festividad religiosa (en total eran más de cuarenta), festividades que se celebraban en el ámbito público y en el privado. La verdad es que toda fiesta religiosa daba pie a un posible ágape con vecinos, familiares y/o amigos: las Vinalia, las Compitales, las Liberalia, las Ambarvalia…. El 15 de marzo, por ejemplo, tenía lugar la fiesta de Anna Perenna, siempre al aire libre, en la ribera del Tíber, en la zona de la antigua arboleda de la diosa. Era una auténtica romería que festejaba el año nuevo, y la gente improvisaba al abierto unos cenadores con cañas para comer, beber y divertirse. Otras fiestas muy populares eran las Saturnales, que en teoría duraban del 17 al 23 de diciembre, pero en la práctica abarcaban todo el mes. En palabras de Séneca: “Diciembre es el mes; más que nunca el sudor invade la ciudad. El derecho al libertinaje ha sido otorgado oficialmente. Con los inmensos preparativos todo se anima (...)” (Ad Luc.,18,1). Regalos, fiesta, distorsión del orden social, comilonas, todo eso marcaba los festejos dedicados a Saturno. 


Museo Arqueológico de Nápoles.

Pero otras tenían un carácter más lúgubre, como la Caristia, el 22 de febrero, tras varios días de honrar a los difuntos, o los tres días en que se abría el Mundus, ocasión perfecta para recordar a los parientes muertos, que salían del inframundo para ‘visitar’ a sus familiares vivos y por ello seguro les dejaban un espacio en las mesas de sus reuniones familiares. 


Otro motivo para banquetear periódicamente era la pertenencia a un collegium, una entidad entre gremio y cofradía que velaba por los intereses de un colectivo. Era un espacio de socialización que compensaba las carencias a las que pudiera llegar el estado y tenían fines religiosos, culturales y profesionales. Las celebraciones de un collegium también servían para establecer lazos profundos entre todos sus miembros, quizá por eso el Estado las contemplaba con cierto recelo. Había collegia de artesanos y profesionales de todo tipo:  médicos, cocineros, tintoreros, panaderos, zapateros, gladiadores, sacerdotes…. Los había para garantizar las honras fúnebres,  para favorecer a los militares incapacitados o completar su pensión (como un seguro privado), para ayudar en caso de enfermedad o deudas, y en general para velar por los intereses de sus miembros asociados. 

Los convivia que organizaba un collegium eran una cita importante para estrechar lazos y renovar alianzas entre sus miembros, que validaban así el compromiso con un grupo con el que tenían un vínculo muy sólido. Tito Livio narra una anécdota que revela la importancia de estas comidas en común: una prohibición que acabó en huelga: 

Los censores habían prohibido a los flautistas que celebrasen su banquete anual en el templo de Júpiter, privilegio del que gozaban desde la antigüedad. Tremendamente disgustados, se marcharon en bloque a Tívoli y no quedó ninguno en la ciudad para actuar en los ritos sacrificiales” (AUC IX,30,5). Esto es una huelga de flautistas etruscos en toda regla.


Lo mismo pasaba con otras asociaciones posibles: las cofradías religiosas de los templos, las fiestas propias de los barrios o de las curias… La pertenencia a un grupo que velaba por unos  intereses comunes acababa en convite donde todos los miembros compartían la mesa. 


© HBO Rome


El convivium juega un papel fundamental en la sociabilidad. Ya sea una pequeña reunión de amigos o una cena de compromiso, ser admitido en un banquete implica formar parte de una determinada comunidad, con la que se estrechan lazos y se construyen identidades. Durante el convivium, se crean y se consolidan relaciones de amistad y alianzas de todo tipo, se honra a los dioses, se recita poesía, se improvisan cánticos, se respeta la memoria de los difuntos, se comparten confidencias, se planifica un golpe de estado, se celebra la vida y la fertilidad… Compartir la mesa es mucho más que comer, es celebrar que compartimos una porción de vida. 


Sean felices!



Imagen de portada: Escena de banquete de mujeres. Ashmolean museum in Oxford.

sábado, 27 de agosto de 2022

MODELO IDEOLÓGICO Y COMPORTAMIENTO ALIMENTARIO



El mundo clásico otorga una atención extrema a los comportamientos alimentarios, tanto propios como ajenos. Aunque todas las culturas aportan una carga semántica al hecho alimentario, la cultura clásica exalta y prioriza esta dimensión simbólica: la alimentación se convierte en un lenguaje que identifica al individuo y lo define, que se carga de normas y de connotaciones morales. 


Veamos algunas de las claves en el comportamiento alimentario que revelan el modelo ideológico de griegos y romanos.


a. El valor de la convivialidad


El mundo clásico se define a sí mismo como representante de la civilización, por oposición al resto de culturas, que generalmente se consideran bárbaras. Esta ‘superioridad cultural’ tan etnocentrista se verá reflejada, entre otros factores, en el hecho alimentario. Así, el modelo de vida civilizada se expresa especialmente en el acto de comer juntos, que tiene en el banquete la máxima manifestación. Comer juntos es un hecho que trasciende la mera dimensión funcional de nutrición y que adquiere un valor comunicativo. La convivialidad, es decir,  el placer que sienten las personas cuando comparten  la comida, es el elemento principal que diferencia civilización de barbarie. Los pueblos bárbaros comen porque tienen hambre y por tanto solo satisfacen una necesidad del cuerpo. Los pueblos civilizados son capaces de transformar esta necesidad fisiológica en un momento de placer y sociabilidad, de comunicación entre sus componentes, de vida en común. No se limitan a nutrirse sino que desarrollan un auténtico comportamiento alimentario cargado de significados culturales. Estructuran los banquetes en dos partes (una de ellas destinada a compartir el alimento entre iguales, la otra destinada a exaltar la sacralidad del vino) y lo llenan de normas que abarcan todas las dimensiones posibles: cómo se debe mezclar el vino, cuándo se deben hacer las libaciones, cuándo comer sentados y cuándo recostados, qué alimentos son adecuados a cada situación, cómo evitar la embriaguez, cómo honrar a los dioses…. 




b. El valor de la ciudad


Para griegos y romanos el modelo de vida civilizada está íntimamente ligado a la noción de ciudad. Estas culturas no mostraron gran interés por la naturaleza en estado salvaje. En cambio, la ciudad supone una creación humana que les permite separarse de lo bárbaro, y por tanto, completamente adecuada para la civilización. Es en la ciudad donde se compran y venden los alimentos, es en la ciudad donde se consumen, y es en la ciudad donde se producen, ya que se destina una porción del campo -aquella que rodea a la ciudad- para los cultivos. Esa parte, que en el mundo romano se llama ager, es donde se practica la agricultura, otro invento humano. Esa parte es una naturaleza domesticada y por tanto civilizada. El resto de naturaleza no controlada y no explotada - el saltus - no interesa. 




c. Alimentos simbólicos



Los productos emblemáticos de la cultura griega y de la romana son el trigo, la viña y el olivo. No solo se consiguen mediante la agricultura que se practica en el ager, junto a la ciudad y para proveer a la ciudad, sino que sirven para construir tres alimentos que simbolizan por sí mismos la civilización: el pan, el vino y el aceite. Se obtienen cultivando la tierra, dominándola y aplicando las técnicas necesarias para obtener no solo el producto en bruto, sino el producto elaborado. Pan, vino y aceite son construcciones humanas, manipulaciones que se alejan de la propia naturaleza. La clave radica en la intervención activa a la hora de fabricar el alimento, en la construcción artificial. El ingenium desplaza a la natura. Esta será la base de toda la ciencia culinaria posterior, el embrión de la gastronomía.

A este modelo se opone el de los pueblos salvajes, bárbaros, que desconocen la agricultura e incluso el sedentarismo, y se basan en valores culturales y modos de producción diferentes. Explotaban terrenos incultos, se dedicaban a la caza y la recolección de frutos silvestres, criaban animales en los bosques y, sobre todo, no comían pan ni bebían vino: eran, por tanto, salvajes. Estos pueblos se definían por sus elecciones alimentarias: comían carne,  bebían leche y condimentaban con tocino y mantequilla. Todo de origen animal, todo de procedencia salvaje, de la caza, de los bosques. Su cerveza, además, es percibida como un vino corrupto que toman sin moderación, ya que desconocen los rituales del simposio y del consumo del vino. La cerveza no sirve para contactar con los dioses mediante la embriaguez, la cerveza es solo un líquido alcohólico.




d. El ritual del sacrificio


Si la carne es un alimento bárbaro, ¿significa eso que griegos y romanos nunca comían carne? Pues no. Simplemente encontraron un método para evitar el estigma de la barbarie: el ritual del sacrificio. Matar un animal (doméstico, por supuesto) para ofrecerlo a los dioses y posteriormente consumir su carne de manera colectiva es un acto de múltiples significados. Por una parte se establece una conexión entre religión y comida en común, puesto que desde el mismo momento del sacrificio dioses y humanos comparten alimento: a los dioses les corresponden huesos, vísceras y grasa, que ascienden en forma de humo, y a los humanos la carne, que se reparte entre unos comensales que comparten un vínculo social. Con la práctica del sacrificio, el consumo de carne se convierte en un acto cultural: expiación de una falta, ofrenda a los dioses y reparto de la carne entre los miembros del grupo.

El sacrificio se reserva para momentos especiales de la comunidad, y por eso también el consumo de carne debe ser un acontecimiento excepcional, reservado para las fiestas religiosas y los banquetes. Por eso mismo, cuando el consumo de carne en Roma empieza a ser desmesurado, cuando se empieza a potenciar su valor festivo pero no religioso, cuando se desvincula del sacrificio, es cuando aparecerán las críticas de los moralistas, la idealización del pasado y las leyes suntuarias. Convertir en ordinario un hecho extraordinario será una transgresión de las normas cívicas que modificarán el significado cultural de la carne en el contexto romano.




e. Mesura y equilibrio


Uno de los valores supremos de las culturas griega y romana es el de la templanza, la gravitas: el hecho de encontrar un equilibrio justo entre placer y voracidad, entre el ofrecimiento generoso y la ostentación. Los pueblos bárbaros no tienen contención, comen hasta saciarse y beben hasta caer redondos. No conocen las normas a la hora de comer y beber. El modelo ideológico clásico, en cambio, se esfuerza por determinar toda una serie de normas que estipularán qué es correcto y qué no. Y lo correcto vendrá marcado siempre por la mesura, el equilibrio y el autocontrol. De esta manera, se juzgará a los comensales y  a los anfitriones en función de su comportamiento en la mesa, que reflejará sus valores morales. Nadie está libre de esta valoración: los nuevos ricos suelen ser demasiado fastuosos, los malos emperadores comen de forma excesiva, los tacaños se pasan de moderados o comen solos, los filósofos deben alimentarse de gachas, las mujeres disolutas no tienen contención con el vino, los obesos no saben parar de comer…. Mientras que la élite intelectual y los personajes dignos de admiración social se reconocen por disfrutar con alimentos sencillos y producidos en sus tierras,  evitando dilapidar una fortuna en productos lujosos y ofreciendo buena compañía y grata conversación. Son, en pocas palabras, ejemplo de frugalidad.




f. Arte culinaria


El predominio del ingenium sobre la natura marca toda la ciencia culinaria clásica, verdadero embrión de la Gastronomía entendida como concepto actual. No solo pan, vino y aceite son creaciones civilizadas construidas a conciencia. Muchos otros productos parten de la misma base: mejorar lo natural. Pensemos en las conservas de pescado, como el famoso garum, o el foie, conseguido a base de engordar un hígado de ganso a base de higos. Construir platos es un rito de transformación, es algo mágico: es un procedimiento de conversión del estado natural de los alimentos en creaciones culturales. Ateneo de Náucratis lo expresa perfectamente: “entre el cocinero y el poeta no hay diferencia, el arte de uno y otro se basa en la inteligencia” (Ath.I,7F). Estas transformaciones suponen el disfrute en la mesa por dos motivos: el placer sensorial que se percibe en el paladar y el placer intelectual, de reconocimiento de la creación cultural. 

Otro aspecto fundamental es la técnica principal para cocinar: la de cocer los alimentos. Esta preferencia se fundamenta en razones ideológicas: se opone al asado, que es una técnica que se considera más antigua y más primitiva, usada principalmente para las carnes que se reparten tras el ritual del sacrificio. Cocer o hervir el alimento permite una culinaria más refinada: rehidrata el producto que estaba en salazón, reblandece los alimentos para hacerlos más amables al paladar -y las dentaduras estropeadas-, facilita su conservación y ayuda a convertir el plato en algo irreconocible, con ayuda de dos inventos protagonistas en la construcción del sabor: las salsas y el uso de los condimentos. 

Finalmente, el arte culinaria del mundo clásico se caracteriza por su teatralidad, por su puesta en escena, por la presentación, por el juego, por el arte de la imitación. Se trata de un efecto sorpresa buscado expresamente por el anfitrión y por el cocinero para impresionar a sus comensales. ¿Puede haber algo más civilizado que engañar a los sentidos, que deleitarse con un emplatado espectacular, un trampantojo (el famoso plato de pescado salado sin pescado), o un golpe de efecto como los tordos que salen volando cuando abren el vientre de un jabalí en el banquete de Trimalción? 



Comer es siempre un hecho cultural, complejo, comunicativo, ideológico y social. 






Para saber mucho más:


  • Flandrin, Jean-Louis; Montanari, Massimo (eds.) (2004): Historia de la alimentación. Gijón, Trea.

  • Montanari, Massimo (1993): El hambre y la abundancia. Barcelona, Crítica.

lunes, 1 de agosto de 2022

COMER Y MORIR. GULA, VENENO, EMPACHO Y OTRAS TRAGEDIAS EN LA MESA



Los textos clásicos están llenos de anécdotas y noticias de personajes cuyas muertes están relacionadas directamente con la comida, tanto con la ingesta de alimento como con la manera de tomar ese alimento.

Eso sí, los textos clásicos deben leerse considerando que fueron escritos con diferentes intenciones, no solo informativas, y que nos muestran un panorama muy parcial de la sociedad romana (generalmente desde la óptica de la élite masculina).

Así, lo más fácil es encontrarnos con noticias de emperadores y políticos de alta alcurnia, aunque también  poetas, comediógrafos, filósofos y otros intelectuales cuyas muertes son narradas generalmente desde una visión moral, nada inocente. 



Teniendo esto en cuenta, veamos un repaso de personajes que murieron a causa de su (última) comida.


  1. MORIR POR DISPEPSIA (Indigestión)


Una de las principales causas de muerte es la indigestión con complicaciones, generalmente debida a la gula y la falta de contención. Los textos no son nada amables con quien no sabe medir las cantidades y se atiborra de alimentos sin freno. A menudo leemos sobre los síntomas que produce el comer mucho: el vientre hinchado, el rostro descolorido, el paso inseguro, las articulaciones entumecidas … y tanto los tratados médicos como los moralistas insisten en los problemas de salud que implican las comilonas. Algunos ejemplos concretos nos llegan desde el mundo griego: el filósofo Diógenes de Sínope, por ejemplo, murió de un ‘ataque estomacal’ tras haber devorado un pulpo crudo. Aunque Diógenes era uno de los principales representantes de la escuela cínica, parece que también era amante de la buena mesa y cometió el terrible error de comerse el pulpo sin cocinar, incumpliendo con las normas más fundamentales de la dietética de la época: la larga cocción que transforma la carne dura e indigesta del pulpo en comestible (Ath. VIII, 341E). Otro ejemplo es el caso del poeta griego Filóxeno de Citera, famoso autor de ditirambos conocido también por su glotonería. Este autor se zampó un pulpo que medía dos codos (casi un metro) y que había comprado en Siracusa. Tras cocinarlo y comérselo casi entero se puso bastante enfermo y el médico le aconsejó poner sus asuntos en orden, porque de esa noche no pasaba. El autor de ditirambos, consciente del fin, pidió entonces que le llevasen los restos del pulpo que no se había podido terminar (Ath. VIII, 341A-D).



No siempre es el pescado el protagonista de la gula. Leemos en la Historia Augusta que el emperador Antonino Pío murió tras cenar queso de los Alpes que comió ‘con gran ansiedad’ (edisset avidius). Esta comilona le provocó vómitos, fiebre y escalofríos y le causó la muerte tres días después (Capitol. Pius, XII).

La medicina antigua sabía que la comida en exceso, el consumo reiterado de alcohol o la obesidad eran causas de indigestión. Hoy se sabe también que esta se produce por otros motivos: gastritis, úlceras, obstrucción intestinal, diabetes, inflamación del páncreas, cáncer, consumir una dieta pobre en fibra, masticar poco o de forma incorrecta, comer con prisas, la vida sedentaria, la ansiedad y el estrés… Eso sin contar con salmonela, listeria y otras simpáticas bacterias que se alojan sin piedad en el tracto digestivo.


  1. MUERTE POR SÍNCOPE DE HIDROCUCIÓN (Corte de digestión)


Otra de las causas que se escapan de los textos es el síncope de hidrocución, desconocido en el mundo antiguo. Se trata de lo que tradicionalmente se ha llamado “corte de digestión”, debido a bañarse con la barriga muy llena, en pleno trabajo digestivo. Se consideraba una muerte repentina y se atribuía a la glotonería y a la falta de autocontrol. Leemos en Juvenal una crítica a este comportamiento decadente: “el castigo es inmediato cuando te despojas de tu ropa hinchado y paseas hasta los baños el pavo real sin digerir. De ahí las muertes repentinas” (Sat.I,140-146).


Esas muertes ‘repentinas’ en el baño debieron ser frecuentes, ya que la medicina de la Antigüedad consideraba que tomar un baño en realidad ayudaba a bajar las comidas: “Bañémonos en plena digestión e hinchados de tanto comer” leemos en Horacio, por poner un ejemplo (Ep.I,6, 62).




Otra de las causas del corte de digestión se producía al beber agua muy fría, helada. Entre las clases acomodadas estaba de moda enfriar el agua con nieve, la cual se traía de las montañas y se guardaba en unos pozos que conseguían conservarla durante la estación cálida. Está claro que era una señal inequívoca de lujo y ostentación. No todo el mundo tenía la nieve a su alcance. Los médicos desaconsejaban tomar bebidas heladas, pero los elegantes, lejos de hacerles caso, echaban nieve a todo: al agua que bebían, a la que usaban para mezclar los vinos, a la comida… Por si fuera poco, en las mesas de postín se llevaba mucho el contraste entre alimentos bien calientes y bebidas bien frías. No eran raras las molestias abdominales, las diarreas, los dolores de cabeza, las náuseas, las irritaciones de garganta y cierto caos en el sistema circulatorio, en un intento por parte del organismo por equilibrar la temperatura corporal. Así murió el emperador Vespasiano: estando ya enfermo abusó del agua helada, lo que le supuso una descomposición de vientre de tal magnitud que murió a los pocos días (Suet. Vesp.24). 


  1. MUERTE POR ENVENENAMIENTO


El emponzoñamiento de bebidas y comidas está bastante documentado, sobre todo entre las clases altas. Era un sistema relativamente sencillo de usar, limpio y se podía hacer pasar por una muerte natural y ‘repentina’. Para tener éxito en su empeño, la persona que envenena escoge un alimento goloso y delicioso, que baje la guardia de quien se quiere envenenar. 


El emperador Cómodo, por ejemplo, escogió los dulces y sabrosos higos para quitarse de en medio al prefecto del Pretorio Motileno (Lampr. Comm. IX); Nerón eliminó a Británico -posible rival en el futuro- sirviéndole un cochinillo que lo mató en el acto y que Nerón justificó haciéndolo pasar por un ataque de epilepsia (Suet. Nero XXXIII); otro emperador, Vitelio, envenenó con sus propias manos un vaso de agua helada que ofreció a un camarada suyo (Suet. Vitel. XIV); y archifamosa es la muerte de Claudio al comer una seta envenenada (boletum medicatum) que le preparó su esposa Agripina, “sabedora de la enorme afición que sentía por este plato” (Suet. Claud. XLIV). Aunque en otras versiones el veneno se lo proporciona el médico, el catador de comida o la famosa envenenadora Locusta.

En la antigüedad era conocida la toxicidad de las setas, incluso de las comestibles, que se consideraban indigestas y flatulentas. El  médico Galeno explica en De alimentorum facultatibus que hay que tener cuidado especialmente con las amanitas, puesto que pueden causar la muerte. De hecho, se cree que el boletus ofrecido a Claudio fue una amanita, quizá una phalloides, o una muscaria, terroríficamente parecida a la variedad caesaria. O igual simplemente se aderezó con arsénico.



La muerte por ingesta de setas no debía de ser rara. Galeno cuenta también la anécdota de un individuo que comió una buena cantidad de boletos comestibles, pero que no habían sido cocinados de modo apropiado. Y es que, según el tipo de hongo, es necesaria una cocción prolongada para eliminar las toxinas, como pasa por ejemplo con las colmenillas. Galeno explica que al individuo en cuestión le provocaron pesadez, dolor de estómago y problemas para respirar. Y que consiguió salvarse gracias a una poción de vinagre, miel, hisopo y orégano, la cual fue preparada a toda prisa por el resto de comensales, y a la ingesta de bicarbonato de sodio. La mezcla le provocó el vómito y eso le salvó la vida.


No sabemos si fueron setas o no lo que se sirvió en el banquete multitudinario que ofreció el senador Lucius Nonius Asprenas, pero sí sabemos que de resultas murieron 130 comensales. El abogado Casio Severo lo acusó de envenenamiento masivo y se celebró un juicio. Se libró de la condena solo porque era amigo de Augusto.




Otro caso de envenenamiento curioso es el de Lucio Vero, co-emperador junto a Marco Aurelio. Este Lucio Vero tenía bastante mala fama. Se dice de él que circulaba por Roma mezclado entre el populacho, que se rodeaba de actores y que hasta tenía una taberna montada en su casa, donde estaba siempre de fiesta con los amigos. Claro que esta información procede de la Historia Augusta, donde abunda más la ficción que la realidad, y donde los cronistas se esfuerzan mucho por ensuciar su nombre y por exculpar a Marco Aurelio. Está claro que le caía bastante mal a Marco Aurelio, que tenía que compartir gobierno con él. Sobre la muerte de Vero circulaban varias versiones: o bien lo había matado su suegra Faustina con unas ostras salpicadas con veneno, o bien lo había asesinado Marco Aurelio, quien le había ofrecido una tetilla de cerdo (o matriz, según versión) cortada con un cuchillo untado con veneno por uno de sus lados. Por lo que sea -igual porque desaprobaba su conducta licenciosa y le estorbaba en el gobierno-, se atribuyó a Marco Aurelio la autoría de la muerte, pero los autores de la Historia Augusta insisten en que es cosa del rumor popular (HA, Marc.15; Vero 10-11). 

Lo cierto es que Lucio Vero bien pudo morir a causa de la peste antonina, una epidemia de viruela que asoló el imperio romano en el último tercio del siglo II. 


Por cierto, el padre de Vero, Lucio Elio Vero, murió al tomar una bebida presuntamente curativa (Esp. Elio,4). Al parecer, era de salud frágil, pero también de costumbres extravagantes y llevaba una vida casquivana, hasta el punto de que Adriano se arrepintió de haberlo nombrado sucesor. Providencialmente, al tomar una bebida “con la que consideraba que se iba a curar”, murió de forma repentina. ¿Veneno escondido en una fórmula magistral?  



  1. MUERTE POR ATRAGANTAMIENTO


Aunque sin duda eran frecuentes, como sucede ahora, no hay mucha documentación acerca de las muertes por asfixia debido a un atragantamiento. Los textos nos hablan, eso sí, de algunas anécdotas cargadas de connotaciones.


Por ejemplo, Suetonio cuenta que Druso, el hijo del emperador Claudio, murió siendo todavía niño, ahogado por una pera que lanzaba al aire y recibía en la boca (Suet. Claud.27).  Este comportamiento inconsciente es propio de niños e irresponsables. Recordemos, además, que es hijo de Claudio, personaje que nunca tuvo muy buena prensa en su tiempo, ya que lo consideraban tonto, vulnerable y merecedor de desprecio.


Séneca nos explica otro ejemplo pintoresco. Al reflexionar sobre la voluntad del individuo para escapar de la esclavitud, pone como ejemplo un gladiador germano que, no teniendo ningún arma mejor a mano para suicidarse, decidió tragarse un xylospongium, es decir, una escobilla de váter: “Allí, el palo que, adherido a una esponja, se emplea para limpiar la impureza del cuerpo, lo embutió todo entero en la garganta, con lo que, obstruidas las fauces, se ahogó” (Epist. VIII,70). El filósofo alaba la voluntad de acabar con la propia vida antes que seguir siendo esclavo, aunque reconoce que fue un acto poco limpio, poco fino y poco decoroso.




  1. MUERTE POR CAUSA DESCONOCIDA


Plinio el Viejo, con su espíritu curioso y “casi” científico, nos hace un elenco de muertes inexplicables, repentinas. Curiosamente la mayoría tienen relación con la comida en algún aspecto: el cónsul Aulo Manlio Torcuato murió “mientras pedía un pastel en una cena; el médico Lucio Tucio Vala, mientras bebía vino con miel; Apio Saufeyo, al volver del baño después de haber bebido vino con miel y cuando estaba tomando un huevo; Publio Quincio Escápula, mientras cenaba en casa de Aquilio Galo; el escriba Décimo Saufeyo, mientras almorzaba en su casa” (NH VII,183). Pone como ejemplo de “serenidad ante la muerte” el caso del actor cómico Marco Ofilio Hílaro. El mismo día de su cumpleaños, celebraba un banquete para coronar una representación que había tenido un gran éxito. Avanzada la cena, pidió una taza de caldo y se dedicó a contemplar la máscara teatral que había usado ese mismo día, adornada con su propia corona convivialis. Así se quedó, muerto en plena contemplación. Nadie se dio cuenta hasta que alguien le dijo que se le estaba enfriando el caldo (NH VII,184-185).


Llama la atención que Plinio evite hacer juicios morales sobre estas muertes, describiéndolas sin más y movido por la curiosidad. 


Dejo para la imaginación de cada lector la probable causa de la muerte de cada uno.



Sean felices!