viernes, 16 de mayo de 2025

VESTIRSE PARA CENAR. DRESS CODE EN LOS TRICLINIOS ROMANOS

 


¿Existía una norma de etiqueta para las cenas romanas? ¿Un dress code, un código de vestimenta? Por supuesto. 


Una cena romana es, por encima de todo, un acontecimiento social muy codificado que exige unas normas de protocolo, que afectan tanto a quien invita como a quien es invitado. Los anfitriones son los auténticos protagonistas, los que escogen el menú y los que facilitan una cena espléndida -o no-. Ellos deciden el tono que tendrá el convivium, porque son los responsables de la música, de las flores, de las diversiones, de las novedades gastronómicas, de la lista de invitados, de la cantidad de alcohol prevista… La imagen social del anfitrión se verá reforzada si toma las decisiones correctas. 

Los convidados por su parte tienen que estar a la altura. No basta con haber sido invitado, hay que demostrar que uno es merecedor de esa invitación: perfectos modales en la mesa, conversación interesante, abundantes elogios a anfitriones y gente vip, beber sin pasarse… Lo dicho, todo está codificado, nada es gratuito.

Y eso incluye la vestimenta.


Antes que nada, conviene saber cuatro cosas sobre la indumentaria en general

Para ciudadanos y ciudadanas del mundo romano, el vestido se compone de dos piezas, sin contar, obviamente, la ropa interior. Ambos, hombres y mujeres, llevaban una túnica y un manto. La túnica es la pieza más simple, más básica y más identificativa de la vestimenta romana. En general consiste en dos piezas rectangulares que van cosidas por los lados, dejando espacio para la cabeza y los brazos. Al principio eran sin mangas -en el caso de los caballeros-, siempre eran bastante largas -en el caso de las señoras- y se llevaban con cinturón (cingulum). El material principal era la lana, aunque se podían confeccionar en lino en caso de calores estivales.   

El manto era una pieza también de lana o lino, de forma rectangular, que debía envolverse alrededor del cuerpo. La de los hombres se llamaba pallium y la de las mujeres palla. Básicamente, era una pieza de abrigo que cruzaba los hombros y cubría el cuerpo, más sencillo de utilizar que una toga a base de pliegues. Obviamente si se trataba de un ciudadano romano con estatus, se usaba la toga, que actuaba como un símbolo de categoría social. La toga era incómoda como ella sola pero llevarla era un indicador de respeto, ya que solo estaba permitido vestirla a senadores, magistrados, sacerdotes y otros peces gordos. Justo por eso, cuando no se estaban desempeñando deberes de la vida civil, el ciudadano con derecho a llevar toga se la quitaba y se ponía un pallium. La versión femenina de la toga era la stola, una prenda plisada que llegaba hasta los pies que incorporaba complementos varios como bordados y ceñidores, y que podía ser de colores y materiales diversos.

Completaba la indumentaria el calzado, que o bien eran sandalias (solea) o bien un zapato cerrado de cuero que solo llevaban los patricios (calceus).



¿Qué sucedía con la indumentaria al asistir a un banquete? ¿Cuál era el código de vestimenta en estos casos? 


Pues, para empezar, se abandonaba la toga o el manto y se adoptaba una ropa bastante más cómoda y festiva: la vestis cenatoria o synthesis

Este cambio de ropa literal era una manera de simbolizar que se dejaba aparte el trabajo o las obligaciones civiles y se entraba en la dimensión de la comensalidad, ese ritual romano donde se estrechan lazos y se comparte la vida alrededor de una mesa. Por eso se abandona la toga, el pallium o la stola, ya que son ropa de calle o forensia, representativas de los quehaceres diarios. No tienen lugar en el espacio del banquete, que será un tiempo dedicado al descanso, la buena conversación y la diversión, es decir, al otium.


Al representar el ocio y la desocupación, la vestis cenatoria era un atuendo muy cómodo. Gracias a las fuentes, sabemos que era  una especie de batín, quizá sin mangas, que se llevaba muy holgado sobre la propia túnica con la finalidad de proteger esta de manchas varias y cenar con toda comodidad. 

Como estaba tan identificada con la dimensión personal del otium, esta vestimenta se usaba exclusivamente para estar en casa y sentarse a comer. Al llegar los invitados a la domus, se les ofrecía para que se cambiasen de ropa justo antes de entrar al comedor, como vemos en el Satiricón: “repuestos ya del cansancio, nos vestimos para cenar y nos mandaron pasar a una sala inmediata donde estaban dispuestos tres lechos con el dispositivo completo de un esplendidísimo banquete” (Satyr 21,5). Por cierto, este cambio de ropa afectaba también al calzado: las sandalias de calle se quedan también aparcadas en la entrada, y se cambian por otras más cómodas -o incluso nada-, en un ritual que incluye el lavado de pies por parte de los esclavos y que en los textos aparece con el nombre de ‘soleas deponere’. El calzado se recupera solo cuando termina la cena (‘poscere soleas’, o sea, pedir los zapatos).




Como he dicho, la synthesis se utilizaba solo en el interior de casa y en el contexto de la cena. Sin embargo, existía una excepción: las fiestas de diciembre dedicadas a Saturno, las Saturnalia. Como no eran días hábiles, sino festivos, la toga no era necesaria y se permitía -de manera excepcional- vestir la synthesis o cenatoria para salir por ahí. “Mientras la toga disfruta descansando durante cinco días, estarás en tu derecho de ponerte esta prenda”, leemos en Marcial, donde se identifica la toga con el trabajo ordinario y la synthesis con las Saturnales (XIV,142). Es bastante comprensible si sabemos que las Saturnales eran días de diversión, de locura y de relajación de las normas sociales. Eran días excepcionales en sí mismos. 

De hecho, durante esos días festivos lo que estaba mal visto era llevar la toga por la calle, porque sería un indicador de no entender las normas sociales o no querer seguirlas. Por eso mismo, lo contrario, es decir, llevarla de forma pública en cualquier otro momento del año fuera de las fiestas Saturnales, era una conducta censurable propia de gente irresponsable y cantamañanas. Suetonio, por ejemplo, utiliza esa información para transmitirnos una imagen negativa y depravada del emperador Nerón, quien “se presentó muchas veces en público con trajes de festín, un pañuelo en torno al cuello, sin cinturón y descalzo” (Nero, 51), dato que incorpora a todo un elenco de excesos y defectos, como la falta de aseo personal.




Volviendo a la vestis cenatoria, la verdad es que es difícil saber si constaba de una sola pieza o de más. La palabra ‘cenatoria’ es usada como un plural neutro que bien podría indicar un conjunto de varios elementos: el que cubría la túnica -esa especie de batín-, que era la pieza principal, y alguna otra prenda para cubrirse que podría ser de abrigo o más fresca según la estación del año, como ese pañuelo al cuello que llevaba Nerón (‘circum collum sudario’). La descripción de la indumentaria del emperador que ofrece Suetonio nos revela otros detalles: la vestis cenatoria se llevaba suelta, sin cinturón.

Lo que sí sabemos es que estaban estampadas con alegres colores y que servían para lucirse: ropa cómoda, sí, pero también lujosa. Quien tiene dinero se esfuerza en mostrarlo a base de colores variados y tejidos refinados. 

Así brilla tu arca con innumerables batines”, dice el poeta Marcial de un millonario, quizá refiriéndose al brillo y a los estampados de su colección de cenatoria (II,46). El mismo Marcial, en otro epigrama, se lamenta de que ya no recibe regalos de su amigo Sextiliano porque con ese mismo dinero le ha comprado a su amante una synthesis de color verde claro (X,29). Y en el Satiricón, los protagonistas se encuentran con un esclavo aterrorizado porque ha perdido la ropa de su amo en el balneario. “Me perdió mi ropa de mesa”, dice el afectado, especificando que era de color púrpura de Tiro (Satyr.30,11).


Tener, no una, sino muchas synthesis era señal de poder adquisitivo, de cosmopolitismo, de ir a la moda. Quien solo tenía una o era pobre o tacaño o un paleto. Es lo que le pasa a un tal Lino, un hombre de posibles acostumbrado a la vida barata y poco ajetreada de las ciudades alejadas de la capital. Marcial se ríe de su austeridad provinciana: “Un solo batín te ha durado diez veranos” (IV,66).




No era raro que algunos comensales se cambiasen de synthesis varias veces durante la cena. Este cambio de ropa permitía sentirse cómodo y limpio todo el tiempo, libre de manchas -y olores- de vino, grasa o sudor. Pero sobre todo permitía hacer alarde de recursos exhibiendo continuamente diferentes batines, simplemente por vanidad y por ostentación.

De nuevo el poeta Marcial menciona un tal Zoilo, un nuevo rico que debía de caerle bastante mal, que se cambia compulsivamente de cenatoria para que no se le pegue el sudor: “Once veces te has levantado, Zoilo, en una cena y te has mudado de batín” (V,79). Como Marcial no tiene tanto dinero, comenta irónico que él no se puede dar el lujo de sudar, ya que tampoco se va a poder cambiar. 


Regalar una cenatoria era muy habitual. Para empezar, era bastante fácil que los anfitriones regalasen a los invitados la vestis que les habían ofrecido al inicio de la cena. Pero no solo. 

También podía ser un obsequio de hospitalidad de los que se repartían a suertes al finalizar las sobremesas (conocidos como ‘apophoreta’). Y, cómo no, era un regalo fácil para hacer durante las fiestas Saturnales.


Como se observa, en vestirnos para cenar también seguimos siendo romanos.

Sean felices!


viernes, 2 de mayo de 2025

UNA RECETA DE APICIO: OVA SPONGIA EX LACTE (TORTILLA ESPONJOSA DE LECHE)


Hoy os propongo cocinar una de las recetas más populares del recetario de Apicio: la tortilla esponjosa de leche, perfecta para desayunar. 


Pertenece al libro dedicado al ‘Cocinero suntuoso’ (Polyteles), en concreto al capítulo que recopila postres que se pueden hacer en casa (dulcia domestica), lo mismo que las torrijas, la leche frita, el flan y una especie de yogur o leche agria llamado melca


La receta parece sencilla de hacer, no lleva ingredientes raros y encima es una de las pocas que da las medidas exactas, así que vamos a ello.


Texto original:


Ova spongia ex lacte: 

ova quattuor, lactis heminam, olei unciam in se dissolvis, ita ut unum corpus facias. in patellam subtilem adicies olei modicum, facies ut bulliat, et adicies impensam quam parasti. una parte cum fuerit coctum, in disco vertes, melle perfundis, piper adspargis et inferes. (De re coquinaria VII, 11,8)



Traducción:


Tortilla esponjosa de leche

Bate cuatro huevos, una hemina de leche, una onza de aceite y bate bien hasta que quede bien mezclado. Pon muy poco aceite en una sartén pequeña, y cuando esté caliente, echa el preparado. Cuando esté cocido por una parte, gíralo en un plato, úntalo con miel, espolvorea pimienta y sirve.


Interpretación:


Como he dicho, es de las pocas que presenta cantidades precisas, así que no debería dar demasiados problemas de interpretación. 

Para 4 huevos se necesita una hemina de leche y una onza de aceite. Una hemina  corresponde a medio sextarius, es decir, 0,274 litros. Más o menos, un cuarto de leche. Una onza equivale a 27,4 gr, ya que equivale a  la duodécima parte de una libra. Considerando que una cucharada sopera rasa da para unos 15 gr de aceite, una onza serían dos cucharadas soperas más o menos. 


¿Qué tipo de leche sería la más coherente con el mundo romano? Pues, según Varrón, los alimentos líquidos más nutritivos son, en primer lugar, la leche de oveja y después, la de cabra. Así que esas serían las mejores opciones. Sin embargo, la leche de vaca también sería correcta, aunque las vacas se preferían para el trabajo en el campo. Lo que sí es indiscutible es que se debe usar leche entera, nada de desnatadas.

Por lo que respecta a los huevos, lo más lógico es usar los de gallina, aunque no pasaría nada si utilizáramos huevos de oca o de pato, muy comunes también en el mundo romano. 

Los otros dos ingredientes son la miel y la pimienta. Juntos forman un contraste habitual en la cocina romana y son una explosión de sabor. La miel preferida en el mundo antiguo era la miel griega del monte Himeto, que era de tomillo. Pero nos valdría cualquier miel siempre que sea de calidad y de plantas mediterráneas.

La pimienta debe ser en grano, preferentemente negra, y al usarla debe estar recién molida.


Por otra parte la receta se llama ‘ova spongia’. Eso indica qué resultado debemos conseguir: la esponjosidad. El truco para conseguir un resultado esponjoso es batir mucho mucho la mezcla de los ingredientes. 



TORTILLA ESPONJOSA DE LECHE (OVA SPONGIA EX LACTE)


Ingredientes:


  • 2 huevos de gallina

  • 137 ml de leche (medio vaso más o menos)

  • 13,7 gr de aceite (una cucharada sopera aprox.)

  • miel de tomillo al gusto

  • pimienta negra al gusto


Preparación:


En un bol mezclamos los huevos, la leche y el aceite y batimos muy muy bien. Cuanto más mezclado, más esponjoso resultará.


Calentamos un poco de aceite en una sartén y cuando esté bien caliente echamos la mezcla.


Dejamos que se haga por un lado a fuego medio. 


Cuando se haya hecho por un solo lado, tal como dice la receta, se vuelca en un plato dándole la vuelta. Esta es la operación más compleja, porque se nos puede quedar un poco fea.

Cubrimos de abundante miel y rociamos pimienta recién molida.


Resultado:


Muy buena. La pimienta le aporta un contraste de sabor al dulzor de miel y leche. Es un postre sencillo con el sabor de la cocina de otros tiempos. Fácil y bueno.


Prosit!



Imágenes: @Abemvs_incena



sábado, 22 de febrero de 2025

OXYGALA. CUAJADAS Y YOGURES EN TIEMPOS ROMANOS


Griegos y romanos confeccionaban diferentes productos lácteos que nacieron como sistema de conservación de la leche. El principal fue el queso, uno de los alimentos protagonistas de la culinaria griega y romana. Pero no fue el único: yogures y cuajadas tenían también su rinconcito en la despensa antigua, sobre todo si te los recomendaba el médico. Veamos, pues, cuatro apuntes sobre la oxygala.



Para empezar, conviene recordar que nuestros ancestros desconocían términos como microorganismos, enzimas o lactobacilos, y que no eran capaces de clasificar con claridad los diferentes productos lácteos derivados de cierta coagulación o acidificación de la leche. Para ellos la leche era leche y el queso, queso, pero en el camino de uno a otro se obtenían -espontáneamente o no- otras soluciones que intentan explicar más o menos en sus tratados científicos. Porque sí, estos lácteos aparecen casi siempre en obras científicas como los tratados médicos o los manuales de agricultura y ganadería, donde tratan de comentar su naturaleza y sus efectos sobre la salud. Los autores ni siquiera se ponen de acuerdo en la terminología empleada, y se utilizan diversas palabras para referirse, en general, a los lácteos elaborados a partir de la leche agria o coagulada. Vamos a ello.


El agrónomo Lucio Moderato Columela (s. I dC) recogió en Los trabajos del campo una fórmula para hacer oxygala, una especie de cuajada que se aproxima bastante a un queso fresco tipo requesón. La palabra, oxygala, significa literalmente ‘leche ácida’ y se conseguía dejando reposar la leche bastantes días en un recipiente dotado de un agujero con tapón y retirando progresivamente el suero. Esta leche, que debe ser de oveja, se aromatiza los primeros días con un saquito de hierbas frescas (orégano, hierbabuena, cebolla, cilantro) y los días siguientes con tomillo y orégano secos, y se debe sacar el tapón para eliminar parcialmente el suero a lo largo de unos diez días, pasados los cuales se debe salar y cerrar herméticamente hasta que se vaya a usar (RR XII,8,1-2). Este sistema que, insisto, parece más queso que otra cosa, consiste en una fermentación natural por dejar la leche a temperatura ambiente, a merced de todos los microorganismos del universo, y consigue cuajar la caseína separándola del suero casi del todo. La leche de oveja, al tener un alto contenido en grasa,  es perfecta para esta operación porque también tiene más proteínas coagulables. Vamos, que rinde más. 


Esa misma palabra, oxygala, la emplea Plinio el Viejo en su libro XXVIII, dedicado a usos médicos de productos animales. Nos dice que es un subproducto obtenido al hacer mantequilla, y lo menciona dentro de los alimentos que consumen los bárbaros. A base de batir la leche y echarle agua para que se agríe, se consigue separar la parte coagulada de lo que es el suero. Esta parte ‘flotante’ se retira y se le añade sal (XXVIII,134). Se puede parecer a la cuajada-requesón de Columela, por su ausencia de suero y por contener sal. Una especie de queso fresco. 


De nuevo la palabra oxygala aparece en un manual del médico griego Galeno de Pérgamo (s. II dC) sobre las propiedades de los alimentos (De alimentorum facultatibus 689-693). Su explicación es larga y confusa, centrada sobre todo en consideraciones dietéticas. Para Galeno, la leche agria puede ser un proceso natural o puede confeccionarse coagulando la leche. En todo caso, considera que es un producto frío y rico en humores densos, motivo por el cual no se digiere fácilmente en estómagos de temperamento frío o equilibrado, pero es beneficioso para un sistema digestivo inflamado. Por otra parte, la leche agria induce al cuerpo a producir humores densos y por ello debe tomarse con moderación, pues a la larga provoca cálculos renales. Provoca también dolor de dientes, como otros alimentos ácidos o acerbos. Al margen de todas estas cuestiones dietéticas, Galeno recomienda tomarla bien fría, recubierta de nieve. La textura que debía tener esta leche ácida era bastante espesa, a juzgar por los comentarios del propio Galeno, y tuvo que parecerse a un yogur griego, más o menos.


Mosaico Bizantino, Museo de Estambul.

Esta misma textura cremosa y de sabor ácido la menciona de pasada Plinio en un texto diferente, aunque sin denominarla oxygala. Comenta que los pueblos bárbaros espesan la leche “en un producto de una acidez agradable” (Plin. XI,239) que parece corresponderse con el kéfir o el yogur

Está claro que para Plinio el yogur, lo mismo que la mantequilla, era cosa de bárbaros, que es lo mismo que decir que el producto es de segunda regional, porque no son alimentos civilizados como el queso o el aceite. 

Concretando más, yogures y mantequillas eran cosa de Tracios, que vivían en una amplia región del sudeste de Europa que coincide con las actuales Bulgaria y parte de Grecia y Turquía. Sí, los que se disputan ser la patria inventora del yogur. Y ya en el siglo IV aC, el poeta Anaxándrides se burlaba de los tracios en su comedia Protesilao llamándolos ‘comemantecas’ (boutyrophagoi), detalle recogido por Ateneo (Deipn. 131B).


Oxygala con miel  @Abemvs_incena


Los textos dan información también sobre cómo obtener leche coagulada empleando calor para acelerar el ácido láctico. Galeno de Pérgamo explica que este sistema es perfecto para el calostro, es decir, la leche de animales que acaban de parir, que cuaja rápidamente si se calienta a temperatura muy alta durante un período corto de tiempo. El producto resultante debía tener una textura muy densa, leche pura en estado sólido, y mejoraba sensiblemente si se tomaba con miel, que lo hacía mucho más digestivo. Galeno nos dice que los antiguos poetas llamaban a esta cuajada pyriaston (‘budín de calostro’), pero que en Asia Menor -de donde él procede- la llaman pyriephthon (‘pastelito de calostro’) (Aliment.694)

Cabe decir que la leche de calostro tiene un gran contenido en grasa y una acidez muy elevada, lo que facilita que se coagule si se somete a ebullición. Lo mismo pasa con cualquier leche que haya empezado a acidificar por la acción de los lactobacilos: se vuelve inestable ante el calor, favoreciendo la coagulación.


Existe otro sistema para coagular la leche del que también dan cuenta los textos clásicos: añadiendo un elemento ácido y empleando calor para acelerar el proceso.  En efecto, incorporar a la leche un elemento con un ph ácido favorece una rápida separación del suero y la caseína. 

Para ello se puede emplear ácido láctico, cítrico o acético. Plinio menciona -sin saberlo- el uso del ácido láctico como un sistema más para hacer oxygala, diciendo que esta se obtiene añadiendo leche agria a la fresca para que se corte, y especificando además que es buenísima para el estómago (XXVIII,135). El resultado es lo que ahora se llama el ‘queso’ o ‘quesillo de leche agria’, un producto blando y ácido bastante fácil de hacer y conocido por ser un sistema eficiente para aprovechar la leche pasadilla. 

El otro ácido empleado es el acético, es decir, el vinagre. Galeno explica que se puede cuajar la leche calentándola y rociándola después con oxymel frío, que no es más que vinagre mezclado con miel. (Galen,694). Este mismo sistema lo encontramos en un texto posterior, conocido como Geopónica, que es una compilación de libros sobre agronomía y agricultura. Sin embargo, su autor ha empleado otra palabra: mélka. El procedimiento se explica con bastante detalle: hay que echar vinagre fuerte sobre un recipiente de barro nuevo y calentarlo en un brasero de carbón. Cuando el vinagre empieza a hervir, conviene quitarlo del fuego y añadir la leche (de oveja, en concreto). Solo queda dejar reposar la leche unas horas et voilà! (XVIII,21). 


¿Era lo mismo la mélka que la oxygala? Parece que sí, que es cuestión solo de terminología. El médico bizantino Antimo (s. VI) nos dice que los términos son equivalentes y que ‘oxygala’ es la nomenclatura empleada entre los griegos, mientras que ‘melca’ es la preferida entre los romanos (oxygala vero graece quod latine vocant melca), especificando que se refiere a una leche agria (<id est lac> quod acetaverit) óptima para la gente sana, porque no coagula en el vientre (De Observ.78).



Además de la coagulación láctica, espontánea o con adición de algún ácido, que es la que hemos visto hasta ahora, existía otro sistema: la coagulación enzimática. Esta consiste en la adición de cuajo animal o vegetal, el cual contiene enzimas que transforman las proteínas lácteas, lo cual provoca modificaciones importantes en la caseína. Se obtiene así una pasta -la leche coagulada- que acabará convirtiéndose en queso con la maduración. En los textos se menciona en concreto el uso del látex de la higuera como sistema para coagular una leche previamente calentada. Aparece, por ejemplo, en la Geopónica (XVIII,12), donde se explica la utilidad de remover la leche de oveja con unas ramitas de higuera, lo cual produce una oxygala que se puede mantener tierna sumergida en aceite o envuelta en hojas de terebinto (XVIII,12). O en el tratado del médico Dioscórides. Y también en Plinio el Viejo, pero bajo otro nombre: schíston. Plinio explica que se obtiene hirviendo leche de cabra en una vasija de terracota nueva, y  que se mezcla con ramas frescas de higo y tantos vasos de vino meloso como heminas de leche haya. Una vez frío, se separa el suero de la caseína sin problema. Según Plinio, el término schíston pertenece a la medicina, ya que explica que los médicos lo emplean para englobar a toda suerte de lácteos (XXVIII,126).


Melcae al estilo de Apicio Imagen: @Abemvs_incena

Por último, unos apuntes culinarios para consumir estas cuajadas y requesones. Los textos griegos abundan en referencias sobre un tándem ganador: la ‘rubia miel’ junto con la leche cuajada, que es realmente como se sigue consumiendo. Además del sabor, que combina muy bien, la miel ayudaría a hacer el lácteo más digestivo, o eso se deduce de las recomendaciones de los médicos. Antimo por su parte nos dice que se puede tomar o bien con miel (de nuevo), o bien con aceite de olivas verdes (Anth.78). No olvidemos la recomendación de Galeno sobre tomarlo bien frío, cubierto de nieve. Y Apicio, el gourmet por excelencia de la antigua Roma, nos da una fórmula para la melca: tomarla con pimienta y garum, o bien con sal, aceite y cilantro (VII,XI,9).


Prosit!




Imagen del inicio: Fresco de la Casa de Pinarius Cerialis, MANN.