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fuente pública. Pompeya |
Beber
agua potable es un acto para nosotros muy cotidiano y exento de
esfuerzo: la podemos comprar o la obtenemos del grifo. En la antigua
Roma, como por otra parte en todo el mundo occidental hasta hace bien
pocos años, conseguir agua potable no era tan fácil. Vayamos por
pasos.
En
primer lugar, veamos la procedencia del agua potable. En Roma ésta
podía venir de los pozos, los manantiales naturales y ríos o la
lluvia. En todo caso era siempre un don de los dioses, tanto si
procedía del cielo en forma de lluvia y era Iuppiter Elicius quien
la enviaba, como si brotaba de forma natural del vientre materno de
la tierra, personificada en las ninfas.
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Acueducto. Tarragona. |
Lo
más fácil era proveerse del agua de los manantiales, que era
conducida a todas las ciudades gracias a los acueductos. Vitruvio nos
explica el mecanismo de distribución del agua, una vez llegada a la
ciudad desde el acueducto hasta el depósito de reparto: "En el
aljibe central se colocarán unas cañerías, que llevarán el agua
hacia todos los estanques públicos y hacia todas las fuentes; desde
el segundo aljibe se llevará el agua hacia los baños, que
proporcionarán a la ciudad unos ingresos anuales; desde el tercero,
se dirigirá el agua hacia las casas particulares, procurando que no
falte agua para uso público" (Vitr, 8,6,2).
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Acueducto. Segovia. |
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fuente pública. Herculano. |
Destaca el reparto
en tres ramales, conducido desde unas tuberías de plomo o de barro,
priorizando siempre el agua que se conduce hacia las fuentes
públicas, repartidas a través de todo el trazado urbano. La cruda
realidad es que, quien necesitase agua en casa, debía procurársela
yendo a buscarla a la fuente pública, y esta agua sería necesaria
para cocinar, para lavar, para beber y para ser almacenada.
Seguramente una de las tareas habituales de los esclavos era ir a por
agua a la fuente y transportarla hasta casa, a menudo en una insula,
y seguramente también las condiciones higiénicas de quien debe
racionar este recurso no tan fácil de conseguir no fueran las
mejores. Las fuentes públicas estaban garantizadas, ya que eran
necesarias para la vida de una gran cantidad de personas. En la
ciudad de Pompeya, por ejemplo, se han hallado más de cuarenta
fuentes, situadas en las encrucijadas y las confluencias de calles,
de manera que se calcula que nadie viviría a más de ochenta metros
de una fuente.
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fuente pública. Pompeya. |
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fuente pública. Pompeya. |
Siguiendo
a Vitruvio, vemos que hay una posibilidad de recibir agua en las
casas particulares, lo cual afectaría sólo a una pequeña minoría.
Estos debían pagar "impuestos para el mantenimiento de los
acueductos" (Vitr, 8,6,2). El escritor y político Sexto Julio
Frontino explica en su obra De aqueductibus que el sistema para
conseguir este privilegio era presentar al encargado, el curator
aquarum, un permiso firmado por el emperador.
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piscina en la Casa de Meleagro. Pompeya. |
Las concesiones
particulares estaban reservadas a una pequeña minoría, una elite
que dispondría de fuentes y hasta de baños, aunque Frontino también
habla de funcionarios (aquarii) que se dejaban sobornar, y de
comerciantes y granjeros que robaban el agua pública mediante tubos,
sin ningún escrúpulo. Sin embargo, el permiso del emperador era de
verdad difícil de conseguir y había que estar muy bien conectado
para lograrlo. El poeta Marcial, que tampoco era un cualquiera, creyó
que adulando al emperador Domiciano conseguiría agua corriente en su
finca, en la que había tenido que instalar una bomba para extraer
agua de los pozos (segundo sistema de provisión de agua potable):
"Tengo -y hago votos por que, con tu protección, César, sea
por mucho tiempo- una mínima casa de campo y tengo un pequeño hogar
en la ciudad. Pero un encorvado cigoñal eleva desde un pequeño
valle unas trabajosas aguas para dárselas a mis huertos sedientos;
mi casa, seca, se lamenta de no beneficiarse de agua alguna, siendo
así que el agua Marcia resuena con su caudal vecino mío. El agua
que dieres, Augusto, a mis penates, ésa sería para mí la fuente de
Castalia o la lluvia de Júpiter" (IX, 18).
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fuente en la Casa de la fuente pequeña.
Pompeya. |
Domiciano, que sí
había concedido este privilegio al poeta Estacio, se lo negó a
Marcial. Por cierto que Marcial, agobiado por no tener agua en su
propia casa, la robó de la casa de su amigo Estela, aprovechando una
ausencia de éste, y le sentó bastante mal, por lo que tuvo que
ofrecer el sacrificio de una cerda virgen a la ninfa de la fuente,
para aplacarla: "Ninfa, que te deslizas casera por la clara
fuente de mi Estela y visitas la mansión adornada de piedras
preciosas de tu señor, ora te haya enviado la esposa de Numa desde
las grutas de Diana Trivía, ora vengas como una de las nueve de la
grey de las Camenas, con esta cerda virgen Marco queda liberado de
los votos que te hizo al caer enfermo porque bebió furtivamente de
tus aguas. Tú, aplacada ya de mi pecado, dame sin riesgo los goces
de tu fuente: que la sed me sea saludable" (VI,47). Y es que
Marcial, o había bebido agua sin permiso de la ninfa, o se lo había
prohibido el médico.
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Impluvium y compluvium |
Aparte
del agua de las fuentes y de los pozos, otra de las procedencias del
agua era la de lluvia. Sin embargo, no era precisamente la mejor
opción como agua potable, pues "el agua de lluvia se pudre
rápidamente" (Plin. NH XXXI,34). Esta agua, de por sí de
difícil digestión, con el tiempo se corrompía y directamente se
convertía en agua no potable, por lo que intentaban no recurrir a
ella para beber. El agua de lluvia era recogida en las casas gracias
al impluvium, situado en el atrio, y era conservada en cisternas,
aljibes o vasijas.
Algunas
recetas exigen en su preparación expresamente el agua de lluvia. Es
el caso del hidromiel, o aqua mulsa, mezcla de dos partes de agua de
lluvia y una parte de miel. Recién hecho se llamaba subita o recens,
pero con el tiempo fermentaba y se llamaba inveterata. Con la
fermentación, se convertía en una bebida alcohólica, seguramente
la más antigua de la humanidad. También el recetario de Apicio, De
re coquinaria, menciona una preparación de uvas en agua de lluvia.
La receta implica poner uvas en un recipiente junto con agua de
lluvia hervida, taparlo con yeso y pez y colocarlo donde no le dé el
sol. Curiosamente, recomienda el agua de la conserva "para
darse, en lugar de hidromiel, a los enfermos" (I,12,1), es
decir, como receta apropiada para mejorar la salud.
Fuera
cual fuese el origen del agua, en general recurrían a un sistema de
depuración sencillo: hervirla, ya que ésta podía llevar restos de
arena, insectos y suciedad en general, sin entrar en algas,
bacterias, protozoos o virus. Parece ser que las copas más antiguas
tenían el fondo ancho y plano, lo cual facilitaba que se depositasen
las impurezas que contenía el agua. En algunos lugares el agua era
escasa, por lo que se vendía. "Aquí el agua es tan escasa que
se vende", nos dice Horacio en su mítico viaje de Roma a
Bríndisi (Serm. I,5,88-89). En la misma sátira, el poeta decide
saltarse la cena para no tener que beberse el agua asquerosa: "El
agua, que era detestable, declaró la guerra a mi vientre"
(I,5,6-8). Y, aunque la mayoría de testimonios de enfermedades
digestivas se deben a beber agua helada, también hay que tener
presente que "los médicos consideran que las aguas de las
cisternas son perjudiciales para el intestino y para la garganta"
(Plin. XXXI,34). Es lo que tiene no usar cloro.
Si
de por sí el agua es insípida, hervida ya es la expresión máxima
de la tristeza. Por ello, era normal aderezarla haciendo infusiones,
decocciones y tisanas, para lo que usaban plantas aromáticas,
flores, frutas o cebada tostada. Las tisanas e infusiones son bebidas
calientes que acaban con la sed de forma efectiva.
A veces se
utilizaba el agua caliente para cortar los vinos, incluso se vendía
en las tabernas para este fin bajo el nombre de calda, pero otras
veces se usaba el vino para disimular el sabor o el olor del agua no
demasiado bien conservada, como la de lluvia. Además la
desinfectaba. A menudo se recurría a la mezcla de agua con vinagre,
que recibía el nombre de posca, y era el refresco oficial de los
legionarios romanos, a quienes se les asignaba una ración de vinagre
para mezclar con el agua. No sé si sería muy refrescante, pero
seguro ayudaba a desinfectar el agua de procedencia dudosa. Y es
curiosa la pervivencia de esta doble tradición, la de la posca y la
de la calda, en la costumbre de los monjes de beber agua caliente o
agua caliente con vinagre después de las comidas, recogida en la
Regla del Señor del siglo VI.
Una
vez hervida, el agua se podía beber caliente, como hemos visto, o se
podía enfriar. La mayoría de la gente dejaba enfriar el agua de
manera natural dentro de los recipientes de terracota (buttis) que
enfrían el contenido, como funcionan los botijos. Los ricos, sin
embargo, no se contentaban con esta solución y empezaron a enfriar
el agua, y la comida, y el vino, y lo que fuera, con nieve. Pero eso
será materia del siguiente post.
¡Que interesante! Antes si que se pensaba en todo, poder vivir en una gran ciudad y tener que andar menos de 100 metros para tener agua era todo un lujo.
ResponderEliminarSaludos :)
Un saludo, Marta.
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