jueves, 31 de marzo de 2016

LOS TRICLINIOS, LOS COMEDORES ROMANOS

Stibadium de SS Pietro y Marcelino. Roma.
Por triclinio podemos entender tanto el comedor donde tenían lugar las cenas romanas de una cierta categoría como el lecho o diván en el que se reclinaban los comensales.

Empecemos por la palabra, "triclinio". Procede del griego τρι-, tri-, "tres", y κλίνη, klinē, y significa "tres lechos o tres divanes de tres plazas", puesto que se componía de tres lechos en los que podían comer recostados hasta tres comensales. Por metonimia, acaba denominando el comedor, el lugar donde se come recostado en el triclinio. Por cierto, la palabra es un helenismo que usaban los que se las daban de elegantes para marcar cualquier objeto o estancia que quisieran relacionar con el lujo, lo mismo que oecus o peristylum.

Escena griega de banquete. British Museum.
El uso del triclinio se puede documentar por lo menos desde la época de finales de la República, cuando Roma se hace "dueña" de Grecia y asimila un tipo de vida más dedicado a los placeres. Por otra parte, también la cultura etrusca, muy orientalizada, utilizaba los triclinios en sus banquetes, tal como se puede observar en las pinturas y sarcófagos de las tumbas. Los etruscos utilizaban los banquetes como signo de jerarquía social, igual que hará el pueblo romano, y usaban el triclinio cuando Roma aún los consideraba un pueblo decadente que cometía la indecencia de hacer dos banquetes al día. Así pues, ya sea por la vía etrusca como por la griega, el triclinio o lecho para recostarse a comer tiene su origen en el estilo oriental de hacer banquetes.
Banquete etrusco. Tumba de los Leopardos. Tarquinia.

Así pues, la cultura romana utilizará el triclinio para celebrar banquetes formales, de ceremonia, de etiqueta y de postín. Es de suponer que para las comidas ordinarias se utilizasen las cocinas, o una mesa y unas sillas dispuestas en cualquier lugar de la casa. El comedor formal lo utilizaban para ocasiones especiales, ya fuera por compromiso como para celebrar algo con familiares o amigos. Comer en el triclinio era un acto especial, casi un ritual sagrado, como refleja el hecho de que Catón el Joven (95aC – 46aC), bisnieto de Catón el Censor, tribuno de la plebe y firme opositor a Julio César, decidió cenar sentado "desde el día en que supo la derrota de Farsalia, añadiendo a las demás demostraciones de duelo la de no reclinarse sino para dormir" (Plutarco Cato minor 56).
Tener un triclinio no estaba al alcance de todos. Sin embargo, todo el mundo entendía que era imprescindible para agasajar a unos invitados de forma correcta. En la Fábula de Filemón y Baucis, los humildes y pobres ancianos ofrecen una comida a sus huéspedes, que son dioses disfrazados de mendigos, y para ello "colocan los lechos, de sauce y pobremente cubiertos aun con vestes de fiesta, donde los dioses se tienden" (Ovidio, Metamorfosis VIII, 630 ss). Es decir, improvisan un triclinio. Y hasta era posible reservar un triclinio en un restaurante, si fuera el caso de tener una comida presuntamente formal y no tener sitio en casa. Es el caso del comedor de la Casa de los Castos Amantes de Pompeya .

Un triclinio, pues, se compone de tres lechos o divanes dispuestos en forma de U, rodeando una mesa cuadrada en la que los servidores presentan las viandas y las bebidas. Sin embargo, se puede componer solo de dos lechos, en cuyo caso se denomina biclinio. En época imperial, a finales del siglo II, se pone de moda un solo lecho con forma de media luna rodeando la mesa, que ha pasado de ser cuadrada a redonda. Este lecho se llama sigma o stibadium.


Stibadium. Villa Adriana. Tivoli.
Los lechos podían ser móviles o de obra, por ejemplo de mármol. Si eran móviles, permitían montar un triclinio según conveniencia, como muestran numerosos ejemplos de las fuentes escritas, por ejemplo Varrón: "cuando se ha amueblado un triclinio, si han colocado un lecho desigual a los otros dos (...)" (L.L. 9,9), o en este pasaje de Petronio: "nos llevaron a una sala vecina en la que había tres divanes preparados junto a una mesa espléndidamente servida" (Sat. XXI, 5). Los primeros lechos romanos seguramente serían de madera y, obviamente, no queda rastro de ninguno. Posteriormente se harían de otros materiales más lujosos, como el bronce: "G. Manlio, un vez vencida el Asia, había llevado en su triunfo, que celebró en el año 567 de la ciudad (año 187 aC), triclinios de bronce y mesas" (Plinio, NH 34, 14), o los del emperador Heliogábalo, que parece que eran "de plata maciza" (Lampr. Historia Augusta. Heliog. XXXI). Si eran de obra simplemente determinaban un espacio fijo de la casa destinado a comedor. La gran ventaja es que muchos de estos se han conservado. En cualquier caso, sobre los lechos se colocaban colchones, cojines y colchas con el fin de hacerlos mullidos, cómodos y bonitos. De esta forma, se podía estar recostado sobre el brazo izquierdo y tomar los alimentos con la mano derecha, alimentos que ya venían troceados a la mesa, para simplificar la tarea.


Casa del Criptoportico. Pompeya.
Roma codificó muy bien cómo debía ser una cena servida en un triclinio. Vitruvio en sus Diez libros de Arquitectura especifica el ideal de estos comedores, tanto en sus medidas como en su orientación. Por lo que respecta a las medidas "ideales", Vitruvio recomienda que "la longitud de los triclinios deberá ser el doble de su propia anchura" (De Arch. VI, 3). La orientación de los triclinios estará supeditada a la estación del año y al clima, de manera que "Los triclinios de invierno (...) se orientarán hacia poniente, ya que es preciso aprovechar bien la luz del atardecer". Mientras que los triclinios de primavera y de otoño "se orientarán hacia el este, pues, al estar expuestos directamente hacia la luz del sol que inicia su periplo hacia occidente, se consigue que mantengan una temperatura agradable,". Y los triclinios de verano se orientarán "hacia el norte (...), pues tal orientación no resulta tan calurosa como las otras durante el solsticio (...); por ello, permanecen muy frescas, lo que proporciona un agradable bienestar". (De Arch. VI, 4)

Como acabamos de ver, una casa de gente que tuviese pretensiones tenía también varios triclinios: de verano, de invierno, al aire libre... Ya que servían para marcar el rango social, los comedores se decoraban según las posibilidades económicas del propietario, y según su buen gusto, de manera que se pintaban las paredes, se colocaban mosaicos en el suelo, se llenaba todo de telas, estatuas, fuentes, flores, lámparas, perfumes, vajillas, músicos, esclavos hermosos... Por cierto, si el comedor era de invierno, Vitruvio no recomienda decorarlo demasiado con pinturas delicadas, "ya que se echan a perder por el humo del fuego y por el hollín continuo de las antorchas", y recomienda simplemente "unos rectángulos de negro sobre el zócalo, intercalando unos triángulos de ocre, o bien de bermellón" (De Arch. VII, 4,4).

frescos de la Villa de Livia. Museo Nacional Romano.
El número de personas que debían participar en un convite también estaba establecido. La norma era que el número de comensales no fuera menor que el número de las Gracias (tres) ni mayor que el número de las Musas (nueve) (Aulio Gelio 13, XI, 1-3 y Macrobio Sat. I, 7). Cuando se trata de una "cena recta" se entiende que son nueve personas, como la que menciona Marcial: "He aquí, Clásico, que Mélior te invita a una cena de etiqueta" (II 69). Nueve comensales son también los presentes en la cena de Nasidieno que nos relata Horacio: "El primero era yo (1), y a mi lado Visco Turino (2), y Vario (3) debajo, si no me falla la memoria. Mecenas (4) había llevado como acompañantes a Vibidio (5) y Servilio Baladrón (6), que son su sombra. Nomentano (7) estaba recostado antes que el anfitrión (8) y Porcio (9), el último, era el encargado de hacernos reír y se tragaba los pasteles enteros de un solo bocado" (Horacio, Sat. 2,8).
En las cenas privadas, en cambio, se prefería menos gente. Julio Capitolino recoge el dicho de "septem convivium, novem vero convicium" ("Siete hacen un banquete, nueve montan un desastre") (Lucius Verus, Historia Augusta, 5.1). Siete comensales son los que menciona Marcial en una cena: "Estela, Nepote, Canio, Cerial, Flaco, ¿venís? Mi sigma tiene siete plazas; somos seis, añade a Lupo" (X, 48, 5-6). Ausonio establece en seis el límite antes de que la cena se convierta en tumulto: "He invitado a cinco; en efecto, el banquete justo son seis, contando al anfitrión; si son más, se convierte en alboroto" (Ausonio II, 5, 1-6). Y es que hasta el maestro griego de la gastronomía, Arquestrato, aconsejaba un máximo de cinco comensales para no transformar el triclinio en un sarao (Ateneo, Deipn. I,4e).
Triclinio reconstruido
De hecho, la norma estaba justo para saltársela, como demuestran numerosos ejemplos. Horacio comenta que "a menudo puedes ver que cenan cuatro en cada uno de los tres divanes, y que hay uno que disfruta poniendo verdes, y por todas partes, a todos los otros" (Sat. 1, 4, 86). Macrobio nos explica una cena, en este caso formal, que tuvo lugar entre el 73 y el 69 aC para celebrar una consagración como flamen de Marte, en la que hay "exceso" de personal: "En dos triclinios se recostaron los pontífices, Quinto Catulo (1), Marco Emilio Lépido (2), Décimo Silano (3), Gayo César, (...) rey de los sacrificios (4), Publio Escévola (5), Sexto (...) (6), Quinto Cornelio (7), Publio Volumnio (8), Publio Albinovano (9) y Lucio Julio César (10), el augur que lo consagró; en el tercer triclinio Popilia (11), Perpenia (12), Licinia (13) y Arruncia (14), vírgenes vestales y la esposa de este, la flamínica Publicia (15) y Sempronia (16), su suegra" (Macr. Satur. 2,9). Es decir, en dos triclinios diez hombres y en el otro seis mujeres.
En ocasiones los convites eran multitudinarios, fruto de las obligaciones y el prestigio que requería el patronazgo. Leemos en Marcial una queja: "Aunque tiene casi trescientas mesas, en lugar de mesas tiene sirvientes. Pasan de largo corriendo los platos y vuelan las fuentes. Guardaos para vosotros estos convites, ricachones" (VII, 48)
Pero los romanos se tomaban en serio el convencionalismo de los banquetes, aunque luego se lo saltaran, y promulgaron una serie de leges cibariae contra la gula y el desmadre. La primera de todas fue la ley Orquia el año 181 aC que fijaba el número máximo de asistentes a un banquete privado en ocho personas y hasta obligaba a mantener las puertas abiertas para que se viera que se cumplía la norma. Obviamente no tuvo mucho éxito ni esa ley, ni otras que vendrían después.
Por otra parte, a partir del siglo III-IV la norma cambia y el número de invitados en el stibadium -que desde la época imperial había ido suplantando a los tres divanes- es de doce para un convite privado, de manera que así se puede satisfacer no sólo "a las Musas, sino también a las Gracias" (Macr. Sat. I,7).

Triclinio al aire libre de la Casa del Efebo. Pompeya.
Un banquete es un espacio de representación, un escaparate de la jerarquía social. Además de invitar a las personas adecuadas, o de conseguir que te inviten, de ofrecer platos refinados y sorprendentes, de tener vajilla de plata o de contar con una legión de esclavos, había que disponer de un espacio adecuado para orquestar todo el banquete. Así pues, es importante no solo el tamaño y el número de los comedores, sino todo el aparato de lujo y refinamientos que éste ofreciese. Una buena idea era un comedor al aire libre, en un jardín o terraza junto a fuentes y estatuas, o con unas buenas vistas. Plinio el Joven nos habla de su hacienda de Laurentino, ejemplo de comedor de verano: "un comedor muy bello que se prolonga hacia la playa y que, si alguna vez el mar es empujado por el ábrego, queda bañado ligeramente por las sucesivas batidas del oleaje. En todos los lados tiene puertas y ventanas no más pequeñas que las puertas, y se orienta, así, por los lados y por el frente como a tres mares distintos; por la espalda da al patio interior, al pórtico, al patio pequeño, de nuevo al pórtico, luego al atrio, los bosques y los montes lejanos" (Ep. II, 17). Otra buena idea es echarle imaginación a la hora de traer los platos a la mesa, que pueden llegar flotando en el agua, por ejemplo: "En la cabecera del hipódromo está el stibadium de blanquísimo mármol, cubierto por una pérgola que está sostenida por cuatro columnas de mármol caristio. Debajo del stibadium el agua sale a chorros, casi como expulsado por los que están sentados encima; el agua se recoge en un canal y pasa a rellenar una pila de fino mármol, regulada de modo invisible para que esté siempre llena y nunca se desborde. Las viandas de mayor peso se apoyan en el borde de la pila, mientras que las más ligeras se llevan flotando en barquitos" (Plinio el Joven, Ep. ,6); o a través de una rueda giratoria manejada por un esclavo "que la mueve de tal forma que todas las cosas, tanto de beber como de comer, se ponen al mismo tiempo y se mueven hacia todos los convidados" (Varrón, Rust. III, 5, 9-17). El emplazamiento del comedor puede ser la misma naturaleza, transformada en triclinio improvisado. Plinio el Viejo nos habla de un árbol en Licia horadado por una cueva en cuyo interior el cónsul Licinio Muciano "había comido (...) con dieciocho personas, ofreciendo ampliamente el mismo árbol lechos de follaje, al resguardo de todos los vientos, disfrutando del sonido de la lluvia entre las hojas, y había estado en él más contento que entre el brillo de los mármoles, la variedad de las pinturas y el oro de los techos" (NH XII,9). También es un buen golpe de efecto colocar el triclinio en una pinacoteca o en una despensa para guardar frutas (o aporotheca, que el autor considera más finolis): "Algunos incluso suelen disponer ahí un comedor para cenar. De hecho, si el lujo le ha permitido a algunos que lo hagan en pinacotecas donde el espectáculo se da por el arte, ¿por qué no van a usar lo que la naturaleza da en ordenada belleza de frutos?" (Varrón, Rust. I, 59, 2).
frescos del triclinio de la Casa de los Castos Amantes. Pompeya
Para quedar bien, hay que impresionar a los invitados con varios golpes de efecto. Por ejemplo, utilizando mecanismos en los techos para proporcionar perfumes: "De improviso, (el techo) se abrió, desapareciendo la cúpula, y descendieron hasta nosotros coronas de oro y vasos de alabastro, llenos de perfumes” (Petronio Sat. LX); o flores, como hacía Heliogábalo: “Hacía llover sobre sus convidados por medio de tablillas móviles en el techo tal cantidad de violetas y de flores, que algunos murieron ahogados por no poder desembarazarse de ellas” (Lampr. Historia Augusta. Heliog. XXXI); o ambas cosas, como en el caso del famoso comedor de la Domus Áurea de Nerón: “El techo de los comedores estaba formado por tablillas de marfil movibles, por algunas aberturas de los cuales brotaban flores y perfumes". Y además, una de estas salas "era circular, y giraba noche y día, imitando el movimiento de rotación del mundo”. (Suet. Nerón, 31). Ahí es nada.



Bien, sobre la disposición de los invitados en el triclinio y sobre cómo comportarse en él hablaré en la siguiente entrada. Buen provecho!

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