jueves, 24 de noviembre de 2022

POLYPO. EL PULPO EN LAS MESAS DE LA ANTIGUA ROMA

En las mesas romanas era muy apreciado el pulpo, un molusco escurridizo y fiero sobre el que circulaban no pocas leyendas. Conocido desde muy antiguo, el pulpo se consideraba un animal sagrado en algunas regiones de la Argólida griega, por lo que se castigaba su captura. 

El pulpo es difícil de localizar, pues se esconde entre las rocas y es capaz de camuflarse hasta el punto de que solo la acumulación de conchas vacías de crustáceos devorados revela a los pescadores el paradero de su madriguera. Los pulpos también son carnívoros y de naturaleza agresiva. Su principal enemigo y depredador natural es el congrio, un pez anguiliforme devorador de cefalópodos. Lo mismo pasa con la morena. En ocasiones, el inteligente pulpo recurre a la automutilación de sus tentáculos para liberarse del ataque de su enemigo. Aunque no es el único motivo por el que el pulpo se automutila: según nos dicen los autores clásicos, es capaz de devorarse a sí mismo cuando carece de alimento. La ferocidad del pulpo hace peligrar también la vida de náufragos o buceadores, víctimas fáciles a quienes puede ahogar utilizando el poder succionador de sus ventosas. 

Además, el taimado pulpo puede cambiar de color, camuflándose para engañar a sus víctimas y no ser visto por sus depredadores. Por ello se comparaba el pulpo con la actitud de los cobardes, los aduladores o los oportunistas: “Apropiate la manera de ser del pulpo retorcido, que se muestra semejante a la roca a que está adherido” (Plut. Mor. 978E).


Captura de pulpos. Museo del Bardo. 

Según Clearco, autor de un tratado llamado “Sobre los animales acuáticos”, citado por Ateneo de Náucratis, el pulpo a veces sale del agua y merodea por tierra en busca de alimento. Al parecer, le encantan las aceitunas y también los higos, y no es raro encontrarlo enroscado en las ramas de higueras y olivos que crecen cerca del agua. El mismo Clearco nos indica un sistema para pescar pulpos basado en esta información: “si se coloca una rama de dicha planta en el mar en el que hay pulpos y se espera un poco, se sacan sin fatiga cuantos se quiera abrazados a la rama” (Athen. VII, 317D). 

Plinio el Viejo relata la historia de un pulpo voraz que tenía predilección por las salazones de Carteia, en la provincia romana de la Bética (actual municipio de San Roque, en Cádiz). Este pulpo, que era de un tamaño excepcional, se colaba en las cetáreas y se zampaba el garum sociorum de las piletas, provocando el desconcierto de los guardas de la factoría, que no lograban cazarlo. Finalmente, lo consiguieron con ayuda de los perros, que lo rodearon cuando volvía de regreso por la noche. Plinio narra la cacería de la bestia, enorme y untada de salmuera, que luchaba con sus tentáculos con tanta fuerza que hubo que reducirlo con múltiples arponazos. El cuerpo del animal, que pesaba setecientas libras, fue conservado por su carácter extraordinario (Plin. IX, 93).

Envases para salazones y garum.
Museo Arqueológico de Mazarrón. Fuente: www.regmurcia.com



No es la única anécdota sobre pulpos voraces. Claudio Eliano nos habla de otro ejemplar de dimensiones descomunales que despreciaba el alimento del mar y prefería colarse en las casas de tierra firme a través de las cloacas que conectaban el mar con las aguas residuales de la colonia griega de Dicearquia, en la Campania. Esta bestia tenía predilección por las ánforas de salazón que almacenaban unos mercaderes de Iberia, llenas de pescado en salmuera y garum. Fueron necesarias varias noches y varios hombres armados de hachas y estacas para vencer al astuto pulpo, un auténtico pirata que casi deja sin cargamento a los mercaderes (Eliano Nat. An. XIII,6).



Pulpo. Museo Archeologico Aquileia

Desde un punto de vista nutricional, la dietética de la época consideraba que el pulpo tenía una carne dura y difícil de digerir, por lo que se hacía necesaria una larga cocción. De hecho, Ateneo menciona el caso de Diógenes de Sínope, filósofo de la escuela cínica y amante de la buena mesa, que murió de un ataque estomacal tras haber devorado un pulpo crudo (VIII, 341E). Pero una vez cocido correctamente resultaba muy nutritivo, aunque Galeno advierte de que también proporcionaba al organismo humores crudos y salados. Y era conocido el hecho de que la cabeza de pulpo era sabrosa, pero provocaba pesadillas y “visiones perturbadoras y extrañas” (Plut. Mor. 15B).


Desde el punto de vista culinario, su carne dura hacía necesario golpearlo o majarlo antes del cocinado. Ateneo menciona diferentes veces la pata de pulpo majada y Gripo, el pescador pendenciero que aparece en el Rudens de Plauto, exclama en plena discusión con Tracalión: “¡Atrévete a tocarme! Te dejaré pegado al suelo, tal como acostumbro hacer con los pulpos. ¿Quieres pelear?” (Rudens, 1010).


En palabras de Ateneo, hervido era mucho mejor que asado (I, 5D) y, una vez cocido en cazuela, se cortaba en rodajas (IV, 169D).


Apicio da una única receta de salsa para acompañar el pulpo, una receta cortita, con las explicaciones justas:



SALSA PARA EL PULPO


Pimienta, garum, laserpicio. Preséntalo”. (Ap.IX, V)


Como suele suceder en el famoso recetario, se trata de una salsa adecuada para un pulpo que presuponemos bien cocido previamente, como dice Ateneo. Sus ingredientes son pocos pero, eso sí, de cierta categoría: 


  • La pimienta es la especia exótica por excelencia. Conocida desde el siglo V aC por los griegos, la pimienta costaba un precio altísimo y se podía comprar en el exclusivo mercado de las delicatessen sito en el barrio de la Subura, junto con otras finuras como el incienso y los perfumes. 

  • El garum o liquamen era la salsa de pescado que actuaba como potenciador del sabor. Aunque los griegos ya la conocían desde el siglo V aC, se popularizó en Roma en tiempos de Augusto y Tiberio. De todas las variedades, la más cotizada era la que procedía de las costas del sur de Hispania, justo el sitio donde Plinio sitúa al mítico pulpo que se colaba en las cetariae de Carteia. Era el conocido como garum sociorum

  • El láser o laserpicio era una especia imposible de conseguir en tiempos de Apicio. Procedente de la provincia de la Cirenaica, la actual Libia, el jugo de silfio o raíz de laserpicio se extinguió en el siglo I. El sustituto que encontraron los propios romanos fue otra planta con propiedades similares llamada Assa foetida.


Un plato más propio de las élites bien surtidas de recursos económicos que de unos pescadores de la costa.


Salsa para el pulpo según  Apicio. Versión de @Abemvs_incena

Para acabar, la Medicina de la época advertía de las cualidades afrodisíacas del pulpo, compartidas con el resto de los moluscos. “Los cefalópodos incitan al placer y a las relaciones sexuales, especialmente los pulpos” comenta el médico Diocles en el libro primero de su obra “Sobre la salud” (Ath. VII,316C). Un manjar imprescindible para servir en una cena con intenciones.


Prosit!




sábado, 27 de agosto de 2022

MODELO IDEOLÓGICO Y COMPORTAMIENTO ALIMENTARIO



El mundo clásico otorga una atención extrema a los comportamientos alimentarios, tanto propios como ajenos. Aunque todas las culturas aportan una carga semántica al hecho alimentario, la cultura clásica exalta y prioriza esta dimensión simbólica: la alimentación se convierte en un lenguaje que identifica al individuo y lo define, que se carga de normas y de connotaciones morales. 


Veamos algunas de las claves en el comportamiento alimentario que revelan el modelo ideológico de griegos y romanos.


a. El valor de la convivialidad


El mundo clásico se define a sí mismo como representante de la civilización, por oposición al resto de culturas, que generalmente se consideran bárbaras. Esta ‘superioridad cultural’ tan etnocentrista se verá reflejada, entre otros factores, en el hecho alimentario. Así, el modelo de vida civilizada se expresa especialmente en el acto de comer juntos, que tiene en el banquete la máxima manifestación. Comer juntos es un hecho que trasciende la mera dimensión funcional de nutrición y que adquiere un valor comunicativo. La convivialidad, es decir,  el placer que sienten las personas cuando comparten  la comida, es el elemento principal que diferencia civilización de barbarie. Los pueblos bárbaros comen porque tienen hambre y por tanto solo satisfacen una necesidad del cuerpo. Los pueblos civilizados son capaces de transformar esta necesidad fisiológica en un momento de placer y sociabilidad, de comunicación entre sus componentes, de vida en común. No se limitan a nutrirse sino que desarrollan un auténtico comportamiento alimentario cargado de significados culturales. Estructuran los banquetes en dos partes (una de ellas destinada a compartir el alimento entre iguales, la otra destinada a exaltar la sacralidad del vino) y lo llenan de normas que abarcan todas las dimensiones posibles: cómo se debe mezclar el vino, cuándo se deben hacer las libaciones, cuándo comer sentados y cuándo recostados, qué alimentos son adecuados a cada situación, cómo evitar la embriaguez, cómo honrar a los dioses…. 




b. El valor de la ciudad


Para griegos y romanos el modelo de vida civilizada está íntimamente ligado a la noción de ciudad. Estas culturas no mostraron gran interés por la naturaleza en estado salvaje. En cambio, la ciudad supone una creación humana que les permite separarse de lo bárbaro, y por tanto, completamente adecuada para la civilización. Es en la ciudad donde se compran y venden los alimentos, es en la ciudad donde se consumen, y es en la ciudad donde se producen, ya que se destina una porción del campo -aquella que rodea a la ciudad- para los cultivos. Esa parte, que en el mundo romano se llama ager, es donde se practica la agricultura, otro invento humano. Esa parte es una naturaleza domesticada y por tanto civilizada. El resto de naturaleza no controlada y no explotada - el saltus - no interesa. 




c. Alimentos simbólicos



Los productos emblemáticos de la cultura griega y de la romana son el trigo, la viña y el olivo. No solo se consiguen mediante la agricultura que se practica en el ager, junto a la ciudad y para proveer a la ciudad, sino que sirven para construir tres alimentos que simbolizan por sí mismos la civilización: el pan, el vino y el aceite. Se obtienen cultivando la tierra, dominándola y aplicando las técnicas necesarias para obtener no solo el producto en bruto, sino el producto elaborado. Pan, vino y aceite son construcciones humanas, manipulaciones que se alejan de la propia naturaleza. La clave radica en la intervención activa a la hora de fabricar el alimento, en la construcción artificial. El ingenium desplaza a la natura. Esta será la base de toda la ciencia culinaria posterior, el embrión de la gastronomía.

A este modelo se opone el de los pueblos salvajes, bárbaros, que desconocen la agricultura e incluso el sedentarismo, y se basan en valores culturales y modos de producción diferentes. Explotaban terrenos incultos, se dedicaban a la caza y la recolección de frutos silvestres, criaban animales en los bosques y, sobre todo, no comían pan ni bebían vino: eran, por tanto, salvajes. Estos pueblos se definían por sus elecciones alimentarias: comían carne,  bebían leche y condimentaban con tocino y mantequilla. Todo de origen animal, todo de procedencia salvaje, de la caza, de los bosques. Su cerveza, además, es percibida como un vino corrupto que toman sin moderación, ya que desconocen los rituales del simposio y del consumo del vino. La cerveza no sirve para contactar con los dioses mediante la embriaguez, la cerveza es solo un líquido alcohólico.




d. El ritual del sacrificio


Si la carne es un alimento bárbaro, ¿significa eso que griegos y romanos nunca comían carne? Pues no. Simplemente encontraron un método para evitar el estigma de la barbarie: el ritual del sacrificio. Matar un animal (doméstico, por supuesto) para ofrecerlo a los dioses y posteriormente consumir su carne de manera colectiva es un acto de múltiples significados. Por una parte se establece una conexión entre religión y comida en común, puesto que desde el mismo momento del sacrificio dioses y humanos comparten alimento: a los dioses les corresponden huesos, vísceras y grasa, que ascienden en forma de humo, y a los humanos la carne, que se reparte entre unos comensales que comparten un vínculo social. Con la práctica del sacrificio, el consumo de carne se convierte en un acto cultural: expiación de una falta, ofrenda a los dioses y reparto de la carne entre los miembros del grupo.

El sacrificio se reserva para momentos especiales de la comunidad, y por eso también el consumo de carne debe ser un acontecimiento excepcional, reservado para las fiestas religiosas y los banquetes. Por eso mismo, cuando el consumo de carne en Roma empieza a ser desmesurado, cuando se empieza a potenciar su valor festivo pero no religioso, cuando se desvincula del sacrificio, es cuando aparecerán las críticas de los moralistas, la idealización del pasado y las leyes suntuarias. Convertir en ordinario un hecho extraordinario será una transgresión de las normas cívicas que modificarán el significado cultural de la carne en el contexto romano.




e. Mesura y equilibrio


Uno de los valores supremos de las culturas griega y romana es el de la templanza, la gravitas: el hecho de encontrar un equilibrio justo entre placer y voracidad, entre el ofrecimiento generoso y la ostentación. Los pueblos bárbaros no tienen contención, comen hasta saciarse y beben hasta caer redondos. No conocen las normas a la hora de comer y beber. El modelo ideológico clásico, en cambio, se esfuerza por determinar toda una serie de normas que estipularán qué es correcto y qué no. Y lo correcto vendrá marcado siempre por la mesura, el equilibrio y el autocontrol. De esta manera, se juzgará a los comensales y  a los anfitriones en función de su comportamiento en la mesa, que reflejará sus valores morales. Nadie está libre de esta valoración: los nuevos ricos suelen ser demasiado fastuosos, los malos emperadores comen de forma excesiva, los tacaños se pasan de moderados o comen solos, los filósofos deben alimentarse de gachas, las mujeres disolutas no tienen contención con el vino, los obesos no saben parar de comer…. Mientras que la élite intelectual y los personajes dignos de admiración social se reconocen por disfrutar con alimentos sencillos y producidos en sus tierras,  evitando dilapidar una fortuna en productos lujosos y ofreciendo buena compañía y grata conversación. Son, en pocas palabras, ejemplo de frugalidad.




f. Arte culinaria


El predominio del ingenium sobre la natura marca toda la ciencia culinaria clásica, verdadero embrión de la Gastronomía entendida como concepto actual. No solo pan, vino y aceite son creaciones civilizadas construidas a conciencia. Muchos otros productos parten de la misma base: mejorar lo natural. Pensemos en las conservas de pescado, como el famoso garum, o el foie, conseguido a base de engordar un hígado de ganso a base de higos. Construir platos es un rito de transformación, es algo mágico: es un procedimiento de conversión del estado natural de los alimentos en creaciones culturales. Ateneo de Náucratis lo expresa perfectamente: “entre el cocinero y el poeta no hay diferencia, el arte de uno y otro se basa en la inteligencia” (Ath.I,7F). Estas transformaciones suponen el disfrute en la mesa por dos motivos: el placer sensorial que se percibe en el paladar y el placer intelectual, de reconocimiento de la creación cultural. 

Otro aspecto fundamental es la técnica principal para cocinar: la de cocer los alimentos. Esta preferencia se fundamenta en razones ideológicas: se opone al asado, que es una técnica que se considera más antigua y más primitiva, usada principalmente para las carnes que se reparten tras el ritual del sacrificio. Cocer o hervir el alimento permite una culinaria más refinada: rehidrata el producto que estaba en salazón, reblandece los alimentos para hacerlos más amables al paladar -y las dentaduras estropeadas-, facilita su conservación y ayuda a convertir el plato en algo irreconocible, con ayuda de dos inventos protagonistas en la construcción del sabor: las salsas y el uso de los condimentos. 

Finalmente, el arte culinaria del mundo clásico se caracteriza por su teatralidad, por su puesta en escena, por la presentación, por el juego, por el arte de la imitación. Se trata de un efecto sorpresa buscado expresamente por el anfitrión y por el cocinero para impresionar a sus comensales. ¿Puede haber algo más civilizado que engañar a los sentidos, que deleitarse con un emplatado espectacular, un trampantojo (el famoso plato de pescado salado sin pescado), o un golpe de efecto como los tordos que salen volando cuando abren el vientre de un jabalí en el banquete de Trimalción? 



Comer es siempre un hecho cultural, complejo, comunicativo, ideológico y social. 






Para saber mucho más:


  • Flandrin, Jean-Louis; Montanari, Massimo (eds.) (2004): Historia de la alimentación. Gijón, Trea.

  • Montanari, Massimo (1993): El hambre y la abundancia. Barcelona, Crítica.

lunes, 1 de agosto de 2022

COMER Y MORIR. GULA, VENENO, EMPACHO Y OTRAS TRAGEDIAS EN LA MESA



Los textos clásicos están llenos de anécdotas y noticias de personajes cuyas muertes están relacionadas directamente con la comida, tanto con la ingesta de alimento como con la manera de tomar ese alimento.

Eso sí, los textos clásicos deben leerse considerando que fueron escritos con diferentes intenciones, no solo informativas, y que nos muestran un panorama muy parcial de la sociedad romana (generalmente desde la óptica de la élite masculina).

Así, lo más fácil es encontrarnos con noticias de emperadores y políticos de alta alcurnia, aunque también  poetas, comediógrafos, filósofos y otros intelectuales cuyas muertes son narradas generalmente desde una visión moral, nada inocente. 



Teniendo esto en cuenta, veamos un repaso de personajes que murieron a causa de su (última) comida.


  1. MORIR POR DISPEPSIA (Indigestión)


Una de las principales causas de muerte es la indigestión con complicaciones, generalmente debida a la gula y la falta de contención. Los textos no son nada amables con quien no sabe medir las cantidades y se atiborra de alimentos sin freno. A menudo leemos sobre los síntomas que produce el comer mucho: el vientre hinchado, el rostro descolorido, el paso inseguro, las articulaciones entumecidas … y tanto los tratados médicos como los moralistas insisten en los problemas de salud que implican las comilonas. Algunos ejemplos concretos nos llegan desde el mundo griego: el filósofo Diógenes de Sínope, por ejemplo, murió de un ‘ataque estomacal’ tras haber devorado un pulpo crudo. Aunque Diógenes era uno de los principales representantes de la escuela cínica, parece que también era amante de la buena mesa y cometió el terrible error de comerse el pulpo sin cocinar, incumpliendo con las normas más fundamentales de la dietética de la época: la larga cocción que transforma la carne dura e indigesta del pulpo en comestible (Ath. VIII, 341E). Otro ejemplo es el caso del poeta griego Filóxeno de Citera, famoso autor de ditirambos conocido también por su glotonería. Este autor se zampó un pulpo que medía dos codos (casi un metro) y que había comprado en Siracusa. Tras cocinarlo y comérselo casi entero se puso bastante enfermo y el médico le aconsejó poner sus asuntos en orden, porque de esa noche no pasaba. El autor de ditirambos, consciente del fin, pidió entonces que le llevasen los restos del pulpo que no se había podido terminar (Ath. VIII, 341A-D).



No siempre es el pescado el protagonista de la gula. Leemos en la Historia Augusta que el emperador Antonino Pío murió tras cenar queso de los Alpes que comió ‘con gran ansiedad’ (edisset avidius). Esta comilona le provocó vómitos, fiebre y escalofríos y le causó la muerte tres días después (Capitol. Pius, XII).

La medicina antigua sabía que la comida en exceso, el consumo reiterado de alcohol o la obesidad eran causas de indigestión. Hoy se sabe también que esta se produce por otros motivos: gastritis, úlceras, obstrucción intestinal, diabetes, inflamación del páncreas, cáncer, consumir una dieta pobre en fibra, masticar poco o de forma incorrecta, comer con prisas, la vida sedentaria, la ansiedad y el estrés… Eso sin contar con salmonela, listeria y otras simpáticas bacterias que se alojan sin piedad en el tracto digestivo.


  1. MUERTE POR SÍNCOPE DE HIDROCUCIÓN (Corte de digestión)


Otra de las causas que se escapan de los textos es el síncope de hidrocución, desconocido en el mundo antiguo. Se trata de lo que tradicionalmente se ha llamado “corte de digestión”, debido a bañarse con la barriga muy llena, en pleno trabajo digestivo. Se consideraba una muerte repentina y se atribuía a la glotonería y a la falta de autocontrol. Leemos en Juvenal una crítica a este comportamiento decadente: “el castigo es inmediato cuando te despojas de tu ropa hinchado y paseas hasta los baños el pavo real sin digerir. De ahí las muertes repentinas” (Sat.I,140-146).


Esas muertes ‘repentinas’ en el baño debieron ser frecuentes, ya que la medicina de la Antigüedad consideraba que tomar un baño en realidad ayudaba a bajar las comidas: “Bañémonos en plena digestión e hinchados de tanto comer” leemos en Horacio, por poner un ejemplo (Ep.I,6, 62).




Otra de las causas del corte de digestión se producía al beber agua muy fría, helada. Entre las clases acomodadas estaba de moda enfriar el agua con nieve, la cual se traía de las montañas y se guardaba en unos pozos que conseguían conservarla durante la estación cálida. Está claro que era una señal inequívoca de lujo y ostentación. No todo el mundo tenía la nieve a su alcance. Los médicos desaconsejaban tomar bebidas heladas, pero los elegantes, lejos de hacerles caso, echaban nieve a todo: al agua que bebían, a la que usaban para mezclar los vinos, a la comida… Por si fuera poco, en las mesas de postín se llevaba mucho el contraste entre alimentos bien calientes y bebidas bien frías. No eran raras las molestias abdominales, las diarreas, los dolores de cabeza, las náuseas, las irritaciones de garganta y cierto caos en el sistema circulatorio, en un intento por parte del organismo por equilibrar la temperatura corporal. Así murió el emperador Vespasiano: estando ya enfermo abusó del agua helada, lo que le supuso una descomposición de vientre de tal magnitud que murió a los pocos días (Suet. Vesp.24). 


  1. MUERTE POR ENVENENAMIENTO


El emponzoñamiento de bebidas y comidas está bastante documentado, sobre todo entre las clases altas. Era un sistema relativamente sencillo de usar, limpio y se podía hacer pasar por una muerte natural y ‘repentina’. Para tener éxito en su empeño, la persona que envenena escoge un alimento goloso y delicioso, que baje la guardia de quien se quiere envenenar. 


El emperador Cómodo, por ejemplo, escogió los dulces y sabrosos higos para quitarse de en medio al prefecto del Pretorio Motileno (Lampr. Comm. IX); Nerón eliminó a Británico -posible rival en el futuro- sirviéndole un cochinillo que lo mató en el acto y que Nerón justificó haciéndolo pasar por un ataque de epilepsia (Suet. Nero XXXIII); otro emperador, Vitelio, envenenó con sus propias manos un vaso de agua helada que ofreció a un camarada suyo (Suet. Vitel. XIV); y archifamosa es la muerte de Claudio al comer una seta envenenada (boletum medicatum) que le preparó su esposa Agripina, “sabedora de la enorme afición que sentía por este plato” (Suet. Claud. XLIV). Aunque en otras versiones el veneno se lo proporciona el médico, el catador de comida o la famosa envenenadora Locusta.

En la antigüedad era conocida la toxicidad de las setas, incluso de las comestibles, que se consideraban indigestas y flatulentas. El  médico Galeno explica en De alimentorum facultatibus que hay que tener cuidado especialmente con las amanitas, puesto que pueden causar la muerte. De hecho, se cree que el boletus ofrecido a Claudio fue una amanita, quizá una phalloides, o una muscaria, terroríficamente parecida a la variedad caesaria. O igual simplemente se aderezó con arsénico.



La muerte por ingesta de setas no debía de ser rara. Galeno cuenta también la anécdota de un individuo que comió una buena cantidad de boletos comestibles, pero que no habían sido cocinados de modo apropiado. Y es que, según el tipo de hongo, es necesaria una cocción prolongada para eliminar las toxinas, como pasa por ejemplo con las colmenillas. Galeno explica que al individuo en cuestión le provocaron pesadez, dolor de estómago y problemas para respirar. Y que consiguió salvarse gracias a una poción de vinagre, miel, hisopo y orégano, la cual fue preparada a toda prisa por el resto de comensales, y a la ingesta de bicarbonato de sodio. La mezcla le provocó el vómito y eso le salvó la vida.


No sabemos si fueron setas o no lo que se sirvió en el banquete multitudinario que ofreció el senador Lucius Nonius Asprenas, pero sí sabemos que de resultas murieron 130 comensales. El abogado Casio Severo lo acusó de envenenamiento masivo y se celebró un juicio. Se libró de la condena solo porque era amigo de Augusto.




Otro caso de envenenamiento curioso es el de Lucio Vero, co-emperador junto a Marco Aurelio. Este Lucio Vero tenía bastante mala fama. Se dice de él que circulaba por Roma mezclado entre el populacho, que se rodeaba de actores y que hasta tenía una taberna montada en su casa, donde estaba siempre de fiesta con los amigos. Claro que esta información procede de la Historia Augusta, donde abunda más la ficción que la realidad, y donde los cronistas se esfuerzan mucho por ensuciar su nombre y por exculpar a Marco Aurelio. Está claro que le caía bastante mal a Marco Aurelio, que tenía que compartir gobierno con él. Sobre la muerte de Vero circulaban varias versiones: o bien lo había matado su suegra Faustina con unas ostras salpicadas con veneno, o bien lo había asesinado Marco Aurelio, quien le había ofrecido una tetilla de cerdo (o matriz, según versión) cortada con un cuchillo untado con veneno por uno de sus lados. Por lo que sea -igual porque desaprobaba su conducta licenciosa y le estorbaba en el gobierno-, se atribuyó a Marco Aurelio la autoría de la muerte, pero los autores de la Historia Augusta insisten en que es cosa del rumor popular (HA, Marc.15; Vero 10-11). 

Lo cierto es que Lucio Vero bien pudo morir a causa de la peste antonina, una epidemia de viruela que asoló el imperio romano en el último tercio del siglo II. 


Por cierto, el padre de Vero, Lucio Elio Vero, murió al tomar una bebida presuntamente curativa (Esp. Elio,4). Al parecer, era de salud frágil, pero también de costumbres extravagantes y llevaba una vida casquivana, hasta el punto de que Adriano se arrepintió de haberlo nombrado sucesor. Providencialmente, al tomar una bebida “con la que consideraba que se iba a curar”, murió de forma repentina. ¿Veneno escondido en una fórmula magistral?  



  1. MUERTE POR ATRAGANTAMIENTO


Aunque sin duda eran frecuentes, como sucede ahora, no hay mucha documentación acerca de las muertes por asfixia debido a un atragantamiento. Los textos nos hablan, eso sí, de algunas anécdotas cargadas de connotaciones.


Por ejemplo, Suetonio cuenta que Druso, el hijo del emperador Claudio, murió siendo todavía niño, ahogado por una pera que lanzaba al aire y recibía en la boca (Suet. Claud.27).  Este comportamiento inconsciente es propio de niños e irresponsables. Recordemos, además, que es hijo de Claudio, personaje que nunca tuvo muy buena prensa en su tiempo, ya que lo consideraban tonto, vulnerable y merecedor de desprecio.


Séneca nos explica otro ejemplo pintoresco. Al reflexionar sobre la voluntad del individuo para escapar de la esclavitud, pone como ejemplo un gladiador germano que, no teniendo ningún arma mejor a mano para suicidarse, decidió tragarse un xylospongium, es decir, una escobilla de váter: “Allí, el palo que, adherido a una esponja, se emplea para limpiar la impureza del cuerpo, lo embutió todo entero en la garganta, con lo que, obstruidas las fauces, se ahogó” (Epist. VIII,70). El filósofo alaba la voluntad de acabar con la propia vida antes que seguir siendo esclavo, aunque reconoce que fue un acto poco limpio, poco fino y poco decoroso.




  1. MUERTE POR CAUSA DESCONOCIDA


Plinio el Viejo, con su espíritu curioso y “casi” científico, nos hace un elenco de muertes inexplicables, repentinas. Curiosamente la mayoría tienen relación con la comida en algún aspecto: el cónsul Aulo Manlio Torcuato murió “mientras pedía un pastel en una cena; el médico Lucio Tucio Vala, mientras bebía vino con miel; Apio Saufeyo, al volver del baño después de haber bebido vino con miel y cuando estaba tomando un huevo; Publio Quincio Escápula, mientras cenaba en casa de Aquilio Galo; el escriba Décimo Saufeyo, mientras almorzaba en su casa” (NH VII,183). Pone como ejemplo de “serenidad ante la muerte” el caso del actor cómico Marco Ofilio Hílaro. El mismo día de su cumpleaños, celebraba un banquete para coronar una representación que había tenido un gran éxito. Avanzada la cena, pidió una taza de caldo y se dedicó a contemplar la máscara teatral que había usado ese mismo día, adornada con su propia corona convivialis. Así se quedó, muerto en plena contemplación. Nadie se dio cuenta hasta que alguien le dijo que se le estaba enfriando el caldo (NH VII,184-185).


Llama la atención que Plinio evite hacer juicios morales sobre estas muertes, describiéndolas sin más y movido por la curiosidad. 


Dejo para la imaginación de cada lector la probable causa de la muerte de cada uno.



Sean felices!