sábado, 13 de abril de 2019

LA CENA LIBERA O EL FESTÍN DE LOS GLADIADORES


La cena libera era un banquete ofrecido a los gladiadores, bestiarios y condenados en general que se celebraba la víspera del combate. Las fuentes clásicas nos indican que era una práctica bastante regular, aunque no abundan demasiado en los detalles. Intentaré explicar qué era y qué significaba este curioso ritual.

Los munera gladiatoria eran unos auténticos espectáculos de masas. La gente los adoraba. Era una ocasión para juntarse con los amigos, quejarse de sus problemas y del emperador de turno, encontrar pareja, apostar compulsivamente, comer gratis… y por supuesto disfrutar de los combates. Los munera, que podían durar más de un día, se anunciaban con mucha antelación y se daba detalle de las parejas de gladiadores, de si habría o no ejecuciones, si verían o no animales exóticos en las venationes, si habría músicos o acróbatas, si habría rifas, si habría toldo… Era un espectáculo con mucho éxito. Además, justo unos días antes el editor de los juegos, que era quien lo pagaba y organizaba, distribuía un programa de mano -el libellus munerarius- con todos los detalles que pudieran interesar al público: los nombres de los gladiadores, su procedencia, los combates que habían hecho cada uno y hasta la familia gladiatoria de la que procedían. Con esto se facilitaban las apuestas y se hacía auténtica publicidad de los juegos. Podemos imaginar el entusiasmo que despertaba entre el público la figura del gladiador, que era una auténtica estrella mediática, algo así como nuestros futbolistas actuales.

pintura que representa el anfiteatro de Pompeya
Pues bien, dentro de la estructura de funcionamiento de los munera gladiatoria se daba un ritual que permitía un acercamiento entre el público -deseoso de ver a sus héroes en persona- y los gladiadores: la cena libera. Se trataba de un banquete que pagaba el editor a todos aquellos que tendrían protagonismo en los combates de los días posteriores: gladiadores, bestiarios y condenados a  muerte. Esta cena se celebraba en un lugar público, como el foro, en mesas al aire libre. La gente podía contemplar a los gladiadores -y a las familias de estos, que participaban también de la cena- en vivo y en directo. Les podían hacer regalos, les podían hacer llegar mensajes. Podían ver delante de sus ojos a esos chicos malos tan tan atractivos que volvían locas a las mujeres de toda condición. Los niños podían soñar con ser como ellos, cuando fueran mayores. Y sobre todo podían ver su actitud: si tenían miedo, si se sentían confiados, si lo daban todo por perdido… Podían ver su aspecto y su estado físico, lo cual era muy útil para apostar. A propósito de la actitud, Plutarco explica que los gladiadores griegos, a diferencia de los demás, que son completamente salvajes, “cuando van a saltar a la arena, aunque les ponen por delante muchos alimentos exquisitos, en ese espacio de tiempo encuentran mayor placer en confiar sus mujeres a sus amigos y liberar a sus esclavos, que en dar gusto a su estómago” (Moralia 1099B). El comportamiento en la mesa marca las diferencias.
Así pues, la cena libera actuaba como un mecanismo de publicidad, como un escaparate.

mosaico de los gladiadores. Galleria Borghese, Roma

Sin embargo, estos espectadores solo podían contemplarlos, nunca participar de la cena propiamente dicha. Esto se relaciona con los aspectos sociales de la comensalidad. Compartir la comida y la bebida es un elemento importante para establecer lazos, para crear vínculos. Los que participan de la cena se sienten así como un grupo y como iguales, y se diferencian de los que solo están mirando. Por ello en la cena libera participaban también los familiares de los gladiadores, esposas e hijos, quienes podían vivir en el mismo ludus o no. Todos, gladiadores y familias de cada uno, formaban la familia gladiatoria y compartían lazos muy fuertes de compañerismo. Por otra parte, existen muchas pruebas del alto concepto de la familia que tenían los gladiadores. Hemos visto que algunos de ellos encomendaban a su esposa e hijos a algunos de sus amigos de confianza en caso de muerte. La familia presenciaba los combates del gladiador, lo acompañaba en todos sus viajes y entrenamientos, lo enterraba convenientemente en caso de muerte y perpetuaba su memoria con un epitafio. Familia propia y familia gladiatoria comparten un vínculo social y emocional importante, que se expresa también en compartir esa cena libera que tenía lugar antes del combate.

Este vínculo social y familiar es justamente lo que explica que algunos de los condenados a muerte se negaran a participar de ella. Este es el caso de los cristianos, que se autoexcluyen del grupo cerrado de los gladiadores y se preocupan bastante de que no se les asocie con ellos. Tenemos el caso de Tertuliano, que lo deja muy claro con estas palabras: “No ceno en público en las Liberales, porque es costumbre de bestiarios que toman su última cena” (Apol.42,5). No señor, él cena como conviene a un cristiano. También el caso de las condenadas Perpetua, Felicitas y sus colegas, que deciden convertir la cena libera en un ágape cristiano y, no contentas con ello, deciden hablar al público del juicio de Dios y de lo alegres que iban al martirio lo cual, según el cronista, asombró bastante a todos y hasta consiguió algunas conversiones (Pass. Perp. et Fel. 17).

La cena libera se ha querido explicar también bajo otros significados. Tradicionalmente se había relacionado con algún tipo de premio o compensación por parte del editor. Una especie de última cena de los condenados. Pero esta interpretación presenta algunos problemas, puesto que se trata de última cena solo y exclusivamente para aquellos que han sido condenados a muerte, tal como sugieren las palabras que recoge Pablo de Tarso: “¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!” (Pablo I Cor 15:32). Pero no es una última cena para los gladiadores, que tenían muchas posibilidades de sobrevivir, sobre todo las grandes estrellas, que costaban -y producían- mucho dinero.

venator o bestiarius y leona. Anfiteatro de Mérida.

Las últimas interpretaciones parten del origen funerario de los juegos de gladiadores y de la etnografía comparada. Al parecer, los primeros combates a espada se produjeron en los funerales para aplacar a los muertos. Autores como Tertuliano -sí, el que no cenaba en público en las Liberales- explican que los juegos de gladiadores se celebraban en los funerales porque la sangre humana daba satisfacción a los muertos (De Spectaculis, 12). Después, esta práctica se fue generalizando hasta convertirse en un “deporte”. Pues bien, la etnografía  nos explica que, tal como sucede en otras culturas, la cena libera actúa como un ritual para ennoblecer la sangre de las víctimas, puesto que la sangre de prisioneros, esclavos o personas consideradas infames (caso de los gladiadores) no es adecuada para una ofrenda funeraria. La cena libera sería un ritual para convertir a indeseables en víctimas nobles y libres, en ofrendas dignas.

cebada
¿Qué alimentos se servirían en una cena libera? Imposible saberlo porque los textos no han dejado muchas pistas. Podemos imaginarnos, sin embargo, que serían deliciosos manjares que se podrían consumir sin límite. Las palabras de Plutarco mencionadas antes (“les ponen por delante muchos alimentos exquisitos”) así lo indican. Por otra parte, siendo una cena excepcional lo lógico es que se rompiese la rutina alimentaria en la que vivían. Y es que la comida ordinaria de los gladiadores no era muy variada ni tampoco muy exquisita. La dieta de los gladiadores estaba encaminada a aumentar lo más posible su masa muscular, pues se trataba de dar golpes y de recibirlos. Para aumentar esta masa muscular comían grandes cantidades de cebada, hasta el punto de que se les llamaba así, “comedores de cebada” (qui hordearii vocabantur) (Plinio NH XVIII,14). Esta cebada podía ir aderezada con legumbres, del tipo habas o alubias, y con proteínas como huevos o pescado salado. En algunos casos, y esto dependía de los recursos del lanista, se podía mejorar la dieta incorporando carne, por ejemplo de las venationes. La carne era siempre recomendada por los médicos porque era considerada ideal para fortalecer los músculos, pero no siempre la incorporaban: podía salir carísimo. Esta mezcla cotidiana no era apta para paladares finos, según se desprende de las palabras de Juvenal o de Quintiliano: “la dieta del gladiador, si ciertamente no sabe muy bien, fortalece el cuerpo” (Declam.9,5). Para mantener los huesos fuertes tomaban infusiones de ceniza de madera y de hueso, auténticos complementos nutricionales de calcio: “Es fácil ver a los gladiadores, cuando han combatido, recuperarse con esta bebida” (Plinio NH XXXVI,69). Como vemos, esta dieta estaba dirigida a sacar el máximo partido a sus cuerpos, aumentando su fuerza y su capacidad de resistencia. Además, las cantidades eran considerables, ya que gastaban muchísima energía entre combates y entrenamientos. De ahí que los lanistae optaran por alimentos baratos y muy ricos en carbohidratos, como la cebada y las legumbres.
La cena libera suponía una ocasión para comer otros alimentos, más exóticos, más caros, más variados. Y atiborrarse sin límite, para delicia de los espectadores.

Para acabar, podemos asomarnos a una cena libera en un mosaico procedente de Thysdrus (actual El Djem, en Túnez) y conservado en el Museo del Bardo, conocido como los Toros y el Banquete. En él se observa un grupo de venatores profesionales que están de fiesta en el anfiteatro tras la cena libera, posiblemente observando a los animales a los que se deberán enfrentar al día siguiente. Sobre los cinco juerguistas se leen las palabras fruto de la borrachera, como si fuera un cómic: “¡Nos quitaremos la ropa!”, “¡Hemos venido a beber!”, “¡Estáis hablando demasiado!”, “¡Vamos a divertirnos!”. Frente a ellos, unos servidores junto a unas jarras -presuntamente de vino- les advierten: “¡Silencio! ¡Los toros duermen!”.

mosaico de los toros y el banquete. Museo del Bardo, Túnez

Prosit!

Bibliografía extra:

- Pastor, M. y Pastor, H: "Educación y entrenamiento en el ludus"(http://revistaseug.ugr.es/index.php/florentia/article/view/4006)
Pastor, M: "Munera gladiatoria en Hispania" (https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5805607)

domingo, 31 de marzo de 2019

EL ASÀROTOS OIKOS O ‘SUELO SIN BARRER’

Asaroton Museo Aquileia
El asàrotos oikos es un mosaico que decoraba los comedores romanos y que representa un suelo tras los restos de un banquete, es decir, con detalle de todos los desperdicios que habrían caído en él y que reflejan la abundancia de la celebración. Así, en el asàrotos o asàroton oikos es fácil encontrar representados huesos, espinas, cáscaras de huevo, hojas de vid, cabezas de pescado… y toda suerte de residuos propios de una abundante cena, motivo por el cual recibe este nombre, que significa “suelo sin barrer”.

Según nos cuenta Plinio el Viejo, uno de los primeros en realizar este tipo de mosaicos fue Sosos de Pérgamo, en el siglo II aC. Según Plinio, este autor creó un pavimento “en el que representó en pequeños cubos de colores los restos de un banquete sobre el suelo, y otras cosas que normalmente se barren con la escoba, pareciendo que se han dejado ahí por accidente” (NH XXXVI, 184).
Sabemos que este motivo saltaría a Roma donde se pondría de moda, llenando los suelos de los triclinios de desechos, desperdicios y recuerdos de opulentas cenas.

Asaroton Musei Vaticani

Afortunadamente se han conservado algunos de estos mosaicos. En los Museos Vaticanos podemos ver uno que quizá era copia del de Sosos de Pérgamo. Está firmado por Heraklito y decoraba una villa romana de tiempos de Adriano. En él se representa un suelo con muchísimos desperdicios de comida: se pueden ver restos de frutas, espinas de pescado, caracoles, erizos, huesos de pollo, moluscos, hojas de verduras, avellanas y hasta un ratón royendo una cáscara de nuez. En el Museo del Bardo (Túnez) se halla un fragmento de otro de esos pavimentos; en este caso muestra cáscaras de huevo, pescado, frutas y gambas. En el Museo Arqueológico de Aquileia se halla otro más, en este caso del siglo I aC. De nuevo podemos ver una buena representación de los alimentos que formaban parte de la cena: cabezas y raspas de pescados, calamares, frutas -olivas, manzanas, peras, uvas, castañas, higos- y hojas de vid. Para acabar esta relación de los principales asàrotos oikos conservados, hay un ejemplar fantástico en el Museo del Château de Boudry (Suiza), que muestra toda una escena de banquete: los invitados se hallan colocados sobre un stibadium y están en plena francachela, mientras que los esclavos rellenan las copas, sirven la carne y asisten en todo a los comensales. En el suelo se aprecian los restos de una comida aristocrática: caracoles, conchas de mariscos, pinzas de langosta, cabezas de gambas, patas de pollo, espinas de pescado, hojas de verduras, frutos secos… Todo un festival.

Asaroton Museo del Bardo
Pero más allá de una moda, este tipo de pavimento representa una realidad. En las mesas romanas todo aquel alimento que cayese al suelo durante la comida se debía dejar allí, pues ya no formaba parte de los vivos sino que se convertía en ofrenda para los Manes. Consideraban que lo que caía al suelo entraba en contacto con el mundo subterráneo y por tanto servía para alimentar a los difuntos y las larvae. Recoger lo caído al suelo o barrer bajo la mesa era de pésimo augurio, pues se alteraba el delicado equilibrio entre vivos y muertos. Solo tras la prima mensa se podía barrer, momento en que se hacía una lustración, una purificación del suelo rociándolo con una capa de serrín de madera y azafrán. Es también el momento de hacer una ofrenda a los Lares, una ofrenda en la que participan esos alimentos caídos. Por tanto, el motivo representado en estos pavimentos tiene un significado profundamente simbólico, relacionado con la superstición y la esfera de lo ctónico.
Asaroton Château de Boudry
Sin embargo, el supersticioso o religioso no es el único significado que tiene este tema. La representación de comida en las decoraciones remite al concepto de xénia, que en griego significa “regalos de hospitalidad”. Los pavimentos con el motivo del “suelo sin barrer”, lo mismo que los frescos y naturalezas muertas que decoran las villas con imágenes de alimentos y regalos, tienen como finalidad hacer alusión al lujo, a la hospitalidad y al esplendor del que disfrutarán los invitados. Es un instrumento para promocionarse socialmente, un alarde de riqueza y posición social.

Asaroton Musei Vaticani
Al margen de su significación, el motivo del asàrotos oikos nos aporta información interesante sobre los alimentos que se podían servir en una cena de cierta categoría, tanto en cantidad como en calidad. Abundan los alimentos procedentes del mar -pescados, mariscos y moluscos- así como las carnes -gran abundancia de huesos y patas de pollo o de aves- y las frutas y los frutos secos, sin olvidarnos de los huevos y las verduras. Hemos de imaginar que fueron representados por ser estéticamente aceptables (¿quién se resiste al ver ese ratón adorable royendo una nuez?) pero también por ser una realidad en las cenas, ya que lo que vemos allí coincide con los textos conservados, que son una de las principales fuentes de información.

Por ejemplo, veamos unas palabras de Plinio el Joven en reproche a su amigo Septicio Claro por rechazar una invitación a cenar. Plinio no puede evitar mencionar todo aquello que su amigo se va a perder, y a su vez nos menciona la cena que presuntamente prefiere Septicio Claro:

Se habían preparado por persona un plato de lechuga, tres caracoles, dos huevos, gachas con vino melado y con nieve (...), aceitunas, remolachas, calabazas, cebollas y mil otros manjares no menos suculentos (...) Pero tú has preferido, en casa de no sé quién, ostras, vientres de cerda, erizos de mar y bailarinas de Cádiz” (Plin. Ep. I, 15).

La comparación con los mosaicos está servida.

domingo, 24 de marzo de 2019

UN PLATO DE APICIO: CALABAZAS A LA ALEJANDRINA (CUCURBITAS MORE ALEXANDRINO)

cucurbitas more alexandrino Foto: @Abemvs_incena

El pueblo romano consumía una gran cantidad de hortalizas, entre ellas las de la familia de las cucurbitáceas, como los pepinos, los melones, las sandías, los cohombros o las calabazas, que son las protagonistas de esta receta. Las calabazas eran bastante vulgares, un alimento barato y fácil de conseguir, y bastante insípido además. Sin embargo, Apicio las incluye en su recetario unas once veces, lo cual indica que eran consumidas por todas las clases sociales. Esta receta combina este alimento de la huerta con el refinamiento de Oriente, ya que incluye dátiles, cuya sola mención evoca las tierras de Egipto y la herencia del imperio de Alejandro.

Vamos a ello (seguiremos la receta original, recogida en el libro De Re Coquinaria (Libro III, IV, 3) bajo el nombre CUCURBITAS MORE ALEXANDRINO).

Foto: @Abemvs_incena

Ingredientes:

  • una calabaza mediana
  • sal
  • pimienta
  • asafétida (o bien un diente de ajo)
  • comino
  • cilantro en grano
  • menta fresca
  • dátiles frescos (que no sean caramelizados)
  • piñones
  • miel
  • vinagre
  • garum
  • defrutum (vino dulce)
  • aceite de oliva


Elaboración:

Como sucede en la mayoría de recetas romanas, la primera parte implica la preparación de los alimentos por separado.
En este caso hay que limpiar y cortar la calabaza en trozos pequeños, hervirla con agua y sal, escurrirlas y reservarlas. Conservaremos también un poco del agua de la cocción.

La segunda etapa de casi todas las recetas romanas implica la confección de la salsa, para lo cual se hace imprescindible el mortero, instrumento fundamental en las culinae.
En el mortero haremos una picada de pimienta, comino, cilantro en grano, los piñones y los dátiles.
Aparte, haremos una vinagreta hecha con miel, garum, defrutum y aceite de oliva.

Foto: @Abemvs_incena

La tercera etapa implica ligar todos los ingredientes.
En una cazuela, añadiremos aceite, la picada de especias, piñones y dátiles, la calabaza cocida y un diente de ajo bien picadito (o la asafétida).
A continuación, añadiremos la vinagreta. Podemos poner un poco del agua de la cocción de las calabazas.
Tras esto, echaremos la menta troceada.
Se remueve todo y se deja amalgamar.
Se sirve caliente y bien rociado de pimienta recién molida.

El resultado:

Es un plato bastante extraño para nuestro gusto. Debería ser un entrante, pero es tan dulce que casi parece un postre. La textura es bastante blanda, lo cual lo hace muy adecuado al gusto romano. No destaca ningún ingrediente en particular, ya que se han amalgamado considerablemente. El sabor, entre dulce y picante -gracias a la pimienta- es correcto.
cucurbitas more alexandrino Foto: @Abemvs_incena

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sábado, 16 de marzo de 2019

TRAMPANTOJOS Y OTROS FAKES. EL ARTE DE LA IMITACIÓN EN LA GASTRONOMÍA ROMANA

Provocar la ilusión visual de un alimento que en realidad es otra cosa se llama trampantojo y es una moda que arrasa en la gastronomía actual. Griegos y romanos también practicaron el arte de la imitación y, como ahora, se trataba de una demostración de inteligencia, creatividad y talento.

En ocasiones, los textos nos muestran una clara intención: conseguir confundir totalmente al comensal, incluso no sacarlo de su error inicial y no informarle de este engaño de los sentidos (de hecho, son muy abundantes los textos que terminan con fórmulas del tipo “el comensal no notará nada”). Para nuestra mentalidad actual, este alarde de inteligencia y creatividad puede rozar la estafa. Para ellos, era simplemente un reflejo de su buen hacer, una expresión de su arte.

Veamos unos cuantos ejemplos extraídos de los textos clásicos:

1. Imitación de pescados

Ateneo de Náucratis, escritor griego que vivió a finales del siglo II, nos relata una anécdota en la que Nicomedes, rey de los bitinios, sufre el deseo incontenible de comer anchoas frescas en pleno invierno y estando a doce jornadas de distancia del mar. Sin embargo, su cocinero Sotérides, inteligente y creativo como un poeta, consigue quitarle el antojo de anchoas manipulando sabiamente un nabo cocido: Cogiendo un nabo tierno, lo cortó fino y largo, imitando el aspecto de la propia sardina, lo hirvió, lo roció con aceite poniéndole sal en consonancia, esparció por encima semillas de adormidera negra en número de cuarenta, y en plena Escitia satisfizo su deseo” (Aten.Deipn.I,7E). El genio culinario de Sotérides se refleja en el resultado, pues Nicomedes no dejó de alabar la anchoa que creía que se estaba comiendo.


Apicio, el gourmet responsable del principal recetario conservado de la Antigüedad, nos proporciona hasta tres recetas para imitar el pescado salado (IX,9). Para ello utiliza un ingrediente blando, como es el hígado -de liebre, de cabrito, de cordero o de pollo- al que se le puede dar la forma de pescado en un molde, y se le adereza con pimienta, garum, sal, aceite (IX,9,10); o con otros ingredientes según la receta. Hay que decir que la propia esencia de la culinaria romana favorecía estas trampas, pues se potenciaba bastante el plato muy cocido, muy especiado y con unos ingredientes muy mezclados entre sí, todo para crear un nuevo sabor con la suma de sabores.

El mismo Apicio nos menciona una ya mítica receta para hacer un plato de anchoas sin anchoas (IV,2,12), para lo cual utiliza pescado asado o cocido, que mezcla con huevos batidos y una picada de pimienta, ruda, garum y aceite. A la masa homogénea resultante le añaden unas ortigas de mar y lo cuece a fuego lento. Es revelador el final de la receta: “En la mesa nadie sabrá lo que come”.

Por otra parte, parece que la imitación del pescado salado fue una moda que se consideraba el colmo del refinamiento, aunque quizá no muy bien vista por los filósofos, gente que tenía otras preocupaciones mucho más metafísicas y mucho menos mundanales: “el que sirvió en el Liceo carne preparada como si fuera salazón de pescado fue azotado por excederse malvadamente de refinado” (Ateneo, Deipn. IV,137F). Sin comentarios.

2. Falsificación de vinos

Los vinos con denominación de origen eran muy valorados en la Antigüedad, igual que ahora. Además del Falerno, el Másico, el Sorrentino o el Cécubo, producidos en la misma Italia, gozaban de gran prestigio los vinos griegos, que les llevaban ventaja a los romanos en los secretos de la composición y la tipología de aditivos: salmuera, aceites, perfume, especias, resinas...
Uno de estos vinos griegos era el vino de Cos, famoso por su tratamiento a base de agua de mar. Sin embargo, Catón el Censor, cónsul y defensor de las costumbres ancestrales de la ‘auténtica’ Roma, nos proporciona una receta para falsificar este vino, de manera que uno no tenga que pasar por la molestia de tener que adquirirlo a los comerciantes de dicha isla: “Para fabricar vino de Cos, hay que tomar agua en alta mar setenta días antes de la vendimia. El mar debe estar tranquilo y sin que haya viento.” La receta aparece con instrucciones muy precisas para conseguir un vino auténticamente falso (Catón, Agr. 106 y 112).


Otras trampas y falsificaciones aparecen en el recetario de Apicio, como la receta de vino de rosas sin rosas, a base de mosto que se echa en un barril durante cuarenta días con hojas verdes de limonero y un toque final de miel (I,3,2); o la receta para convertir en blanco el vino tinto: “Echar en una botella harina de haba, o bien la clara de tres huevos, y agitar durante mucho tiempo: al día siguiente el vino será blanco” (I,5). Como se ve, Apicio ya utilizó el método de la clarificación del vino mediante la albúmina de huevo, método que se usa todavía hoy para evitar que los vinos se vean turbios. Por lo que respecta a la harina de habas (o lomentum), era un sistema ya conocido por los griegos y que menciona también Paladio (Op. Agr. XI,14). Por cierto, el lomentum decolora el vino pero no lo aclara del todo.

3. Invención de aceites DOP

El aceite de oliva es uno de los productos emblemáticos de la civilización grecolatina y era muy apreciado por sus múltiples usos: en la medicina, en la higiene, en la iluminación, en la cosmética y en la cocina. Como los vinos, algunos aceites eran muy valorados por su procedencia. Uno de ellos era el aceite de Liburnia, territorio situado al sur de Istria, en la actual Croacia. Las fuentes escritas revelan varias propuestas para falsificar este aceite. Por ejemplo, en la Geopónica, utilizando aceite onfacino (es decir, el obtenido de aceitunas sin madurar), al que se le añade helenio seco, hojas de laurel, juncia seca y sal pulverizada y tostada. Solo se necesitan unos días para que se asiente la mezcla y ya tenemos nuestro aceite DOP de Liburnia fake (Geop. IX,27,1).
También Apicio propone una fórmula, en este caso usando aceite de Hispania, al que se añade helenio, hojas frescas de chufa, laurel y sal pulverizada. Se deja reposar unos días y “todos creerán que es aceite de Liburnia” (I,IV).
El mismo autor de la Geopónica, Casiano Baso, da otras fórmulas para falsificar el aceite de Hispania, también muy valorado, lo cual se consigue empleando jugo de hojas tiernas de olivo machacadas, que le aportarían un característico sabor fuerte y aromático. (Geop. IX,26).

4. El menú y la mímesis culinaria

Otros textos nos hablan de la imitación de un menú entero, de la reproducción de la comida en otro material, o del virtuosismo de algún cocinero con algún ingrediente en particular.

En la cena de Nasidieno, Fundanio deja caer que los alimentos no son lo que parecen: “En cuanto a la turba restante -nosotros, quiero decir- cenamos aves, moluscos y pescados que escondían un sabor muy distinto del conocido” (Horacio, Serm.II,8,27-30).

Marcial nos habla de un tal Cecilio, al que califica de “Atreo de las calabazas”, capaz de dar gato por liebre con ese solo ingrediente: “Uno las comerá ya en los entremeses, las servirán de primer plato y de segundo, y te las volverán a poner de tercero, y luego al acabar las prepararán de postre” (Mart. XI,31). El tal Cecilio, que solo gastará en tantos platos “una moneda y no más”, construye con ese alimento blando y versátil revueltos, lentejas, habas, champiñones, salchichas, cola de atún, anchoas y hasta hojaldres y golosinas.
No es el único.


El cocinero responsable de uno de los servicios de la famosa cena del Satiricón ha ‘construído’ todos los platos con carne de cerdo. Es tan competente que lo llaman Dédalo y, según Trimalción, “de una vulva te hará un pez, de un poco de tocino te hará un palomo, de un jamón te hará una tórtola, de un anca te hará una gallina” (Sat. LXX). Hay que decir que, pese al talento del cocinero, el resultado es bastante dudoso, puesto que Encolpio y sus amigos miran lo que está sobre la mesa (una oca cebada, con peces y aves de todo tipo a su alrededor) con bastante recelo y no poco repelús, y el protagonista comenta que “no lo hubiéramos tocado aunque nos muriéramos de hambre” (Sat. LXIX). De hecho, antes de que Trimalción revele la clave del misterio el narrador se teme que lo que se ve sobre la mesa esté hecho con barro o con algo peor, y hace una referencia curiosa: “En Roma, con motivo de unas Saturnales, he visto representar todo un banquete de esta forma”, esto es, de arcilla (Sat. LXIX).

La Historia Augusta también nos da ejemplos de reproducciones de platos utilizando materiales no comestibles. Allí leemos que el emperador Heliogábalo era capaz de presentar los alimentos en efigie a sus parásitos solo para humillarlos: “Al segundo plato, ofrecía a sus parásitos comida, unas veces en cera, otras en madera, otras en marfil, en alguna ocasión en barro y algunas veces incluso en mármol o piedra, con el fin de que pudieran contemplar, en distinta materia, todos los alimentos que él comía” (Lampr.Elagab.25,9). Aunque seguramente la anécdota sea exagerada, sí revela la existencia de esta práctica.


Para acabar, citemos las palabras de Ateneo de Náucratis a propósito del trampantojo de anchoas frescas que sirvieron a Nicomedes, rey de los bitinios, y que resume lo que significa la mímesis culinaria, al margen de algunos resultados dudosos:
En nada difiere el cocinero del poeta, pues la inteligencia es el arte de cada uno de ellos”.
(Deipn.Libro I,7F)

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