lunes, 9 de mayo de 2016

CÓMO COMER EN EL TRICLINIO: MANUAL DE URBANIDAD

Triclinio de la Casa dels Dofins (Badalona) Foto: @Abemvs_incena
Comer en el triclinio es todo un arte. No basta con encaramarte al lectus y esperar a que los esclavos te traigan los platos. Hay que conocer todas las reglas para no parecer un paleto y ser objeto de crueles burlas. Y es que un convivium es un acto social muy codificado. Vayamos por partes y analicemos todas las claves para triunfar en el triclinio.

Comencemos por la hora de llegada. Nadie en su sano juicio celebraría una cena como ahora, a las tantas. En la época romana las cenas empezaban hacia la hora octava en invierno o la hora nona en verano, es decir, las 14 o las 15 horas actuales respectivamente. Pero antes se suele hacer una visita a las termas, ya que un baño purificador separaba el tiempo de negocio del tiempo de ocio. El baño es un rito además de una necesidad. Leemos en Marcial: "Podrás estar al tanto de la hora octava; nos bañaremos juntos: ya sabes qué cerca están de mi casa los baños de Estéfano" (XI, 52).

De casa hay que salir con dos elementos, ya que no se les puede llamar cosas. Uno es la servilleta (mappa), que sirve para lo obvio, limpiarse manos y boca, pero también para limpiarse la nariz, secarse el sudor... y envolver porciones de comida sobrantes o regalos que haga el anfitrión.
Es un linteum multiusos. Eso sí, hay que obrar con elegancia, o se puede ser presa de las críticas, como hace Marcial con un tal Ceciliano: "Abarres a diestro y siniestro cuanto se pone a la mesa: la teta de cerda y las costillas de cerdo; un francolín para dos, medio salmonete y una lubina entera, un filete de morena y un muslo de pollo, y un pichón goteando su propia salsa. Una vez envuelto todo esto en una servilleta que escurre, lo entregas a tu siervo para que lo lleve a casa" (II,37). El otro elemento imprescindible con el que hay que salir de casa es con el esclavo personal, el servus ad pedes, que le asistirá en todo momento durante el banquete, por lo que permanecerá siempre a su lado y de pie. Este esclavo es muy útil para recoger sobras y regalos, mantener en pie al amo mareado, ayudar en el alivio de estómagos y vejigas...

Si se trata de una cena mínimamente formal, lo mejor es vestir ropa de etiqueta, es decir, la vestis cenatoria, una toga ligera de muselina, generalmente blanca, que seguramente será cambiada varias veces a lo largo de la cena por razones higiénicas. Ahora bien, la convención dicta que la cenatoria, que también se llama synthesis, solo se puede llevar dentro de casa o en los banquetes, excepto durante las Saturnales, donde todo vale. Es importante no hacerse un lío porque está muy muy mal visto llevar la cenatoria por ahí cuando no son las Saturnales, y al contrario, no vestirse de gala durante esas fechas o durante un banquete de cierto postín. Así pues, nuestro anfitrión seguramente nos ofrecerá una o varias synthesis, para que nos cambiemos y nos mantengamos limpios y sin manchas. Marcial menciona un tal Zoilo que se cambió once veces durante la cena: "Once veces te has levantado, Zoilo, en una cena y te has mudado de batín once veces, no fuera que se te pegara el sudor retenido por tu vestido empapado" (V,79).

Bien, ya hemos llegado a la casa del anfitrión. Es importante aquí no sorprenderse de los detalles a los que no estaríamos acostumbrados. Por ejemplo, aunque nos hayamos bañado, un esclavo nos quitará nuestro calzado y nos lavará los pies, ritual muy normal si tenemos en cuenta que el calzado es abierto y el suelo de las calles está tirando a sucio. La cuestión es que esclavos especializados cambiarán las sandalias habituales por otras mucho más ligeras y cómodas. También será este el momento en que le recogerán la toga y le proporcionarán la cenatoria, le lavarán las manos y le perfumarán. Al triclinio hay que subir estando muy cómodo. Petronio nos revela esta escena: "Cuando por fin nos colocamos ante la mesa, unos siervos egipcios nos vertieron en las manos agua de nieve, al tiempo que otros nos lavaban los pies y, con admirable destreza, nos limpiaban las uñas, acompañándose de canciones" (Satyr.31).

El triclinio, ese mueble de tres lechos con capacidad para tres personas cada uno, tiene también sus propias normas a la hora de situar a los comensales. Nada de "aquí mismo me tumbo yo". Su anfitrión sabrá dónde debe colocarse por su posición social o su cercanía familiar y, si observa que lo sitúan en un sitio inferior, proteste enérgicamente.
Foto: @Abemvs_incena


Intentaré explicarlo de forma sencilla. Los tres lechos del triclinio, de derecha a izquierda, se llaman summus, medius e imus. Como cada uno puede albergar tres comensales, los tres puestos en cada lecho se llaman igual, summus, medius e imus. Huelga decir que cada puesto está separado claramente por cojines y almohadones. Bien, el lecho de más categoría es el lectus medius y, en cada lecho, la posición de más nivel era la del medius, y después la del summus. Sin embargo, si en el convite había un invitado de honor, como un magistrado o un cónsul, ocupaba el locus consularis, que era el lugar de la izquierda del lecho central. Esa posición permitía un fácil acceso si venían a traerle algún mensaje o si tenía que firmar algún documento. Además está junto al lugar que normalmente ocupa el dueño de la casa, que es el puesto de la derecha del tercer lecho. Desde ahí percibe perfectamente a todos los comensales y controla los movimientos del servicio.


El anfitrión puede dejar muy claro al invitado su preferencia o su desprecio situándolo en el triclinio, o dejándolo fuera, como a los parásitos, que suelen comer sentados en un escabel, igual que los niños o los adolescentes que aún no tienen la toga viril, o los esclavos. Por ello mismo es recomendable también llegar puntual, ya que si uno llega cuando ya están ocupados todos los lugares, por ejemplo con amigos que se ha traído por su cuenta algún convidado, toca sentarse en una silla o escabel (subsellium), cerca de la mesa pero fuera del triclinio. Leemos en Plauto: "cuando tenemos que sentarnos en los taburetes que no aquí en los divanes" (Stich. 703). Es cierto que Ovidio recomienda en su Ars amandi llegar siempre un poco tarde, pero su recomendación es básicamente para mujeres que buscan ligue: "Acude allí tarde y no hagas ostentación de tus gracias hasta que se enciendan las antorchas: el esperar favorece a Venus y la demora es una gran seducción. Si eres fea, parecerás hermosa a los que están ebrios y la noche velará en las sombras tus defectos" (3, 751). La cuestión es que era imperdonable llegar tarde: "Por haber llegado hasta el primer miliario a la hora décima -las tres o las cuatro de la tarde-, se me acusa de un delito de perezosa lentitud" (Marcial XI,79). Pero tampoco había que llegar demasiado pronto: "Todavía no te anuncia tu siervo la hora quinta -las diez u once de la mañana- y tú ya me vienes a cenar, Ceciliano (...) Corre, date prisa, Calisto, y haz volver a los camareros sin bañarse; que se tiendan los divanes: Ceciliano, siéntate. Me pides agua caliente: aún no me ha llegado la fría. La cocina, cerrada, está helada, todavía el fogón sin leña. Mejor te vienes de mañana; pues, ¿por qué retrasarse hasta la hora quinta? Para desayunar, Ceciliano, llegas tarde" (Marcial, VIII, 67).

Una vez nos hemos ubicado en nuesto locus dentro del lectus, sea el que sea, nos toca saber comportarnos. Comer en el triclinio no debe ser fácil. Hay que permanecer tumbado, apoyándose sobre el brazo izquierdo, que descansa sobre almohadones, y sosteniendo el plato con la mano de ese mismo brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha se cogerán las viandas con la punta de los dedos pero también, según el plato que se sirva, se puede usar una cuchara o un cuchillo. No cometa la incorrección de pedir un tenedor, que no tendrán. Los esclavos servirán la comida ya en pequeños trozos para cogerlos con la mano, que es lo más elegante: "Toma los manjares con la punta de los dedos -hay también elegancia en la manera de comer- y no embadurnes toda la cara con las manos manchadas" (Ovidio, Ars amandi, III, 746-768). Por cierto, si es usted zurdo o zurda, no vale cambiar de brazo: se recostará sí o sí sobre el brazo izquierdo y cogerá los alimentos con la mano derecha, como todos.

Parece que la posición tumbada para comer permite ingerir una mayor cantidad de comida, tanto sólida como líquida, y además tiene la ventaja de permitir al comensal quedarse dormido un rato. Esta costumbre parece que no era rara en la antigüedad. Sin embargo, deja al comensal a merced de lo que le quieran hacer. Por ejemplo, al mismísmo emperador Claudio, que se hinchaba de comer y de beber, cuando se dormía aprovechaban para dispararle "huesos de aceitunas y de dátiles (...) Solían ponerle en las manos sandalias cuando roncaba, para que al despertar bruscamente, se frotase la cara con ellas" (Suet. VIII). Y si el comensal es mujer y se duerme, la cosa puede empeorar: "Tampoco es nada seguro sucumbir al sueño en la mesa: durante el sueño suele atentarse de muchas maneras contra vuestro pudor" (Ars amandi 767 y ss.). Esta recomendación que hace Ovidio a las mujeres, junto con la de no beber demasiado, refleja la imagen que el mundo romano tiene de las mujeres, que deben ser siempre virtuosas, por lo que su comportamiento está siempre vigilado y se le exige una corrección estricta desde el punto de vista moral. Por ello la virtud y el decoro de la mujer se verán siempre cuestionados y comprometidos en las cenas.

Comer en el triclinio no debía de ser del todo agradable si uno era sensible a los
olores fuertes. Sobre todo si se trata de un comedor de invierno, cerrado, hay que imaginar olores fuertes procedentes de las cocinas. Séneca da a entender que Roma entera estaba invadida por este mal olor: "Tan pronto como hube abandonado la atmósfera pesada de la ciudad y el típico olor de las cocinas humeantes que, puestas en acción, difunden con el polvo todos los vapores pestilentes que han absorbido, experimenté enseguida que mi estado de salud había mejorado" (Ep. XVII-XVIII,104,6). A este aroma habría que unirle el de los propios platos y sus preparaciones finales en parrillas en la misma sala el triclinio. No olvidemos tampoco los olores corporales de los diversos comensales, de muy diversa índole. Estos olores orgánicos, hacia el final del banquete tenían que provocar una peste intolerable. Por ello, y aunque algunos emperadores, como Claudio, se plantearon idear "un edicto para permitir eructar y ventosear en la mesa" (Suet. XXXII), lo que de verdad es elegante es aguantarse, lo mismo que hoy en día. Si usted da rienda suelta a su sistema digestivo, lo considerarán un marrano y un maleducado, igual que Trimalción: "Perdonadme, amigos, hace ya muchos días que el vientre no me responde, y los médicos no se aclaran (...) De modo que si alguno de vosotros quiere hacer sus cosas, no tiene por qué avergonzarse. Yo creo que no hay mayor tormento que aguantarse las ganas" (Petronio, Satyr.47).
La manera de compensar el mal olor en el triclinio era llenarlo todo de flores y quemadores de perfumes. No sé si arreglaban algo o lo empeoraban más.

Por último, en la mesa no debemos parecer novatos, sino que nos tenemos que desenvolver con soltura dentro del código de urbanidad. Luciano de Samosata narra la anécdota de un filósofo que asiste al banquete de un rico sin estar acostumbrado, por lo que queda patente su torpeza. No permita que esto le pase: "crees que estás en el palacio de Júpiter, te admiras de todo, levantas sin cesar la cabeza, te sorprende todo, todo te resulta desconocido; entre tanto los esclavos no te quitan los ojos de encima, y cada uno de los comensales espía tus acciones. Advierten tu asombro, se ríen de tu aturdimiento, y deducen que no has comido nunca en casa de un rico, porque el uso de la servilleta te resulta insólito. Ellos disfrutan al ver tu perplejidad, por el sudor que te viene a la cara. Te mueres de sed, pero no te atreves a pedir bebida por no parecer amigo del vino. Aunque sirvan a la mesa muchos platos y por su orden, no sabes de cuál echar mano ni cuál es el primero ni cuál el postre; te contentas con mirar de reojo a tu vecino, tomarlo como modelo y aprender de él (...) Después de esto, llega el momento de los brindis. El dueño pide una gran copa, te saluda llamándote su maestro u otro título semejante. Tú recibes la copa, pero no sabes qué respuesta dar. Con ello te ganas la reputación de rústico y grosero" (Diálogo IX)

Bien, ha llegado con buen fin a la comissatio. A partir de ahora, los brindis, la buena conversación, las bromas y las risas. A disfrutar!



jueves, 31 de marzo de 2016

LOS TRICLINIOS, LOS COMEDORES ROMANOS

Stibadium de SS Pietro y Marcelino. Roma.
Por triclinio podemos entender tanto el comedor donde tenían lugar las cenas romanas de una cierta categoría como el lecho o diván en el que se reclinaban los comensales.

Empecemos por la palabra, "triclinio". Procede del griego τρι-, tri-, "tres", y κλίνη, klinē, y significa "tres lechos o tres divanes de tres plazas", puesto que se componía de tres lechos en los que podían comer recostados hasta tres comensales. Por metonimia, acaba denominando el comedor, el lugar donde se come recostado en el triclinio. Por cierto, la palabra es un helenismo que usaban los que se las daban de elegantes para marcar cualquier objeto o estancia que quisieran relacionar con el lujo, lo mismo que oecus o peristylum.

Escena griega de banquete. British Museum.
El uso del triclinio se puede documentar por lo menos desde la época de finales de la República, cuando Roma se hace "dueña" de Grecia y asimila un tipo de vida más dedicado a los placeres. Por otra parte, también la cultura etrusca, muy orientalizada, utilizaba los triclinios en sus banquetes, tal como se puede observar en las pinturas y sarcófagos de las tumbas. Los etruscos utilizaban los banquetes como signo de jerarquía social, igual que hará el pueblo romano, y usaban el triclinio cuando Roma aún los consideraba un pueblo decadente que cometía la indecencia de hacer dos banquetes al día. Así pues, ya sea por la vía etrusca como por la griega, el triclinio o lecho para recostarse a comer tiene su origen en el estilo oriental de hacer banquetes.
Banquete etrusco. Tumba de los Leopardos. Tarquinia.

Así pues, la cultura romana utilizará el triclinio para celebrar banquetes formales, de ceremonia, de etiqueta y de postín. Es de suponer que para las comidas ordinarias se utilizasen las cocinas, o una mesa y unas sillas dispuestas en cualquier lugar de la casa. El comedor formal lo utilizaban para ocasiones especiales, ya fuera por compromiso como para celebrar algo con familiares o amigos. Comer en el triclinio era un acto especial, casi un ritual sagrado, como refleja el hecho de que Catón el Joven (95aC – 46aC), bisnieto de Catón el Censor, tribuno de la plebe y firme opositor a Julio César, decidió cenar sentado "desde el día en que supo la derrota de Farsalia, añadiendo a las demás demostraciones de duelo la de no reclinarse sino para dormir" (Plutarco Cato minor 56).
Tener un triclinio no estaba al alcance de todos. Sin embargo, todo el mundo entendía que era imprescindible para agasajar a unos invitados de forma correcta. En la Fábula de Filemón y Baucis, los humildes y pobres ancianos ofrecen una comida a sus huéspedes, que son dioses disfrazados de mendigos, y para ello "colocan los lechos, de sauce y pobremente cubiertos aun con vestes de fiesta, donde los dioses se tienden" (Ovidio, Metamorfosis VIII, 630 ss). Es decir, improvisan un triclinio. Y hasta era posible reservar un triclinio en un restaurante, si fuera el caso de tener una comida presuntamente formal y no tener sitio en casa. Es el caso del comedor de la Casa de los Castos Amantes de Pompeya .

Un triclinio, pues, se compone de tres lechos o divanes dispuestos en forma de U, rodeando una mesa cuadrada en la que los servidores presentan las viandas y las bebidas. Sin embargo, se puede componer solo de dos lechos, en cuyo caso se denomina biclinio. En época imperial, a finales del siglo II, se pone de moda un solo lecho con forma de media luna rodeando la mesa, que ha pasado de ser cuadrada a redonda. Este lecho se llama sigma o stibadium.


Stibadium. Villa Adriana. Tivoli.
Los lechos podían ser móviles o de obra, por ejemplo de mármol. Si eran móviles, permitían montar un triclinio según conveniencia, como muestran numerosos ejemplos de las fuentes escritas, por ejemplo Varrón: "cuando se ha amueblado un triclinio, si han colocado un lecho desigual a los otros dos (...)" (L.L. 9,9), o en este pasaje de Petronio: "nos llevaron a una sala vecina en la que había tres divanes preparados junto a una mesa espléndidamente servida" (Sat. XXI, 5). Los primeros lechos romanos seguramente serían de madera y, obviamente, no queda rastro de ninguno. Posteriormente se harían de otros materiales más lujosos, como el bronce: "G. Manlio, un vez vencida el Asia, había llevado en su triunfo, que celebró en el año 567 de la ciudad (año 187 aC), triclinios de bronce y mesas" (Plinio, NH 34, 14), o los del emperador Heliogábalo, que parece que eran "de plata maciza" (Lampr. Historia Augusta. Heliog. XXXI). Si eran de obra simplemente determinaban un espacio fijo de la casa destinado a comedor. La gran ventaja es que muchos de estos se han conservado. En cualquier caso, sobre los lechos se colocaban colchones, cojines y colchas con el fin de hacerlos mullidos, cómodos y bonitos. De esta forma, se podía estar recostado sobre el brazo izquierdo y tomar los alimentos con la mano derecha, alimentos que ya venían troceados a la mesa, para simplificar la tarea.


Casa del Criptoportico. Pompeya.
Roma codificó muy bien cómo debía ser una cena servida en un triclinio. Vitruvio en sus Diez libros de Arquitectura especifica el ideal de estos comedores, tanto en sus medidas como en su orientación. Por lo que respecta a las medidas "ideales", Vitruvio recomienda que "la longitud de los triclinios deberá ser el doble de su propia anchura" (De Arch. VI, 3). La orientación de los triclinios estará supeditada a la estación del año y al clima, de manera que "Los triclinios de invierno (...) se orientarán hacia poniente, ya que es preciso aprovechar bien la luz del atardecer". Mientras que los triclinios de primavera y de otoño "se orientarán hacia el este, pues, al estar expuestos directamente hacia la luz del sol que inicia su periplo hacia occidente, se consigue que mantengan una temperatura agradable,". Y los triclinios de verano se orientarán "hacia el norte (...), pues tal orientación no resulta tan calurosa como las otras durante el solsticio (...); por ello, permanecen muy frescas, lo que proporciona un agradable bienestar". (De Arch. VI, 4)

Como acabamos de ver, una casa de gente que tuviese pretensiones tenía también varios triclinios: de verano, de invierno, al aire libre... Ya que servían para marcar el rango social, los comedores se decoraban según las posibilidades económicas del propietario, y según su buen gusto, de manera que se pintaban las paredes, se colocaban mosaicos en el suelo, se llenaba todo de telas, estatuas, fuentes, flores, lámparas, perfumes, vajillas, músicos, esclavos hermosos... Por cierto, si el comedor era de invierno, Vitruvio no recomienda decorarlo demasiado con pinturas delicadas, "ya que se echan a perder por el humo del fuego y por el hollín continuo de las antorchas", y recomienda simplemente "unos rectángulos de negro sobre el zócalo, intercalando unos triángulos de ocre, o bien de bermellón" (De Arch. VII, 4,4).

frescos de la Villa de Livia. Museo Nacional Romano.
El número de personas que debían participar en un convite también estaba establecido. La norma era que el número de comensales no fuera menor que el número de las Gracias (tres) ni mayor que el número de las Musas (nueve) (Aulio Gelio 13, XI, 1-3 y Macrobio Sat. I, 7). Cuando se trata de una "cena recta" se entiende que son nueve personas, como la que menciona Marcial: "He aquí, Clásico, que Mélior te invita a una cena de etiqueta" (II 69). Nueve comensales son también los presentes en la cena de Nasidieno que nos relata Horacio: "El primero era yo (1), y a mi lado Visco Turino (2), y Vario (3) debajo, si no me falla la memoria. Mecenas (4) había llevado como acompañantes a Vibidio (5) y Servilio Baladrón (6), que son su sombra. Nomentano (7) estaba recostado antes que el anfitrión (8) y Porcio (9), el último, era el encargado de hacernos reír y se tragaba los pasteles enteros de un solo bocado" (Horacio, Sat. 2,8).
En las cenas privadas, en cambio, se prefería menos gente. Julio Capitolino recoge el dicho de "septem convivium, novem vero convicium" ("Siete hacen un banquete, nueve montan un desastre") (Lucius Verus, Historia Augusta, 5.1). Siete comensales son los que menciona Marcial en una cena: "Estela, Nepote, Canio, Cerial, Flaco, ¿venís? Mi sigma tiene siete plazas; somos seis, añade a Lupo" (X, 48, 5-6). Ausonio establece en seis el límite antes de que la cena se convierta en tumulto: "He invitado a cinco; en efecto, el banquete justo son seis, contando al anfitrión; si son más, se convierte en alboroto" (Ausonio II, 5, 1-6). Y es que hasta el maestro griego de la gastronomía, Arquestrato, aconsejaba un máximo de cinco comensales para no transformar el triclinio en un sarao (Ateneo, Deipn. I,4e).
Triclinio reconstruido
De hecho, la norma estaba justo para saltársela, como demuestran numerosos ejemplos. Horacio comenta que "a menudo puedes ver que cenan cuatro en cada uno de los tres divanes, y que hay uno que disfruta poniendo verdes, y por todas partes, a todos los otros" (Sat. 1, 4, 86). Macrobio nos explica una cena, en este caso formal, que tuvo lugar entre el 73 y el 69 aC para celebrar una consagración como flamen de Marte, en la que hay "exceso" de personal: "En dos triclinios se recostaron los pontífices, Quinto Catulo (1), Marco Emilio Lépido (2), Décimo Silano (3), Gayo César, (...) rey de los sacrificios (4), Publio Escévola (5), Sexto (...) (6), Quinto Cornelio (7), Publio Volumnio (8), Publio Albinovano (9) y Lucio Julio César (10), el augur que lo consagró; en el tercer triclinio Popilia (11), Perpenia (12), Licinia (13) y Arruncia (14), vírgenes vestales y la esposa de este, la flamínica Publicia (15) y Sempronia (16), su suegra" (Macr. Satur. 2,9). Es decir, en dos triclinios diez hombres y en el otro seis mujeres.
En ocasiones los convites eran multitudinarios, fruto de las obligaciones y el prestigio que requería el patronazgo. Leemos en Marcial una queja: "Aunque tiene casi trescientas mesas, en lugar de mesas tiene sirvientes. Pasan de largo corriendo los platos y vuelan las fuentes. Guardaos para vosotros estos convites, ricachones" (VII, 48)
Pero los romanos se tomaban en serio el convencionalismo de los banquetes, aunque luego se lo saltaran, y promulgaron una serie de leges cibariae contra la gula y el desmadre. La primera de todas fue la ley Orquia el año 181 aC que fijaba el número máximo de asistentes a un banquete privado en ocho personas y hasta obligaba a mantener las puertas abiertas para que se viera que se cumplía la norma. Obviamente no tuvo mucho éxito ni esa ley, ni otras que vendrían después.
Por otra parte, a partir del siglo III-IV la norma cambia y el número de invitados en el stibadium -que desde la época imperial había ido suplantando a los tres divanes- es de doce para un convite privado, de manera que así se puede satisfacer no sólo "a las Musas, sino también a las Gracias" (Macr. Sat. I,7).

Triclinio al aire libre de la Casa del Efebo. Pompeya.
Un banquete es un espacio de representación, un escaparate de la jerarquía social. Además de invitar a las personas adecuadas, o de conseguir que te inviten, de ofrecer platos refinados y sorprendentes, de tener vajilla de plata o de contar con una legión de esclavos, había que disponer de un espacio adecuado para orquestar todo el banquete. Así pues, es importante no solo el tamaño y el número de los comedores, sino todo el aparato de lujo y refinamientos que éste ofreciese. Una buena idea era un comedor al aire libre, en un jardín o terraza junto a fuentes y estatuas, o con unas buenas vistas. Plinio el Joven nos habla de su hacienda de Laurentino, ejemplo de comedor de verano: "un comedor muy bello que se prolonga hacia la playa y que, si alguna vez el mar es empujado por el ábrego, queda bañado ligeramente por las sucesivas batidas del oleaje. En todos los lados tiene puertas y ventanas no más pequeñas que las puertas, y se orienta, así, por los lados y por el frente como a tres mares distintos; por la espalda da al patio interior, al pórtico, al patio pequeño, de nuevo al pórtico, luego al atrio, los bosques y los montes lejanos" (Ep. II, 17). Otra buena idea es echarle imaginación a la hora de traer los platos a la mesa, que pueden llegar flotando en el agua, por ejemplo: "En la cabecera del hipódromo está el stibadium de blanquísimo mármol, cubierto por una pérgola que está sostenida por cuatro columnas de mármol caristio. Debajo del stibadium el agua sale a chorros, casi como expulsado por los que están sentados encima; el agua se recoge en un canal y pasa a rellenar una pila de fino mármol, regulada de modo invisible para que esté siempre llena y nunca se desborde. Las viandas de mayor peso se apoyan en el borde de la pila, mientras que las más ligeras se llevan flotando en barquitos" (Plinio el Joven, Ep. ,6); o a través de una rueda giratoria manejada por un esclavo "que la mueve de tal forma que todas las cosas, tanto de beber como de comer, se ponen al mismo tiempo y se mueven hacia todos los convidados" (Varrón, Rust. III, 5, 9-17). El emplazamiento del comedor puede ser la misma naturaleza, transformada en triclinio improvisado. Plinio el Viejo nos habla de un árbol en Licia horadado por una cueva en cuyo interior el cónsul Licinio Muciano "había comido (...) con dieciocho personas, ofreciendo ampliamente el mismo árbol lechos de follaje, al resguardo de todos los vientos, disfrutando del sonido de la lluvia entre las hojas, y había estado en él más contento que entre el brillo de los mármoles, la variedad de las pinturas y el oro de los techos" (NH XII,9). También es un buen golpe de efecto colocar el triclinio en una pinacoteca o en una despensa para guardar frutas (o aporotheca, que el autor considera más finolis): "Algunos incluso suelen disponer ahí un comedor para cenar. De hecho, si el lujo le ha permitido a algunos que lo hagan en pinacotecas donde el espectáculo se da por el arte, ¿por qué no van a usar lo que la naturaleza da en ordenada belleza de frutos?" (Varrón, Rust. I, 59, 2).
frescos del triclinio de la Casa de los Castos Amantes. Pompeya
Para quedar bien, hay que impresionar a los invitados con varios golpes de efecto. Por ejemplo, utilizando mecanismos en los techos para proporcionar perfumes: "De improviso, (el techo) se abrió, desapareciendo la cúpula, y descendieron hasta nosotros coronas de oro y vasos de alabastro, llenos de perfumes” (Petronio Sat. LX); o flores, como hacía Heliogábalo: “Hacía llover sobre sus convidados por medio de tablillas móviles en el techo tal cantidad de violetas y de flores, que algunos murieron ahogados por no poder desembarazarse de ellas” (Lampr. Historia Augusta. Heliog. XXXI); o ambas cosas, como en el caso del famoso comedor de la Domus Áurea de Nerón: “El techo de los comedores estaba formado por tablillas de marfil movibles, por algunas aberturas de los cuales brotaban flores y perfumes". Y además, una de estas salas "era circular, y giraba noche y día, imitando el movimiento de rotación del mundo”. (Suet. Nerón, 31). Ahí es nada.



Bien, sobre la disposición de los invitados en el triclinio y sobre cómo comportarse en él hablaré en la siguiente entrada. Buen provecho!

jueves, 22 de octubre de 2015

LARVAE CONVIVIALES. EL RECUERDO DE LA MUERTE EN LOS BANQUETES ROMANOS.

Mosaico. Museo Arqueológico de Nápoles
El recuerdo de la muerte es un tópico presente en los banquetes romanos. Durante la cena de Trimalción, tras la gustatio, los esclavos traen a la mesa “un esqueleto de plata construido de modo que las extremidades y la columna vertebral mantenían el juego de las articulaciones y se doblaban en todos los sentidos”. En ese momento el anfitrión filosofa sobre la brevedad de la vida humana: “Pobres de nosotros, qué poca cosa es el hombre; así quedaremos todos cuando nos arrebate el Orco, de modo que vivamos mientras nos sea posible disfrutar” (Sat. XXXIV).

El tópico del memento mori o recuerdo de la muerte es una costumbre muy arraigada en los banquetes: la certeza de lo que ha de venir es lo que anima a los invitados a celebrar la vida y a aprovecharla al máximo.

La memoria de la muerte se introduce también en una cena del poeta Marcial, que ve desde las ventanas de su casa el sepulcro de Octavio Augusto detrás de las murallas de Roma: “Escancia, Calisto, cuatro copas de buen vino y tú, Álcimo, ponles hielos veraniegos;  que mis cabellos estén lustrosos, empapados en exceso de amomo, y que mis sienes se cansen de llevar guirnaldas de rosas: este mausoleo tan cercano nos anima a vivir al mostrarnos que los mismos dioses pueden morir” (V, 64).


Copa con larva convivialis. Staatliche Museen. Berlín
Esta idea de disfrutar de los placeres de la vida, y de la mesa, antes de que la muerte nos lo arrebate todo, la encontramos en numerosas fuentes literarias. Leemos, por ejemplo, en Horacio: “Manda traer aquí vino, ungüentos, y las muy caducas flores de la amena rosa; mientras lo permiten la vida, la edad, y los negros hilos de las tres hermanas” (Od. 2,3).

Mosaico. Museo Arqueológico de Nápoles
Pero el recuerdo de la muerte no aparece sólo en los textos literarios. Lo encontramos presente en diferentes aspectos ligados estrechamente al banquete. Por una parte, lo hallamos en la decoración de los comedores o triclinia. El Museo Arqueológico de Nápoles cuenta con diferentes mosaicos hallados en los pavimentos de los comedores representando un esqueleto. Uno de ellos, hallado en Pompeya, representa un servidor de vino, portador de dos jarras (askós). Otro, también pompeyano, representa toda una alegoría de la caducidad de la vida: una calavera que está sobre una mariposa (símbolo del alma) y sobre la rueda de la fortuna. La vida pende de un hilo y cuando se corte dejará ir la mariposa. La muerte llegará a todos, ricos y pobres.  En otro mosaico, éste procedente de la via Appia de Roma y actualmente en el Museo Nacional Romano, se aprecia un esqueleto reclinado sobre el texto griego gnothi sauton (“Conócete a ti mismo”), combinando la máxima filosófica griega con el tópico del memento mori, “recuerda que has de morir”.
Museo Nacional Romano. Larva convivialis sobre el texto
griego gnothi sauton ("conócete a ti mismo")

Larva convivialis. Staatliche
 Kunstsammlungen Dresden
Por otra parte, tenemos numerosos ejemplares de figuritas con forma de esqueleto, llamadas larvae conviviales, como la mencionada al principio de esta entrada. Al parecer, esta costumbre está heredada de los banquetes egipcios, según nos dice Heródoto, quien nos narra una escena prácticamente idéntica a la del Satiricón: “En los convites de la gente rica, se guarda la costumbre de que acabada la comida un hombre pasa alrededor de los convidados con una figura de madera en un pequeño ataúd, tan perfecta que parece un cadáver, y va diciendo a cada uno de ellos mientras muestra esta figura: “¿No lo ves? Mírala bien; come y bebe y disfruta ahora, que muerto no has de ser otra cosa que lo que ves”. Esta costumbre, como he dicho, se practica en los espléndidos banquetes” (Historia, 2, 78).

Para acabar, hallamos el recuerdo de la muerte en la decoración de otros objetos presentes en el banquete. Así, son habituales los motivos de la muerte en las lucernas o en las copas para brindar. Sin duda las más famosas son las copas talladas de Boscoreale, escondidas por su dueño justo antes de la erupción del Vesuvio, que se pueden ver en el Louvre. Se trata de dos copas o tazas de plata llamadas modioli que se usaban para brindar en la comissatio o sobremesa. Una de ellas representa los esqueletos de los poetas trágicos y cómicos, y la otra los de los filósofos más famosos. En ambos casos los esqueletos bailan, tocan música o se burlan unos de otros, en actitud epicúrea. “Disfruta la vida mientras puedas” o “Sé feliz mientras estés vivo” son algunos de los mensajes grabados en griego que se leen en estas copas.
Museo del Louvre. Modioli de Boscoreale

La vida es breve. La presencia de esqueletos nos lo recuerda. Disfrutemos de la diversión, la risa, el vino y la comida… carpe diem!